WIM KAMERBEEK ROMERO
Para La
Sirena y El Charango. Ensayo sobre el Mestizaje, de Carlos Mesa (2013), el
concepto de mestizaje presupone su propio significado. Se trata de una
hibridación inescapable que viene desde el periodo precolonial y que se asienta
como eje discursivo recién en el gobierno del Movimiento Nacionalista
Revolucionario entre 1952 y 1964. En principio, Mesa busca dotar de
veracidad a su discurso, construyendo su
argumentación a partir de datos históricos por su carrera de historiador. Como
él dice:
“(…) los
historiadores tenemos la obligación de llamar la atención sobre un conjunto de
elementos que están indicando claramente la intención de torcer la historia, de
acomodarla a los tiempos que corren y, lo que es más grave, grabar en el
inconsciente colectivo una fecha que nada tiene que ver con la verdad” (pág.
200)
Además de
oponer la historia y los datos históricos a los “elementos” que indican la
intención de “torcer la historia” y de “acomodarla a los tiempos que corren”,
Mesa contrapone recurrentemente al Estado Plurinacional del Movimiento Al
Socialismo, el reconocimiento a varias naciones étnicas y la conflictividad
existente a, primero, un pasado donde el mestizaje era una identidad que
abarcaba “los cuatros puntos cardinales del territorio” porque “nos sentíamos
identificados como parte de una misma comunidad” (pág. 215) y segundo, al
presente, cuando él entiende que la conflictividad solo puede ser solucionada
por el reconocimiento al mestizaje, que es esencial a la nación boliviana. Como
se verá más adelante, a pesar de que Mesa no es tan explícito respecto a su
propia posición ideológica –lo que es distinto en autores como García Linera o
Pedro Portugal cuando se trata de analizar al mestizaje- identifica que “los
tiempos que corren”, es decir, la “centralidad indígena”, es una amenaza para
su proyecto político de “unificar” a una nación, donde el reconocimiento al
mestizaje es fundamento.
De esta
manera, Carlos Mesa exnomina al proceso político acontecido en la Asamblea
Constituyente que da lugar a la nueva Constitución Política del Estado en 2009,
y logra naturalizar y despolitizar primero, el concepto de nación boliviana –presentando el concepto de
nación como libre de conflicto- y segundo, a la modernidad que habría alcanzado
su punto máximo (no satisfactorio) durante el Nacionalismo Revolucionario. Así,
Mesa justifica un orden para el mestizaje que por razones obvias, no es
compatible con el proceso actual boliviano.
Sentido y Forma del Mestizaje
Si Roland
Barthes entiende que el sentido, dentro del análisis semiológico, “postula un
saber, un pasado, una memoria, un orden comparativo de hechos, de ideas, de
decisiones” (Barthes, 2014: 209), en el caso de Mesa y su análisis sobre el
mestizaje boliviano, se trata de acudir
a dos órdenes comparativos de hechos, tomados como aspectos que consideran una
memoria larga: la primera respecto de la colonia, donde españoles y nativos –a
pesar de vivir en sociedades separadas- logran mezclar las culturas que los
definían, dando lugar a un mestizaje notorio en manifestaciones culturales o
sociales, y la segunda, de principios de siglo XX, donde la sociedad boliviana,
a pesar de la todavía fuerte división social entre blancos, cholos, indios y
negros, reconoce finalmente al mestizaje, formando parte del discurso del
gobierno del Nacionalismo Revolucionario (1952 – 1964).
Para
desglosar el sentido “barthiano” en la obra del expresidente boliviano Carlos
Mesa, La Sirena y el Charango publicada en el año 2013, es necesario dividirla
en tres puntos, donde al mismo tiempo, el discurso que el autor pretende
defender, es evidente. Es decir, considerando que el sentido de la obra y del
discurso del mestizaje radica en una tensión entre una memoria que acude a la
colonia, y otra que acude a lo que acontece en pleno siglo XX, hasta el
Nacionalismo Revolucionario (1952 -1964) . En primer lugar, entre los capítulos
“Independencia y República. Negación y Afirmación del Otro” y “La Marca”, el
autor propone que el pasado boliviano aun no ha sido resuelto respecto de los
elementos constituyentes del “imaginario social boliviano”, pero también que el
Nacionalismo Revolucionario –a imagen de la Revolución Mexicana- habría logrado
la uniformidad de la identidad boliviana en la sola aceptación del carácter
mestizo de la nación, a pesar de las falencias que tal empresa implica al crear
por ejemplo, una clase campesina, que
reúne la diversidad en un solo significado (Mesa, 2013: 33 – 39). Más allá, el
autor refuerza lo de la conciliación que significaría el mestizaje, cuando
recurre a la analogía de la “violación”, que se deduce, refiere al continente
americano: “aun no hemos resuelto ese pasado de padre violador y madre violada
y consentidora. Alguno de nuestros historiadores resolvió el asunto de un
plumazo con la frase lapidaria de que “La esclavitud no tiene historia”” (pág.
50), para luego continuar con que la construcción de un futuro coherente, no
debería residir en el de la uniformidad ni el nacionalismo de los 50, o que la
presencia española de 300 años ha significado la generación de ideas y hombres,
como Simón Bolívar y Andrés de Santa Cruz, en pocas palabras: el mestizaje o en
todo caso, la aceptación del mestizaje, permite un nuevo futuro para Bolivia,
que no sea ni la plurinacionalidad actual, ni el nacionalismo de siglo pasado.
(pág. 50-51).
Si el
primer argumento resulta explícito respecto de esa combinación de memorias
entre distintos hechos en el pasado boliviano, y sus respectivas incidencias
políticas en la historia política de Bolivia, la “Metáfora del Inca y el
Porquerizo” (capítulo 2 de la segunda parte del libro) es sugerente respecto de la visión del autor
acerca del pasado prehispánico y español en Bolivia: si Atahuallpa fue el
emperador del poderoso imperio inca, el futuro de dicho imperio no habría
encontrado un destino concreto por las limitaciones en el desarrollo
tecnológico; y luego, si Francisco Pizarro fue un español analfabeto, pero que
al mismo tiempo, trajo consigo “cultura occidental, el hierro forjado, los
caballos y los arcabuces” o incluso a “Aristóteles, a Platón, a Julio César, al
derecho romano y a la cultura árabe” (pág 56 – 59); lo que queda es considerar
la innegabilidad del progreso altoperuano gracias al descubrimiento español, es
decir, que el mestizaje además de ser cultural, racial es también una
hibridación socio-política considerable.
