DANIEL MOCHER
Tampoco
quiero ni puedo desdeñar lo malo o dejar atrás para siempre en el olvido las rencillas
familiares, la disolución de un árbol genealógico, los fardos pesados del odio
y el desprecio. Por las viejas heridas mana sangre fresca que no se acaba, el
dolor siempre es novedoso y creativo, metamórfico. Estamos vivos también porque
algo que falta nos roe y nos mata por dentro. Mientras peroramos sobre lo
humano y lo divino, elegimos un bar donde humedecer el gaznate. Entre los
cacaos y las olivas, en el pequeño plato donde ponemos cáscaras y huesos, con
su tremenda carga simbólica, ahí veo también, junto a las cervezas, cuando
decae la conversación durante el almuerzo o pasa un ángel y guardamos silencio,
ahí veo, decía, un hueco de sombra reclamándonos, el pálpito de una ausencia
futura que ya vibra a media mañana de un día laborable en la terraza de una
taberna cualquiera del remoto mundo rural. Es en lo más cotidiano donde mejor
podemos leernos. Hay una gran proeza en soportar los días sin épica. Déjalo
escrito en una servilleta y trata de que no se la lleve el viento. Dos ancianos
se eutanasian lentamente en la mesa de al lado a base de vino peleón y
caliqueños de estraperlo. Cae una hoja de algarrobo con la brisa, grácil,
describiendo envidiables arabescos. Y seguimos hablando de hipotecas imposibles
y de cínicos con inmunidad parlamentaria.
Esta semana
he visto boxear a gitanos irlandeses hasta romperse las manos, bailar lezginka
a hombres aguerridos con una daga al cinto, ucranianas devorando nísperos en mi
jardín mientras Sergei me cuenta cómo van los constantes ataques rusos sobre su
amada Járkov. Cuando todo termine quiero pasear contigo por tu ciudad, le digo,
y si es posible por el barrio de la Moldavanka, siguiendo los pasos de Benya
Krik, y por el inmenso puerto de Odesa para ver las aguas opacas del mar Negro.
Pregunto a mi amigo Claudio Ferrufino sobre qué hacer con un tarro de pasta de
locotos y me recomienda preparar llajwa cochabambina, salsa picante de tomates,
locotos, perejil, sal, un poco de agua y cebolla picada. Ideal para comer con
pan francés, nachos, huevos o patatas hervidas. Suena el nessun dorma,
Pavarotti analgesia y teletransporta con su portento de voz irrepetible. Ayer
mismo pude oler el perfume de las rosas en un lienzo de Ramón Gaya, sentir un
frío de muerte por unos ojos que trazara Julio Romero de Torres.
Osadías y descalabros, así se llama el último libro de Miguel
Sánchez-Ostiz, el de después del ictus, el que más esperábamos, grave y hondo
poemario en prosa rebosante de palabras verdaderas que el maestro arranca de
las avaras manos sarmentosas de la enfermedad, sus secuelas y la vejez
averiada. Dice el poeta que te has derrotado y lo sabes, y sin embargo
insistes, osado y sin futuro alguno, en poner una palabra detrás de otra,
persiguiendo fantasmas y oscuridades y unos versos que se sostengan y te
sostengan, pero que huyen sin remedio. Qué añadir, solo cabe disfrutar
de su regreso y concederle la razón. Sensato y cabal pero que no falte el
soliloqueo, dándole al desbarre, libre, despojado, de vuelta ya de todo, a su
aire, a lo de siempre, a lo esencial, aireratu, por pura necesidad
vital de lo que verdaderamente importa. Imprescindible. Sus lectores
estamos de celebración sincera.
Solemos
querer que la vida venga hacia nosotros como lo hace un labrador retriever cada
vez que regresamos a casa, nada más lejos de la realidad. Llega un día en que
nos rompemos, falla la ilusión y las fuerzas, se mustian los sueños, la
curiosidad y las potencias, muere el perro y hasta la rabia, advertimos que no
todos los árboles que hemos plantado han crecido, ni todos los niños que
tuvimos nos quieren, ni todos los libros que dejamos escritos valen la pena, y
con eso que nos queda entre los huesos y las cáscaras, en el centro del plato
desportillado, entre el hueco en sombra y el pálpito de todas las ausencias,
debemos seguir viviendo, descalabrados, escribiendo con osadía, y como diría
Sánchez-Ostiz en su Diablada, hoy más que nunca, como si fuera por
primera vez: escribir, esa forma de respirar.
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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 24/05/2024