Uno ve los noticieros,
las abundantes fotografías en Internet, y pareciera que la ciudad de La Paz
atraviesa un estado de guerra o el día después de una calamidad como un
terremoto. Eso sí, los edificios están de pie, intactos. Pero el semblante de
la población afectada dice otra cosa: desesperación, cansancio, indignación,
rabia contenida. Por poco algunos corren tras los camiones repartidores como
refugiados famélicos en procura de una hogaza de pan. Sólo que en vez de pan se
reparte agua. El gentío a duras penas mantiene el orden en la fila, a veces
vigilada por efectivos de la Policía Militar que de cierto modo rodean los
carros cisternas. La gruesa manguera se extiende como una anillada serpiente,
entre los baldes y bidones alineados unos tras otros. Afortunadamente no hay
discusiones por la cantidad, se llena todos los contenedores que las personas
puedan acarrear.
Estas estampas se
han vuelto una constante en las dos últimas semanas en la sede de Gobierno. Más
de noventa barrios se han visto racionados de sopetón en el aprovisionamiento
de agua. La medida extrema ha pillado desprevenidos a la inmensa mayoría de los
ciudadanos. Es penoso ver a tantos pobladores de las laderas y otras barriadas
humildes bajando hasta sitios más accesibles, donde se anuncia que llegarán las
cisternas, y luego emprender el camino de vuelta, con el sacrificio y peligro
que ello conlleva, pues han de hacerlo también de noche, entre las sombras y la
pésima iluminación de las farolas. No se salvan ni algunos jailones
(ricachones) de la zona sur, que tal vez por primera vez en sus vidas han
tenido que salir a la calle con sus bidones y hacer fila como los demás, lo que
ha generado no pocas burlas en las redes sociales.
Tal panorama era
impensable hasta hace algunos años para los paceños, quienes vivían felizmente
rodeados de sus montañas y orgullosos de sus aguas cordilleranas
convenientemente embalsadas que parecían garantizar el suministro permanente.
Bien recuerdo que la última vez que viajé a la ciudad del Illimani (harán unos
siete u ocho años) me impresionaba que el agua del grifo saliese con tremenda
presión natural. Aquí llueve todo el tiempo, en un mismo día tenemos distintos
climas; me puntualizaba un familiar, dando por hecho que no había de qué
preocuparse. Los cochabambinos estamos acostumbrados de toda la vida (o
por lo menos desde que tengo conciencia) a la sequía, a los cortes permanentes,
a los racionamientos escalonados y otras acciones de la empresa Semapa. Menos
mal que ésta todavía permanece bajo el control del municipio, con relativa
autonomía que le ha permitido adquirir cierta experticia para hacer frente a
los constantes retos que supone la problemática local del agua potable.
No se puede decir
lo mismo para la urbe paceña, donde el gobierno evista con el pretexto de que
era un “recurso estratégico que debería estar en manos del Estado” se apoderó
del servicio municipal de agua tanto en la hoyada como en El Alto, cual si
fuera un botín político, para a continuación llenar los puestos de mando con
sus militantes, la mayoría de las veces con nula cualificación técnica. El
desastre no tardaría en llegar como ocurrió con la textilera Enatex y otras
empresas donde el régimen puso sus garras. Las consecuencias de esa pésima
gestión se han descargado sobre la ciudadanía, pues como reflejan las denuncias
no se advirtió oportunamente sobre la carestía que se avecinaba, ni mucho menos
se elaboró planes de contingencia o prevención. En resumidas cuentas, los
despreocupados burócratas destinaban el presupuesto a recompensarse con jugosos
sueldos mientras Epsas (la nueva estatal del agua) hacía aguas por todas
partes, valga el absurdo.
De pronto llueve
la solidaridad, hasta de sitios tan lejanos como Santa Cruz, cuyas autoridades
ofrecieron mandar agua en abundancia siempre y cuando el Gobierno les enviase
los camiones correspondientes. El ejército acantonado en la región se puso
traje de campaña y movilizó a sus tropas y vehículos cisternas que ellos
llaman Neptunos. La estatal del petróleo destinó algunos de sus camiones, recalcando
que son cisternas nuevas ante la desconfianza de la población. Como no podía
ser de otra manera, la vapuleada Epsas también contribuye con lo suyo tratando
de poner parches al asunto.
Entretanto, el
hijo predilecto de la Pachamama recorre en las últimas horas los parajes de la
cordillera en su helicóptero, para encontrar fuentes y otros manantiales con
que sosegar a los sedientos paceños. Días antes había ordenado la destitución
de los gerentes y otros cabecillas de la empresa responsable, mientras pedía
disculpas a la paceñidad por el triste papel de sus funcionarios. Como
queriendo decir “yo no fui”, matizó que se había enterado del desabastecimiento
leyendo en los periódicos. Una muestra más de que el caudillo reina pero no
gobierna. Toda su gestión se la ha pasado inaugurando obras y recortando
cintas, jugando al fútbol y viajando a todo rincón del planeta donde precisan
de su inimitable liderazgo. Hace diez años que hizo de la defensa de la Madre
Tierra su bandera de lucha y continúa pavoneándose que, gracias a su gestión,
la ONU ha reconocido el acceso al agua como un “derecho humano”.
Pero en esa
década no se enteró de que el lago Poopó se estaba secando hasta que lo vio
convertido en un desierto. Tampoco sabe que la principal necesidad de los cochabambinos
es la carestía de agua (desde hace décadas), pero nos ha prometido construir un
tren metropolitano de quinientos millones de dólares. Asimismo, no sabe que
continúa subiendo la lista de municipios (ya casi un centenar) que se han
declarado en emergencia por la sequía crónica que afecta a sus poblaciones, a
quienes, como mejor remedio, Defensa Civil les envía tanques de plástico,
bolsas de cemento, rollos de tuberías plásticas y otros paliativos. Tal vez no
se enterado que la pista de Chacaltaya -que ostentaba el récord de campo de
esquí más alto del mundo-, ya no existe más y que los nevados que la rodean son
apenas unas motas de nieve entre sus riscos. Y sin embargo, sus escribanos y
demás adláteres pregonan que el preocupado gobernante conoce la geografía
nacional como la palma de su mano.
Como gota que
colma el vaso, a los paceños los encandiló con sus coloridos teleféricos para
que estos se enorgullezcan de su “ciudad maravilla” y otros cuentos. Cientos de
millones de dólares que se hubieran invertido de mejor manera antes que en
megalomaníacas obras de dudosa utilidad. Nadie había visto que las represas se
estaban agotando. Nadie había notado que la Pachamama “otra clase está”, según
afirmó el clarividente inquilino de la vicepresidencia, al enterarse de la
crisis. No había sido culpa de nadie, sino del calentamiento global.
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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 24/11/2016
Imagen: “El dúo salvador”
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