DORIAM DÍAZ
A sus 29
años, Carlos Fonseca sabe lo que es tener dos patrias y no vivir en ninguna.
Sabe lo que
es publicar su primera novela con Anagrama –uno de los sellos más prestigiosos
de literatura en español– y que nada de eso importe cuando da sus clases de
literatura latinoamericana en la Universidad de Cambridge, en Londres, y se
concentre en un nuevo texto alejado de cualquier intento de envanecimiento.
Sabe lo que
es escribir en un idioma que no maneja su esposa israelí y que una traducción
al inglés hecha por Restless Books (Nueva York) le permita que su compañera
lea, por fin, su Coronel Lágrimas –su ópera prima–.
Amparados
en las posibilidades del mundo virtual, esta conversación nos llevó por su
ópera prima, su nueva novela, su forma de escribir e influencias, así como por
la literatura de la región, Roberto Bolaño y su condición de extranjero
permanente. Fue una charla fragmentaria y extensa; acá un extracto.
–Opta,
como muchos en la actualidad, por caleidoscopios, collages o mosaicos en sus textos. ¿Qué
posibilidades brindan estas formas de escribir?
–Creo que
nuestro presente es caleidoscópico, en el sentido de que –más que producir
nuevo material– lo que hacemos en el día a día es recontextualizar materiales,
crear collages o mosaicos. La fragmentación de las novelas
actuales solo refleja esa nueva relación que tenemos con la información. Por
otra parte, creo que el caleidoscopio como forma nos permite narrar, dentro de
una historia, muchísimas historias paralelas; descubrir los mundos que
cohabitan dentro del mundo.
–Esta
forma de escribir abre las lecturas y lo emparenta con otras artes…
–Esa
hibridez me interesa muchísimo. La relación de la literatura con las demás
artes me parece un tema central y muy actual. Basta ver el debate que surgió a
raíz del Nobel a Bob Dylan para constatar que, hoy día, tal vez el gran debate
sea la relación que tiene la literatura con las demás artes.
”La novela
es una especie de muñeca rusa donde van a parar todas mis obsesiones y dentro
de la cual el escritor puede redefinir lo que para él significa el arte. El
escritor debe canibalizar las demás artes y convertirlas en lenguaje”.
–En Coronel Lágrimas hay experimentación y
confianza. ¿Qué le dio la seguridad durante su escritura? ¿Hubo incertidumbre
acerca el camino escogido?
–Era muy
joven y, como buen joven, era arrogante y atrevido. No hay mejor momento para
ser ambicioso que antes de publicar, cuando uno todavía tiene una relación
idealizada de la escritura. Uno dialoga, por así decir, directamente con la
Literatura, con mayúscula. Uno escribe como si estuviese en diálogo y debate
directo con Faulkner, con Onetti, con Flaubert. Luego, uno publica y se
convierte en mortal. Sin embargo, en la primera novela, uno todavía siente que
lo puede hacer todo. Es una inocencia que luego se echa de menos.
–¿Cuál
es su proceso o forma de escribir? ¿Es disciplinado o caótico?
–Más que
nada, soy obsesivo. Y como buen obsesivo, mi disciplina es un poco caótica. Es
decir, mientras ando en el proceso de escritura de una novela, no logro hacer
mucho más. Todas las energías van a parar a la novela, al igual que todas las
ideas. Tampoco es que, aunque a veces lo intente, me levante –como Vargas
Llosa– a escribir 1.000 palabras todas las mañanas. Intento, más que nada,
mantener cierta intensidad hacia el proyecto. Luego, si se mantiene esa
intensidad, las palabras salen.
–¿Cuál
es el tema de la nueva novela?
–Entre
muchos, la nueva novela intenta explorar las distintas formas mediante las
políticas del camuflaje, del anonimato, de la máscara, del mímesis animal. Es
una novela sobre los límites políticos del arte, por un lado, y es, a la vez,
una novela sobre la relación entre el hombre y la naturaleza.
