Friday, January 24, 2025

El mundo es impecable


DANIEL MOCHER

 

Los Reyes Magos han sido magnánimos, en el árbol estaban las Calles secretas de Pierre Mac Orlan, Cirobayesca boliviana de Miguel Sánchez-Ostiz, Despacio el mundo de Ramón Andrés, Minimosca de Gustavo Faverón y Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais. Ahora toca ir encontrando el tiempo que requieren estas joyas, hay lectura de la buena para rato. El 2024 no pudo finalizar peor debido a la maldita dana que arrasó con todo a su paso pero el 2025 nos ha traído ya algunas cosas buenas, tímidos brotes que comienzan a desarrollar la esperanza, esa planta carnívora insaciable. Es inminente la aparición de mi nuevo libro, Entre las brasas del instante, en Calblanque Press, un libro de haikus que no hubiera existido sin estos tres años y pico viviendo en el campo, muy cerca del barranco del Poyo. También está mi participación en una antología de aforistas para La isla de Siltolá que aparecerá en breve. Y Claudio Ferrufino-Coqueugniot ya me ha enviado el libro para el que quiere que escriba el prólogo, todo un honor. En lo literario la cosa no está nada mal. En cuanto a lo demás, veremos cómo va el año, el mundo no es una morada siempre apacible, que decía R. L. Stevenson.

 

Otro pecio de la dana que llega a mi orilla, un Cervantes libro en mano tallado en madera para mí, hecho por mi abuelo Luis en 1977, el año de mi nacimiento. Estaba en lo alto de unas estanterías del trastero que tienen mis padres en el garaje y milagrosamente se salvó de la inundación. De mi abuelo me queda poco más, murió cuando yo era un niño, perduran algunas imágenes desenfocadas, en tenues tonos desgastados, al fondo de la memoria. Su sombrero de ala ancha, la gabardina de los días lluviosos, aquella Mobylette naranja en la que nos llevaba a la pinada que hay junto a la ermita de santa Ana, situada en el término municipal de Albal, el humo dulce y húmedo de su pipa, una foto de la guerra civil española, de cuando luchó en el bando republicano, sus cámaras fotográficas, los elefantes africanos, su biblioteca, Blasco Ibáñez, Tolstói, Dostoievski, las novelas del Oeste escritas por Marcial Lafuente Estefanía, armarios llenos de medicamentos, los cuentos que extraía de la chistera de su imaginación y esas historias increíbles narradas con tal maestría que nos mantenía a todos los nietos a su alrededor, atentos, dóciles, hechizados, como si fuera un hipnotizador o un flautista de Hamelín pero en el barrio valenciano de la Malvarrosa, bloque de los astilleros. Lo poco que nos queda de nuestros muertos se nos va perdiendo como arena entre los dedos a medida que van pasando los años y nos va quedando cada vez menos tiempo. Pecios, talismanes, símbolos que ayudan a inventar un hogar, un refugio al que poder regresar cuando se tenga la pata del alma quebrada o alicaído el corazón por los sinsabores y los abruptos socavones de la vida.

 

Con el petate lleno de libros y del brazo de mis queridos fantasmas voy por un parque lleno de romero, salvia, chopos, carrascas, olivos, pinos y algarrobos, creo ver alejarse a David Lynch de la mano de Laura Palmer y bajar hacia el estanque en donde el sol de la tarde pinta en el plumaje de los ánades azulones unos verdes y violetas que no son de este mundo. Henry Purcell, sentado en un banco de plástico reciclado, repasa de memoria su Dido y Eneas mientras arrecia el frío y se va haciendo hora de volver a casa, justo cuando estábamos en el centro exacto de un instante perfecto. Los niños tienen sueño y hambre. Se cae un castillo de naipes, se rompe de tan tensa la cuerda de una guitarra, el mago se esfumó sin explicarnos el truco. A veces pienso que el mundo es impecable pero nosotros no, y por eso nos viene ese desamparo de no sentirnos a la altura, las ratas royendo la boca del estómago, el cansancio, la frustración, el cielo que se cierra y se nos cae encima, la nada y el insomnio, instrumentos desafinados, el vacío que sabemos, la caída de los ángeles, tanto desperdicio, el desvarío, los incendios interiores, la locura. De ahí tal vez nuestra enfermiza necesidad de arte y trascendencia, la política, la legislación vigente, el sexo guarro y las guerras santas, la violencia y el poder, las transacciones, las compraventas, la tortura y las víctimas, el fentanilo, las sogas, las cuchillas y la inyección letal, el Cantar de los Cantares conviviendo con nuestra innata voluntad de autodestrucción.

En enero 22, 2025

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De LOS OTROS PASOS, blog del autor