Tuesday, November 29, 2016

Los paceños y su calvario por el agua

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Uno ve los noticieros, las abundantes fotografías en Internet, y pareciera que la ciudad de La Paz atraviesa un estado de guerra o el día después de una calamidad como un terremoto. Eso sí, los edificios están de pie, intactos. Pero el semblante de la población afectada dice otra cosa: desesperación, cansancio, indignación, rabia contenida. Por poco algunos corren tras los camiones repartidores como refugiados famélicos en procura de una hogaza de pan. Sólo que en vez de pan se reparte agua. El gentío a duras penas mantiene el orden en la fila, a veces vigilada por efectivos de la Policía Militar que de cierto modo rodean los carros cisternas. La gruesa manguera se extiende como una anillada serpiente, entre los baldes y bidones alineados unos tras otros. Afortunadamente no hay discusiones por la cantidad, se llena todos los contenedores que las personas puedan acarrear.

Estas estampas se han vuelto una constante en las dos últimas semanas en la sede de Gobierno. Más de noventa barrios se han visto racionados de sopetón en el aprovisionamiento de agua. La medida extrema ha pillado desprevenidos a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Es penoso ver a tantos pobladores de las laderas y otras barriadas humildes bajando hasta sitios más accesibles, donde se anuncia que llegarán las cisternas, y luego emprender el camino de vuelta, con el sacrificio y peligro que ello conlleva, pues han de hacerlo también de noche, entre las sombras y la pésima iluminación de las farolas. No se salvan ni algunos jailones (ricachones) de la zona sur, que tal vez por primera vez en sus vidas han tenido que salir a la calle con sus bidones y hacer fila como los demás, lo que ha generado no pocas burlas en las redes sociales.

Tal panorama era impensable hasta hace algunos años para los paceños, quienes vivían felizmente rodeados de sus montañas y orgullosos de sus aguas cordilleranas convenientemente embalsadas que parecían garantizar el suministro permanente. Bien recuerdo que la última vez que viajé a la ciudad del Illimani (harán unos siete u ocho años) me impresionaba que el agua del grifo saliese con tremenda presión natural. Aquí llueve todo el tiempo, en un mismo día tenemos distintos climas; me puntualizaba un familiar, dando por hecho que no había de qué preocuparse.  Los cochabambinos estamos acostumbrados de toda la vida (o por lo menos desde que tengo conciencia) a la sequía, a los cortes permanentes, a los racionamientos escalonados y otras acciones de la empresa Semapa. Menos mal que ésta todavía permanece bajo el control del municipio, con relativa autonomía que le ha permitido adquirir cierta experticia para hacer frente a los constantes retos que supone la problemática local del agua potable.

No se puede decir lo mismo para la urbe paceña, donde el gobierno evista con el pretexto de que era un “recurso estratégico que debería estar en manos del Estado” se apoderó del servicio municipal de agua tanto en la hoyada como en El Alto, cual si fuera un botín político, para a continuación llenar los puestos de mando con sus militantes, la mayoría de las veces con nula cualificación técnica. El desastre no tardaría en llegar como ocurrió con la textilera Enatex y otras empresas donde el régimen puso sus garras. Las consecuencias de esa pésima gestión se han descargado sobre la ciudadanía, pues como reflejan las denuncias no se advirtió oportunamente sobre la carestía que se avecinaba, ni mucho menos se elaboró planes de contingencia o prevención. En resumidas cuentas, los despreocupados burócratas destinaban el presupuesto a recompensarse con jugosos sueldos mientras Epsas (la nueva estatal del agua) hacía aguas por todas partes, valga el absurdo.

De pronto llueve la solidaridad, hasta de sitios tan lejanos como Santa Cruz, cuyas autoridades ofrecieron mandar agua en abundancia siempre y cuando el Gobierno les enviase los camiones correspondientes. El ejército acantonado en la región se puso traje de campaña y movilizó a sus tropas y  vehículos cisternas que ellos llaman Neptunos. La estatal del petróleo destinó algunos de sus camiones, recalcando que son cisternas nuevas ante la desconfianza de la población. Como no podía ser de otra manera, la vapuleada Epsas también contribuye con lo suyo tratando de poner parches al asunto.

Entretanto, el hijo predilecto de la Pachamama recorre en las últimas horas los parajes de la cordillera en su helicóptero, para encontrar fuentes y otros manantiales con que sosegar a los sedientos paceños. Días antes había ordenado la destitución de los gerentes y otros cabecillas de la empresa responsable, mientras pedía disculpas a la paceñidad por el triste papel de sus funcionarios. Como queriendo decir “yo no fui”, matizó que se había enterado del desabastecimiento leyendo en los periódicos. Una muestra más de que el caudillo reina pero no gobierna. Toda su gestión se la ha pasado inaugurando obras y recortando cintas, jugando al fútbol y viajando a todo rincón del planeta donde precisan de su inimitable liderazgo. Hace diez años que hizo de la defensa de la Madre Tierra su bandera de lucha y continúa pavoneándose que, gracias a su gestión, la ONU ha reconocido el acceso al agua como un “derecho humano”.

Pero en esa década no se enteró de que el lago Poopó se estaba secando hasta que lo vio convertido en un desierto. Tampoco sabe que la principal necesidad de los cochabambinos es la carestía de agua (desde hace décadas), pero nos ha prometido construir un tren metropolitano de quinientos millones de dólares. Asimismo, no sabe que continúa subiendo la lista de municipios (ya casi un centenar) que se han declarado en emergencia por la sequía crónica que afecta a sus poblaciones, a quienes, como mejor remedio, Defensa Civil les envía tanques de plástico, bolsas de cemento, rollos de tuberías plásticas y otros paliativos. Tal vez no se enterado que la pista de Chacaltaya -que ostentaba el récord de campo de esquí más alto del mundo-, ya no existe más y que los nevados que la rodean son apenas unas motas de nieve entre sus riscos. Y sin embargo, sus escribanos y demás adláteres pregonan que el preocupado gobernante conoce la geografía nacional como la palma de su mano.

Como gota que colma el vaso, a los paceños los encandiló con sus coloridos teleféricos para que estos se enorgullezcan de su “ciudad maravilla” y otros cuentos. Cientos de millones de dólares que se hubieran invertido de mejor manera antes que en megalomaníacas obras de dudosa utilidad. Nadie había visto que las represas se estaban agotando. Nadie había notado que la Pachamama “otra clase está”, según afirmó el clarividente inquilino de la vicepresidencia, al enterarse de la crisis. No había sido culpa de nadie, sino del calentamiento global.

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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 24/11/2016

Imagen: “El dúo salvador”


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