”La pieza
central en el mosaico sería la máscara del subcomandante Marcos. Alrededor de
ella, en cinco pequeñas novelas que forman las cinco partes de la novela, se
teje una trama familiar que recorre de la década de los años 50 hasta el
presente. Es una novela en donde, finalmente, me decido a narrar desde mis dos
patrias: una de las cinco partes ocurre en Costa Rica y dos en Puerto Rico. Las
otras dos ocurren en Estados Unidos. Las novelas, sin embargo, siempre tienen
mil costados desde donde verlas: alguien podría decir que es una novela sobre
las fantasías políticas que el extranjero proyecta sobre América Latina.
–¿Cuál
es el génesis de este texto?
–Llego a
las novelas cuando una serie de obsesiones, que llevo arrastrando desde hace
mucho, súbitamente crean una constelación, un mosaico. Cuando supe que podía
juntar la moda con la fotografía y con el arte conceptual, mediante una
exploración de las políticas del anonimato y la mímesis animal, supe que tenía
una novela. Y, luego, hay momentos claves en los que aparecen las piezas
centrales del mosaico: en este caso, ese momento sería la aparición de la
máscara del subcomandante.
–Tras
una novela publicada por Anagrama, una fallida (inédita, que no sobrevivió a su
juicio y solo leyó un amigo) y una nueva en revisión, ¿cómo se ve cómo
escritor? ¿Qué trata de lograr con su escritura? ¿Qué lo impulsa?
–Esa
primera novela que solo leyó un amigo tal vez me enseñó más que ninguna: es un
aprendizaje empezar y terminar una novela, aunque no se publique. Le da uno la confianza
de que uno sabe cómo terminar una novela, aunque no funcione. Igual, dos
novelas no es mucho, así que me veo como un principiante.
”Lo lindo
de escribir una segunda novela es que empiezas a darte cuenta de las
constantes. Empiezas a ver las corrientes temáticas que se repiten, un poco
como el neurótico que empieza a reconocerse en sus tics.
”En cuanto
a qué me impulsa, me imagino que la noción de escribir algo mejor. En ese
sentido, nunca hay que ser autocomplaciente. Y, claro, me impulsan las
obsesiones. Toda novela es una muñeca rusa de obsesiones personales”.
"Soy
obsesivo. Y como buen obsesivo, mi disciplina es un poco caótica. Es decir,
mientras ando en el proceso de escritura de una novela, no logro hacer mucho
más".
–¿Cómo
afronta presiones, responsabilidades y cambios tan drásticos en cuestión de dos
años?
–Con
tranquilidad. Tengo la suerte de que la mayor parte de mis amigos no son
escritores, por lo cual nada de esto vale para ellos. Intento no darle
importancia y seguir escribiendo. También vivo en Londres, donde nada de esto
importa tanto, así que me mantengo centrado en lo que importa, que es escribir.
– Sé que
se nutre de múltiples tradiciones literarias. ¿Qué textos son básicos en su
formación? ¿A qué libros y autores vuelve?
–Tengo tres
tradiciones que me gustan y me influyen. La primera sería la faulkneariana: de
Rulfo a Onetti, de Saer a Cormac McCarthy. La segunda es la borgeana: de Piglia
a Don DeLillo, pasando por gente tipo Perec y Sebald. Y, bueno, me imagino que
la tercera sería la tradición de ensayos y de arte, de la cual intento nutrirme
siempre en busca de ideas. Me gusta mucho, en este sentido, la definición que
da Don DeLillo sobre la literatura: “La literatura es una forma concentrada del
pensamiento”. Bonita imagen que me gusta recordar de cuando en cuando.
–¿Por
qué le interesa tanto esta última tendencia?
