Wednesday, August 1, 2012

El Pelé blanco


A fines de la década del ´50 apareció en el fútbol de Brasil un delantero de muy buenas condiciones, que tuvo todo para ser un crack, que pudo haber logrado la máxima admiración por parte de los “torcedores” pero que sin embargo, cambió la patente de crack por la de jugador marginal, inadaptado, ya que muchas veces se vio superado por su propio temperamento. Se la daba de guapo, era camorrero, tenía una personalidad muy conflictiva y violenta; seguramente eso fue lo que conspiró para que la carrera de Almir Moraes de Albuquerque, transcurriera mucho más en las sombras que entre luces.
Nacido en Recife, el 28 de octubre de 1937, era un jugador de innatas condiciones para la gambeta corta y con viveza para crear y usufructuar situaciones favorables, pero quedó estereotipado como un elemento disociador, provocativo, violento. En su libro “Yo y el fútbol” (lanzado después de su muerte, en base a su autobiografía publicada en la Revista “Placar” poco tiempo antes) practica una revisión de su desordenado paso por este deporte. Con una crudeza inusual, en medio de tanta frase sin compromiso, Almir desnudó hechos reprochables. El libro es un muestrario del submundo futbolístico, donde su culpabilidad es indiscutible, tanto como la de ciertos dirigentes, árbitros y entrenadores. Allí admite que se dopó, la corrupción de algunos compañeros y de los jueces, entre otras cosas.
A manera de síntesis explicó: “Fui un marginal. Jugué como profesional durante once años en Brasil, Argentina e Italia, y siempre me acompañó la fama de violento. Hice goles, asistí a muchos artilleros, ayudé a algunos clubes a campeonar, llegué a ser llamado incluso el “Pelé blanco” allá cuando Corinthians pagó una fortuna por mi pase en 1960, pero solo recibí el apoyo de los hinchas de los clubes en los cuales jugué. Ni dirigentes, colegas o la prensa tuvieron la más mínima consideración hacia mi persona”. Y como argumento de defensa esgrimió: “La imagen que dejé no es la de un crack, sino la de marginal. Quienes tienen ese concepto de mí, no saben que muchas veces un jugador solo vive de los premios de la victoria, y que cada match es una guerra, porque de ese premio depende la subsistencia de la familia, el pago del alquiler del departamento, la buena ropa, el auto o el confort. Dentro del campo no hay amigos, es una cruda ley: ellos o nosotros”.
Cuando asomó al fútbol en el S.C. Recife, Almir era un gambeteador empedernido. El dribbling lo acompañó siempre, aunque a mitad de su carrera derivaría en preparador de juego, un “10” que atraía rivales para que aprovecharan los espacios descuidados los centrodelanteros de turno. En 1957, antes de cumplir 20 años de edad lo contratóVasco da Gama, donde fue adoptado por grandes como Vavá y Bellini, quien le puso el apodo de “Pernambuquinho”. Joven fuerte y con buena instrucción, enseguida percibió el deficitario nivel intelectual de sus colegas y su escasa responsabilidad:“Garrincha no sabe la diferencia entre el Pau Grande F.C. donde comenzó a jugar y el gigante que es Botafago; es un caso especial, casi sin instrucción. Pero la mayoría de los futbolistas no son muy diferentes a él”. Pronto comenzó a ser sensación en el equipo de Sao Januario, y pasó de la punta izquierda del ataque a la posición de centrodelantero. Un golazo convertido a Lev Yashin ese mismo año lo catapultó a la fama, la cual se incrementó en 1958 cuando el equipo ganó el torneo carioca.
