Tuesday, August 30, 2011
Libros de carne y hueso
Ernesto Ayala
La obra de Sergio Pitol (México, 1933) transita, además de la traducción, por diversos géneros literarios: novela, cuento y ensayo. En todas estas tareas el premio Cervantes deja su impronta de creador cuidadoso en el arte de la heterodoxia. En su tríptico novelístico (formado por El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal) ya hay claras muestras de su manera distintiva de mezclar y reunir en una nueva unidad narrativa todas las posibles procedencias genéricas de las que se nutre. Entre la crítica no faltan colegas que ya han distinguido dicho tríptico como una obra posmoderna. En todas sus novelas, no sólo en el Tríptico, Sergio Pitol convierte cada solución narrativa en una reflexión narratológica. No porque la explicite, sino que queda incorporada en la textura de sus ficciones. Para el escritor mexicano el lugar de la ficción no es nunca un lugar sagrado, el espacio pétreo de la norma y la convención. Sus atajos, las sinuosas líneas de la intriga, las sombras que desparrama sobre sus novelas y cuentos son parte de su estrategia de composición. Los asuntos que trata, bajo el prisma de este personal método formal, desenmascara en parte la historia de México, a la vez que el propio ejercicio novelesco como mecanismo de interpretación de esa parte del territorio de la realidad que no tiene respuesta. Lector fervoroso del teórico ruso de la novela, Mijaíl Bajtín, Pitol sabe que no hay manera de acercarse a ninguna realidad sin que el arte salga indemne. No se sale como se entra. Una vez dentro de ella, la novela cambia, sus leyes ya no son las mismas.
La publicación de su nuevo libro, Una autobiografía soterrada, además de una investigación del espíritu, es la confirmación de las leyes de la distorsión artística que practica Pitol. Estamos hablando de una autobiografía en donde los libros y las lecturas que se han hecho son su materia angular. Si en El viaje (2001), el autor mexicano revivía (a la vez que reflexionaba) su experiencia soviética (en calidad de agregado cultural en la Embajada de su país) y, además, descubría el lado más horrible del estalinismo en la carne de los escritores rusos más emblemáticos, en Una autobigrafía soterrada asistimos a la disección del propio escritor como sujeto de invenciones. Pitol desmenuza su arte poética. Rinde con su escritura clara, homenaje a la claridad de Alfonso Reyes, a la potencia descifradora de Bajtín. Destripa sus propias obras. Se suma a Quiroga y Piglia con su abc del cuento. Explica las razones que lo llevan a urdir esas zonas de nadie y de nada que nos confunden adrede en sus novelas y cuentos. Leí este libro y aprendí. Este lúcido libro sobre seres de papel y seres de carne y huesos.
De El País, Madrid, 20/08/2011
Imagen: Sergio Pitol
El gran río de los mitos
William Ospina
La literatura del mundo amazónico ha sido en cinco siglos un largo diálogo de mitologías. Las que concibieron en centenares de lenguas los 10 millones de nativos que habitaban sus orillas a la llegada de los europeos, y las que aportaron el español y el portugués, que se consolidaban entonces y que con la aventura americana se convirtieron en grandes lenguas planetarias. Hay que leer El hablador, de Mario Vargas Llosa, o Macunaíma, de Mario de Andrade, para sentir la complejidad de los mitos indígenas y el modo libre, audaz y conmovedor cómo la sensibilidad mestiza los interroga y los transforma en inquietantes parábolas de la modernidad. “Una lengua”, escribió Jorge Luis Borges, “es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”.
Innumerables son las recopilaciones que se han hecho de tradiciones, relatos, mitos y sueños indígenas, pero podemos mencionar Los piros, relatos recopilados en el Perú por el sacerdote español Ricardo Álvarez en 1960; los Mitos e historias aguarunas, recopilados por José Jordana Laguna en 1974; La verdadera biblia de los cashinahuas, cuentos recopilados por el antropólogo francés André Marcel d'Ans en 1975, que ha sido llamada “Las mil y una noches del mundo indígena amazónico”; El universo sagrado, recopilado y reelaborado por Luis Urteaga Cabrera, de Cajamarca, quien convivió 10 años con los indígenas shipibos; y las recopilaciones Yaunchuck I y II que recoge la literatura oral de los jíbaros huambisa, publicadas en 1994.
En la región brasileña y venezolana, el etnógrafo alemán Koch-Gruneberg recogió las leyendas e historias de los indígenas taulipangues y arecunás, que dieron a conocer un mundo rico de imaginación y de conocimientos e inspiraron en Brasil a Mario de Andrade, en una semana inolvidable de 1928, su novela Macunaíma. Es una rapsodia que mezcla el espíritu de los romances medievales y la atmósfera de las ciudades fantásticas con el ritmo de la novela picaresca para producir una de las grandes fusiones literarias contemporáneas.
La selva es un laberinto insondable, pero el río es un camino abierto, una inmensa vía de comunicación que unió desde siempre a los pueblos de la cuenca, y comunicó al mundo del Caribe con las regiones andinas. Las poblaciones y las lenguas del río llegaron del mar, y así lo narran los distintos pueblos en el mito compartido de las grandes anacondas que entraron por la desembocadura y remontaron los cauces de agua.
Un país
Esta inmensa cuenca que hoy se reparten ocho países es un gran país en sí misma, el mayor sistema de aguas dulces del planeta, y es comprensible que en el Amazonas todo sea superlativo: sus mil tributarios, su extensión, su caudal, el territorio que abarca y la selva que nutre. La cantidad de agua que mueve es un océano circulante; porque es una décima parte del mundo que contiene sin embargo la mitad de su patrimonio biológico.
Grandes hechos de la historia suelen ser inesperados y pasar casi inadvertidos. Fray Gaspar de Carvajal no se habría atrevido a compararse con los altos autores del Siglo de Oro español, pero es hoy el símbolo de la curiosidad con que la lengua española registró el descubrimiento del río más largo y caudaloso del mundo y de la selva que lo ciñe. Fray Gaspar no era un literato; sólo su afición a registrar todo lo que ocurría lo convirtió en cronista accidental de una expedición fabulosa, la de Gonzalo Pizarro en busca del País de la Canela más allá de los montes nevados de Quito. Los infinitos caneleros no existían, y en vez de un bosque rojo de una sola especie los viajeros encontraron la selva amazónica, la mayor variedad de plantas del mundo, pero en aquellos tiempos esa no era una buena noticia: necesitaban oro, metálico o vegetal.
Orellana fue desde entonces uno de los personajes de la literatura amazónica, y su carácter ha oscilado en las letras entre el héroe abnegado y sutil, conocedor de lenguas y gran caudillo de hombres del relato de Carvajal, hasta el villano que premeditadamente traiciona a Pizarro y huye con el barco de la expedición llevándose cien mil pesos de oro, la paga de los soldados, y las piedras preciosas que habían obtenido por las montañas, en crónicas como la Historia del reino de Quito de Juan de Velasco.
Veinte años después del viaje de Orellana vino la expedición al Amazonas de Pedro de Ursúa, que dio origen al ciclo literario de Lope de Aguirre. El navarro Ursúa, quien había guerreado diez años en tierras de lo que hoy es Colombia, intentó en 1561 repetir la aventura de Orellana y buscar el país del hombre de oro, pero cometió dos errores, llevarse en su expedición a la mujer más bella del Perú, la mestiza Inés de Atienza, con sus doncellas, y reclutar, entre otros villanos, a Lope de Aguirre, quien encabezó la sublevación que dio muerte a los dos amantes, se apoderó de la expedición, hizo un viaje sanguinario, y provocó libros como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender; Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, de Miguel Otero Silva; El camino de El Dorado, de Arturo Uslar Pietri; Los marañones de Ciro Bayo, y películas como Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog, o El Dorado, de Carlos Saura.
Ursúa y Aguirre tuvieron sus cronistas: Francisco Vásquez, Pedrarias de Almesto, Toribio de Ortiguera, Custodio Hernández, Pedro de Munguía y Gonzalo de Zúñiga, quien también escribió un poema, La jornada del Marañón. Algunos de estos episodios fueron versificados temprano en el poema más extenso de la lengua española, Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, la más vasta y ambiciosa crónica de la conquista americana, el poema que descubrió América para la poesía, y una de las obras más singulares de la literatura universal. De este gran poema se han nutrido por siglos cronistas e historiadores como fray Pedro Simón en sus Noticias historiales, y fray Pedro de Aguado, cuya reconstrucción del ciclo de Ursúa y Aguirre ocupa 400 páginas de su Recopilación historial. Existe también la obra inédita El Marañón, de Diego de Aguilar y Córdoba, 1578, y el Nuevo descubrimiento del Amazonas, 1641, de Cristóbal de Acuña.
Los ocho países de la cuenca tienen cada uno una notable literatura amazónica. Baste mencionar la novela Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, cuyo tema no es la selva y el río, pero sí la lucha entre la fuerza incontrolable de la naturaleza y el esfuerzo humano por someterla a sus leyes. Un lugar destacado ocupa la novela La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, cuyo escenario sí es la selva, pero cuyo infierno son menos los laberintos vegetales que el horror de las caucherías donde las fuerzas del progreso masacraron a centenares de miles de indígenas. Larga es la lista de novelas, relatos y poemas que giran sobre el poder de la selva, pero el tema volvió renovado en La casa verde, de Mario Vargas Llosa, cuya prosa densa, abigarrada, cambiante, es como esa maraña en la que ocurren intempestivamente las cosas; donde formas, colores, temperaturas, aromas, seres, gestos y pensamientos se organizan y fluyen haciendo del lenguaje un tejido poderoso y orgánico. Hay en esta obra un esfuerzo evidente por lograr que la realidad de la selva se apodere del lenguaje. y allí, en vigoroso contrapunto, el río y la selva son lo sucesivo y lo simultáneo, lo uno y lo múltiple, lo homogéneo y lo diverso.