–Me imagino
que a mi formación. Empecé como matemático y, en algún momento, pensé estudiar
filosofía, por lo cual imagino que es natural que algunas de mis obsesiones
previas, relacionadas al pensamiento y a la filosofía, me influyan a la hora de
escribir. Me gusta pensar que el pensamiento no es algo abstracto y frío, sino
algo que tiene cuerpo y que causa emoción. Me gusta explorar el momento en
donde el pensamiento gana cuerpo: algo así imagino que es la escritura. Ese
momento en el que, en la pluma de Cervantes, la idea de un gigante se convierte
en molino.
–¿Cómo
ve el panorama actual de la literatura latinoamericana?
–Creo que
la literatura latinoamericana anda en un gran momento. Luego del éxito de Roberto
Bolaño, creo
que el mercado internacional vuelve a mirar hacia América Latina como un lugar
de vanguardia, mucho más allá de los estereotipos de realismo mágico, bajo los
cuales había sido encasillada. Junto a esta mirada y a ese interés
internacional, se desarrolla cierta experimentación estilística, que va acompañada
de un hecho, en cierta medida lamentable, pero, a mi entender, muy productivo:
la literatura no vende ya como antes y, precisamente por eso, se puede dar el
lujo de innovar libremente. Nunca antes la novela ha estado tan libre de las
presiones comerciales como lo está hoy.
–¿Qué
papel juega esta literatura latinoamericana? ¿Cómo dialoga con las literaturas
de otras regiones?
–Al
contrario del boom latinoamericano, la nueva experimentación
literaria latinoamericana interesa precisamente porque no tiene un perfil
determinado: no hay una estética que unifique los numerosos estilos que
proliferan en el continente. Por otra parte, hoy, más que nunca, la literatura
latinoamericana dialoga con la literatura universal, sin olvidarse de que su
énfasis es América Latina. A esto se une el hecho de que muchos escritores
–estoy pensando en autores como Lina Meruana o Álvaro Enrigue, como Sergio
Chefjec, Valeria Luiselli o Yuri Herrera– han decidido desarrollar sus carreras
desde Estados Unidos, lo cual propicia un constante diálogo entre la literatura
de las distintas regiones.
–Existe
en América Latina toda una generación que se dedica a una literatura más
cerebral, intelectual, cosmopolita o despegada de lo que se escribía
tradicionalmente en América Latina y que le dio renombre mundial. Incluso, la
llamada generación del crack rompió
con el boom latinoamericano adrede. ¿Cómo se inserta
usted en esta literatura?
–Creo que
tanto el crack como McOndo fueron movimientos necesarios de
reacción contra ese callejón sin salida en el que se había convertido el boom latinoamericano.
Vinieron a representar un primer intento cosmopolita. Sin embargo, ambos
movimiento olvidaron un poco que – al final y al cabo – el énfasis debía ser
mirar nuevamente hacia América Latina. El éxito de Bolaño dejó al descubierto
las carencias de ambos movimientos. Bolaño juntaba, a su mirada cosmopolita,
una visión crítica de las políticas neoliberales que la globalización había
impuesto en la región; es decir, una visión política. Si hay futuro hoy dentro
de esa tradición cosmopolita, creo que va más por Bolaño que por el crack o
McOndo.
– Le
da un gran énfasis a Roberto Bolaño, un escritor notable, que conquistó a la
crítica, aunque algunos aseguran que se le sobreestima. A su juicio, ¿qué papel
jugó Bolaño en nuestra literatura? ¿Lo considera el gran renovador de las
últimas décadas?
–Lo
considero uno de los grandes renovadores de las últimas décadas, junto a
Ricardo Piglia, a Diamela Eltit, a Sergio Pitol y a Enrique Vila-Matas, solo
por mencionar algunos escritores iberoamericanos. Mi lectura de Bolaño fue
extraña: lo leí tarde, cuando ya había muerto. Debe haber sido por ahí del
2007, cuando justo acababa de salir en los Estados Unidos la traducción
de Los detectives salvajes . Lo leí también con rabia, con esa
rabia que tienen los jóvenes que quieren ser escritores y todavía no escriben.