En lo que
queda respecto del sentido del discurso del mestizaje en el libro que se
analiza, en el capítulo 3 “Los Dioses (Santiago-Illapa, Tunupa, Qesintu y
Umantu-Las Sirenas)” el autor propone un mestizaje cultural demostrado en la
fusión del cristianismo con formas religiosas propias del Alto Perú, dice
“pretender que la espiritualidad andina está exenta de ese ingrediente
fundamental del cristianismo colonial es simplemente una expresión de deseos, o
una falsificación del pasado. La obsesión tan en boga de cortar la historia como una mortadela y
leerla e interpretarla por separado y reinventarla al gusto del consumidor
político del momento, es una tarea perdida y busca destruir nuestra esencia”.
(pág. 74)
Lo del
sentido parece hasta aquí resuelto porque se han combinado dos hechos en el
pasado boliviano, el de la colonia, donde la influencia mutua entre dos sociedades
separadas como la de españoles e indios, dieron como resultado un proceso de mestizaje que resultaba
inevitable y por tanto, de carácter inescapable para los bolivianos, y el
Nacionalismo Revolucionario, que resultaría en un estado de aparente cohesión
porque se habría logrado –junto a la inclusión de indígenas, aunque
transformados en “campesinos”- la
superación de la República de Bolivia en sus inicios, por su herencia colonial,
hacia la uniformidad de la identidad boliviana. Sin embargo, lo de la uniformidad
de la identidad boliviana –en estrecha relación con lo acontecido en la
Revolución Mexicana- tiene una fuerte influencia en el significado de nación en
todo el debate académico que se analiza en esta investigación: da la impresión
que lo que se entiende por el concepto de nación, que se asemeja bastante a lo
de la uniformidad de la identidad boliviana,
resulta similar al de una comunidad por sobre cualquier diferencia y en
esto, lo de la cohesión, identidad boliviana, por sobre las diferencias étnicas
en lo plurinacional funcionan como forma. Que contiene ciertas consideraciones.
Silvia
Rivera discute esta forma de presentar al mestizaje en su libro “Violencias
(re) encubiertas en Bolivia”, denominándola como “amalgama”. En palabras de
Rivera, el mito sobre la amalgama tiene una referencia al proceso de mestizaje
en Estados Unidos como fundador de la cultura “gringa”, de convivencia
armoniosa entre distintas culturas, que
teóricamente, se replica en Bolivia como el caso de Hugo San Martín al definir
lo cholo como “amalgama cultural” que se encuentra entre lo incaico y una
versión criolla de lo occidental (San Martín en Rivera, 2010: 68), lo que no
dista demasiado de Franz Tamayo. Para la autora, lo de la amalgama, trata de
“(…) la celebración del mestizaje como fusión de razas y culturas continúa
siendo, en nuestro país, una camisa de fuerza que para la comprensión del
fenómeno, puesto que se ve al tercero (el mestizaje) como algo totalmente
nuevo: sumatoria y superación de los rasgos que oponen a los otros dos”
(Rivera, 2010: 68).
No
obstante, lo mestizo como amalgama en el caso boliviano, tiene un origen más
preciso: la cuestión indígena en la literatura boliviana, desde la fundación
misma de la República de Bolivia, ha intentado pensar la cuestión nacional
desde un enfoque donde lo indígena era abiertamente rechazado. Lo que significa
desde aquí, que el proyecto de nación a cargo de las élites económicas y
políticas desde siglo XIX buscaba de cualquier manera, eliminar lo indígena
porque querría decir atraso, pero también alguna forma de segregación. Javier
Sanjinés explica lo anterior cuando analiza el origen del discurso del
mestizaje de Franz Tamayo en su Creación de la Pedagogía Nacional de 1910: si
bien las élites de la época, influidas por doctrinas liberal-positivistas,
buscaban aproximar al indígena por cuestiones físicas-estéticas a los suecos ,
lo que se buscaba tácitamente, era la eliminación de este “obstáculo” a través
de una forma de desarrollo físico y mental, lo que está explícito en el libro
de Tamayo, donde solo a través de la educación se podría llegar a una voluntad
de carácter nacional. El nuevo mestizo –y no el cholo, porque esa sería la
antítesis del nuevo boliviano- según Tamayo, también resultaría una suerte de
amalgama, donde la energía del indio se sumaría a la inteligencia del blanco
(Sanjinés, 2014: 50-56).
Si el
sentido barthiano de lo mestizo en el libro de Carlos Mesa, conjuga un orden
comparativo de hechos, entre la Colonia española, el Nacionalismo
Revolucionario y algunas veces el imperio incaico, la forma “barthiana” del
mestizaje boliviano en el mismo texto, resulta un tanto más caótica. Roland
Barthes entiende por forma, el significante del mito, como “una imagen rica,
vívida, espontánea, inocente, indiscutible” (Barthes, 2014: 210). Esta imagen
del mestizaje radicaría entonces entre procesos de aculturación que dan lugar a
una nueva identidad social, sea como producto de dos sociedades opuestas, como
en la colonia, o por la reunión de diferencias en un solo concepto, como el
mestizaje durante los años del primer Movimiento Nacionalista Revolucionario.
De cualquier manera, lo que debe considerarse en tanto que se analiza la forma
del mestizaje en el libro de Carlos Mesa es su carácter totalizante: el
mestizaje se encuentra en varias manifestaciones, desde culturales,
raciales/étnicas o sociales –lo que el autor confunde en varios pasajes del
libro- y se manifiesta en cualquier
evento de mayor conmoción para la historia boliviana. Para Mesa, lo mestizo
vendría a ser entonces la esencia de lo boliviano. El autor es enfático cuando,
respecto a la correcta pero nada exitosa “lectura del pasado” que habría
realizado la revolución de 1952 con el eje discursivo del mestizaje y la
castellanización de la educación boliviana, va emergiendo un discurso de tinte
“indianista radical” de la mano de Fausto Reynaga, que cuestiona el paradigma
de lo mestizo y el mestizaje, y que perjudica de sobremanera a Mesa y su
esencialismo: lo del indianismo sería una lectura a medias, porque está basada
en prejuicios sobre quien fuera “originario” y quien fuera “no-originario”, lo
que pone en peligro a la identidad boliviana. El discurso de “indianismo
radical” influye años después en Evo Morales porque –tal como escribe Mesa- las
“corrientes fuertemente indigenistas” en el gobierno, incorporan la idea de la
“naciones dentro de una nación” y potencian el descrédito del mestizaje, en una
población donde el 50% se identifica como mestiza, pero no con un gobierno de
tinte indigenista (pág. 39- 43). Mesa
confunde indigenismo con indianismo.
