Francesco Colonna
(1467). Sueño de Polífilo. Edición de Pilar Pedraza. Madrid:
Acantilado, 2008.
Rara joya
renacentista, título clave en la historia de la edición debido a sus abundantes
grabados (muy citados por Praz en su estudio de emblemática), y con una
estructura abigarradamente alegórica que no oculta sus fuentes clásicas
(Apuleyo en primer lugar, Vitrubio, Valerio Máximo, Ovidio, Plinio, acaso
Porfirio), cuenta el sueño y la lucha de amor que dentro de él libra el
Polífilo del título en busca de su amada ideal, la hermosa vestal Polia, a lo
largo de 38 capítulos cuyas letras iniciales forman la frase Poliam
frater Franciscus Columna peramavit. Sin embargo ha sido muy discutida
la identidad del autor, y es bastante movida la historia general de este libro,
de lo que da cuenta el sucinto pero sustancioso prólogo de Pilar Pedraza,
responsable de lujo de esta edición cuidadísima de Acantilado. Polífilo se
duerme en el primer capítulo y despierta en el último. En el sueño, buscando a
su amada, se pierde en un bosque, es perseguido por un dragón, se oculta en un
misterioso mausoleo y a partir de allí comienza una serie de ocurrencias
singulares de las que se destaca primordialmente la descripción de los
jeroglíficos, emblemas, trofeos y arquitecturas que va encontrando a su paso,
dotando a la narración de un enigmático y a la vez fascinante carácter estático,
islas de ideas comunicadas solo por el trayecto del héroe. El detalle de las
descripciones, que llega a un nivel de perfección maniático, insólito, y que
constituye la genialidad de este texto, hace pensar en la posibilidad de que
estas hayan sido hechas a partir de grabados ya existentes y no a la inversa,
planteando en cierto modo el enigma circular de la teoría de los mitos
etiológicos: ¿los juegos de palabras o las palabras polisémicas motivaron el
mito o el mito creó dicha polisemia? Compendio (o caricatura, según Croce) del
humanismo, destacaría particularmente el capítulo XIX, en que Polífilo va a ver
los antiguos epitafios del templo destruido, como el momento clave de este
elaborado texto; no casualmente el centro exacto de su esotérica arquitectura.
Un monumento
literario a la alegoría, junto con The Faerie Queene de
Spenser.
“Y se veían pasar
por las blancas gargantas los sonidos, que se difundían con modulada dulzura,
porque aquella carne era celeste y de composición divina, transparente como
cristalino y helado alcanfor refinado, teñido de carmesí” (465).
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De MICROLECTURAS,
19/10/2015
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