MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Una helada, unos
golpes de ventarrón y el paisaje se verá desnudo. Pienso que esta es la época
del año en que empecé a escribir Las pirañas, en 1985, y esa en la que
transcurren los tres días de mi novela: los días cortos y las noches largas.
Mentiría si dijera que siento nostalgia por aquellos días, por mucho que fueran
los de mi treintena. Me siento incapaz de embellecerlos. De estar en algún
lado, están en unos diarios inéditos: Los días inciertos. Y hablando de libros:
no he logrado terminar ninguno de los libros que empecé este año y eso me pone
de un humor sombrío. No es fácil sobreponerse a diario a la pregunta de qué
valor tiene lo que haces, a la vez de comprobar que el tiempo corre en tu
contra, y que es ahora o nunca, y resulta nunca. A cierta edad no hay
componenda posible: como escritor has pasado y tu papel es otro, por mucho que
te disguste. Si no fuera por las redes sociales viviría en un aislamiento casi
completo. Si cortas esa comunicación virtual no sobreviene otro silencio que
ese en el que ya estabas. ¿Nos hemos desaparecido los unos para los otros?
¿Sirve esa vida retirada para escribir mejor? Lo dudo. Esa imagen del escritor
aislado del mundo en su dacha me resulta repulsiva, cuando se pone de ese modo
en escena. El escrito de verdad solitario es el que no cuelga cartel de tal
cosa, como decía Séneca en una de sus cartas a Lucilio. La soledad lleva al
soliloquio y este al desvarío o a la estolidez, todo lo demás son puestas en
escena mejor o peor armadas.
__
De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 28/11/2016
No comments:
Post a Comment