Hasta aquí,
el libro de Carlos Mesa es altamente sugerente respecto de las razones para la
conformación del mestizaje como identidad política: el sentido radica en que es
un dato histórico inescapable, desde el imperio incaico hasta la Revolución
Nacional boliviana de 1952, mientras que por forma se entiende una suerte de
esencia de lo boliviano, aunque con las consideraciones necesarias que hacen de
ésta una cuestión caótica: que es una suerte de “amalgama”, y que la
conflictividad boliviana solo podría solucionarse a través del reconocimiento
del carácter mestizo del país. Para Mesa, aceptar la esencia boliviana
prometería un nuevo escenario para Bolivia, la superación de la Revolución
Nacionalista de 1952 que no reconocía diferencias a partir del mestizaje, así
como la superación del Estado Plurinacional actual, que es escisivo porque
estaría basado en el concepto de “naciones dentro de una nación”.
Concepto y Significación del Mestizaje
En el
esquema desarrollado por Roland Barthes en su libro Mitologías, el concepto
viene a ocupar el lugar del significado en el esquema que él desarrolla para
explicar la conformación del mito. Es un significado de orden segundo, que
supera al significado en el esquema de la lengua. Barthes entiende por concepto un algo
determinado, “(…) es a la vez histórico e intencional; es el móvil que hace
proferir el mito”, así como que es una “(…) cadena de causas y efectos, de
móviles e intenciones. Está lleno de una situación” (Barthes, 2014: 210). En La
Sirena y el Charango, el concepto del mestizaje se presenta como superación al
conflicto, después de que Carlos Mesa combina lo histórico del sentido con lo
problemático de la forma, como se vio anteriormente. Para el autor, la esencia
boliviana tiene una potencialidad histórica porque significa la superación del
conflictivo clima político boliviano, algo así como que si alguna vez el país
habría encontrado una identidad, era gracias a la categoría “mestizo” hace más
de medio siglo atrás.
El texto de
La Sirena y el Charango presenta variadas formas para establecer un concepto
del mestizaje, que significa ya una forma de politizar el tema. El autor parte
analizando el discurso de aquellos que son contrarios a su proyecto, sobre la naturaleza violenta del descubrimiento de
América: para ellos, el encuentro entre los conquistadores españoles y el
imperio incaico es equivalente a una relación entre un padre violador y una
madre que es víctima y por esto, un
clima de vergüenza y resentimiento impiden la construcción de la sociedad
boliviana. Para Mesa, esta es una historia que “no cuadra” pero la “mayoría de
los habitantes andinos están persuadidos de que fue así”. En palabras del
autor, “(…) El resultado: sentimos odio, resentimiento y vergüenza por ese
pasado. Así, es muy difícil que podamos construir como sociedad una idea de
seguridad, optimismo y perspectivas positivas hacia el futuro, porque el pasado
tiene una carga que recordamos con profundo malestar.” (pág. 55); y luego
agrega en la tercera parte del libro, en el capítulo “A la Sombra del Modelo
Colonial Español”, que para la construcción de una nación –entre iguales y aun
en las diferencias, como Mesa escribe- es necesario adecuar el texto
constitucional al siglo XXI, reconciliando la tradición occidental boliviana y
la indígena, y no así a través de distintas categorías ciudadanas, como
indígenas y no indígenas (pág. 143). Para Mesa, esto solo se habría logrado durante la Revolución Nacional
boliviana en 1952, porque la presencia del Estado –como nunca antes- era total,
y al mismo tiempo que articulaba occidente y oriente bolivianos, rescataba a
través del mestizaje lo indomestizo que de alguna manera, cuestionaba lo
heredado por la colonia española (pág. 145).
De esta
manera, Mesa suma otra forma a la significación del mito del mestizaje en La
Sirena y el Charango: el mestizaje significaría la reconciliación del presente
con el pasado pero también y sobre todo, el mestizaje significa modernidad.
Según Barthes, el significado del mito, puede permitirse múltiples
significantes (Barthes, 2014: 212), como se ve, a la característica del
mestizaje como esencial para la nación boliviana como forma en términos de
Barthes, se suma otra: la modernidad como reconciliación de pasado y presente que,
aunque el libro de Mesa menciona a la Constitución Política del Estado y ya no
al propio Censo del año 2012, esto revela aun más la intención del autor:
demostrar al lector que el mestizaje es inherente a Bolivia, y que su
reconocimiento lograría reconciliar las diferencias que el país se encuentra
debido a, según Mesa, la creación de dos categorías distintas de ciudadanía, la
indígena y la no-indígena. El concepto al que Mesa acude, para la significación
del mestizaje es entonces la cohesión social boliviana: el momento donde lo
político en Bolivia habría resuelto el “gran desafío” boliviano es el mestizaje
porque uniforma a una sociedad plagada de diferencias.
El anhelo
de cohesión y uniformidad en lo nacional no es un dato reciente, como concepto o
significado mitológico, ha sido presentado en otros tiempos de la historia boliviana. Ximena Soruco
explora este detalle desde la literatura nacional, como en el caso de Nataniel
Aguirre y su obra Juan de la Rosa, donde el protagonista es un criollo con una
“ascendencia indígena dubitativa”, mestizo, que se ubica entre el desprecio a
los españoles/criollos de la época por su ambigua posición frente a la
independencia boliviana, y el supuesto carácter subversivo y separatista de los
indígenas por la instauración de las “Republiquetas” en este periodo, y que
encarna, Juan de la Rosa, un proyecto
nacional que solo podría lograrse gracias a una “nueva raza”, donde se excluye
a lo indígena (Soruco, 2012: 85); o como en el caso de Antonio Díaz Villamil y
su obra La niña de sus ojos, que guarda estrecha relación con el discurso del
principal referente ideológico del Movimiento Nacionalista Revolucionario,
Carlos Montenegro en “Nacionalismo y Coloniaje”, en la primera mitad del siglo XX: se trata de
la unificación de la nación que se enfrenta a la “antinación”, donde lo mestizo
encarna esa cohesión que lleva implícitamente un proyecto pedagógico al
indígena. En el desenlace de la novela de Diaz Villamil, la protagonista Domy,
hija de una chola y educada en un centro religioso, es profesora en una
comunidad indígena, en matrimonio con un criollo (Soruco, 2012: 174 – 176).