Pero muy pronto su imagen se torcería. Integraba la selección que iba a ir al Mundial de Suecia ese año, pero nunca se mostró seguro de ir, ya que no comprendía la razón por la que rivales tan encarnizados en el torneo local debían confraternizar en un combinado nacional. Además, se sentía extraño entre veteranos como Didí Nilton Santos, ya que percibió que ellos y Djalma Santos formaban un grupo que tenía influencia en las decisiones del técnico Feola. “Tenía miedo que el equipo repitiera los papelones de 1950 y 1954”, argumentó años más tarde. El entrenador lo animó a luchar por un lugar en el equipo, pero él prefirió irse de gira a México con su club. Haber estado ausente en Suecia no le impidió hacer declaraciones fuertes cada vez que recordaba algunas cosas de ese torneo. Por ejemplo, se molestó por la forma en quePelé reemplazó a Dida: “A Pelé se lo podría haber puesto por sus condiciones naturales, tenía mucho talento a pesar de su juventud. Pero inventaron que Dida estaba con diarrea por el miedo y destruyeron su carrera sin miramientos”. Volvería a la selección al año siguiente, en el Sudamericano jugado en Buenos Aires. Cabe señalar que la noche del partido ante Uruguay, Almir fue protagonista de una de las grescas más recordadas de la historia del fútbol.
En el rubro reciedumbre y malas artes, nuestro homenajeado tuvo una dilatada carrera“Yo quebré a un colega de profesión (Helio, defensor del América de Río, en 1959) que nunca más pudo volver a jugar”, contó en su libro, pero enseguida ensayó una disculpa: “Pero yo no fui con mala fe, a quebrarlo, la prueba está en que no fui expulsado” (?). Por medio de la comparación, explicaba que sus acciones se exageraban: “Gerson quebró a Mauro, juvenil del Flamengo. También fracturó al peruano De la Torre y a Vaguinho, del Corinthians; y nadie por ejemplo llamó bandido a Gerson por ello…”. Por el “caso Helio” advirtió que era perseguido por los jueces:“Las torcidas rivales comenzaban a pedir mi expulsión desde el arranque mismo del partido, y muchas veces los jueces me terminaban echando sin motivo alguno”, recordaba una vez ya retirado del fútbol. Además, la prensa también se le fue encima y hasta los hermanos del fracturado lo quisieron matar cuando fue a visitarlo al hospital. En otro pasaje del libro, declaró: “Conocí la hipocresía en el fútbol cuando cambió la dirigencia corinthiana, allí comenzaron a tratarnos como a seres inferiores, como a la peor escoria. Vi también la franqueza de algunos jueces, como Joao Etzel, quien era conocido como venal, y casi no tenía siquiera el pudor de esconder eso. Cuando dejó el referato tuvo el valor de decir que era un ladrón”.
Tuvo su paso por la Argentina, el cual coincidió con la moda de importar brasileños, que estaban prestigiados por el éxito en el Mundial ´58. Boca adquirió su pase en 1961 y la aventura arrancó de la mejor manera, ya que en su debut el xeneixe le ganó 2-0 a Independiente y él convirtió un gol. Compartió plantel con 5 compatriotas: Edson do Santos, Orlando, Valentim, Maurinho y Dino Sani, todos recomendados por el técnico, quien no era otro que Vicente Feola. Pero pronto las cosas cambiarían, ya que una lesión en una de sus rodillas aceleraría su salida del club. Confesó luego que lo obligaban a jugar amistosos aún cuando se encontraba lesionado, lo que agravó la situación. Su último partido fue ante Chacarita, en el comienzo del torneo de 1962; venía de ser operado, pero aún no estaba plenamente recuperado y para peor, antes de los 15 minutos (con Boca perdiendo 1 a 0) se resintió de esa dolencia. Además, no existían los reemplazos en pleno partido y la hinchada local no paraba de insultarlo por su bajo rendimiento… entonces se le ocurrió algo para irse de la cancha pero sin dejar con uno menos a su equipo: le metió una patada criminal a Mario Rodríguez, quien no pudo evitar reaccionar y fue expulsado, obviamente junto al brasileño. Pero no conforme con eso, mientras se iba al vestuario empezó a insultar a otro rival, que no se aguantó, lo escupió y se ganó la roja también. Con un hombre más Boca dio vuelta el marcador y ganó por 2 a 1. Su paso en el club de la ribera marca que jugó 6 partidos en una temporada y media, que hizo un gol y que integró el plantel campeón de 1962. El que tuvo un mejor paso por el club fue su hermano menor Ayres, quien llegó traído por él, fue campeón de Reserva en el ’62 y jugó en la primera entre 1963 y 1965, siendo pieza de recambio permanente y llegando a jugar casi 30 partidos.
