Friday, June 3, 2011
Troilo según Horacio Ferrer/Manual para el arte de escuchar
Hugo García Robles
EL DOMINIO del tango, forma popular compleja que pertenece a las dos orillas del Río de la Plata, con el inevitable peso mayor de la ribera argentina sin desmedro del aporte uruguayo, hace décadas que ha encontrado un paladín en la figura y la obra de Horacio Arturo Ferrer. Uruguayo de nacimiento y porteño por adopción, hace tiempo que reside en Buenos Aires, ciudad de la cual es ciudadano ilustre, rodeado de la estima y admiración del inabarcable público del tango en esa ciudad.
El tango es complejo porque suma una coreografía, una música, una letra, rondando por lo tanto en varias áreas culturales. En cuanto a las letras de tango, Borges decía con razón que a veces pensaba que la mejor poesía argentina no estaba en La urna de Enrique Banchs o en "Luz de provincia" de Mastronardi, sino en las letras de tango que atesoraba una revista. Aludía de ese modo a El alma que canta, hermana de la uruguaya Cancionera, ambas consagradas a recoger letras de tango.
Ferrer es, además de ensayista e historiador del tango, un formal poeta que con Romancero canyengue de 1967, puso la pica del modernismo en la cancha del tango. Sus textos han sido musicalizados por Piazzolla en una convergencia feliz.
Su obra de ensayista e historiador es vasta, con algunos aportes de tamaño enciclopédico como los tres tomos de El libro del tango. A ella se suma El gran Troilo. Cien capítulos sobre su arte, persona y vida.
Tarea muy difícil sería encontrar un autor más competente en el gran artista que fue Troilo. Ferrer no sólo es idóneo por sus conocimientos sino que, además, fue durante décadas un amigo muy próximo de Pichuco. Una amistad que finalizó solamente con la muerte del músico.
Una dinastía de bandoneones. Siempre es posible advertir constantes y paralelismos en las creaciones del ámbito popular. El jazz y el tango, por ejemplo, son ambas criaturas del arrabal, con ribetes prostibularios y en ambos casos, con creadores capaces de elevarse sobre ese bajo pedestal hasta las alturas de lo excelso. Por otra parte, si en la New Orleans de los comienzos del jazz hubo en el distrito pecaminoso de Storyville una verdadera heredad de trompetistas que desde Bunk Johnson, Buddy Bolden, Keppard o Joe "King" Oliver, se suceden hasta alcanzar la gloria de Louis Armstrong, ello puede reflejarse en el bandoneón. El "fueye", que desde sus orígenes germanos, casi un órgano de mano, se transforma en la voz insustituible de la música popular rioplatense, pasó también desde los comienzos del siglo XX por las manos de Juan Maglio (Pacho), Arolas, Bernstein, Pedro Láurenz, Pedro Maffia, del uruguayo Minoto di Cicco hasta alcanzar en Aníbal Troilo la coronación de una filogénesis sonora insuperable.
En cien capítulos Ferrer retrata al hombre, su circunstancia, los otros artistas que lo rodeaban y a veces lo acompañaban como parte de sus propias agrupaciones instrumentales, que no fueron solamente orquestas.
Héctor della Costa pone un breve prólogo y el propio Ferrer en "Pichuco y su amigo duende" expone la intención del libro y de los dos CDs que lo acompañan, comentados por el autor y que registran también la voz del bandoneonista, de su esposa Zita, interpretaciones y poemas. Todavía, antes de los cien capítulos se inserta el poema "Troilo", que con música de Raúl Garello formó parte del libro Salón Buenos Aires, rimas y murales de Horacio Ferrer.
Cada capítulo aborda un tema concreto que en parte se justifica tal como lo declara el propio autor en "Pichuco y su amigo duende", porque todo el libro se basa en la serie de programas radiofónicos emitidos por Radio Rivadavia en 1987.