El concepto
de mestizo que Carlos Mesa presenta en La Sirena y el Charango mantiene
cercanía con el concepto de mestizo en otras épocas en la historia boliviana:
el mestizaje es un proyecto de nación, aunque en la argumentación de Mesa, el
sujeto político que va a llevar a cabo dicha empresa no está del todo
delimitado pero tiene sus enemigos:
aquellos que “viven en el pasado”. Por otra parte, si se trata de la
significación como irrupción del mestizaje en el campo discursivo boliviano, o
sea el mito mismo, debe considerarse que para Barthes, la función del mito no
es ocultar algo, sino deformar una verdad (Barthes, 2014: 213). Los elementos
que se han descrito, ayudan ya a describir al mestizaje en el debate académico
respecto a la inclusión de la categoría “mestizo” en la pregunta 29 del más
reciente Censo de Población y Vivienda en Bolivia, como mito, porque existen
aspectos históricos que son incluidos a la hora de presentarlo al debate.
La
significación del mestizaje contiene entonces –siguiendo a Carlos Mesa y
combinando los elementos que se han extraído de su libro- la esencia de lo
boliviano, que es una combinación de elementos en la Colonia y lo indígena,
sobre todo culturales y que es el momento más lúcido de articulación entre
identidades sociales notablemente
distintas entre sí. El mestizaje desde esta óptica, es lo más cercano a la
identidad nacional boliviana porque reconciliaría diferencias étnicas en el
territorio boliviano, como el reconocimiento de lo mestizo y sus consecuencias
demuestran, durante el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario
entre 1952 y 1964. Pero además, significaría la reconciliación entre una
innegable tradición occidental y una indígena, lo que es equivalente a una
añorada modernidad en el Estado. Esto determina entonces que el mestizaje
defendido por Carlos Mesa, es de tipo nacional (Claros, 2016). Se aferra a una
esencia y concibe que existe una identidad nacional sobre otras a las que si
bien no niega, las supedita, a una universal que viene a ser la boliviana.
Irónicamente, se trata de dos categorías de identidades: una boliviana,
esencial y mestiza, y una étnica.
Desde aquí,
la función de deformación del mestizaje es algo parecido a lo que la forma que refiere a la modernidad, la que
se vio unas líneas atrás, sugiere: se trata de uniformar las tensiones, para
dar paso a un nuevo escenario social, en armonía entre las distintas
identidades sociales. Así, el mestizaje de Carlos Mesa, es la continuación del
proyecto pedagógico a cargo de Tamayo en 1910, y lucharía contra la antinación
-en términos de Carlos Montenegro- aunque con una sutil diferencia: esta vez la
antinación es el lugar donde se han creado dos categorías de ciudadanos que
resaltan sus diferencias entre indígenas y no-indígenas.
Mestizaje natural y despolitizado: la nación
boliviana de Carlos Mesa
La
significación del mestizaje que defiende Carlos Mesa busca la creación de un
nuevo orden: se trata de modernizar al Estado a través del reconocimiento de su
noción más básica, su esencia mestiza. El significado de nación que opera en la
argumentación de Mesa es la de una comunidad que ha superado sus conflictos
internos, lo que permite visibilizar un nuevo Estado en el que existen dos
niveles de autoidentificación: una principal, boliviana y mestiza, y otra
secundaria, que es étnica. En la última parte de La Sirena y el Charango, el
autor revela su concepto de nación al decir que:
“El futuro
que nos toca tiene poco que ver con el futuro que se vislumbró desde las
almenas del fin del siglo XX. El nuevo siglo nos ha deparado desgarramientos
insospechados pero necesarios, bocanadas de odio y rencores inevitables que se
deben quebrar desde abajo, desde su propia entraña. Es necesario reconstruir un
imaginario colectivo en el que todos nos miremos sin miedos ni atavismos, en
lógica de los privilegios sea desterrada, en la que podamos sembrar un sentido
de Nación, más allá de la región, más allá de la etnia, más allá de lo popular,
pero con ellos, a través de sus andamiajes, sin negar ninguna de esas
características que nos identifican con lo más íntimo de cada uno de nosotros”
(pág. 221)
Según la
teoría de Barthes, la motivación es el uso de una analogía junto a la nueva
significación (que se había definido previamente en este análisis). Lo que se
busca es la reinserción de la significación en un contexto dado (Barthes, 2014:
217- 220). Esto quiere decir que al hacer uso de la analogía junto a la
significación, lo que se intenta lograr es la interpelación del lector: hacer
que la significación del mito pueda ser más accesible para el consumidor del
mito, el lector en este caso. Esta analogía en la argumentación de Mesa es
referirse al contexto en el que se escribe este libro, y al hacerlo, presenta
un escenario futuro, libre de cualquier conflicto. Así, funda el carácter
natural y despolitizado del mestizaje.
Como se ha
descrito antes, el sentido del mestizaje nacional de Carlos Mesa, postula ya un
orden temporal del que forman parte el pasado prehispánico, colonial y el
Nacionalismo Revolucionario. A este orden temporal, La Sirena y el Charango
opone tácitamente un escenario futuro, donde la conflictividad no existe pero
sí la inclusión de los sectores que no son representados al momento de escribir
el libro, es decir, en el debate académico respecto a la inclusión de la
categoría mestizo en la pregunta 29 del Censo de Población y Vivienda del año
2012. Al hacer esto, Carlos Mesa debe remitirse al presente porque solo así es
que motiva al mestizaje nacional que presenta al lector. De esta manera, Mesa
puede hacer creíble su proyecto.