Lo mismo puede decirse de la obra monumental de Euclides da Cunha, Los sertones, de 1902. Libros donde la tierra no es paisaje sino un personaje más poderoso que los otros, una fuerza que invade la lengua y le da su textura y su poder, de modo que lo que ocurre no puede separarse jamás de cómo ocurre. Novelas mestizas y mulatas como las de Faulkner, novelas río llenas de savia y sangre, de la vegetación macerada y los enigmas de la tierra fecunda, donde casi no alcanzan los tropos literarios de la tradición para dar cuenta de un mundo inabarcable, de fecundidad destructora.
Los sertones es la historia de cómo 30 mil hombres asediados por la sequía, maltratados por la pobreza y humillados por los señores, se atrincheraron en la región de Canudos y vivieron en comunidad esperando el fin del mundo bajo los sermones inspirados del predicador campesino Antonio Conselheiro, y fueron masacrados por el ejército de la joven república acusados de pretender restaurar la monarquía. Este mismo fue recreado en La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.
Ya el Amazonas no es sólo tema de historias locales sino escenario de una gran literatura mundial. Desde los primeros cronistas del siglo XVI, pasando por los misioneros del XVII, exploradores del XVIII y el XIX como Alejandro de Humboldt, que combinaron la curiosidad de la Ilustración con la pasión del Romanticismo, novelistas como Julio Verne, Ramón J. Sender y Hartzell Spence, hasta antropólogos, etnólogos, geógrafos y botánicos del siglo XX, como Wade Davis, autor de la monumental obra El río, el mundo amazónico se ha convertido en un gran tema de estudio y reflexión a medida que la degradación de la naturaleza planetaria y el cambio climático lo señalan como la gran reserva de respuestas para los desafíos de la época.
El País, Madrid, 20/08/2011
Imagen: Fotografía de Koch-Grünberg, 1904.
Friday, August 26, 2011
DESENTRAÑANDO NUESTRO CARIBE/BAÚL DE MAGO
Roberto Burgos Cantor
La idea es fascinante. Es probable que hayan sido los economistas quienes introdujeron la idea de que las regiones pierden los años, como los estudiantes. La idea involucra una semilla de inconformidad y destino: hay que ganar los años para vivir mejor.
No es únicamente esa la idea virtuosa que se desprende de Por qué perdió la costa Caribe el siglo XX y otros ensayos de Adolfo Meisel Roca.
Este autor ha logrado en sus diverso ensayos algo apreciable para la comprensión de Colombia: por lo general encuentra algún elemento, hace una reflexión, que cambian las repeticiones aceptadas como verdades. Esta manera de armar un nuevo escenario, una trama de causas, aún en los temas arduos, tiene el atractivo de las pesquisas de los investigadores de la novela negra clásica.
Quién lo dude podrá leer el ensayo referido a la fábrica de tejidos Obregón de Barranquilla. Ordenar las piezas a partir de un diario llevado por un técnico español, conservador, casto y neurasténico, extraviado en la algarabía del trópico, es una hazaña de narrador. Esa reconstrucción le permite a Adolfo Meisel sacudir las caricaturas con las cuales se representa al empresariado del Caribe, hombres de camisas de flores, pantuflas y bailoteo perpetuo. Ineptos para la aventura del progreso. Viejo fetiche.
En Por qué perdió la costa Caribe el siglo XX se van a hallar un conjunto de ensayos que parecen refundar un espacio cierto de apreciación de fenómenos que han sido interpretados con malicia o informaciones deficientes. Esto no constituye un ejercicio inocuo de correcciones. Es una mirada indispensable para establecer causas reales, revisar distorsiones y efectos acumulados que han impedido las soluciones y han alentado la justificación de atribuir las desgracias colombianas a motivos estructurales, a veces prima el lenguaje de la sanidad y se utiliza endémicos. Se le confiere a lo estructural una condición de eternidad. Y a la eternidad un poder de inmodificable.
Con la ironía que Borges usaba para sus arbitrariedades felices, dijo, lo recuerdo incompleto, que la universidad debería insistir en lo antiguo porque si insiste en lo contemporáneo es inútil, amplia una función que cumple la prensa.
En los estudios de Meisel, en más de una situación se acerca a provocar al lector una conjetura. Lo antiguo no resuelto persiste es el monstruo del presente.
De muestra el texto en el cual se observa como el análisis del contrabando en la Nueva Granada, repite sus imprecisiones en los debates sobre el tamaño, en la economía actual del narcotráfico.
Se avanza en la lectura y se percibe que el autor prefiere la precisión de las cuestiones: una familia de gaditanos que hacen comercio en Cartagena de Indias; el situado y los gastos de la defensa; una empresa de tejidos. Eso en la novela sería la importancia del detalle, en la historia económica es la posibilidad de a partir del fragmento situar una totalidad sin acudir a las abstracciones.
Meisel confiesa que un amor de lectura lo conduce a puntos del Caribe, así comienza. Y al terminar otro acto de amor: su lucha es la de Said contra las imposiciones.
De El Universal, Cartagena de Indias, agosto 2011
Imagen: Portada de ¿Por qué perdió la costa caribe el siglo XX? y otros ensayos
"El delirio proyectual"
Juana Libedinsky
(desde Madrid)
TODOS EN la familia (y prácticamente todos en la familia política) de esta redactora son arquitectos o estudiantes de arquitectura. Viviendo en España en la última década, esto significó tenerlos de visita de forma frecuente.
La razón (más allá del cariño y un sofá-cama siempre disponible) era muy simple: España era la gran vidriera internacional para los proyectos de los llamados starchitects, profesionales del diseño de avanzada tan mediáticos que el público general los reconoce casi como a un personaje de Hollywood -y cuya obra los arquitectos o aspirantes deben conocer para no quedar totalmente fuera del ambiente. Se trata de un concepto que revolucionó la sociología de la construcción: los desarrolladores
inmobiliarios y municipalidades de todo el mundo se pelean por tener alguna obra suya, y si ésta deviene icónica y con la firma de autor bien reconocible, garantiza la atención inmediata para la obra y para la ciudad.
Varias ciudades españolas experimentando en esta línea un boom de la construcción sin precedentes, superaron, incluso, experimentos similares en Asia. Para los starchitects, "España ha sido (…) algo parecido al paraíso terrenal", sostiene Llàtzer Moix, editor de la sección Cultura del diario La Vanguardia de Barcelona y autor del libro Arquitectura milagrosa.
No todos los resultados ibéricos fueron exitosos. Algunos -para Moix, la mayoría incluso- fueron sonados fracasos si se toma en cuenta las expectativas iniciales, los presupuestos que se multiplicaron exponencialmente y las fallas serias en funcionalidad y estética. Esto podría haberse convertido en un gran escándalo nacional, dada la magnitud de la crisis económica actual que azota a España. Pero no; hubo, salvo casos puntuales, una suerte de silencio, una omertá al respecto. Según Antonio Pérez Reverte (en El País de Madrid), se debe a que el establishment mismo de los arquitectos -y de los arquitectos que escriben sobre arquitectura- protegía a los excesos de las críticas. Escribió: "Un arquitecto, si oye a un lego criticar a otro arquitecto,
de manera inmediata sale en su defensa, con una mezcla muy curiosa de altanería y condescendencia (…) Si decimos algo negativo, o inconveniente, nos mirarán de inmediato como a penosos retrasados mentales".
En este contexto es llamativa la obra de Moix, con opiniones duras o (en ocasiones) halagadoras, "un relato escrito en el presente del mejor periodismo y el testimonio de un pasado que la quiebra de la economía ha precipitado a la ruina", escribió sobre el libro Pérez Reverte.
Moix, autor también de La ciudad de los arquitectos (1994), un texto clásico sobre la transformación urbana y arquitectónica de la Barcelona olímpica, sin embargo no escribe desde la furia o el enojo, sino -como ya adelanta el subtítulo del libro, "Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim"- desde la suave ironía que caracteriza a su persona. Y a pesar de lo crítico de su texto, nadie quedó mirándolo como a un penoso retrasado mental: de hecho, al momento de hacer esta
entrevista, estaba de visita en Madrid como jurado de la Bienal de Arquitectura.
DANZA DE MILLONES.
-La arquitectura milagrosa fue un fenómeno común a muchas ciudades del mundo en los últimos años. ¿Qué tuvo de particular o distinto España?
-En España el fenómeno se distinguió por su intensidad, debida quizás al éxito fulgurante del Guggenheim de Bilbao: abrieron en 1997 y esperaban 500.000 visitantes al año, como mucho. En 1998 triplicaron esa cifra. Durante los años sucesivos las principales ciudades del país, y no pocas menores, creyeron que su futuro dependía de dotarse de la obra de un arquitecto estrella. Grandes figuras como Foster, Hadid o Nouvel llegaron a tener en España entre cinco y diez proyectos en marcha,
simultáneamente. A veces, tenían incluso más en España que en sus respectivos países de origen.
-Tras seguir el proceso tan de cerca, ¿qué es lo que más te sorprendió?
