Desde 1981
radico en el exterior. Estuve en distintos momentos/circunstancias en varios
países, sin embargo me establecí en el extremo norte de América Latina
(México). Y allí continúo residiendo (razones universitarias, luego familiares)
las dos terceras partes de mi vida, con algunos lapsos.
Desde un
inicio me integré a la dinámica citadina con todos sus matices
(positivos/negativos) y aunque la nostalgia por el pueblo natal (“Pago” en el
caso del Chaco) y Bolivia en general se presentaba de vez en cuando, mi
curiosidad adolescente y mimética me condujo por otros rumbos. Allí también
conocí dramas de
inmigrantes contemporáneos, y aunque siempre conservé un perfil bajo, mi
observación se fue agudizando (luego me serviría para recapitular y escribir),
y la mirada cambió. Ver al país desde afuera, a través del tiempo: Estudios y
realidades (económico/políticos y sociales) diferentes, además de tragedias
como el terremoto de 1985, derivó en una apreciación con mayor nitidez y
sensibilidad.
A inicios de
los ochenta no entendía el “duelo” social que según sicólogos, sufren exiliados
y transterrados. Es un duelo –decían- con sensación de pérdida, de estar y no
estar. Una subjetividad contradictoria que comprendí mucho tiempo después en
lugares (extremos) con idioma y contextos distintos.
Hace unos días
ocurrieron dos hechos, primero leí un texto del escritor boliviano Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, donde relata circunstancias parecidas (después platiqué
con el vía telefónica), y segundo me reencontré en el metro Hidalgo con Renato
Berrios (conocido como “Pajarito”) después de casi 25 años. Dichas
circunstancias me transportaron en retrospectiva, a lo que había observado décadas atrás.
Entre café y
café con Renato rememoramos a bolivianos que pasaron por este país, los últimos
35 años, entre ellos el vicepresidente actual y el ministro Marko Machicao,
titular de Cultura, además de destacados políticos, artistas, médicos,
deportistas, escritores y trabajadores. Justo al abordar el tema “la
idiosincrasia del boliviano” hubo varias coincidencias, no solo con mi
interlocutor, sino que antes había concordado opinión con expatriados en
distintos países y zonas (norte y sur de México, Estados Unidos, España, etc).
Así inicié una
retrospectiva que antaño observé, mientras releía el texto de
Ferrufino-Coqueugniot, donde narra:
“En el asunto
de las fiestas de diciembre, sumado al frío infernal (donde me encuentro), hace
pensar en lo que uno dejó atrás, los maletines de la diáspora, el recuerdo, los
vivos, los idos, lo que no se hizo y lo que se pudo hacer. ¿Es para siempre? La
respuesta suele ser vaga como la pregunta misma…”
En otra parte
destaca:
“…y en los
encuentros entre bolivianos nos olisqueamos como perros desconfiados. Con
recelo y sentimientos bajos. Compatriotas enemigos y de pronto compatriotas
fraternos, solidarios, recordables y risueñamente próximos. Amigos que de
borrachos te cantan odios (que te tienen), y que luego te besan y que en algún
momento se harían matar por ti y en otro correrían abandonándote a tu suerte.
Pero que en la fiesta, y en la divinidad del alcohol trashuman contigo por
mundos ajenos al mundanal ruido, a la modernidad, donde el entorno salvaje nos
hermana, y entre hermanos bebemos, para olvidar y acordarnos”.
En 1982
conocí, a un sector de exiliados que nunca asimilaron estar en otro país,
totalmente devastados y ausentes, vivían en pequeños cuartos con literas
(Centro Histórico) caminaban con exacerbado temor (la dictadura militar nos
había impactado a todos de alguna manera), los compatriotas afectados y
ensimismados criticaban la cotidianidad chilanga, al extremo de no comer
platillos tradicionales, ni siquiera tortillas. Regresar a Bolivia –entonces-
era una obsesión, incluso conservaban la hora boliviana (2 horas de
diferencia). En sí, no habían comprendido la oportunidad de conocer una cultura
alterna. Recuerdo entre ellos a dirigentes de la Central Obrera y miembros de
base de partidos políticos perseguidos.
Por otro lado,
en las reuniones/farras de estudiantes jugar “cacho” (dados) y beber cerveza
obligatoriamente era frecuente con castigos y reglas importados del occidente
de Bolivia, además de cantar temas folclóricos (“La caraqueña” y “Viva mi
patria Bolivia” entre otros). Rememoro, también costumbres como derramar un
poco de cerveza para la Pachamama y tomar “vasos completos” a vista y presión
de los presentes. Al final todos bailaban desinhibidos (alcoholizados, pues) y
alegres, claro si antes no había peleas, bromas crueles o se protagonizaba
algún escándalo.
Visibilizar
actitudes recurrentes o el reverso de la moneda (en esta mínima aproximación)
no tiene por intención denostar, pretende ser apenas una reflexión autocrítica
que busca precisar algunos aspectos que identifican al boliviano allende
frontera, producto de herencia, origen y cultura. Claro, demonios internos
incluidos (como en cualquier sociedad).
Por ejemplo,
una ocasión un paisano que vivió en Nueva York (EEUU) dos décadas y media, al
retornar al país (en un trasbordo aéreo ocasional) me platicó: “Los bolivianos (como los
latinos), se convierten en explotadores de nuestros propios connacionales, se
aprovechan al máximo porque conocen sus debilidades. Discriminan y a otros les
falta identidad, por ejemplo coincidí con una familia que luego de obtener
relativo éxito y papeles en regla hicieron lo imposible por olvidar su pasado,
desde relacionarse con otras nacionalidades, hasta negar al propio país a pesar
de sus propios rasgos, imagínate…”.
