DIANA KOFSZYNSKI
Decía
Cioran que su escritura tenía un fin terapéutico, de liberación. Para él
escribir representó una necesidad y destacó los dos grandes temas que le
importó y que trató en la mayoría de sus libros: la inutilidad de la vida y la
muerte. Lo demás no tenía tanta importancia para él. De su periodo pasado en la
ciudad de Sibiu recordaba sus constantes insomnios:
"Llegaba
a pasar semanas sin pegar ojo. Me di cuenta de que la vida es soportable
gracias al sueño; cada mañana, tras una interrupción, comienza una nueva
aventura. El insomnio, sin embargo, suprime la inconsciencia, obliga a
veinticuatro horas diarias de lucidez. La vida sólo es posible si hay
olvido".
Más tarde
escribió "En las cimas de la desesperación" abandonando la idea del
suicidio. Siguieron muchos otros libros y también largos paseos nocturnos por
Jardin du Luxembourg, sumergido en reflexiones filosóficas. Sin embargo el
filósofo "naif y sentimental" encontró en la risa su mejor medicina.
Una risa compartida con la filósofa alemana Friedgard Thoma. Una relación
corta, intensa, que se resumió a unos pocos encuentros en París y más a un
montón de cartas donde Cioran expresó de manera sincera sus deseos y
sentimientos a la mujer que conquistó su corazón.
"El
pesimista seductor" hizo un cambio en su estado de ánimo y se convirtió, a
sus setenta años, en "el optimista seductor", cuando Friedgard Thoma
llegó a ser su epicentro. Cioran le escribía en las cartas cuánto disfrutaba de
esos encuentros únicos y cómo le gustaba reírse con ella, lo que le llevó a
convertirse en "otro hombre". Y Cioran se convirtió, inesperadamente,
en un "romántico retrógrado" disfrutando más de la risa que de las
conversaciones filosóficas. Cuando el alma de Cioran se enamoró, el filósofo
vivió entre risas y lágrimas:
"Acabo
de releer tu carta llena de poesía y lloré (lloro tanto desde que le conozco a
usted). Usted se ha convertido en el centro de mi vida, en la diosa de alguien
que no cree en nada, la mayor felicidad e infelicidad jamás encontrada.
Después de
hablar sarcásticamente durante años sobre cosas como el amor, debería haber
sido castigado de alguna manera, y realmente lo estoy, pero no me
arrepiento."
En esas
cartas Cioran abrió su corazón y dio rienda suelta a todo lo que sentía,
encontró en Friedgard una especie de fuente revitalizante, olvidándo la
desesperación y "el inconveniente de haber nacido". Luchó en las
cimas de la desesperación pero no quiso rendirse y no dejó de amar.
Cioran fue
filósofo y también un hombre que se enamoró y descubrió la risa cómplice del
amor, en la senectud.
Texto: ©Diana Cofşinski
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