-Varias cosas. Por ejemplo, los insuficientes estudios previos sobre las necesidades culturales reales de las comunidades en las que se iban a construir las obras de los arquitectos estrella (a menudo museos, teatros, óperas, bibliotecas, etc.). También el delirio proyectual de algunos arquitectos estrella, sumado a la impericia como clientes de muchos políticos que les encargaron obras. También la inconcreción de tantos programas vaporosos de los grandes edificios. La acumulación de estos y otros factores ha dado obras de precio desmesurado y carísimo mantenimiento.
-¿Cuáles son los mejores y peores ejemplos?
-El peor ejemplo, en lo relativo a su volumen y a su costo, es la Ciudad de la Ciencia y la Cultura de Valencia, realizada -salvo dos piezas póstumas de Félix Candela- por Santiago Calatrava. Empezó con un presupuesto de poco más de 300 millones de euros y ya se acerca a los 1.300. La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, debida a Peter Eisenman, fue a concurso con un presupuesto de 108 millones de euros y ya anda por los 500, con el agravante de que sólo dos de sus seis grandes edificios están inaugurados. La crisis económica, con los subsiguientes recortes, ha tenido un impacto muy negativo sobre esta
iniciativa. Si los peores ejemplos han sido los que han reunido a arquitectos ensoberbecidos y a políticos ignorantes de lo que significa controlar una obra, los mejores ejemplos han sido aquellos en los que ha ocurrido lo contrario.
-¿Te parece que para ciudades periféricas como Montevideo algo así puede funcionar?
-Puede funcionar en cualquier lugar. Pero sucede muy de tarde en tarde. El único caso de éxito claro en España es el Guggenheim de Bilbao. Esta obra ha regenerado una ciudad que estaba contra las cuerdas, que en los años 80 del siglo pasado tenía la industria siderúrgica obsoleta y problemas de paro, terrorismo y drogas. Se hizo una gran y arriesgada inversión y salió bien. La mayoría de intentos emulatorios registrados en España, sin embargo, ha salido mal. La arquitectura puede haber sido
más o menos afortunada. Pero en términos de rentabilidad, las inversiones han sido tan desmesuradas como ruinosas.
-Dos arquitectos uruguayos, Carlos Ott y Rafael Viñoly, han tenido una gran relevancia internacional. ¿Los consideras starchitects? No mencionas grandes proyectos de ellos en España en tu libro.
-En la arquitectura estelar, como en el fútbol, hay distintas divisiones. En un momento dado, los grandes arquitectos estrella, los que se permitían pedir hasta un 15% del costo de la obra en concepto de honorarios, podían contarse con los dedos de las dos manos: Foster, Herzog & De Meuron, Hadid, Nouvel, Gehry, Calatrava, etc, eran los que tenían un predicamento más extendido y "licencia para construir" en casi cualquier sitio. El resto jugaba en la siguiente división. Viñoly tiene un magnífico edificio en Tokio, por ejemplo, pero su consideración global quizás no ha sido comparable a la de los antes mencionados.
Éxito que era declive.
-¿Cómo cambió el atractivo o la fe que se tenía en los starchitects tras la crisis? ¿Y cuál es el futuro de la arquitectura milagrosa?
-La arquitectura milagrosa tenía en cualquier caso los días contados, iba a enfrentarse a una muerte natural cuando cada ciudad del planeta, o casi, tuviera su edificio icónico, llamativo, espectacular, y ya no tuviera sentido para sus vecinas, o para ellas mismas, intentar distinguirse con un bibelot arquitectónico muy estrafalario. Por tanto, su éxito global anunciaba, en cierta manera, su declive. Ahora bien, la arquitectura milagrosa no ha fallecido de muerte natural, sino de muerte accidental, debido a la crisis económica, que ha convertido en inviables proyectos que antaño ya fueron descomunales, y que ahora, con las restricciones económicas en curso, son además inabordables.
-Si fueras alcalde de una ciudad, ¿con qué arquitecto o tipo de arquitecto te sentirías seguro?
-Si tuviera que gestionar fondos públicos, intentaría que el equilibrio entre la calidad arquitectónica de la obra, su funcionalidad y sus costos de construcción y mantenimiento fueran razonables y asumibles. Cualquiera que se avenga a cumplir esa regla y que tenga algo interesante que aportar sería bienvenido. De todos modos, las ciudades deben progresar sobre la base de una sociedad organizada y solidaria, y no a partir de la supuesta magia o los supuestos milagros que supuestamente pueden producir determinados edificios. Hay otra razón para frenar los abusos de la arquitectura estelar en nuestras ciudades. Hace un cuarto de siglo, todos los museos creían imprescindible exhibir un Merz, un Long, un Kounelis, etc, y así hasta diez autores de un "top ten" que parecían los únicos existentes. En arquitectura, durante los últimos quince años, ha pasado algo similar. Parecía que los únicos arquitectos interesantes en el mundo eran los del "top ten", con los previsibles daños para el resto de los profesionales y de las tradiciones locales.
-¿Cómo afecta que gran parte de estos starchitects que dejaron su marca en España sean extranjeros, cómo es la dinámica con sus pares españoles?
-La mayoría de los arquitectos, sea cual sea su nacionalidad, aspira, y en un mundo globalizado todavía más, a construir en cualquier lugar donde su talento sea apreciado. Eso vale tanto para los españoles como para el resto. No es un fenómeno nuevo. San Petersburgo lo hicieron hace 300 años arquitectos italianos. Algunos españoles se han lamentado y reclamado mayor proteccionismo para el gremio local. Pero la mayoría de las quejas proceden de la constatación de que algunos extranjeros se han conducido aquí con más suficiencia que atención a las necesidades reales del proyecto.
-En general, ¿dirías que la arquitectura milagrosa funcionó?
-No creo en los milagros. Algunas operaciones, como la de Bilbao, permitieron relanzar una ciudad agotada. Otras, como la Ciudad de la Cultura de Santiago han cuadruplicado o quintuplicado su costo y todavía no están terminadas. El día que lo esté, los gastos generales de este equipamiento equivaldrán al 30% del presupuesto de la Consejería de Cultura gallega, lo cual obligará a aumentar la dotación general -cosa improbable- o a recortar la actividad cultural en el resto del país. No parece una perspectiva muy halagüeña.
Publicado en El País de Montevideo, julio 2011
Imagen: Daniel Libeskind/Nuevo Museo de Arte, Denver, Colorado
Sunday, August 21, 2011
Los “Dueños” del monte
Homero Carvalho Oliva
Mucho se ha escrito acerca del conflicto suscitado por la carretera que atravesará el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), la mayoría desde el punto de vista de los derechos ancestrales y constitucionales de los pueblos indígenas sobre la naturaleza y otros, simplemente como un pretexto de la oposición, para mostrar el doble discurso del gobierno sobre la otrora publicitada protección de la Madre Tierra.
Existe, sin embargo, un elemento que va más allá de lo planteado hasta hoy y es el de la espiritualidad animista que poseen las naciones amazónicas de Bolivia. En su mundo religioso existen divinidades protectoras de toda la naturaleza en su conjunto, algunas de carácter benéficas y otras maléficas. Los pueblos amazónicos creen que todos los lugares de la naturaleza: los montes, los ríos, las lagunas, los curichis, y los animales, así como las aves, poseen “Dueños”, genios tutelares, que los protegen, a los hay que pedir permiso para derribar árboles, cazar o pescar. Los “Dueños” forman parte tanto del simbolismo como de la espiritualidad de estos pueblos. En la cosmovisión de los pobladores del Oriente boliviano se habla con exaltada reverencia del “Dueño del monte” o del “Dueño de la laguna”.
Así tenemos al Jichi, deidad del agua, que tiene el encargo divino de cuidar que las lagunas no se sequen y proteger a los peces. Si alguien lo mata, la laguna se seca inmediatamente como por arte de magia, dejando una mortandad de peces en el piso todavía húmedo. El Jichi es un ser sobrenatural esencial en la cosmovisión animista de los pueblos orientales de Bolivia. Por ejemplo, cerca del pueblo de San Ignacio de Mojos está la laguna Isireri llena de peces y caimanes. La leyenda cuenta que antes era un yomomo, un pantano, y que una tarde un niño de nombre Isireri se ahogó en ella transformándose en el Jichi, en el genio protector del lugar, y que los pobladores vieron como el pantano se transformó en una hermosa laguna y en honor del niño la bautizaron con su nombre.
Entre las deidades maléficas tenemos al Jerere que, cuando un cazador descreído, inocente en su osadía, no ha pedido permiso al Dueño de los animales y del lugar, para cazar por placer sin necesidad alguna, corre el riesgo de ser sometido a la inapelable sentencia de muerte de parte del Jerere, un ser maligno que se les presenta como una bestia feroz con colmillos largos y grandes garras.
En los espacios míticos donde los pueblos desarrollan sus historias cosmogónicas, en este organismo mitográfico, la palabra posee personalidad propia, poder espiritual y mágico, sirve para encantar, para hechizar, para curar, para propiciar y para maldecir a los seres humanos y animales. Nunca tenemos que olvidar a nuestros seres sobrenaturales y mágicos, porque cuando el último de ellos desaparezca nuestra sensibilidad espiritual, nuestra humanidad, se habrá ido con ellos. Además de las razones constitucionales y a los derechos de los pueblos indígenas sobre sus territorios, esta es otra razón por la que no se debe permitir esa carretera, porque acabará con la naturaleza y la magia que ella encierra.