La
motivación de acuerdo a la teoría de Barthes, en La Sirena y el Charango,
comprende poner en evidencia que el proyecto supuestamente inclusivo del
Movimiento Al Socialismo es igual a lo que Mesa denomina “La Centralidad
Indígena”, que -además de ser el nombre de uno de los capítulos de la tercera
parte del libro- representa una
incomodidad notable para el autor y su proyecto de mestizaje. Al analizar la
nueva Constitución Política del Estado aprobada en 2009, Carlos Mesa dice “La
línea maestra general de la Constitución tiende a privilegiar lo indígena en
todas sus expresiones, incluyendo el de la protección de sus lugares sagrados
(artículo 30, 7), lo que no está dicho para los lugares sagrados de las otras
creencias que se practican en el país” (pag. 138). La intención radica en
presentar el proyecto de indigeneidad estatal como excluyente, retórico y
sumamente contradictorio. La analogía –relación de similitud entre dos
términos- de la significación del mestizaje buscaría comparar el contexto que
Mesa describe al momento de escribir su libro con un pasado que es reivindicado
constantemente por el gobierno del Movimiento Al Socialismo. En suma, la
motivación del mestizaje de Carlos Mesa, de interpelar al lector a través de
una analogía, implica presentar al presente como oscuro, conflictivo y un “regreso
al pasado” que tiene como consecuencia un futuro incierto para la nación de
Mesa. Cuando el autor se propone hacer un análisis sobre la nueva Constitución
Política del Estado en Bolivia, se inclina por mostrar el proceso previo –de la
Asamblea Constituyente- como un proceso violento, contradictorio y sobre todo
improductivo. El reconocimiento a lo indígena no ha solucionado los problemas
que aquejan históricamente al país. Como Mesa dice:
“(…) queda
también claro que la comunidad boliviana no indígena no encuentra una respuesta
de integración y de sentido de pertenencia desde el discurso estatal
obsesivamente indígena, andino y aymara. El gobierno de Morales perdió el rumbo
en uno de sus desafíos más importantes, el de cerrar definitivamente la brecha
de la sorda confrontación que cruza tres niveles; el étnico, el de las regiones
y el del espacio urbano y el espacio rural”
(Mesa,
2013: 129)
Del párrafo
anterior se extrae el concepto de nación de Carlos Mesa, como libre de
conflicto y de plena identificación para sus integrantes. A pesar de lo
plurinacional que el texto de la
Constitución Política del Estado pregona, al reconocer la categoría de
“indígena originario campesino” y 36 idiomas oficiales, según el autor, el
énfasis en lo étnico no ayuda a resolver los problemas que se encuentran en
tres niveles. Así, el proyecto de nación de Mesa, de unificación, presenta
cuáles son los problemas que no son resueltos –lo étnico, lo regional y la
brecha entre lo urbano y lo rural- a pesar de la retórica.
La analogía
de la significación del mestizaje de tipo nacional, que revela un presente de
confrontación por sobreponer lo étnico sobre otros problemas y que no supera el
pasado a pesar de la retórica “maximalista”, como escribe Mesa en algunos
párrafos de la tercera parte del libro, no está compuesta únicamente por la
oposición del autor con el proyecto de la indigeneidad estatal, sino también
por la oposición del autor con tendencias políticas que considera contrarias al
liberalismo, que a estas alturas de La Sirena y el Charango se deja ver como la
ideología de Carlos Mesa. El autor aísla al mestizaje de lo indígena y lo
occidental –como momento superior a éstas dos porque las reconciliaría, como se
vio anteriormente- y al indigenismo/indianismo indistintamente, por ser
ideologías “radicales”, y contrarias a la democracia. Al explicar lo acontecido
entre 1984 y 1992 en Bolivia, acerca de una convergencia entre indianismo y
marxismo de donde el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera y el líder
indígena Felipe Quispe son representantes más conocidos, Carlos Mesa exhibe el
peligro que acecha al liberalismo y al republicanismo al decir que la presencia
de García Linera como ideólogo del “comunitarismo andino” (convergencia entre indigenismo y marxismo),
determina un híbrido de “valores esencialistas del indigenismo” que pervive en
una Constitución “de raíz liberal republicana” y a la vez “de tendencia
socializante y estatista” (Mesa, 2013: 152). Es notable que a continuación,
utilice el argumento de “dos repúblicas” durante el “exitoso Estado colonial”
para describirlo como método del proyecto del Movimiento Al Socialismo (pág.
152-153) pero también que dentro de esta argumentación, se trata de comparar la
indigeneidad estatal con el Estado colonial, por excluyente. Se muestra así que
Carlos Mesa considera a las corrientes indianistas-marxistas como una “vuelta
al pasado” por su amenaza al liberalismo y porque al encontrarse inmersas en la
estructura de gobierno, ponen en riesgo la idea la nación boliviana.
Esta
motivación, que es básicamente mostrar al presente como una radicalización del
pasado republicano boliviano, que no resuelve los problemas que aquejan al país
para por fin tener un Estado inclusivo, da pie a la naturalización del
mestizaje que Carlos Mesa propone en su libro. Para Roland Barthes, la
naturalización trata de un “habla excesivamente justificada” que “no es leída
como móvil sino como razón” (Barthes: 2014: 223). Convertir al mito en natural
quiere decir que en esta etapa, transforma su carácter histórico en naturaleza,
donde el significante funda al significado. Según Barthes, el mito se presenta
así como “inocente” pero también, se permite ser leído como un “sistema de
hechos”, las intenciones del mito no están jamás ocultas, sino naturalizadas
(pág. 224).Para Mesa, el sistema de hechos ya no tiene mucho que ver con lo
político, sino con las manifestaciones culturales que para el autor, son el
mejor síntoma del mestizaje y de su proyecto de nación: las fiestas religiosas
son una reconciliación de costumbres locales y españolas. Para dar solidez a
este argumento, el autor recurre a explicar que este fenómeno es frecuente en
el ámbito rural que además es, donde se concentra el voto y respaldo a la
indigeneidad estatal de Evo Morales. En primera instancia, se trata de
deslegitimar al proyecto de “centralidad indígena”, para luego, interpelar al
lector a través de un análisis minucioso sobre el propio presidente
Morales quien, para Mesa, es el mejor
representante del mestizaje nacional.
Como en
este libro y en su intervención en Mesa Redonda. Nación y Mestizaje, que será
analizado más adelante, Carlos Mesa tiende a concentrarse en explicar a la
colonia como un hecho que a pesar de ser violento, significa una primera
formación del país que ahora se conoce como Bolivia. Al hacerlo, trata de
reconciliar al pasado con el presente, restando credibilidad a la
“descolonización” que es otro eje discursivo en la indigeneidad estatal, pero
también, de restar énfasis a cualquier mirada a la época anterior a la colonia.
Es lo que Luis Claros denomina “estrategia de neutralización”, que consiste en
contrarrestar cualquier argumento en contra de la colonia, intentando primero,
presentar a todo proceso de conquista como violento e inevitable, humano, y
luego, evitar cualquier idealización de las sociedades incaicas, por verticales
y premodernas (Luis Claros, 2016: 119 – 121). La naturalización del proyecto de
mestizaje de Carlos Mesa debe necesariamente, evitar toda idea contraria a lo
moderno porque como el autor dice, esto significaría no resolver el problema
étnico, menos el regional y acentuaría lo rural sobre lo urbano. Para esto,
Mesa debe recurrir a la “obviedad” del mestizaje, demostrando al lector que lo
mestizo se encuentra en todas partes.