Contrapunto estelar. Ferrer coloca a Troilo en el contraluz de su entorno inmediato o bien contrapuesto a figuras de otro tiempo que justifican el cotejo. Así "Gardel y Troilo" incluye la anécdota del conocimiento que pudo hacer el bandoneonista del cantor en 1932. El libro detecta esta vecindad en el estilo artístico de ambos pero según testimonios de Raúl Berón se sumaba a ello el parecido físico.
La amistad de Ferrer con Pichuco se concretaba en las sesiones de mate, que sucedían en los domingos al inevitable fútbol, del cual el músico era aficionado sin fisuras .
De esa serie de enfoques se desprende un fresco donde la figura del músico se inscribe junto con la de sus cantores, su oficio como ejecutante, como director y arreglador. Por su puesto que contó con orquestadores de la talla de Galván, Piazzolla, Plaza y Garello, para citar algunos. Pero el color y estilo de su orquesta respondía al concepto que Troilo pedía a sus músicos, sus cantores y orquestadores.
En cuanto a los cantores, Ferrer se detiene en cada uno de ellos y los analiza y retrata. Pero siempre estaba detrás de esas voces el criterio definidor y definitivo de Troilo. Por ello la carrera de todos tuvo su mejor momento cuando cantaban en la orquesta de Pichuco. Al alejarse por sus propios caminos y alentados muchas veces por Troilo, no mejoraron lo que habían alcanzado junto al bandoneón magistral.
Algunos aspectos de Troilo, poco conocidos, son revelados en el texto de Ferrer. Por ejemplo, su don como poeta y como cantor. En los dos CDs se lo puede escuchar en el tango "La cantina", cantando y con su bandoneón, junto con Grela en guitarra.
En distintos capítulos el libro examina la relación de Troilo con sus colegas y, a la inversa, la de los otros músicos con Pichuco. Es muy perspicaz y profunda, también sorprendente, la afinidad que Ferrer detecta entre Troilo y Canaro. Otro tanto sucede con la vinculación que ata al insigne bandoneonista con el arte de Julio de Caro, relación que por otra parte es hija de la figura consular de Elvino Vardaro, cuyo sexteto contó con un Troilo muy juvenil en la década de 1930. Ese sexteto magistral actuó en el palco del café "Tupí Nambá" de Montevideo en 1937.
Una evocación nostálgica emocionante es la referencia en el capítulo 19, al homenaje a Troilo que con motivo de los 25 años de su orquesta tuvo lugar en Montevideo, en el Palacio Peñarol, que conmovió profundamente al músico. Troilo amaba a Montevideo, Ferrer consigna que tenía en este tema la misma visión de Borges. El propio Pichuco confiaba a Ferrer: "es el Buenos Aires de antes". El poeta de "Fervor de Buenos Aires" decía: "eres el Buenos Aires que perdimos".
El panorama que cubren los cien capítulos del libro es inabarcable y toca los más inesperados ángulos del músico y su inserción en el contexto cultural del Río de la Plata. Su vinculación con el gran poeta Homero Manzi implica una de las aristas más sensibles de ese vasto fresco que Ferrer dibuja. El autor roza apenas el tema que justificaría por sí solo un nuevo libro. La mágica concertación de Troilo y Manzi engendró "Sur", "Barrio de tango", "Discepolín" y una amistad que se mantuvo hasta en los momentos finales, cuando desde la clínica en la cual agonizaba, Manzi telefonea a Troilo los versos de "Discepolín".
En todo momento Ferrer señala lo que es preciso atender en las interpretaciones de Troilo, de modo que el libro se convierte, además, en una guía para escuchar a Troilo penetrando más profundamente en su mensaje de música y poesía.
EL GRAN TROILO. Cien capítulos sobre su arte, persona y vida, de Horacio Ferrer. Ediciones del Soñador, 2009. Buenos Aires, 359 págs. y dos CDs.
De El País, Montevideo, 2011
Imagen 1: Pichuco por Hermenegildo Sabat
Imagen 2: Homero Manzi, por Hermenegildo Sabat, en un sello postal argentino
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