Publicado en La Razón (La Paz), 21/08/2011
Imagen: Máscara nativa
Friday, August 19, 2011
COSMOVISION MOJEÑA
Escrito por Beatriz Bassino el 26/09/2010
Moxos o Mojos es el nombre de una etnia y una región histórica hoy correspondiente al noreste de Bolivia. Actualmente los Moxos habitan en el departamento de Beni , principalmente en los alrededores de Trinidad y San Ignacio de Moxos, en el Territorio Multiétnico del Bosque de Chimanes y en la zona del parque nacional Isiboro Sécure .
Organización política
Cada comunidad tiene como autoridad propia un corregidor o cacique que anualmente realiza un consejo o asamblea con los de las demás comunidades para tomar las decisiones más importantes. Hacen parte de la Central de Pueblos Indígenas del Beni, de la cual son fundadores. Junto con los Sirionó , los Yuracaré y los Movima impulsaron en 1990 la "Marcha por el Territorio y la Dignidad".
Prehistoria e historia Pobladores anteriores de la región -que antes de la independencia de Bolivia eran un solo territorio denominado Mojos- fueron los aborígenes tonama, cayuvava, canichana, tacana y movima; posteriormente llegaron los Moxos o moxeños, de la etnia arawak que desarrollaron una cultura más compleja entre la Amazonia y los llanos centrales.
Por razones desconocidas, entre el año 1500 aec y el 800 , grupos agrícolas de origen arawak provenientes de tierras bajas ( Surinan ) abandonaron su hábitat y migraron hacia el oeste y el sur portando una tradición cerámica incisa. Los Moxos que hicieron parte de esta corriente de población, construyeron canales de riego y terrazas de cultivo, así como sitios rituales.
Miles de años antes de la era común los arawak se dirigieron también hacia el norte y fueron poblando las islas del mar Caribe pasando de isla en isla. El final de esta lenta expansión fue su llegada a la isla de Cuba y a Santo Domingo .
Piezas de alfarería encontradas en la campiña cruceña y aun dentro del actual recinto de la ciudad de Santa Cruz, revelan que la comarca sirvió de morada a pueblos arawak que poseían una cultura cerámica, que se conoce como chané
Cronistas como Diego Felipe de Alcayana , cuentan de un pueblo viviente entre los últimos contrafuertes de la cordillera andina y el curso medio del río Guapay . En la gran planicie y a lo largo y ancho de las riberas estaban establecidas y confederadas las comunidades bajo el mando superior de un caudillo, a quien Alcaya designa con el título de rey, éste llevaba el nombre dinástico de Grigota , tenía una cómoda vivienda y vestía una especie de camisa de vivos colores. Subordinados a él, disponiendo de centenares de guerreros estaban los caciques a quienes se los nombra como Goligoli, Tundi y Vitupué.
Sin embargo Grigotá y su pueblo fueron interrumpidos por pueblos agresivos y guerreros, los guaraníes , que llegaron desde el este y el sudeste y lograron reducir a condición de esclavos a los chanés. Todos los antecedentes indican que la irrupción guaranítica ocurrió cien o más años antes de la conquista española.
Cuando Colón llegó al Caribe los arawak estaban siendo invadidos por los caribes o canibas ( guaraníes , (llamados chiriguanos por lo incas) o guarayos en tierras del oriente boliviano), una etnia muy belicosa que —siguiendo el mismo camino que ellos— habían partido de Sudamérica, habían ido tomando una por una todas las Pequeñas Antillas y estaban comenzando a realizar ataques sobre la zona oriental de la isla Española (hoy Punta Cana ); y finalmente sometieron a los chané. Ocuparon toda la extensa zona de cordillera y los llanos.
La relación social entre los guaraníes y los chané fue la de patrón-esclavo, vencedor-prisionero. La tasa numérica entre guaraníes y chanés era de 1 a 10. Se sigue sin comprender —aún subrayando el carácter pacífico de los chanés— cómo pudieron ser reducidos a una situación tan brutal de esclavitud, según apuntan todos los autores. Varios hechos justifican esta afirmación. Por ejemplo, el uso de su lengua de manera secreta y el que en muchas ocasiones acudieran a la ayuda española, soportando mal la presencia guaraní. A una acción de conquista, es decir; práctica de matanza de los hombres, ritual de la antropofagia y acaparamiento de mujeres y niños.
Sin embargo, en opinión de investigadores, la relación guaraní-chané, patrón-esclavo; llegó a complementarse como una sociedad interesante en la que los primeros cumplían la función de guerra y los segundos, la económica.
Al iniciarse la conquista española, los guaraníes ocupaban las tierras orientales y sostenían duras luchas contra los incas del oeste, para impedirles el paso desde el fuerte.
Los guaraníes del Paraguay, atraídos por las noticias que tenían de los indios del Chaco de una región rica en metales, en casas de piedra y en ornamentos de todo género, con un lago inmenso (el Titicaca ), y habitada por una población numerosa, cruzaron el Chaco y se dirigieron hasta los contrafuertes andinos, donde se establecieron y comenzaron a guerrear en contra de los pobladores del altiplano andino . Enrique de Gandía deja establecido que no puede hacer conjeturas respecto al año en que la migración guaranítica pudo realizarse hacia el oriente boliviano.
Escribe el historiador Enrique Finot que «establecer límites de territorio fue la lucha permanente y sostenida por los originarios del altiplano y el Oriente antes de la irrupción de los españoles y posteriormente, convertidos en soldados de la conquista, fundada Santa Cruz de la Sierra y trasladada».
Esta provincia era llamada el ante muro de los Andes, porque desde Santa Cruz. No se olvide que la conquista de los pueblos de América era disputada por Portugal y España . Así se impedía el ingreso de los aguerridos bandeirantes del Brasil hacia el virreinato. Proteger las conquistas españolas era el objetivo de fundar una provincia en medio de la selva.
Los chiriguanos y canichanas y otras familias igualmente belicosas perseguían con sus flechas mortalmente emponzoñadas a los españoles Irala , de Chaves , de Manso , de Pérez de Zurita , de Suárez de Figueroa (las cinco figuras más ilustres de esta larga contienda) porque ocupasen su territorio sagrado. Toda esa tierra existía para esos pueblos originarios; y los blancos traían la conciencia de conquistar a «impuros», «paganos» y «subhumanos». Renegaban por querer coexistir en la tierra de ellos.
Análogo sentir habían evidenciado en el siglo anterior a la conquista española, los chiriguanaes, al atacar desde sus cordilleras, a las tropas del inca enviadas con fines de persuasión y dominio. Su protesta contra el invasor, sobre todo contra el introductor de dioses, usos y gustos diferentes de los suyos, y por tanto, enemigo en todo lo íntimo, era una defensa de lo secular y una vehemente rebeldía contra la imposición de cambios radicales en el ritmo de su diaria existencia.
Los chiriguanaes preferían morir a entregarse y no sólo aceptaron las guerras que fueron hacia ellos, triunfando a la larga en mérito a su conocimiento de las sendas serranas y a su astucia y valor, sino que no perdían oportunidad de tender emboscadas a los expedicionarios y atacar a los pueblos en toda coyuntura favorable para destruirlos, junto con todos sus habitantes, como lo lograron con Santo Domingo de la Nueva Rioja y la Barranca .
Como señala Enrique Finot , los chiriguanos, los chanés, los chiquitos, los guarayos, los ambayas , y los mojos reñían entre sí permanentemente con afanes de predominio sobre aguas y pastos. Antes de llegar los españoles a estas tierras, estos pueblos guerreaban entre ellos.
Imagen: Pescador mojeño del Río Madeira, 1875
Sunday, August 14, 2011
Indagando en La máquina de Aqueronte
Por: Darwin Pinto Cascán
Antes que nada quiero dejar en claro que esto es sólo ficción. La Máquina de Aqueronte es una máquina construida para la venganza, para el oprobio y la destrucción absoluta de una poderosa y desgraciada estirpe, de una familia de la que el creador de tan formidable aparato forma parte. O tal vez no.
Aqueronte tiene la misma deformidad en el físico, que la que llegan a tener los Drake en el alma. Y es tan feo, proscrito, bastardo, ex caníbal y noble, que llegado el momento, no le alcanza el corazón para echar a andar su venganza. Pero no basta solo una simple voluntad para detener lo que está escrito. Y en alguna parte en el fondo de la tierra o en la cúpula celeste del cielo, está escrito que la máquina debe marchar y estragar el tiempo y acabar con los Drake y con Sabayón para siempre.
Sabayón es un caserío, es un pueblo y una ciudad, es una llanura tapiada con concreto para borrar hasta el menor de sus recuerdos, es una selva que crece delante de los ojos de la única sobreviviente de su holocausto particular. Y es una metrópoli moderna, de edificios de vidrio y discotecas y semáforos que aún alcanzan a ver los anacrónicos fantasmas de Bayard Drake y John Hart antes de desaparecer para siempre. El uno con su uniforme confederado y el otro con su vestuario de pirata, ya no pertenecen a este tiempo de teléfonos celulares y vidrieras iluminadas de neón con bikinis de muchachas en oferta. Deben irse.
