Friday, March 17, 2017

Aplausos campeón

ROBERTO BURGOS CANTOR

Pensaré la razón de por qué a personas que amamos o admiramos, al invocarlas antecedemos su nombre de un artículo: el Rocky, el Pambe, la Nicolasa.

Valdez perteneció a los boxeadores que llenaron una época del boxeo en Colombia. Peleadores que venían precedidos por campeones como Mochila Herrera, Rosito, Lían, El Baba.

Se recuerdan los combates de Caraballo, Rodrigo Valdez, Cervantes. Alguna gracia acompañó a estos hombres cuando subieron al cuadrilátero. El dicharachero, el que parecía que el ángel intervenía en sus movimientos, le aleteaba también en sus palabras, era el Benny Caraballo. Pura electricidad. Consultaré, antes que abandoné el saludable hábito de sorber un ron de Jamaica a las cuatro y media de la tarde, con esa biblia del boxeo, don Alfonso Múnera, para ordenar el ranking  de los tiempos.

De Valdez queda un libro conmovedor de Melanio Porto Ariza. De Cervantes, un precioso texto con la sabiduría de escritor de Alberto Salcedo. De todos, los perfiles y las historias de esfuerzo de Nelson Aquiles Arrieta.

Quien estuvo cerca de los reflectores del espectáculo del mundo, sin cambiar su manera de caminar, se llama (algunos consideran que la muerte borra los nombres de la vida) Rodrigo Valdez. Como los grandes artistas (¿habrá pequeños?) nos dejó imágenes inolvidables de la nobleza humana, de su aventura de dignidad, derrota, ilusión. Encuentro con un destino casi siempre producto de un azar fugaz.

El Rocky se adentraba al centro de la lona con un aguaje que nunca modificó. Adelante, para anunciar al contendor, sin equívocos, que aquí vine yo por ti. Un balanceo de lado a lado, bote cargado de cocos o plátanos que orienta su proa en la bahía de Las Ánimas. Ese movimiento lo lograba por una cintura que domesticó mientras miraba el cabeceo de las embarcaciones frente al Mercado Público.

La disposición de ánimo, las enseñanzas de la vida que considera cobardía echarse atrás, mantenían al Rocky en el centro de la lona. Era su espacio preferido. Como quién anuncia: ya que estamos aquí es mejor resolverlo de una vez, yo no soy miembro del ballet.

Cada vez entró a la zona de candela con esa galanura, sin remilgos, ni tomarse el tiempo que boxeadores prudentes llaman de estudio.

Los combates de esos años tuvieron la fortuna de la televisión. Aún para quienes fuimos entrenados en ver la bola caliente al sol de la tarde buscada por la manilla del servidor del destino, a punta de la magia poderosa de los inolvidables narradores de radio.

Quedan por siempre: el Rocky zampado entre los golpes de Briscoe, el rapado, dando y recibiendo, sin ceder. Hasta que lo tumbó. El muchacho de El Arsenal, un cuarto de cuchara, cuando había, contra esa locomotora de hierro, vitaminas y hamburguesas.

El tramojazo con que noqueó a Monzón y no se atrevió a tumbarlo. Sigue en el aire la nube de sudor que le sacó.

¡Buena vida campeón!

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De BAÚL DE MAGO (columna del autor en EL UNIVERSAL, Cartagena de Indias), 16/03/2017


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