Posteriormente en la despedida informal de una compatriota mayor, al surgir la pregunta ¿Cómo definiríamos a los bolivianos que pasan por este país?, respondió: “No son recíprocos, en mi experiencia, al final siempre prevalece una constante; desagradecidos, desconfiados y mezquinos, salvo raras excepciones”.
Otro terció: “Cuando llegan se hacen los
pobrecitos, agarran confianza y luego se pasan de vivos. Por ejemplo es común
que antes de desaparecer, te pidan prestado”.
Y otro más: “En general, con muchas taras
sociales, hipócrita, racista, envidioso, tacaño y conservador extremo. Por eso,
yo de plano opté por alejarme de la comunidad de residentes”.
Las opiniones
anteriores, con las cuales coincido solo en parte, me llevaron a releer el
libro de Waldo Peña Cazas “Un rostro en la multitud. Retrato íntimo de un
boliviano”. Editorial Los amigos del libro, La Paz 1984 (Premio Nacional “Héctor
Cossio. Concurso Nacional de Ensayo).
Donde a manera
de crónica en su introducción destaca:
“Nuestros
modos de acción tienen su origen en una unidad de actitudes, sentimientos y
motivaciones resultantes de una concepción del mundo a la vez instintiva y
racional, y es importante conocer el por qué de esta conducta para afianzar
nuestra conciencia étnica y el sentimiento del nos”.
“Ahora bien,
para el estudio de la conducta humana, no es posible aplicar técnicas puras del
laboratorio. En las ciencias sociales no se puede trabajar con probetas y
cifras estadísticas puras, pues la deducción e intuición son quizás más
importantes. Por otra parte, un estudio de esta naturaleza no puede ser
científicamente objetiva, Este análisis surge como consecuencia de una
desesperada e importante-aunque a veces esperanzada- observación. Mis
apreciaciones son subjetivas e inevitablemente influidas por mis experiencias”.
Sin embargo,
en su ensayo Peña Cazas evita quedarse atrapado en la subjetividad plana; es
decir en la tendencia a juzgar hechos observados y situaciones que se
contemplan en base a la emotividad, afectividad favorable o adversa que
personas (o grupos) despiertan en nosotros. Evita también los estereotipos; es
decir el consagrar imágenes simplificadas y cargadas de emoción que
obstaculizan juicios, además de generalizaciones sin substancia que
caricaturizan la realidad. Lo cual podría llevar- incluso- a la discriminación
racial. El autor en consecuencia, evade esa postura.
También
afirma:
“El estudio de
los arquetipos morales, costumbres, tradición, etc., de nuestro pueblo puede
ayudarnos a comprender el carácter nacional sobre el cual confluyen
inmisericordemente fuerzas políticas, económicas y sociales configurando un
panorama incomprensible para el observador extranjero y para el mismo
boliviano. Es, entonces necesario conocer o visibilizar ciertos rasgos
sobresalientes del carácter boliviano, con énfasis en los rasgos culturales.
Bolivia es un pueblo en evolución, su metamorfosis recién ha empezado (en los 80s)
y el boliviano tipo solo existe en forma larvada. No hay aún, un carácter
nacional definido (y general) hay que encontrar elementos distintivos y conocer
las fuerzas modeladoras. Es pues, importante conocer el porqué de nuestra
conducta colectiva y mi intención es señalar pautas que nos ayuden a
identificarnos y a valorar nuestro etnos, lo cual en conjunto nos hace ser
nación”.
En el presente
milenio (y por la crisis económica) la migración boliviana a Europa, sobre todo
a España fue más intensa que en otros tiempos, los efectos y consecuencias de
tales traslados se irán conociendo y paulatinamente estudiando; sin embargo la primera fase dejó una
secuela de separaciones, familias desintegradas e hijos abandonados. Es el
cruel costo migratorio en cualquier sociedad del mundo.
Pero también
existen historias de solidaridad, inclusión, éxitos y reconocimientos a
bolivianos por parte de sociedades que los acogen. Me refiero al lado positivo
de la moneda, situación que reflejan con mucho tino, periodistas bolivianos en
el mundo, los cuales buscan, entrevistan y cuentan dichas historias (dignas de
conocerse). Entre ellos, nos informan Víctor Hugo Burgos, Edwin Pérez
Uberhuaga, Susana Mamani, Carmen Osorio y Lilian Camacho.
Curiosamente
los bolivianos que vivimos allende frontera cuando regresamos al país
extrañamos la nación donde estuvimos y cuando volvemos a salir, nuevamente se
añora Bolivia. Es decir, pareciese que quedamos atrapados en
una especie de limbo o paréntesis de sentimientos encontrados.
Finalmente, en
la última década el país transita por profundas transformaciones económicas y
sociales, tal situación (en algunos casos) abrió la posibilidad del retorno de
compatriotas. En este sentido, al visitar a un reconocido escritor (más de
cuatro décadas de vivir en el exterior), y preguntarle si estaba seguro de
regresar. Contundente y seguro me dijo: “claro que sí, a aportar hermanito
y a morir…a morir”.
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De BOLIVIA EN
MÉXICO, 13/11/2016
Fotografía: HOY
Fotografía: HOY
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