Sabayón es Santa Rosa del Sara, el pueblo del norte cruceño en el que crecí jugando pelota descalzo sobre los caminos de tierra por donde pasaban los camiones que venían de monte adentro cargados de petróleo y de madera. Es el lugar en donde salía a vender empanadas y tenía que esconderme de puro cojudo detrás de árboles o postes de electricidad para que las chicas que me gustaban, no me vean. No sé ni para qué me escondía si total, jamás me veían. Un pueblo en el que la santa patrona tenía la fama de ser vengativa. Si, por ejemplo, un hacendado no permitía a los peones ir a su fiesta patronal cada 30 de agosto… Y era cosa de temer la virgen: tenía fama de haber incendiado sembrados, echado a perder cosechas y hasta de haber vuelto esteril a gallinas, vacas y cualquier animal de crianza en represalia contra los hombres de poca fe que habitaban esa república del tamarindo. Hasta se decía que una vez, en viva presencia azotó a un tipo por blasfemo, pero siempre creí (y creo) que ese es apenas un rumor sin mucho fundamento…
Santa Rosa era un pueblo en el que por las noches aparecía un tipo ahorcado, colgado del viejo bibosi a la entrada del cementerio a una cuadra de mi casa; un lugar en el que la viudita sexy y enlutada perdía en el monte a los borrachos más irresponsables y galantes; en el que el duende simbaba las crines de los caballos y de los choclos en los sembrados de maíz y encantaba a los niños y se los llevaba para siempre a la selva si no eran bautizados. Por miedo a ese tipo permití que me bauticen a los 11 años, y no di la primera comunión porque la chica que me gustaba no valía el tener que pasar un mes aprendiendo de memoria todo el catecismo. Tengo una memoria tan inservible que si llego a la vejez, estimo que seré feliz sin recuerdos ni remordimientos.
En Santa Rosa no pasaba nada más. Por eso tuve que, primero, consolarme por las noches con la música que llegaba en onda corta a mi radio a pilas desde la antena remota de Radio Francia Internacional, o desde la Deutsche Welle, La voz de Alemania… y luego debí abrazarme a la literatura para que el aburrimiento y la soledad no me consumieran la vida.
A los demás de mi generación, aquello, el miedo a la soledad y el hastío, no les importaba, por eso creo que eran felices. Ahora, según lo poco que sé de mis amigos de entonces, de mis compañeros de escuela y de los partidos de fútbol en la calle donde aún retumban los putazos de doña Olimpia: unos están en España y otros, presos. Incluso hubo uno que se mató de un tiro en la plaza Blacutt de Santa Cruz. Tipos intensos todos estos santarroseños, siempre viviendo al filo de algo desconocido pero definitivo.
Tan no pasaba nada, que una noche que escuché por la radio una entrevista a Augusto Roa Bastos, entonces reciente premio Cervantes de Literatura y catedrático en Toulouse, me largué a llorar porque me daba cuenta que, como dice mi amigo Claudio Ferrufino Couquegniot, yo me encontraba en un obligado culo del mundo. 11 años después me tocó entrevistarlo a Roa Bastos en su casa de Asunción, y el hombre que vi entonces no era aquel que yo había oído por la radio algunos años atrás desde mi casa de tablas en Santa Rosa. Aquella vez él era un hombre en la cúspide de su fama viviendo en Francia y yo un muchacho anónimo habitando un pueblito de 3.000 habitantes. Pero cuando lo vi en su casa, yo de 21 años, con el hambre necesaria como para creer que podía comerme el mundo, mientras él, de 83 años, caminaba lento, con la camisa abierta a la altura del vientre abultado y hablaba como si estuviera pidiendo permiso… Entonces fue la primera vez que tuve la certeza de que el tiempo podía ser demasiado terrible. Por eso se me ocurrió la idea de darle a Aqueronte el deforme noble, una maquinita que descarrile al tiempo. Por eso escribí este libro. Por la misma razón no he vuelto a Santa Rosa. La última vez que fui, ya no era la que yo recordaba. La máquina que fabrica el tiempo le había caído encima y la había despedazado. Ya tenía losetas y la lluvia había perdido su poder de levantar desde la tierra el olor feliz de los tamarindos.
Sabayón es hijo del desamor. Es hijo de Antanas Drake, El Viejo, pobre hombre de corazón roto que de día fue el dueño del mundo y de noche apenas un pobre diablo que lloraba hasta el amanecer por la mujer que le puso los cuernos con otro. Y ese otro no era cualquier otro, cuando lean el libro, sabrán quién es. Sus hijos, los de Antanas, los legítimos, los bastardos y los sobrenaturales, son la sangre, la daga y el agua que hace crecer a Sabañón. Son los que la destruyen y la vuelven a construir. Casi todos ellos tendrán vidas intensas, pero el corazón vacío, habitado en el peor de los casos por un alacrán negro. El precio por haber nacido en un hogar sin amor, será el vivir sin amor, sacrificarlo casi todo por casi nada y en muchos casos, el morir violentamente para ser olvidados al día siguiente. Ser dueños de todo, pero ser nada.
Por eso, para terminar, cuando el lector tenga este libro en las manos y se encuentre con estas historias de traiciones, lealtades fraternas a pruebas de balas, de desamores, de golpes de Estado, de revoluciones y de guerras internacionales, le pido que pare un poco, que respire, que levante los ojos, que deje el libro y salga para buscar el amor, y si ya lo tiene, que lo conserve… No se trata de una moraleja, pero en serio: se pueden pasar muchas vidas sin encontrar a una persona que lo ame en serio aunque sea un ratito.
El orgullo, la búsqueda del poder y del dinero, eso sólo nos llevará a la tumba y es mi deseo que los Drake sólo se queden en este libro, ya que sobre ellos no actuó nunca la mano de Dios, pero sobre todos ustedes, sí.
Fuente: Darwin Pinto
Imagen: Portada de La meaquina de Aqueronte, Alfaguara, 2011
Saturday, August 13, 2011
LA NOCHE COMO UN ALA
Mauricio Rodríguez Medrano
«¿Alargar, ¿es genial o no es genial?», escribe Macedonio Fernández en su única novela publicada: Una novela que comienza. En el caso de esta obra: alargar es genial. 1. Por la ironía, el juego al que nos introduce el autor: prólogos y más prólogos escritos sobre una novela que jamás tendrá inicio. 2. Por el humor que a veces es crítica, que a veces es chanza. Macedonio se ríe de sí mismo, se ríe de la literatura, se ríe del papel que desempeñaba el escritor en aquella época (principios del siglo XX): serio y lacónico, serio y comprometido, serio y mustio.
En el caso de La noche como un ala: alargar no es genial. Con esta obra, Máximo Pacheco ganó el Premio nacional de novela 2010. En la contratapa dice: «La noche como un ala recrea los tiempos de la Colonia desde una nueva perspectiva, privilegiando las tensiones que se suscitan a partir del encuentro entre lo indígena y lo criollo desde una visión religiosa y ritual». Dos preguntas: ¿La literatura sólo debe recrear? O mejor: ¿La máxima misión de la literatura es recrear? ¿Qué nueva perspectiva establece esta novela sobre los tiempos de la Colonia?
Antes de responder a estas preguntas es necesario hacer una breve sinopsis de la obra: La noche como un ala posee dos tipos de capítulos. Capítulos que describen (sólo describen) los preparativos para erigir a una momia llamada kuraka Aira Ampu. Capítulos que narran (y describen) la historia del licenciado Pozo que tiene la obsesión de coleccionar momias, además de tener la misión de realizar la mejor fiesta de Corpus Cristi. Nudo de la trama: el licenciado Pozo le confía su secreto al padre Urreda. El padre Urreda no está de acuerdo con que el licenciado Pozo coleccione momias. Es anormal. Es herejía. Final: el padre Urreda intenta impedir que la fiesta de Corpus Cristi se realice. Final de vuelta de tuerca: ¡Sorpresa! El licenciado Pozo había estado muerto hace muchos años. Entonces se infiere que el padre Urreda está loco. Entonces se infiere que el padre Urreda habló con un fantasma. Forma de escritura: se intenta utilizar el estilo que utilizaban los cronistas de la Colonia.
Respuesta a la primera pregunta: la máxima misión de la literatura no es recrear. La máxima misión del arte no es recrear. Los escritores que comprendieron esto hicieron obras memorables. Como dice Harold Bloom: «Clásicos». El primer problema de La noche como un ala es que intenta recrear un intento de crónica de la Colonia a través de la voz del narrador. Y se queda sólo en eso. Usa frases enlatadas que bien se pueden encontrar en cualquier crónica de aquella época. Usa el estilo de descripción a través de enumeraciones. Ejemplo: perro, gato, casa, ventanas, puertas, piso, catre, hombre y mujer encima del catre, brazos, manos entrelazadas, gemidos, saliva, saliva, saliva. Ese estilo lo utilizaban los cronistas porque les era difícil describir la realidad del nuevo mundo. Pero Máximo Pacheco lo utiliza para sólo recrear, hacer dar la impresión de que la novela fue escrita en tiempos de la Colonia.
Respuesta a la segunda pregunta: esta novela no establece una nueva perspectiva sobre los tiempos de la Colonia. Potosí 1600, de Ramón Rocha Monroy ya estableció el sincretismo de lo profano con lo sagrado. Crónicas de la Villa Imperial de Potosí (aunque no sea novela), de Bartolomé Arzans Orsúa y Vela ya fusionó lo fantástico con lo real, de una manera exitosa. Luego están las crónicas del padre Alonzo Ramos Gavilán. También las obras de Julio Jaimes. Y otras obras memorables sobre esos tiempos.