La AFA lo suspendió por varios meses y entonces la dirigencia aprovechó para venderlo al Milan, pero como no había lugar en el club para un extranjero más, deambuló un año entre la Fiorentina y el Genoa, donde se peleó con el técnico por defender a su compatriota Germano, ya que sostenía que el entrenador discriminaba a su compañero por el color de piel. Volvió entonces a Brasil fichado por un Santos que estaba en su esplendor, para ser suplente de lujo de Pelé. Antes de la final Intercontinental de 1963, O Rei se lesionó y toda la responsabilidad recayó en él. Alfredinho, ayudante de campo del DT Lula le dijo: “¿Usted quiere tomar una pastilla?” “Si, quiero. Deme una”respondió Almir, quien también confesó: “Con una bolinha en la cabeza entré al campo como un bravo toro de España, estaba tan pasado que jugué por mí y por Pelé”. Santos, que había perdido el partido de ida en Italia y se encontraba 0-2 en la revancha, logró llegar a un heroico 4-2 y forzó el desempate. El mismo se jugaría también en el Maracaná y sería arbitrado por Juan Brozzi, juez argentino recusado por el Milan, ya que los tanos se imaginaban lo peor. Almir relata: “Un directivo del Santos me dijo que podía ser el rey allá adentro. Que hiciera lo que quisiera, ya que el juez no haría nada contra nosotros”. Con semejante impunidad garantizada, se dedicó a hacer de las suyas: lesionó adrede al arquero Balzarini y también fabricó un penal ante la ingenuidad de Césare Maldini, su marcador. Dalmo convirtió el penal que permitió a los paulistas ganar su segunda -y última- Intercontinental. Con el equipo blanco también logró obtener la Libertadores de ese año y el campeonato paulista de 1964.

La jugada del polémico penal de Cesare Maldini sobre nuestro héroe.
En 1965 recibió una oferta del Flamengo. Además de la titularidad asegurada, lo motivaba el hecho de volver a vivir en Río, de gozar de las playas de Guanabara y toda la joda que allí podía encontrar. Sin perjuicio de decir que ganó con el equipo rojinegro el torneo carioca de ese año, hay que decir que paso por el “mengao” fue más noticia por escándalos que por su juego: se peleó en una ocasión con todo el equipo rival, ya que manifestaba que habían sobornado al juez del partido (en la final del campeonato carioca de ese año, Bangú ganaba 3 a 0, pero Almir se salió con la suya, ya que después de una “briga” inolvidable que él mismo inició y que tuvo nueve expulsados, el partido se suspendió y sus rivales no pudieron dar la vuelta olímpica), admitió haberse dopado, acusó a algunos compañeros de dejarse sobornar, y se enfrentó con jueces a los que acusaba de corruptos. Hacia 1967, y en lo que fue el final de su carrera en el fútbol de su país, el América lo contrató, cuando ya las piernas estaban gastadas y pesaban cada vez un poco más.
Quemó sus últimos cartuchos en el semiprofesional fútbol estadounidense hasta que en 1969 se retiró de la práctica activa. Alejado del mundo del deporte, consumió su tiempo sin saber muy bien que hacer con la rutina, con la única compañía de unos pocos amigos que le habían quedado de su paso por las canchas. Hasta que en la madrugada del 6 de febrero de 1973, en una boite de la Galería Alaska, enCopacabana y en circunstancias confusas encontró la muerte, en forma de un balazo en la nuca. La historia cuenta que saltó a defender a un amigo que se quiso levantar a una mujer que estaba con su pareja, ante lo cual este buen hombre (un portugués de apellido Soarez) fue hasta su auto, buscó un “fierro” y ejecutó a Almir y su amigo. Ese fue el final de uno de los jugadores más controversiales y habilidosos que hubo en la rica historia del futbol brasileño, quien murió cuando ni siquiera había cumplido 36 años de edad.
Del blog manchandolapelota.com.ar

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