DANIEL MOCHER
París
también es llegar y ver los suburbios desde el RER B, notar en el paisaje un
predominio del gris que nos reestructura, gris en el cielo y en los edificios,
en las nubes sucias, en las palomas, las azoteas y en el rictus defensivo de la
gente baldada. París también es ese tipo que desde su ventana, en un cuarto
piso del bulevar de Belleville, alimenta con parsimonia a unos cuervos grandes
como halcones. Los mendigos que vivían literalmente en el McDonald’s de la
esquina, resguardados del frío, bebiéndose a sorbos un café interminable y
desdichado. La anciana pálida que hablaba sola, alucinada, y tenía junto a ella
una maleta pequeña y un bolso medio roto del que iba sacando pedazos de comida
que aderezaba con un tubo de mayonesa extraído del bolsillo de su abrigo ajado.
Teseo, en
mármol, humilla al Minotauro y los estorninos que, con su belleza humilde,
picoteando por los jardines de las Tullerías, permanecen impasibles ante
semejante derroche de épica. No son de grandes batallas estos pájaros, son más
bien de agradecer el poco pan y el mucho espacio recibido. En la distancia, la
noria y el Louvre. El frío, omnipresente, se hace más llevadero por el vino
caliente y las salchichas alsacianas. El paseo en barco por el Sena no es solo
ver desde las aguas el Museo de Orsay o el Gran Palais, también es tener la
sensibilidad de advertir las tiendas de campaña debajo de los puentes, poder
leer lo triste entre el lujo y la opulencia y que no nos domine el veneno
fuerte de la indiferencia.
El kebab berlinés
regentado por el chico simpático de origen tunecino, la calle Oberkampf con el
despliegue multiétnico de sus bares y restaurantes, los salones de té y las
tiendas de dulces árabes, el local de comidas para llevar especializado en
cocina antillana. París no es solo la torre Eiffel iluminada en la noche, es
también la foto rodeada de flores del turista asesinado por un islamista
radical cerca del puente Bir-Hakeim. El agradable dependiente marroquí del
Carrefour city que me cuenta su verano en casa de unos familiares residentes en
Mataró mientras hace reír a mi hija Claudia, París es recordar también que no
todos son iguales, y no caer en el prejuicio fácil ni en el barro injusto y
asqueroso de la intolerancia.
París es
callejear sin rumbo, entrar por casualidad en Saint-Étienne-du-Mont y descubrir
que allí están las tumbas de Jean Racine y Blaise Pascal. Comer mexicano por el
Barrio Latino, babear ante alguna librería mítica, atiborrar la nevera del
apartamento de cerveza Kronenbourg y quesos franceses. El spleen, Baudelaire y
sus albatros, los castañeros apostados junto a las galerías Lafayette, el Arco
del Triunfo, el Obelisco de Luxor, el metropolitano, los bazares, los ahorcados
de François Villon, los parques, los aguaceros, las sombras alcohólicas, los
callejones sin salida, y a pesar de todo, Carla Bruni cantándole al amor.
París es
partir distinto de París, dejarse un motivo para volver a Notre Dame, regresar
a casa con algo nuevo en los bolsillos, algo que brilla en la oscuridad como
los adoquines bajo las farolas finiseculares, como los ojos de las gárgolas,
como un gesto de cariño en la terraza de algún café, como la sangre, las
miradas y los filos, el deseo, como el sexo atropellado cuando los niños
duermen, y que todo vuelva a latir después, en calma, pleno de significados,
como la basílica del Sacré Coeur desde la ventana de nuestra habitación, su
nimbo cálido quebrando las tinieblas en la colina de Montmartre, refugio en la
distancia, algo de faro y algo de rompiente, y nosotros la espuma en danza, el
corcoveo de caballos heridos, el último instante, la última oportunidad, y
saber que no hay perdición sin esperanza, como presentimos en los hoteles del
extrarradio o en los aeropuertos, en los centros comerciales, en las salas de
espera, en el trabajo y en todos los lugares donde morimos sin remedio, intuir
que hay cosas que podrían ser diferentes, mientras regresan de la mano,
inseparables, la dicha y la melancolía, como en los cielos estrellados y en las
sillas sin nadie de Vincent van Gogh.
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De LOS
PROPIOS PASOS, blog del autor, 31/12/2023
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