Lo leí, por decirlo de otro modo, comparándome con él. Recuerdo haber
leído Los detectives salvajes y decir, con la arrogancia que
uno tiene a los 20 años: “esto lo puedo hacer yo”. Pero después leí 2666 y
la impresión fue otra: esto no lo puedo hacer yo ni loco.
”El gran
acierto de Bolaño fue imaginar una novela global que fuese a la misma vez una
novela política. Y claro está: también fue, para muchos nosotros, la primera
vez que vivimos en vivo la construcción de un clásico. Ese tipo de cosas no se
olvidan”.
–¿Qué
cambió en nuestra literatura? ¿Nos costó recuperarnos del boom ?
–Creo que
sí, pero se debe precisamente al hecho de que no sabemos exactamente qué fue
el boom . Imaginarlo bajo la sombrilla conceptual del realismo
mágico es tan sencillo como es falso. Nos costó recuperarnos del boom precisamente
porque no sabíamos quién era nuestro enemigo, pero nos asediaba por todas
partes. Creo que el enemigo es otro, al igual que otros son los fantasmas.
Pronto, el fantasma tal vez será Bolaño y lo mataremos de a poquitos, sin saber
exactamente por qué o cómo lo hacemos.
–Costa
Rica, Puerto Rico, Estados Unidos e Inglaterra. ¿Qué le han dejado a su
literatura y a usted estos cuatro países?
–Nací en
Costa Rica, pero muy pronto me mudé a Puerto Rico, lo cual muy pronto causó una
paradoja total: en Puerto Rico me consideraban costarricense y en Costa Rica,
puertorriqueño. Era un suerte de doble exilio o doble extranjería. De cierta
forma siempre me he sentido, en cualquier parte, como un extranjero.
”Tal vez
por eso me gusta la frase de Italo Calvino en donde dice: ‘El lugar ideal para
mí es aquel en que es más natural vivir como extranjero’. Me gusta la idea de
que la escritura produce extranjería, movimiento, nomadismo. Me gustan los
personajes que cruzan fronteras sin problemas, siempre mirando hacia América
Latina. No me interesa para nada un cosmopolitismo universalista; me interesa
mirar –al final del día– hacia América Latina como horizonte de sentido. Solo
ahí me siento en casa”.
–Me
interesa esta idea… ¿Cómo marca su trabajo con la palabra sentirse extranjero y
este doble exilio?
–La noción
de doble exilio imposibilita el regreso a casa. El que ha sufrido un doble
exilio está condenado, por decirlo de manera grandilocuente, a ser un ser
nómada. Pero no hay nada trágico es esto: creo que el escritor debe, por
naturaleza, ser un nómada, un extranjero, un ser errante. En mi caso, esto me
abre la posibilidad de explorar las trayectorias de personajes errantes, para
quienes las fronteras nacionales no marcan límites. En un mundo globalizado, en
el que el capital y la información fluyen sin respetar fronteras, hay que
pensar en el tipo de ficciones que estas trayectorias tejen. Claro está,
también hay que pensar, críticamente, que tal utopía globalizada contrasta
fuertemente con la lógica de las fronteras y de la migración actual. Basta
pensar en el caso de Centroamérica y de ese terrorífico tren de la muerte que
miles de centroamericanos toman cada año en un intento por llegar hasta los
Estados Unidos. La novela política actual debe explorar esas tensiones de la
globalización.
Coronel Lágrimas
Con esta novela, Carlos Fonseca se convirtió en el
primer costarricense publicado por la prestigiosa editorial española Anagrama.
El texto –su ópera prima– se publicó en el 2015 y se concentra en un ermitaño
empeñado en escribir la historia universal; es un repaso por el siglo XX y un
collage de historias.
Para el escritor argentino Ricardo Piglia, la novela
tiene forma de "un caleidoscopio verbal intrigante e inolvidable".
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De LA
NACIÓN, 30/10/2016