PABLO CEREZAL
Te
preocupa que te deje.
Nunca te
dejaré.
Sólo los
extraños viajan.
Siendo
dueño de todo,
no tengo
dónde ir.
Leonard
Cohen
A algún
tugurio de la España, vamos, decías y, una vez más, conducías mis pasos entre
vidrios que se habrían de romper rayando la madrugada, Dennis,
hermano. Sólo había sido otra semana de dejar perderse pelotas de malabar en
los resquicios del asfalto. Los niños columpiaban su temperatura lechón a ritmo
de monociclo, pedían dinero entre los autos, asfixiaban con sonrisas los faros
y los llantos de llego tarde a casa, otro bloqueo, puta, ya es tarde y hoy es
jueves noche de machos.
En
Cochabamba, ya no recuerdo, puede ser que sí, los jueves eran noche de machos,
de hembra los viernes, o al contrario, pero había un día estipulado para los
desvaríos noctívagos de una y otro siempre en compañía de los de su propio
sexo. En sexo, tal vez, pensé en más de una ocasión, derivarían tales riesgos.
Tú me desmentías, Dennis, sabio, que toda noche es suplicio cuando sólo se
busca la semilla del trago para reverdecer la violencia o el llanto. Y nosotros
lagrimeábamos sobrios y etéreos, dolidos pero aún enteros, al filo de otra
madrugada que daría en nada. Regresar a casa, ¿qué casa? Aquellas cuatro
paredes y el mugido de un gato y el ronroneo liebre de mi Munay todavía
perdido en el extrarradio rosa de latidos y muérdago por venir del vientre
materno. Le acariciaba, por sobre tu vientre, a él acariciaba.
Cochabamba
quedaba lejos, afuera, tan sólo el murmullo de mar muerto de aquel río Seco que
acunaba nuestras noches con su murmurar tan sólo vertederos hasta que llegase
la siguiente crecida. Y Munay crecía y en mi interior algo sabía que no se
sabía nombrar porque le faltaba aliento. Y hoy, a años luz, me recuerdo y me
pregunto si soy un faquir o sólo un remiendo. Enfrentar el pasado y no dolerte
de él. Únicamente contemplar, desde afuera, cómo te ha conformado. Aún tiene
movilidad e incluso deja rastro en algunos senderos. Cada día menos, lo
comprendo ahora que sólo sueño con horadar caminos alejados de todos y todo lo
que logre dudarme, como frente al espejo, si aún me reconozco. Pueda ser que lo
haga, pero nunca me recomiendo, y la hembra es sabia y sabe mirar y es por ello
que tal vez lo único que me regale sea alejarme de su aliento.
Algún
tugurio de la España y una botella de vino comprada en un tinglado con
telarañas de sombra mordiendo la comisura del labio ciego de la caserita, que
no te regalaba las buenas noches si no le aumentabas el peso en la mano al
verterle las monedas que compraban aquel vertido en que, después, nos
precipitábamos. Y hablábamos, Dennis, y siempre aparecía Scarlet y
mi loco empeño en soñar su sonrisa crecida en gana de morder la vida. Tú me
decías haz algo, hermano, sigue luchando que ya no se aproveche más el gringo
estos niños son tu norte. Y hoy se me antoja sudario. Hoy todo lo que amo se me
antoja sudario mientras brindo por los pasos perdidos no con Aranjuez,
Dennis, que acá, el vino, aunque más caro, duele menos el paladar. Que lo que
duele, siempre, es la distancia y por eso sigo anclándome al sueño del nonato y
preguntándome a qué huele el mañana cuando ya conozco todo aroma para mi futuro
y sé que es frustrado.
¿A qué
huele el mañana? Nunca me lo respondiste. Pero sé cómo aroma Munay las
estancias y las impregna de sueños en que, para huir la pesadilla, escalo ramas
de bambú ansiando alcanzar el cielo. Que lo toqué. Que lo he tocado. Mira mis
huellas dactilares y comprende por qué se borraron. Porque el cielo quema y tal
vez sólo Luzbel sepa cómo se desorienta el paladar, tras el
amor, como tras el alcohol, para quedar seco de distancia y algo así como
acartonado.
Caminábamos
Cochabamba y llegaba la hora de regresar a casa. Munay ya estaba naciendo. Pero
La Cancha me llamaba, con su plenitud de orines, sus trapicheos mugre y sus
maneras de sándalo encendido sólo a mayor gloria de quienes no llaman futuro al
método de buscarse el trago o el alimento cada día. Nunca lo supiste, Dennis, o
sí, pero tomaba el taxi y pedía al chófer que me regresase a La Cancha. Ahí
veía niños boquear entre mareas de plástico, me dolía de los míos, que me
esperaban al día siguiente ejercitando músculos y mandíbulas antes de la hora
de la comida, y regresaba al verdaderamente mío cuando ya casi nacía, para
acurrucarme en la frazada mercurial de su latido. Angie abismaba pupilas en mi
deambular por la casa hasta recogerme en murmullo de porvenir al que hoy,
desorientado, hago eco con mi desvestirme en el cuarto de baño, triste desnudo,
declive por más que lo nieguen: el futuro es esto que hoy, esto a lo que tú
recompones, cuando se te antoja, los pedazos.
En las
calles aún podía comprender el jeroglífico exacto que habían tallado en lumbre
Scarlet y el resto de malabaristas del hambre cuando a lomos de monociclo. Y un
puñado de pelotas puro trapo recomponiendo el asfalto. Es tarde, aullaba la
caserita, y te marchas o te marchamos. Hora bruja de recoger los trastos. Tú ya
acariciabas los sueños, Dennis, y yo aún andaba perdido en Cochabamba tanto
como esta noche ando perdido en mí pensando sólo que lo más sano, a pesar de
adulterado, sería emprender, de nuevo, el camino.
_____
De POSTALES DESDE EL HAFA, blog del autor, 06/05/2024
Textazo de nuestro querido Pablo Cerezal. Abrazos fraternos.
ReplyDeleteTextazo, querido Jorge
ReplyDelete