Si bien la
esfera de lo político ha sufrido cambios sustanciales en el contexto en el que
se desarrolla La Sirena y El Charango, para Mesa el campo de la religión, por
la hibridación entre la religión local y las religiones de esta parte del
continente, ha permanecido inalterado y eso se debe a su permanencia en el
tiempo, lo que significa que la hibridación entre catolicismo y tradiciones
religiosas locales es otra característica esencial a la nación de Carlos Mesa.
También en este análisis, el autor presenta que la solución al carácter
conflictivo de la nación boliviana, radica en reconocer al mestizaje, aunque
con una ligera preferencia por lo católico o moderno. Como Mesa dice:
“El mundo
colonial generó, a pesar de dominadores y de dominados, una realidad mezclada
de mensajes entrecruzados, de mitologías fundidas, de una religión nueva y
enriquecida. El cielo de las escrituras bíblicas y del mundo grecolatino se
pobló de lunas, soles y estrellas de los Andes, de sirenas y de monos, de máscaras
y grutescos, que representaban el otro cuerpo, el andino. La madre del Dios de
Judá se hizo tierra y renovó su fecundidad más allá del Salvador. La fiesta de
la fe se multiplicó en santas y santos que, mediadores entre lo terreno y lo
divino, lo fueron también del otro cielo poblado de dioses-cerro, dioses-agua y
dioses-sol.
Tres siglos
después del cataclismo se hizo posible el nuevo tiempo. La cruz y el castellano
habían comenzado a tocar las raíces, se quedaban, se mezclaban en la sangre
americana irremediablemente. Pero no eran más los desafiantes signos que Europa
trajo en las carabelas, eran ahora hijos de un choque espantoso y padres de una
nueva identidad. Los dioses habían logrado sobrevivir pero no funcionaban más
como antes, tuvieron que pegarse a la piel de Jehová, de su madre y de su hijo.
Habían adquirido un nuevo rostro. El rayo es ahora la espada de Santiago, del
mismo matamoros que aquí fue mataindios y que, quizás precisamente por ello,
sale en hombros de indios en una procesión cualquiera de un pueblo cualquiera a
cuatro mil metros de altura, a diez mil kilómetros de distancia y quinientos
años después de la batalla de Granada
Lo católico
se apropió de América y se metió a su vez en esta piel para hacerse parte de su
cuerpo, de su reconocimiento, para acompañar a los hombres de aquí en el
instante de la muerte, para ello acuñó la imagen nueva del cielo y del
infierno, del pecado y la salvación para tomar el punto más recóndito del alma,
del que depende la relación esencial del individuo consigo mismo y su destino.”
(Mesa,
2013: 68 - 69)
Al acudir a
la religión, Carlos Mesa invoca al imaginario social boliviano –lo que él
denomina “imaginario colectivo boliviano”- y de esta manera interpela al lector
desde todas las representaciones que se entienden como presupuestas para el
consumidor del mito. En palabras de Cornelius Castoriadis, el imaginario social
es la lectura de la realidad hecha por cada sujeto en un momento histórico
social dado, donde la representación de figuras/formas/imágenes conforma el
orden simbólico, o racionalidad en una sociedad (Castoriadis, 2010). A partir
de discutir una representación presupuesta como la religión o el arte en
Bolivia, Mesa logra naturalizar y al mismo tiempo, despolitizar al mestizaje:
en primer lugar, la hibridación religiosa es inescapable como cuando el autor
se pregunta si habría sido igual si el catolicismo, el islam o budismo llegasen
a nuestras tierras aunque de todas maneras, “nuestra raíz común es
judeo-cristiana, y está estrechamente vinculada a un momento que cambió el
mundo para siempre y el nuestro, el mundo americano muy en particular” (Mesa,
2013: 70); y en segundo lugar, es un hecho inobjetable, como cuando Mesa
describe el “momento del rezo”, “(…)el sacerdote andino, en el mismo tono con
el que se desgrana el rosario, pide, se comunica con sus dioses, con los Apus
(montañas tutelares), con sus ancestros (los huacas). Es una sucesión transida
de palabras en aymara o quechua salpicadas de vez en vez por el castellano”
(pág. 73).
Al
naturalizar el mestizaje, Carlos Mesa crea un concepto más sólido sobre su proyecto de nación. Al
acudir a otras representaciones del imaginario social boliviano, intenta
mostrar al lector que lo mestizo está también en las fiestas bolivianas (pág.
119 – 123) y que ir en contra –o sea, no reconocerla en el Censo de Población y
Vivienda del año 2012- es ir contra la propia historia boliviana. Esto funciona
como exnominación, que es elemental al proceso de despolitización en la teoría
de Barthes. Se trata de eliminar, en los argumentos, a todos los elementos que
vayan en contra de la construcción de la historia boliviana y el proyecto de
mestizaje nacional propuestos por Carlos Mesa, que empieza por los movimientos
políticos que “viven del pasado”.
