DANIEL MOCHER
Los Reyes
Magos han sido magnánimos, en el árbol estaban las Calles
secretas de Pierre Mac Orlan, Cirobayesca boliviana de
Miguel Sánchez-Ostiz, Despacio el mundo de Ramón Andrés, Minimosca de
Gustavo Faverón y Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais.
Ahora toca ir encontrando el tiempo que requieren estas joyas, hay lectura de
la buena para rato. El 2024 no pudo finalizar peor debido a la maldita dana que
arrasó con todo a su paso pero el 2025 nos ha traído ya algunas cosas buenas,
tímidos brotes que comienzan a desarrollar la esperanza, esa planta carnívora
insaciable. Es inminente la aparición de mi nuevo libro, Entre las
brasas del instante, en Calblanque Press, un libro de haikus que no hubiera
existido sin estos tres años y pico viviendo en el campo, muy cerca del barranco
del Poyo. También está mi participación en una antología de aforistas para La
isla de Siltolá que aparecerá en breve. Y Claudio Ferrufino-Coqueugniot ya me
ha enviado el libro para el que quiere que escriba el prólogo, todo un honor.
En lo literario la cosa no está nada mal. En cuanto a lo demás, veremos cómo va
el año, el mundo no es una morada siempre apacible, que decía R. L.
Stevenson.
Otro pecio
de la dana que llega a mi orilla, un Cervantes libro en mano tallado en madera
para mí, hecho por mi abuelo Luis en 1977, el año de mi nacimiento. Estaba en
lo alto de unas estanterías del trastero que tienen mis padres en el garaje y
milagrosamente se salvó de la inundación. De mi abuelo me queda poco más, murió
cuando yo era un niño, perduran algunas imágenes desenfocadas, en tenues tonos
desgastados, al fondo de la memoria. Su sombrero de ala ancha, la gabardina de
los días lluviosos, aquella Mobylette naranja en la que nos llevaba a la pinada
que hay junto a la ermita de santa Ana, situada en el término municipal de
Albal, el humo dulce y húmedo de su pipa, una foto de la guerra civil española,
de cuando luchó en el bando republicano, sus cámaras fotográficas, los
elefantes africanos, su biblioteca, Blasco Ibáñez, Tolstói, Dostoievski, las
novelas del Oeste escritas por Marcial Lafuente Estefanía, armarios llenos de
medicamentos, los cuentos que extraía de la chistera de su imaginación y esas
historias increíbles narradas con tal maestría que nos mantenía a todos los
nietos a su alrededor, atentos, dóciles, hechizados, como si fuera un
hipnotizador o un flautista de Hamelín pero en el barrio valenciano de la
Malvarrosa, bloque de los astilleros. Lo poco que nos queda de nuestros muertos
se nos va perdiendo como arena entre los dedos a medida que van pasando los
años y nos va quedando cada vez menos tiempo. Pecios, talismanes, símbolos que
ayudan a inventar un hogar, un refugio al que poder regresar cuando se tenga la
pata del alma quebrada o alicaído el corazón por los sinsabores y los abruptos
socavones de la vida.
Con el
petate lleno de libros y del brazo de mis queridos fantasmas voy por un parque
lleno de romero, salvia, chopos, carrascas, olivos, pinos y algarrobos, creo
ver alejarse a David Lynch de la mano de Laura Palmer y bajar hacia el estanque
en donde el sol de la tarde pinta en el plumaje de los ánades azulones unos
verdes y violetas que no son de este mundo. Henry Purcell, sentado en un banco
de plástico reciclado, repasa de memoria su Dido y Eneas mientras
arrecia el frío y se va haciendo hora de volver a casa, justo cuando estábamos
en el centro exacto de un instante perfecto. Los niños tienen sueño y hambre.
Se cae un castillo de naipes, se rompe de tan tensa la cuerda de una guitarra,
el mago se esfumó sin explicarnos el truco. A veces pienso que el mundo es
impecable pero nosotros no, y por eso nos viene ese desamparo de no sentirnos a
la altura, las ratas royendo la boca del estómago, el cansancio, la
frustración, el cielo que se cierra y se nos cae encima, la nada y el insomnio,
instrumentos desafinados, el vacío que sabemos, la caída de los ángeles, tanto
desperdicio, el desvarío, los incendios interiores, la locura. De ahí tal vez
nuestra enfermiza necesidad de arte y trascendencia, la política, la
legislación vigente, el sexo guarro y las guerras santas, la violencia y el
poder, las transacciones, las compraventas, la tortura y las víctimas, el
fentanilo, las sogas, las cuchillas y la inyección letal, el Cantar de los
Cantares conviviendo con nuestra innata voluntad de autodestrucción.
En enero
22, 2025
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De LOS OTROS PASOS, blog del autor