Monday, June 13, 2011

"1Q84", de Haruki Murakami/Entre mundos


Elvio E. Gandolfo

EL TÍTULO es una primera dificultad: no se puede pronunciar. Al menos en castellano. Porque en japonés el sonido Q es como el sonido 9, así que podría tratarse de una versión de 1984, el célebre y muy influyente libro de George Orwell, que preanunciaba en 1948 un año 1984 prepotente, dictatorial y tremebundo, donde la dictadura aplastante del Gran Hermano habría corrompido por entero incluso el lenguaje.

La gigantesca novela de Murakami ocurre en 1984, en Japón. En su extraordinaria combinación de fantasía y realidad, de complejidad y limpieza, en algún momento uno de los dos personajes centrales, la joven Aomame, explica con claridad por qué le llamará 1Q84 a ese año que está viviendo. Porque la letra Q aludiría, en inglés, a Question, o pregunta: una mezcla entre lo occidental y lo oriental, eje expresivo clave de Murakami. Ocurre que a esa altura, para ella, la realidad se ha vuelto resbaladiza: al parecer incluye dos lunas en el cielo, y una serie de rasgos pequeños o mayores de la vida social y cotidiana de los que parece no enterada, a pesar de que tendría que estarlo, por su costumbre de leer con detalle la prensa.

La vida de Aomame, instructora en un gimnasio, masajista en su vida visible, y asesina por debajo, se mezcla capítulo a capítulo con la de Tengo, un corpulento profesor de matemáticas en la fachada visible, y un "ghost writer" (o redactor oculto) de la novela enviada por una muchacha adolescente a un concurso, en su vida "oculta".

A partir de esas líneas argumentales iniciales, Murakami va tejiendo una red de gran complejidad por una parte, y de gran nitidez por otra. Como paradójico resultado, el misterio que habita muchos de sus rincones resulta aun más impenetrable. Cuando esta edición en un solo volumen de los dos primeros tomos de la trilogía original termina, el largo tramo recorrido, aunque incompleto, consolida una de las grandes novelas no solo del autor sino del género mismo tomado en su conjunto.

DIFUSIÓN Y CRONOLOGÍA. En su momento conocimos la obra policial negra y sueca arrasadora de Henning Mankell en el mismo sello Tusquets de Murakami, pero en un orden al principio arbitrario: a partir de La quinta mujer, un tomo avanzado de la saga del inspector Kurt Wallander. En el caso de Murakami también ha sido desordenada su difusión. Originalmente el autor fue dando a conocer novelas más bien breves (no superan las 250 páginas), puntuadas de cuando en cuando por una obra más
extensa y ambiciosa. Leído en el "orden español", por así llamarle, daba la impresión en cambio de que había escrito una serie de novelas con rasgos que tendían a repetirse a la larga (Sputnik, mi amor, Tokio blues, Al sur de la frontera, al oeste del sol) para después sorprender con una obra magna y extensa: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. En ella su mundo de hombres y mujeres más bien solitarios pero cazadores del amor y del sexo, implicados en historias que bordeaban o caían en el
terror y la fantasía, de pronto se cruzaba con una visión descarnada y terrible de la guerra de Japón con Rusia en territorio chino.

Cuando se conoce la cronología de su obra, sin embargo, faltaba conocer la extensa El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. De hecho en español es el libro narrativo previo a este, mientras que en Japón se difundió en 1985. La novela estaba escrita con mano aplomada y compleja, para comunicar solo al final dos mundos autosuficientes, colgados entre Kafka y Lewis Carroll. Por otra parte era el título que sucedía a una trilogía inicial: Hear the Wind Sing de 1979, y Pinball, de 1973 (que Murakami prefiere olvidar: fueron traducidas al inglés, pero no al español), y La casa del carnero salvaje (1982), traducida por
Anagrama. Como si El fin del mundo... hubiera proyectado un impulso especial, el libro siguiente, Madera noruega (título también de un tema de los Beatles, 1987), bautizado por Tusquets como Tokio blues en 2005, concentró como un rayo láser su poder de atracción y lo convirtió en una especie de ídolo pop, a tal punto que decidió vivir los años siguientes, entre 1986 y 1995, en Europa y Estados Unidos, para huir del éxito arrollador y sus consecuencias.