Otros problemas: La noche como un ala es una novela que comienza cuando está a punto de terminar. El autor se empeña de sobremanera a recrear el estilo de la crónica y se olvida de hacer avanzar la trama. Este hecho no sería deficiente si hubiese sido pensado y planeado de antemano. Allí se hubiese encontrado la ironía. Allí se hubiese encontrado el humor. Allí se hubiese encontrado la parodia a las crónicas coloniales. Pero no es así. La realidad: La noche como un ala es una novela que no satisface, que no llena, que no deslumbra. Una conjetura: La noche como un ala hubiese sido un muy buen cuento si se lo trabajaba en ese formato. El autor hubiese tenido que eliminar varias hojas de descripción para quedarse con lo esencial. El final hubiese sido intenso. El lector hubiese querido volver a leer aquel cuento. Hubiese reído con la forma de ser del licenciado Pozo. Hubiese esperado con ansias que el kuraka Aira Ampu se erigiera. Pero la realidad carece de brillo.
Imagen: Portada de La noche como un ala/Máximo Pacheco Balanza
Thursday, August 11, 2011
ACUERDOS O ADHESIONES/BAÚL DE MAGO
Roberto Burgos Cantor
Habría que preguntar por qué los colombianos tenemos la tendencia a considerar las diferencias entre unos y otros una anomalía, cuando no un daño. Nos cuesta lo indecible compartir acuerdos mínimos sobre lo indispensable para construir sociedad. Queremos una coincidencia total en las maneras de pensar y en las creencias. Somos capaces de matarnos porque el vecino es aficionado al equipo de fútbol distinto al de nuestra predilección. Estamos quisquillosos en una conversación donde participan ideologías distintas. Algo nos inoculó el odio a la diferencia. Nos volvió ineptos para las discusiones que pretenden exponer el fundamento de una posición filosófica, política, deportiva, culinaria, y jamás quieren imponer una verdad, provisoria y deleznable como son las verdades de la época.
No se exagera. Fui testigo de cómo un médico de tranquila soltería y un diseñador de cocinas que se ríe de sus caídas casi se arrancan las orejas. El motivo: una charla sobre el poder de fuego de los aviones israelíes cuando sobrevuelan la cordillera.
En los días recientes las pascuas del cambio de clima tienen al país fascinado con el añejo humor cachaco y las señoras de pañolón rezan al de Monserrate para que lleve con bien al Vicepresidente encomendado al de Buga. Su santo poder no iluminó al Fiscal anterior, no al encargado que ya recibirá reprimendas de la virgencita de La Candelaria, sino al que estaba en propiedad sin propiedad. En ese aire menos enrarecido, pero con la hedentina de muertes injustas, resulta curiosa la manera como se ha calificado la postura de la Corte Suprema de Justicia y la del Consejo de Estado frente al proyecto de reforma a la justicia presentado por el gobierno. La mayoría de las noticias y comentarios se refieren a una ruptura entre ramas del poder público, a un choque, a una desavenencia.
Es probable que distinguir entre reflexiones y trapisondas criminales sea difícil después de cuanto Colombia padeció. A lo mejor los ciudadanos están aburridos de griterías y ejercicios de eso que los escolares llaman matonería. Sería torpe no aprovechar la baja de tensiones, el olvido del temor, para estimular controversias sanas y exentas de las mentiras de los intereses particulares.
De esta manera no es sensato seguir con los calificativos de los años de oprobio. Choque de trenes entre ellos. De alguna forma ligera los colombianos sabemos que desde la agonía del gobierno anterior un grupo de juristas expertos y de insobornable condición convenían los términos de una reforma. Al empezar el gobierno actual dio prioridad a la reforma. Han hablado y bastante. Han pospuesto repetidas veces la fecha en que debieron mostrar a la comunidad los acuerdos sobre la reforma. Y nada.
No parece aceptable que después de tantos análisis se nos diga que falta plata y esa carencia es el problema. Si es así, propongo de Ministro al director de cine Lisandro Duque. Cuando le afirmaron que la penumbra del cine colombiano era por los presupuestos de Guerra de las Estrellas, armó un chasis con Mayito en Ambalema y produjo esa espléndida cinta que se llama Visa USA.
El Universal (Cartagena de Indias, Colombia). agosto, 2011
Imagen: Laura Baker/Tírame un hueso, 2010
Tuesday, August 9, 2011
Santiago Chalar (1938-1994)/La guitarra y el canto criollo
Guillermo Pellegrino
FIGURA PREPONDERANTE de la canción uruguaya de raíz folklórica, Santiago Chalar es de los cantantes solistas que, sobre todo en el Interior de Uruguay, ha calado más hondo. Además de ser una de las mejores voces que dio el Uruguay en su historia, se destacó por ser un permanente buceador de las formas musicales propias, a las que enriqueció con textos de valiosos poetas.
SIEMPRE LA GUITARRA. Carlos Alfredo Paravís Salaberry nació el 25 de setiembre de 1938 en Montevideo, en la esquina de Lavalleja (hoy José Enrique Rodó) y Minas, quizás como un presagio de la ciudad que lo cobijaría en la adultez. Fue el cuarto hijo de María Esther Salaberry y Ernesto Paravís.
La guitarra, desde la época en que asistía a la escuela Venezuela, tuvo fuerte presencia en su vida. Sus primeros estudios fueron de guitarra clásica en el Conservatorio Kolischer y en la academia Fernando Sor, bajo la dirección del profesor Gregorio Rodríguez. Pero en el umbral de la adolescencia, en momentos que cursaba el liceo en el Zorrilla, los discontinuó. El instrumento, de todos modos, lo siguió acompañando.
Cuando andaba por los 15 años, empezó a pasar sus vacaciones en una estancia cercana a Paso de los Toros, propiedad de Bebe y Ulda Quadros, suegros de su hermana Raquel. Según Carlos, su hijo, "allí se hizo de a caballo con la hermana de su cuñado, la cantora Maruja Quadros; y con ella descubrió la música de raíz folklórica". En esos años y los posteriores, mientras cursaba en el Seminario Preparatorios para Medicina, Paravís mostraba gran entusiasmo por la música. "En determinado momento, por mi vinculación al campo, me llamó la atención la música nativa. A esa edad tempranera uno siempre busca ídolos, y me arrimé a Yupanqui, a las cosas de Falú, y al surgimiento de Los Chalchaleros, cuando recién empezaban. También me gustaba la música brasileña (…)". (La Semana Uruguaya, 31 de octubre de 1983).
Acaso de aquellas devociones juveniles es que le surge una revalorización de la guitarra como canal expresivo. Yupanqui y Falú no eran precisamente improvisados en la materia y, tal vez influido por ellos, Paravís comenzó a encontrarle vida propia. En entrevista con el periodista Dardo Billotto confesó para la revista Sábado Show del diario El País: "Para mí, inicialmente la guitarra era el instrumento con el que como intérprete me ceñía a un tema. Con ella llegué a cantar y frecuentar poetas, autores que me daban sus letras para yo componer música. Hasta allí la música tenía silencio en la guitarra. Y entonces, ¿qué pasó? La guitarra, que estaba relegada cuando interpretaba un tema, pasó a primer plano con el poeta, para crear una composición musical (…)". Así, precozmente, nacería el compositor que empezaría a bucear en lo oriental y que, con el tiempo, llegaría a musicalizar e interpretar poetas y autores de la talla de Romildo Risso y Osiris Rodríguez Castillos (sus preferidos), José Alonso y Trelles "El Viejo Pancho", Serafín J. García, Rubén Lena, Lucio Muniz, Eustaquio Sosa, Wenceslao Varela, Santos Inzaurralde y Atahualpa Yupanqui, entre muchos otros.
El cantor, en tanto, se fue forjando en la admiración a Carlos Gardel. En una suerte de alquimia interpretativa, apoyada en la magnífica amplitud de su registro vocal, su estilo logró incorporar elementos de los que hicieron famoso al Zorzal Criollo. No obstante, en los albores de esa actividad procuró no incomodar a sus padres, quienes tenían cierto temor de que a causa de la canción su hijo abandonara la carrera de Medicina. "Yo había empezado ya a grabar con el seudónimo de Santiago Chalar pero el hecho lo conocían sólo un par de amigos y mis hermanos, a los que había rogado por todos los santos que no le contaran nada a mi padre. Pasó el tiempo, habían salido dos o tres L P, mi seudónimo era conocido y el viejo no sabía nada. Un día, en los últimos años de su vida y ya enfermo, solía pasear su auto por la rambla con uno de mis hermanos para mirar el mar. En una de esas vueltas, apareció una grabación mía en la radio del coche. Ante los nervios de mi hermano, él la escuchó, le subió el volumen y al terminar dijo: `¡qué lindo canta ese mozo!`. Entonces mi hermano no se pudo aguantar y le preguntó: `¿Sabés quién es?`. `No, ¿cómo se llama?`. `Carlos Paravís`. `¿Cómo?`. `Sí, es Carlitos, tu hijo`. Se hizo un silencio que mi hermano no sabía cómo interpretar y después mi padre le advirtió: `¡No le digas nunca que te comenté que me había gustado!`" (se ríe a carcajadas). Y a los pocos meses falleció sin haber hablado jamás de ese tema conmigo", le confesó a César Di Candia en una entrevista que éste le realizó en el semanario Búsqueda.
Por más que ya en los inicios el canto le insumía mucho tiempo, Carlos logró llevar adelante la carrera de Medicina. Con gran esfuerzo, y largas jornadas de estudio en la casa familiar de Uruguay y Ejido, logró recibirse.