La
vertiente indianista/indigenista que Mesa describe en su libro es, según él, la
reivindicación de una forma violenta de acción política, basada en los hechos
de 1781 a cargo de Tupac Katari que, si bien buscaba terminar con la colonia
española, también buscaba aniquilar a españoles, criollos y mestizos. Para el
autor, esto es totalmente distinto a la “construcción del republicanismo”
evocada en los levantamientos en Sucre y La Paz en 1809. (Mesa, 2014: 160). Esa
forma de acción violenta de Katari en 1781 es más cercana a la forma de gobernar
en la actualidad, porque quienes gobiernan en el momento que se escribe este
libro, olvidan que la Carta Magna de
1825 es producto de un movimiento donde participaron “blancos, mestizos e
indígenas” y que “nos legó la república, la democracia y la idea de ciudadanía,
que son precisamente los valores esenciales” (pág. 161). No obstante, pese a
que Carlos Mesa argumenta que solo gracias a la democracia y el republicanismo
se ha logrado la cohesión de la sociedad boliviana, la historia boliviana
refleja también que la democracia, el republicanismo y hasta el populismo de
mitad de siglo XX, donde el mestizaje es el eje discursivo, son procesos
violentos en los que la cohesión no es del todo lograda porque tiene también
sus víctimas y consecuencias que contradicen al autor de este libro. Silvia
Rivera, al explicar el “abigarramiento” de la sociedad boliviana, describe tres
momentos donde el discurso de la época, al crear sus respectivos sujetos,
siempre lo hace a costa de un sujeto que no cumple los requisitos establecidos
por lo objetivo: el ciclo colonial, con el “colonialismo interno” como efecto,
el ciclo liberal, con la fundación del concepto de “ciudadano” y sus
implicaciones, y el ciclo populista, que a través de la homogeneización
nacional, el Estado no hace más que suprimir identidades étnicas y comunales en
Bolivia. (Rivera Cusicanqui, 2010: 39 – 47), esto implica que el mestizaje,
como identidad intermedia entre blancos e indios, o proyecto nacional, era una
invención de las élites criollo-mestizas y por tanto, como se habría visto en
el proyecto pedagógico de Franz Tamayo, de lo que se trata es de
“occidentalizar” a lo indígena. Salvador Schavelzon, en un artículo publicado
en 2015 sobre el conflicto sobre la construcción de una carretera por medio de
un territorio indígena y el Censo de Población y Vivienda del año 2012, detalla
que para explicar la exclusión de la categoría “mestizo” de la pregunta 29
referida a la autoidentificación del
encuestado, desde el Estado, los argumentos fueron parecidos al indianismo y su
relación con el mestizaje, porque quienes
defendían a lo mestizo, en realidad, estaban a favor de una categoría
creada por una élite criollo-mestiza contraria a los intereses de los indígenas
y contraria a intereses revolucionarios, lo que es similar a la relación entre
indianismo e indigenismo, descrita anteriormente. Esto demostraba que la
indigeneidad estatal, sería un proyecto inclusivo a amplios sectores de la
población, pero que aun mantenía, sino catapultaba, diferencias notorias entre
indígenas y mestizos (Schavelzon, 2015). Tácitamente, de lo que se trata es que
si el mestizaje descrito por Rivera estaba bastante relacionado con lo blanco,
lo que ocurre en el caso descrito por Schavelzon es una indigeneidad estatal
que determina lo mestizo: la indigeneidad del Movimiento Al Socialismo, desde
la Asamblea Constituyente entre 2006 y 2008 viene a ser lo que fue el mestizaje
para el Movimiento Nacionalista Revolucionario de 1952 para adelante, un eje
discursivo desde el que no existe espacio para otras categorías.
Carlos Mesa
es consciente que reconocer al mestizaje nacional significa mantener un debate
con interpretaciones del mestizaje que son distintas a la que él sostiene –por
ejemplo, el del mestizaje como recreación de jerarquías- y que su visión no
puede sostenerse por la experiencia del Nacionalismo Revolucionario de 1952
únicamente, como tampoco por la colonia. Carlos Mesa y Silvia Rivera mantienen
un punto en común: que el camino hacia el reconocimiento del mestizaje ha sido siempre
violento y que a pesar de la retórica en cualquier momento de la historia
política de Bolivia, la estructura racial no ha sido alterada. Sin embargo,
reconocer el carácter conflictivo de la sociedad boliviana, históricamente
hablando, significa que Carlos Mesa va a presentar su proyecto como totalmente
despolitizado: si en todo lo que antecede a este párrafo, el mestizaje nacional
era aislado de otras identidades pero también de quienes atentarían contra el
proyecto de Mesa, el autor necesita presentar su “solución”: una “nación de
naciones” solo sería posible mediante la plena identificación de sus habitantes
porque de esta manera, se reconoce la esencia de lo boliviano y se soluciona
los problemas que el autor había presentado antes, lo étnico, lo regional y la
brecha entre lo urbano y lo rural. En la última parte del libro de Carlos Mesa,
existe un párrafo que resume el proyecto de nación que tiene en mente y que
sirve como punto de referencia para despolitizarlo:
“Quienes
pensamos que respondiendo a la demanda popular de la escritura de un nuevo
pacto social, encontraríamos finalmente la respuesta a tantas negaciones,
partimos de la premisa de que el secreto era escribir juntos un texto que
recogiera todo nuestro pasado, no fragmentos de él, no visiones excluyentes
otra vez, no partes en las que se profundiza lo diferente y se ahoga lo igual.
Somos distintos, sí, pero también somos iguales, sobre todo iguales. Si no
combinamos diferencia y unidad, elementos distintivos de culturas diferentes y
elementos distintivos de una cultura común, no tiene ningún sentido seguir
trabajando la idea de un país que, en esa lógica, se parece cada vez más a una
entelequia tribalizada que a un Estado Nacional”
(Mesa,
2013: 224)
La despolitización
del proyecto de mestizaje de Carlos Mesa se encuentra en enseñar al lector una
nación que comprende a todas las culturas existentes en Bolivia, pero sin
alterar el núcleo de lo nacional. Para Mesa, esto debe hacerse combinando
“diferencia y unidad”, algo en lo que el proyecto de indigeneidad estatal ha
fallado, por enfatizar lo indígena sobre lo urbano. Esta despolitización da pie
a la ultrasignificación del mestizaje nacional de Carlos Mesa: en principio se
trata de que el mestizaje es una cuestión esencial –lo mestizo se encuentra en
todos lados, inescapable e inobjetable-
que se remite a (sobre todo) la Colonia y que, si bien no ha logrado
solucionar la conflictividad racial en Bolivia, el concepto de nación (que aquí
mantiene cercanía con el mestizaje) solo ha sido aproximado durante el
Nacionalismo Revolucionario entre 1952 y 1964. La “amplificación de un sistema
primero”, de la lengua en el esquema que presenta Barthes en Mitologías se
revela, en el libro de Carlos Mesa, como
un proyecto de nación donde lo mestizo es igual a la identidad boliviana y que
no elimina a otras identidades, sino que las respeta y las supedita. Esta es,
por ahora, la ultrasignificación del mestizaje en Carlos Mesa, la nación libre
de conflictos y reconciliada entre identidades y lecturas de historia, siempre
que lo vertical y premoderno no forme parte de esa lectura.
El mestizaje en La Sirena y el Charango:
¿proyecto de nación o defensa de la modernidad?