Regresó a Japón en 1995, después del terremoto que destruyó Kobe (su lugar natal) y del ataque de la secta "La Verdad Suprema" con gas sarín en los subtes de Tokio. También ese año editó Crónica del pájaro... que le dio una nueva profundidad a su figura: empezó a figurar como candidato al premio Nobel de literatura. Ya entonces había aparecido Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992), y después de El pájaro... siguieron Sputnik, mi amor (2002), Kafka en la orilla (2006, más extensa) y After Dark (2009): en todas hay una mezcla tensa y prolija, casi maníaca, de conductas y elementos, desde la música de jazz y pop,
pasando por determinados autores (Carroll y Kafka sobre todo), más personajes que bordean la catatonia afectiva, los roces o las zambullidas en el sexo y el afecto lesbiano, y un panorama nocturno de bares "ambientados". Murakami tuvo uno, antes del éxito arrasador de Madera noruega, y una de sus novelas incluye instrucciones para manejar un bar con eficacia.

OTRO MUNDO. El salto que da 1Q84 respecto a la obra anterior incluye varias direcciones. Por una parte no pierde nada de lo ya obtenido. Dicho de otra manera: los lectores fanáticos de Murakami encontrarán lo que buscan. Pero por otra, el libro se aparta de las dos obras largas anteriores (El fin del mundo... y Crónica del pájaro...) en un movimiento que combina una ambición mayor con un control más sereno del material.

Como mucho trabajador (genial o no) de la cultura popular (que Murakami no solo consume sino que también produce) no tiene empacho en recorrer zonas ya transitadas. Es imposible no recordar al malogrado sueco Stieg Larsson y su trilogía Millenium, cuando leemos que Aomame mata a maltratadores de mujeres (como la protagonista punk de Larsson), o no
pensar en una serie televisiva como Fringe (o numerosos ejemplos de la ciencia ficción, empezando por Philip K. Dick) cuando se va afirmando la idea de al menos un universo paralelo (de resolución aún pendiente en el tercer tomo). Pero la mezcla y el estilo, que disimula porque no lo ejerce sobre el lenguaje sino sobre los climas o la estructura, son puramente propios. Sobre todo en este caso: cuando ya tiene instalados una serie de elementos muy fuertes, en vez de acelerarlos los va enlenteciendo. Más de un personaje cita a Dickens, y el propio autor mencionó a Balzac como ejemplo de lo que quería lograr esta vez.

A partir de la mitad, es decir del primer tomo, el libro se interna cada vez más en las infancias de sus personajes y sus consecuencias en el presente de 1984. Tanto Aomame como Tengo, como Fukaeri, la misteriosa autora de "La crisálida del aire", novela que Tengo reescribe y ordena, van siendo cada vez más humanos y tridimensionales, sobre todo a través de esa infancia. Es allí también donde está sepultado un momento mágico en que Aomame, en la primaria, toma la mano de Tengo, momento que ninguno de los dos olvida, aunque no vuelven a verse.

LA NO-FICCIÓN. Otro rasgo de Murakami que el lector en español desconoce es la producción de la llamada no-ficción, o crónica y periodismo. Se trata sobre todo de Underground, una sólida investigación sobre el atentado con gas sarín en los subtes de Tokio. Para eso entrevistó a sobrevivientes o parientes y amigos de las víctimas fatales, y por otra parte a integrantes de la secta que realizó el atentado. El rastro que ese trabajo dejó en su propia obra fue muy fuerte: el tema de las sectas, su origen y posterior desviación o separación en ramas distintas, y el modo en que inciden en las vidas sobre todo de los hijos de sus partidarios, integran buena parte de la trama central de 1Q84.

Vale la pena sin embargo comparar el tratamiento del tema en el mundo real, periodístico, y dentro de su obra creativa. En Underground hay un hincapié en el rastro de dolor y sufrimiento que dejó el atentado entre las víctimas, por una parte, y el modo en que los sectarios tratan de explicar racionalmente su opción. Ambos hilos se cruzan al final, cuando los ciudadanos afectados, lejos de manifestar deseos de venganza, confían del todo en la justicia, que por último decidió condenar a muerte al líder de la secta e impulsor ideológico del atentado.

En la novela las sectas son dos con un mismo tronco. Aparecen de a poco, pero se vuelven cada vez más importantes en las vidas de los implicados, o en la apertura aparente de puertas a la invasión de seres malignos como "the little people" (la gente pequeña), que comienzan por ser una referencia en la novela "La crisálida del aire" de la adolescente Fukaeri, para afirmarse en la "realidad" del libro cerca del final. En el manejo de elementos semejantes, Murakami alcanza un tono esquivo y a la vez concreto, muy japonés, semejante al que logra el gran director de largometrajes animados Hayao Miyazaki (El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro, El castillo vagabundo), otro genial mezclador de vida cotidiana y fantasía.

LA DIARIA. Aparte del efecto de frenado del delirio mediante el detallismo para anclar mejor la zona extraña (una luna doble, por ejemplo), Murakami puebla la trama con personajes secundarios también detallados y memorables, desde la anciana rica y su guardaespaldas que le encargan los "trabajos" a Aomame, hasta el editor fastidioso y resbaladizo patrón de Tengo, o su "padre" formal (no biológico), explotador, hasta una serie de apariciones fugaces pero memorables, como la del taxista del primer capítulo.