En 1964, en tanto, grabó para el sello Orfeo Como yo lo siento, su primer Larga Duración, en el que tienen una fuerte presencia las canciones de Osiris Rodríguez Castillos, a quien admiraba. Además de la que da título al disco, incluye "De corrales a tranqueras", "Polca", "De tiempo adentro", "Camino de los quileros", "Leyenda del palmar" y "Gurí Pescador", versión que había sido premiada por CX 14 El Espectador y la Cámara del Disco, como la mejor interpretación de 1963.
Más tarde registró Yo no canto por la fama, título también proveniente de una canción de Osiris, cuya presencia vuelve a ser fundamental, esta vez con cinco temas y la propia presentación del disco. Es para destacar, asimismo, que Rodríguez Castillos a quien había conocido pocos años atrás y con quien luego tuvo alguna desavenencias- le cedió para ambos álbumes canciones que aún él no había grabado.
Luego vinieron Una pena y un cariño (1973) y Bordoneando (1974), en los que si bien volvió a cantar temas de Osiris, apeló a creadores a quienes ya había grabado anteriormente, como Romildo Risso, Elías Regules y Eustaquio Sosa, y a otros que interpreta por vez primera, tal el caso de Alonso y Trelles, Agustín Bisio, Wenceslao Varela, Alán Gómez, Abel Soria y Aníbal Sampayo.
LA MÚSICA DEL CAMPO. En los finales de los ´60 y principios de los ´70, en consonancia con los momentos que se vivían, se produce en Uruguay un auge de la Canción Protesta. En 1972, un periodista del suplemento Platea, del diario La Mañana, le preguntó a Chalar su opinión sobre ese movimiento. El cantor respondió, aunque enseguida se focalizó en su relación con el Uruguay profundo. "No estoy en oposición a la llamada Canción Protesta, sino que creo que al paisano primero hay que admirarlo y quererlo, tenerle un gran respeto en la condición social que sea, para que paralelamente se le dé la posición social y económica que siempre debió tener. Es decir que aquellos que cumplen la función de protesta deben querer tanto como yo al paisano, pero impensadamente han infundido un concepto de lástima que no coincide con el sentir del propio paisano. El paisano es orgulloso de su trabajo, y a esa `vaquía` es a la que yo le quiero cantar, para que además de quererlo se le admire y se le tenga respeto".
Esa fascinación por la vida de campo, íntima compañera -o quizás génesis- de su gusto por la canción criolla, más temprano que tarde se transformó en el centro de su producción artística. En una oportunidad, el periodista Luis Montañes, de La Mañana, le preguntó en qué ritmo se sentía más cómodo. Chalar no dudó: "Con la música campera, sobre todo. No digo que es mi fuerte, porque hay gente que lo hace igual o mejor que yo. Me siento cómodo, porque me gusta. Me gusta ir al Interior a las fiestas camperas, a las yerras, a las jineteadas. Disfruto todo eso". El paisano del Interior, tradicionalista casi por antonomasia, valoró esa apuesta de apasionado genuino y comenzó a retribuírsela en aplausos. "Tengo la aceptación de la gente del campo por los autores que elegí, por mi guitarra, y a cada lado donde voy canto adivinando el gusto de quién me está esperando. Pienso que en esto se basa el éxito del cantor, él debe hacer una propuesta, pero intuyendo lo que la gente quiere", explicó en una entrevista que concedió a El País, en agosto de 1989.
Consultado una y otra vez sobre las razones de su éxito, Chalar las analizaba invariablemente con la simple profundidad del saber campero. "La música criolla del campo la cantamos muy pocos", afirmó con modestia, atribuyendo más importancia a la falta de opciones que a su propia estatura interpretativa. En otra ocasión, en una entrevista que le hicieron en La Semana Uruguaya, en octubre de 1983, apuntó a cuestiones más intimistas, ligadas al sencillo transcurrir de los días y a la propia autenticidad de su obra: "Me preocupa cantarle al hombre que está trabajando y escucha la música a través de la radio, en el medio del campo", explicó.
En la entrevista antes mencionada dio también la definición que más cerca estuvo del nervio de la cuestión. Interrogado acerca de lo que ese eventual oyente buscaba en sus grabaciones, el cantor fue directo: "Su música" resumió. Y, acto seguido, convidó a su interlocutor a descubrir con él la respuesta: "Yo lo invitaría un día a salir al medio del campo para que se dé cuenta que es raro encontrar a alguien que no esté informado, y que no le exprese sus gustos en materia musical. Y ahí va a ver que esos gustos son completamente distintos a los que se dan en Montevideo. Yo estuve con gente acá de la capital que nunca vio una yerra en su vida. La yerra es la fiesta del paisano en el medio del campo.. (…) El individuo que está en el medio del campo y le hablan en una canción de la yerra, lo primero que hace es levantar el volumen. Lo mismo si le hablan del monte, del río o del caballo. Esa gente, aunque está dispersa en la campaña, es pueblo también. Ese pueblo está unido a través del canto."
COSTUMBRES. En 1975, luego de Bordoneando, salió al mercado el disco Costumbres, con el que inició su relación con Sondor.
En una entrevista en Platea, a propósito de la aparición de ese álbum que fue muy bien recibido por la crítica y el público, Chalar hizo hincapié en dos temas símbolo, muy queridos para él: "(…) Isla Patrulla, de Lena (Rubén), tiene un significado especial tanto para su autor como para mí, porque allí vivimos los dos durante algún tiempo. Yo arrendaba una estancia llamada `Los Ponchos` y en el lugar vivía el Chajá Martínez que es mencionado en la letra de la canción. También allí escuché "La tropilla" de Clodomiro Pérez y lo prometí hacer. Está incluido en el disco, menciona veintisiete variedades de pelo de caballo".
Pero Costumbres es también muy importante porque, de algún modo, constituye una bisagra dentro de su carrera artística ya que, por primera vez, aparecen dos canciones con texto de Santos Inzaurralde: una es el tema que da nombre al disco, y la otra es "Coronilla". Puede decirse entonces que a partir de ese momento empieza a aflorar, gradualmente, la presencia de este poeta minuano con quien formaría una fértil sociedad creativa, cuyo debut discográfico, en tren de rigurosidad, fue en "El aprendiz" incluido en forma aislada en el disco Una pena y un cariño.
Santos Inzaurralde. En los siguientes discos vuelven a tener presencia los textos de Inzaurralde ("Atadito", "Martín Sierra", "Polanquera", entre otros) hasta llegar al LP Desde El Mangrullo (1982), primer trabajo que realizaron íntegramente a dúo. "Anduvimos veinte años juntos compartiendo inquietudes y caminos, creando", dice Inzaurralde. "A pesar de la amistad que teníamos siempre me trató de usted, me llamaba don Santos -agrega- . `Mañana empiezo a tutearlo`, me decía dos por tres.
Pero nunca pudo. (…) Fue hombre fácil para poder caminar con él. Siempre andaba con gran alegría. Era chistoso y muy ocurrente; y tenía la virtud de que constantemente le sacaba punta a las cosas más nimias".
Se conocieron una noche de canto y guitarra en la casa de Perucho Pereira, en José Pedro Varela. Esa noche empezó a forjarse, en forma espontánea, la conjunción artística. Juntos realizaron permanentes presentaciones dentro y fuera del Uruguay, además de grabar en coautoría otros dos discos, además de Desde El Mangrullo.
La voz y guitarra de Chalar y la vena poética de Inzaurralde dieron origen a Minas y abril, que más que un tema es hoy una especie de himno para los nativos de esa ciudad y también de otros rincones del departamento de Lavalleja. "Minuano donde tú vayas/ no te canses de decir/ que si Dios baja a la tierra/ por el altar de la sierra/ baja en Minas, y en abril (…)". "Con ese texto me pasó que debí acomodarlo -cuenta Inzaurralde- . Al principio lo escribí en endecasílabos, pero Chalar me pidió que por favor lo hiciera en octosílabos. `Es que ahí me encuentro más`, me decía".
LA POLÍTICA. Chalar creció en un hogar donde se respiraba política: su padre llegó a ser diputado e intendente de Maldonado. Es importante marcar esto, porque durante algunos años el propio Chalar incursionó en política, siempre vinculado al Partido Colorado. "Yo a la política la viví aprendiendo a querer a Batlle. Eso lo aprendí desde niño (…) En este momento (N del A: octubre de 1983, nota de La Semana) yo sentí que no podía quedarme en mi casa, y cuando me vinieron a buscar para integrar la lista a convencionales por el departamento de Lavalleja decidí integrarme a esa columna que encabezan Sanguinetti y Tarigo.
Estos son momentos históricos, en que se juega el destino del país, y nadie puede permanecer indiferente o ajeno..". Paravís integró la lista SAQ del Batllismo Unido de Lavalleja, que llevó seis representantes -él incluido- a la Convención Nacional del Partido Colorado.
Tras más de una década de silencio, había en ese tiempo gran efervescencia política, por lo que era común que le preguntaran sobre ideas propias y ajenas. "(…) Respeto el pensar de cada uno y la elección que haya hecho en la vida -dijo en una entrevista con el diario El País-. Soy amigo de mucha gente que piensa muy distinto a mí, como lo fui de Alfredo Zitarrosa con quien disfrutaba enormemente de su compañía, es decir, me considero esencialmente un pluralista, como creo que somos la mayoría de los uruguayos".