A modo de
conclusión, es necesario discutir lo que se entiende por mestizaje nacional en
el libro de Carlos Mesa. Si bien el autor presenta una nueva forma de proyecto
de nación, porque éste tendría en mente a las naciones indígenas, siempre
supeditadas al mestizaje que es universal y esencial a Bolivia, su concepto de
nación es estático y algo ambiguo: Mesa no propone más que una “superación al
conflicto”, de armonía entre partes notablemente distintas y contradictorias
entre sí, para las que el mestizaje es la única vía de reconciliación. La
construcción de lo nacional es de alguna manera, rescatar los elementos
positivos de cada etapa histórica: si la Colonia, a pesar de la violencia, es
rescatada porque significa la primera formación de lo que se entiende ahora por
Bolivia, el Nacionalismo Revolucionario entre 1952 y 1964 –a pesar de su
impotencia por solucionar la conflictividad en el país- es el único momento en
el que se reconoce al mestizaje y el germen del proyecto de nación del autor.
Sin
embargo, conviene revisar el concepto de mestizaje nacional que además, es
propuesto por Luis Claros en su libro Traumas e Ilusiones. El “mestizaje” en el
pensamiento boliviano contemporáneo (2016). Como en el libro de Claros -quien
entiende que el concepto de mestizaje en el libro Rostros de la democracia: una
mirada mestiza de Carlos Toranzo es bastante cercano al de Mesa- esta
investigación también entiende, aunque parcialmente, al mestizaje en La Sirena
y El Charango como uno de tipo nacional, tomando en cuenta que “(…) el ideal
regulativo que rige sus construcciones [las de Mesa y Toranzo] narrativas y
argumentativas es la consolidación de la nación; en esta concepción el
mestizaje aparece como un momento de superación del conflicto.” (Claros, 2016:
23).
Uno de los
problemas en la argumentación de La Sirena y el Charango, es que Carlos Mesa
entiende al mestizaje como “mezcla” , y por tanto, toda manifestación cultural,
social o política es susceptible de ser entendida como tal. Esto es visto por
Claros al analizar a ambos autores, Toranzo y Mesa. No obstante, a diferencia
de Luis Claros, para esta investigación la amplitud del concepto de mestizaje
en Carlos Mesa, revela otro sentido: que Mesa no estaría defendiendo tanto a lo
nacional como a lo moderno, que en realidad, La Sirena y El Charango es un
elogio de la modernidad. Es decir, el proyecto del autor no es tanto la
consolidación de la nación: el objetivo es la modernidad y la nación es un
medio.
Si lo que
entiende Carlos Mesa por mestizaje es ya difuso y a veces contradictorio, su
proyecto de nación es, a la vez, algo oscuro, estático y ambiguo: al presentar
al lector que el presente, o sea el momento en el que se escribe La Sirena y El
Charango, es una “vuelta al pasado”, Mesa lo hace desde tres ángulos que
revelan mejor su anhelo de modernidad: la razón, el progreso y la modernización
desde el Estado. La falsificación de la historia, las ideas “radicales” que van
emergiendo desde 1952, la amenaza al republicanismo y a la democracia como
consecuencia de las anteriores, solo pueden ser puestas en escena para el
lector por Carlos Mesa, en su calidad de historiador y académico, es decir, la
razón es así como lo fundamental para un nación moderna que, gracias al
contexto en el que se escribe el libro, está en amenaza. El libro La Sirena y
el Charango evoca constantemente el “futuro”, lo que revela por otra parte, la
oposición con aquellos que “miran al pasado” y la idea de progreso, como eje
dentro de la argumentación del autor. Como Mesa dice:
“Las
corrientes fuertemente indigenistas en el seno del gobierno, en buena parte del
liderazgo intelectual mestizo, e incluso en algunas cabezas de las
“inteligentzia” criolla, pusieron sobre el tapete una línea muy intensa de
descrédito de la idea del mestizaje y potenciaron la reafirmación de las
identidades particulares, incluyendo el concepto de “naciones dentro de la
nación”. Un escenario que no está exento de ironías si consideramos que en el
comienzo del siglo XXI la composición étnica y demográfica ha cambiado
dramáticamente en comparación al mismo lugar, Bolivia, medio siglo antes. El
país del 2000 era ya una nación fuertemente urbanizada con procesos de
migración de oeste a este, con desplazamiento radical de población de las
alturas a los llanos y también con un desplazamiento del poder económico del
occidente andino al oriente amazónico y al Chaco. La negación de la historia no
andina de Bolivia, la pretensión de mirar el país desde el andinocentrismo y la
hipótesis de que el origen de Bolivia está antes y solo antes de la colonia,
está desmentido categóricamente por hechos cuya importancia y profundidad en
las bases mismas de nuestra nacionalidad, trascienden la restringida visión de
espacio y tiempo en que se desarrolló lo que hoy conocemos como Bolivia. “
(Mesa,
2013: 42)
Al mirar al
futuro, Carlos Mesa sobrepone lo urbano a lo rural. El progreso y la modernidad
no podrían sino partir desde lo urbano y a pesar de la tendencia en Bolivia
hacia la urbanización, lo político parece no corresponder a esa idea. Si bien
el mestizaje nacional que presenta Mesa aparenta una característica esencial,
el autor no desecha que algunos pueblos aymaras, quechuas o guaraníes tengan
algún grado de “pureza”, aunque al parecer, la misma argumentación demuestra
–considerando que Mesa asume “mezcla” y mestizaje como un solo concepto- que
este grado de pureza está siempre amenazado por la constante migración, sea de
lo rural a lo urbano, o del occidente a oriente de Bolivia. En el párrafo
anterior también es evidente otro problema: que el “andinocentrismo”, o
interpretar Bolivia desde el occidente del país, es negar otras relaciones
políticas y económicas que han ido emergiendo en los últimos años. Esto, como
es de esperar, es otro obstáculo para Mesa: el andinocentrismo no permite la
modernización del Estado.
Si el
mestizaje en La Sirena y el Charango parece tener correspondencia con lo
nacional para llegar a la modernidad en última instancia, sostener la idea de
que el mestizaje es la superación de la conflictividad en Bolivia se convierte
en algo más complejo para el autor. Carlos Mesa no tiene en mente que cualquier
formación social tiene un flujo constante de actores y relaciones sociales que
la afectan en el tiempo, en gran manera. Su proyecto de nación y modernidad es
estático: no presenta más que una sociedad libre de conflicto, aun considerando
en su propia argumentación que la boliviana es una llena de diferencias. Por
tanto, la ultrasignificación del mestizaje en La Sirena y el Charango, no se
resume solo en lo nacional sino también en lo moderno -Mesa analiza a lo nacional
desde esa óptica- lo que revela al lector que la sociedad boliviana se
encuentra atrapada entre lo premoderno y algunas huellas de lo moderno, que en
todo caso, la “centralidad indígena” es una vuelta al pasado.