También está minuciosamente descripto el paisaje sexual de los personajes. Cada uno de los dos probables amantes futuros separados desde la infancia, se las arregla con un enfoque funcional del tema: Aomame con relaciones fugaces con hombres tirando a calvos, realizadas a partir de cierto momento con su impensable compañera nocturna y después amiga: una mujer policía; Tengo con una mujer casada vigorosa en la cama, y rutinaria por necesidad en sus costumbres (un mismo día de la
semana, una misma hora).

El tema se vuelve peligroso cuando empieza a invadir el mundo infantil. Hay una serie de violaciones de niñas que se conectan con el tema de la secta, donde el estilo es tan minucioso (y temible, en este caso) como en los personajes centrales.

En las novelas extensas anteriores Murakami perdía a menudo la presión acumulada en exploraciones de callejones laterales. La confianza del lector en que la recuperaría se veía satisfecha a las pocas páginas. Acá la tensión es distinta. Cuando el autor/demiurgo podría caer en la facilidad de acelerar sobre un suspenso ya bien obtenido mediante elementos extraños o directamente policiales o de "thriller", el ritmo se hace más lento. En algunos casos se trata de capítulos clave, como la larga charla entre Aomame y el líder de la secta, que bordea lo monstruoso en su físico mismo, pero que argumenta con complejidad sobre los aspectos más repugnantes o miserables de su actividad.

Esa forma nueva de tratar una trama tan compleja parece resultado directo tanto de las nuevas realidades absorbidas por Murakami en su trabajo de no-ficción o en la historia reciente de Japón, como de la madurez personal (hoy tiene 62 años) y estilística lograda, a despecho del éxito arrollador que podría haberle hecho perder el rumbo mediante la facilidad de elecciones o la falta de definición en los numerosos temas difíciles abordados.

LA ESQUIVA REALIDAD. En ese sentido es útil relacionar su obra con la de algún director de cine, como David Lynch, que aunque se inclina más hacia el costado extraño del mundo y sus personajes, también ancla los momentos más delirantes de su imaginería en convicciones sólidas de orden político o "real", como en su reciente y también extensa Imperio (donde se interroga sobre el papel de las mujeres y su maltrato).

Pero Murakami se aparta tanto de él como de un Philip K. Dick, o incluso de él mismo en libros anteriores. El tema de las dos lunas es ejemplar: más de una vez tiende a convertirlo en duda acerca de la percepción de Aomame. A la luna amarilla, plena, real, se le agrega una luna más chica, verdosa, como vieja, que orbita alrededor de la anterior. Pero conocedora de la facilidad con que los humanos decretan la locura de quien percibe distinto, Aomame tantea con cautela, interrogando qué ven quienes la rodean, en la noche. Ninguno habla de dos lunas.

Otros rasgos son más esquivos. En eso se acerca a William Gibson, que en sus últimos libros se ha apartado de la ciencia ficción para explorar el mundo contemporáneo a secas, tan raro como el futuro o los otros mundos. Aomame duda, por ejemplo, acerca del momento en que la policía cambió de modelo de armas, a partir de un enfrentamiento a tiros con una de las sectas.

Su duda abarca dos planos: o puede tratarse de simple deriva psíquica hacia la falta de contacto con la realidad, o puede ser la sobrecarga de información que alcanza el mundo, poniendo a prueba la capacidad del "disco duro" del cerebro personal. Entretanto, se aferra como puede a los rasgos básicos de su persona y su personalidad: ante todo al lejano recuerdo de Tengo; más cerca, está dispuesta a cambiar por entero de identidad, siempre que pueda conservar sus propios pechos, escasos pero
inconfundiblemente propios.

Un primer final. Como siempre, la música tiene un papel central, incluso estructurador, pero no de manera "culta", evidente. Un tema de Janácek, la Sinfonietta, abre la primera página. Después figuran referencias diversas. La principal es "El arte de la fuga" de Johann Sebastian Bach, que aparece en el texto, y también estructura los dos libros, en dos series de 12 capítulos cada una.

Por suerte el libro incluye escenas suficientes como para que quien no pueda absorber la mezcla lograda por Murakami pueda abandonarlo pronto. Quien siga se verá intrigado por las vueltas más que del argumento, de las personalidades de sus personajes, y sobre todo por el estado inestable del mundo en que ocurren las cosas.

Poco a poco, sin embargo, da la impresión de que el propio creador de ese mundo va quedando absorto en él, empapado por sus maldades y bondades, por sus contactos "reales" con el mundo concreto y su aparente fuga hacia otro, donde hay dos lunas. Dicho de otro modo: la convicción que siente el propio autor sobre su existencia se transmite a quien lee.