En un trabajo sobre artistas populares que realizó para el almanaque 2010 del Banco de Seguros del Estados (BSE), el músico Ruben Olivera hizo una acertada ubicación de Chalar en aquel contexto. "Desde un punto de vista sociológico, para una sociedad politizada y atravesada por el período dictatorial como la uruguaya, el de Chalar es un caso particular. Considerado por muchos como el paradigma del cantor solista criollo, es poco conocido por el público sesentista consustanciado con los cantores con `compromiso político`", explicó sin dejar de remarcar que, como fuera, "su calidad musical no admite dudas".
En el mismo texto, Olivera hace un análisis del toque de guitarra de Chalar, que a su juicio tiene más de Yupanqui que de Osiris: "Su forma de tocar tiene un `color` cálido y `mate`, debido a no utilizar casi la uña, así como `cerdeos` de cuerdas no corregidos en las grabaciones, mostraron su clara preferencia por expresividad ajena a la limpieza aséptica del sonido. A esto se le suma en algunos casos la opción por afinar la guitarra un poco más bajo que lo habitual, dándole al instrumento una sonoridad más pastosa. Sus introducciones y acompañamientos tienen un gran atractivo y, aún siendo menos `barrocos` que los de su admirado Osiris, presentan una alta dificultad promedio. Logró además un difícil equilibrio: tocar con destreza académica pero con sabor de músico popular".
En esa segunda mitad de la década del ´80, el Canto Popular adquirió -quizás por los tantos años que estuvo silenciado- una gran expansión. En ese tiempo tuvieron mucho auge los cantantes de origen blanco, que cantaban a episodios de la vida de su colectividad política. El periodista Graziano Pascale aprovechó la coyuntura para preguntarle cómo se sentía un cantante de filiación batllista inmerso en este movimiento musical.
"Los colorados nunca cantamos -comenzó contestando Chalar-. Cantantes colorados habrá, pero que canten al Partido Colorado no recuerdo. No hay que olvidar que cuando se canta a veces se trata de dirigir una crítica hacia algo. Pero si nosotros gobernamos durante 90 años es lógico que el colorado no haya tenido la costumbre de cantar en son de crítica… Esa se me ocurre que puede ser una de las razones… Ahora, si yo quiero hablar de política, me subo a una tribuna para defender mis ideas, pero no mezclo el canto con la política…". (N del A: esta entrevista fue publicada en La Semana Uruguaya, el 31 de octubre de 1983).
EL CRISTIANO. Desde que entró a la Facultad de Medicina supo lo difícil que era la carrera, y que el llegar a ser médico significaba, por ejemplo, relegar un poco a la familia, tan preciada para él.
Casado con Adela Martínez, tuvo cuatro hijos: Adela, Carlos, Santiago e Isabel (los dos varones heredaron su veta artística). En la charla con el periodista Dardo Billotto que publicó Sábado Show, habló sobre el tema: "En mi caso particular tengo una categorización de valores que he asumido en mi vida. Primero: ser cristiano; después ser jefe de familia, luego médico y recién después artista ".
Su relación con la religión, a la que ubica primero en esa escala, quedó patentizada en una carta que le escribió a su hija menor, Isabel, en oportunidad de que ésta fue a un retiro espiritual. "Isa: Los mejores momentos de mi vida los he pasado en jornadas o acontecimientos parecidos al que tú estás haciendo. No puede quedar todo en el aire y del amor infinito de Cristo podrás proyectarte hacia los demás con mesura, humildad y desinterés. Como lo haría él. Sé que tu corazón está encendido y que esa lucecita (...) no se apague. Cada cosa que hagas en la vida, piensa previamente ¿qué haría él (Cristo) en mi lugar? Así podrás por lo menos devolverle algo de bondad, compañía y amor al más necesitado, al más postergado en la sociedad, al que vive más solo; porque si tú lo asistes, le das recursos y lo acompañas, ni esa persona ni tú estarán solos porque juntos está también él. Fuerza Chabuca, que tienes una vida por delante y hay mucho por hacer. Dios te bendiga. Tu padre."
Fue, como se aprecia en la misiva, un cristiano comprometido. En Minas, por ejemplo, participó de las actividades de la Parroquia, y dio junto con su señora charlas prematrimoniales.
DEPORTISTA. El deporte fue otra actividad a la que Chalar estuvo estrechamente ligado desde muy joven. Jugó al básquetbol en el club Bohemios -donde llegó a alternar, en un lapso breve, en el plantel principal-; y al fútbol en el Yaguarí, de la Liga Universitaria.
Como médico traumatólogo estuvo muchos años ligado al club River Plate (del que era simpatizante) y, en 1975, a la selección uruguaya juvenil que se consagró campeona en el Sudamericano de Lima. "En esa ciudad compuso la canción `Coronilla` que, por cábala, se la hacían tocar antes de todos los partidos", comenta su hijo Carlos.
Ya en Minas, donde se radicó en 1974 luego de presentarse en el Festival de Cosquín, se vinculó afectivamente al club Olimpia, que llegó a presidir varios años.
En paralelo con su labor de médico, que desempeñó también en pueblos y ciudades cercanas a la capital de Lavalleja, Chalar siguió ligado a la música: componiendo, presentándose en vivo en Uruguay y en el exterior, grabando discos, o dándole vida -en 1981, junto a Inzaurralde- al Festival Minas y Abril, con el fin de recaudar fondos para el hospital local.
Residiendo en Minas, su querencia, en la década del 80 y primeros años de los 90, Chalar siguió grabando discos entre los que se destacan Rumbeador, Al hombre bueno, Del vivir, Desde El Mangrullo, El fogón de Wenceslao Varela, Somos hermanos (junto al brasileño Wilson Paim) y Aros de humo. En este último, se dio el gusto de incursionar en la música ciudadana. Tuvo, según coincidieron entendidos, un convincente acercamiento al tango.
También en esos años, a instancias del músico Omar Sanz, Chalar decidió agregarle a sus producciones discográficas algunos instrumentos que, a priori, no se identificaban con su estilo musical. Asumiendo riesgos buscó aggiornarse, e introdujo bajo eléctrico (ejecutado por el propio Sanz), teclados (siempre lo acompañó Hugo Marmolejo) y tambores.
Activo como siempre, la década del ´90 lo encontró luchando en forma denodada contra un cáncer que un 21 de noviembre de 1994 terminó arrebatándole la vida.
El País, Montevideo, 2011
Imágenes de Santiago Chalar
Friday, August 5, 2011
DE LA FELICIDAD/BAÚL DE MAGO
Roberto Burgos Cantor
De las felicidades perpetuas, por utilizar esta palabra que burla la fugacidad de los años, una, quizá nos sea concedida al encontrar en la corriente de los años un guiño que devuelve, integra, alguna imagen preservada desde la infancia.
Así ocurrió cuando sujeto a las protecciones de la niñez mis padres me llevaron, con mis hermanos, a la quinta de San Pedro Alejandrino. Es probable que ésta fue una de las ocasiones en que se sintió la extraña emoción de percibir sensaciones por medio de la respiración, además de las habituales por la vista, el oído, la piel.
En el ámbito de silencio vegetal la lerda imaginación humana agregó mármoles, banderas, una escueta alameda. Pronto quedaría atrás el monumento que los niños de entonces no comprendimos. El montón de banderitas con colores iguales castigadas por el sol. Testimoniaban el fracaso de un proyecto de unión.
Después estaba la casa con su viejo aire intacto. Las habitaciones en penumbra. El patio interior desierto. La calesa sin caballo. La cocina de fogones apagados. A veces un suspiro pedregoso enfriaba la sangre y compungía la curiosidad.
Hay espacios del Caribe de los que emana algo inaprensible que se adhiere por siempre a quien lo roza. Tal vez sea eso lo sagrado. En el sentido de conservar y transmitir un misterio. Un poder de la vida que perdura indestructible y propone indagaciones de humanidad desconocida. Así el convento de Claver en Cartagena de Indias. El hospital militar vacío de camas y paredes, contra el mar en Kingston. San Pedro Alejandrino en Santa Marta. La casa en la playa de Reveron, en Caracas, donde sus muñecas despiertan. Son territorios del recogimiento. La comunicación surge callada, en inadvertencia.
Ocurre ahora en que he vuelto a la última estación del Libertador, sin monturas, danzas, ni las infaltables compañías nocturnas con los arrebatos del instante sin promesas. Convidado por el Museo Bolivariano, cumple 25 años, me internó otra vez en el espacio que es mucho más que bongas, ficus, trupillos, ceibas, palmeras, caritos, historia, drama, compasión, delirio, impotencia.
La idea del Museo parece ser la única compatible con ese lugar que abolió la temporalidad y cuya humana gloria trasciende la tragedia histórica. De repente sucede que a la gente le gusta más tener un motivo de llanto que asumir un destino que corrija, transforme, funde.
El fondo de las obras donadas por artistas plásticos de Colombia y América crece con la generosidad y sentido ético de los artistas. Allí están el cuadro que envió Zalamea antes de morir. La abstracción inquietante de Beatriz Nogales. El reciente Loochkartt que parece prolongar la religiosidad mágica de Chagal. Guerrero cada vez más hondo y preciso. Los Cárdenas, uno de los cuales recuerda a un Magritte despojado.
El Museo Bolivariano de la dos veces santa, propone una lectura sutil. La naturaleza libertaria del arte en la entraña de un sueño vivo de libertad.
De El Universal, Cartagena de Indias, Colombia, 2011
Imagen: Sello venezolano con la efigie de Simón Bolívar, 1887
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