En Estados Unidos decidieron esperar hasta octubre para dar a conocer toda la obra de una sola vez. En castellano Tusquets esperará también hasta ese mes para hacer circular el tercer y último tomo.

Pero hay un efecto extraño en esta lectura incompleta. Hacia el final, los capítulos 23 y 24 tienen una carga tal de crisis y catarsis en cada uno de los dos personajes (que por fin se han acercado, sin llegar a tocarse en sus círculos de movimiento), que el efecto es el de haber leído un libro completo y brillante, hondo, conmovedor incluso. Por eso hay que rogar al Dios de las Novelas Largas que Murakami logre mantener este difícil equilibrio durante esas muchas páginas que faltan.

En el primer capítulo, Aomame parece acceder a otro mundo cuando decide abandonar un taxi atrapado por un embotellamiento enorme. Lo hace para bajar, por indicación del taxista, por una torre y escalera junto a la autopista, pensada para casos de crisis: es, de algún modo, como el agujero de conejo por el que la Alicia de Carroll baja al País de las maravillas. Pero cuando, en un círculo perfecto, Aomame vuelve al mismo punto, el agujero ya no está. Tal vez porque se trate de otro mundo. Tal vez, en cambio, porque ahora Aomame ha superado un umbral personal de madurez que le impide escapadas fáciles.

En todo caso hay que tener en cuenta la advertencia del taxista en las primeras páginas. Como en mucho creador de arte popular y alto al mismo tiempo, para Murakami muchas veces la clave salvadora está en algún personaje de la calle. Como las escaleras de emergencia a las que va a acceder no las conoce nadie, e implican subir ilegalmente una cerca, el taxista se siente obligado a hacerle una advertencia: "Me gustaría que recordara lo siguiente: las apariencias engañan". Como Aomame no entiende del todo, el taxista le aclara que lo que está por hacer le dará la sensación de algo que no es del todo normal. "Pero no se deje engañar por las apariencias. Realidad no hay más que una".

Haruki Murakami en el Cultural

Comentario de Sputnik, mi amor, por Felipe Polleri. (Nº 706, 16 de mayo 2002)

"Casablanca oriental", nota sobre Al sur de la frontera, al oeste del sol, por Elvio E. Gandolfo. (Nº 742, 23 de enero 2004)

"Viaje a una mente japonesa", nota de tapa sobre su obra, por Mercedes Estramil. (Nº 840, 9 de diciembre 2005).

"El joven llamado Cuervo", comentario de Kafka en la orilla, por Roy Berocay (Nº 917. 1º de junio 2007).

Comentario de Sauce ciego, mujer dormida, por Felipe Polleri (Nº 978, 8 de agosto 2008).

Comentario de After Dark, por Andrea Blanqué (Nº 1008, 6 de marzo 2009).

"Un discurso hipnótico", nota sobre El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, por Mercedes Estramil (Nº 1074, 2 de julio 2010).

"Aguantó sin caminar", nota sobre De qué hablo cuando hablo de correr, por Mercedes Estramil (Nº 1086, 24 de septiembre 2010).

Los otros relatos

MÁS AÚN QUE en otras novelas, Murakami trenza su relato con otros. Por una parte está la novela "segunda" "La crisálida del aire". Durante cientos de páginas las referencias son tangenciales, generales. Pero de pronto es leída por un personaje, y conocemos su argumento en detalle. A su vez ese conocimiento redundará en efectos concretos sobre la vida de los personajes.

En otro momento se trata de La isla de Sajalin, un libro de "no-ficción" de Antón Chéjov, donde el autor ruso visita una colonia penitenciaria. Al leérselo a Fukaeri, ella aísla la figura de los "guiliacos", una raza salvaje de la estepa, que no usa los caminos usuales, y cruza en hilera por cualquier parte del vasto desierto. Como hacen, de hecho, los personajes de la propia novela de Murakami.

Por último está "El pueblo de los gatos", de "un autor alemán", que Tengo lee mientras viaja a ver a su "padre" en un geriátrico. Cargado de intriga y misterio establece relaciones oscuras con el mundo donde está insertado Tengo. En el cuento el ser humano filtrado en el pueblo de gatos es una anomalía, captada por el fino olfato de los felinos. Cuando quiere irse en el tren que siempre para allí, el tren no se detiene, y el joven descubre que se ha perdido. "Aquél era el lugar en el que debía perderse. Un lugar ajeno a este mundo que habían dispuesto para él. Y el tren jamás volvería a detenerse en aquella estación para llevarlo a su mundo de origen".

De El País, Montevideo, junio 2011

Imágenes: Libros del autor

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