DANIEL MOCHER
En septiembre la lluvia viene, entre otras cosas, para malbaratar los cultivos y ajustarnos las cuentas. Tolai, tontolaba, memo, nos susurra al compás del repiqueteo de sus gotas furiosas sobre la baranda de la terraza vacía, no has exprimido el verano como debieras, lo que has perdido lo has perdido para siempre, en todas partes, o como diría Kavafis, la vida que aquí perdiste la has destruido en toda la tierra. De nada te servirá la medalla de san Benito de Nursia, su vade retro satana, no podría ayudarte el padre Amorth con sus exorcismos plagados de arcanos latines en estancias humildes de luz tenue y viciada, no contrates a brujos nigerianos o a los yatiris del lado fosco aunque hayan sobrevivido al impacto del rayo y aseguren que pueden devolverte tu ajayu, el espíritu, la psique, el alma o algo así, un ente parecido, digo yo. No pidas socorro, es en balde, que ante la lluvia de septiembre siempre irás solo y desamparado.
La cosa va
por otros derroteros, llueve para que sepas que algo ha cambiado
irremediablemente, que ha pasado de largo esa estación tan prestigiada, el
verano y su desnudez de ensueño, símbolo solar por excelencia, en donde más y
mejor se expresa la vida en sazón, el vigor de la juventud y su belleza. Para
que mires por la ventana y te pongas como Antonio Machado, un poco melancólico,
o te des a la bebida o llegues a sentirte como César Vallejo muriendo en París
con aguacero pero en tu casa o en tu lugar de vacaciones favorito y recurrente.
Puedes poner un disco de Thelonius Monk si quieres, puedes echar sal en las
heridas. Déjate llevar por la corriente, entre hojas secas, pequeñas ramas
rotas y flores mustias, restos de un tiempo esfumado, símbolo poderoso, hacia
los sumideros.
Llueve y se
pone verde de algas el agua de la piscina, regresan las goteras impertinentes
que habíamos olvidado, queda desmantelado el parque de atracciones, clausurada
la zona de recreo. La lluvia es pausa, recogimiento, intimidad, pero también
fractura, distanciamiento y esa constatación amarga de que la fiesta del verano
terminó, cerraron los chiringuitos de la playa y las barracas de feria, el
circo dejó la ciudad, queda solo humo entre tus manos, arena que se escurre
entre los dedos, se marcha la orquesta, huele a chamusquina y a polilla en los
armarios, a viejo y calavera apestan las maletas de viaje que ya no, nunca,
jamás de los jamases, un sutil hedor a cadaverina impregna el azogue desgastado
de los espejos. La memoria es lluvia removiendo un aire viciado de naftalina y
formol, y llueve sobre la copa dorada de ambrosía en la que apenas diste un par
de sorbos, al comienzo de la canción, cuando los primeros acordes, para que en
las horas malas, cuando no guarden silencio las bestias hambrientas del pasado,
te mate de sed la evocación del sabor de aquellos tragos, te rompan con saña y
desprecio aquellas cuatro gotas mal trasegadas por impericia, y te vuelva loco
su recuerdo frente a la chimenea, en el último refugio del invierno, ese licor
fuerte de los instantes lejanos, el veneno de lo crucial en la distancia, al
ver que el magro álbum de fotos no contiene alguna imagen que pueda salvarte de
la lluvia, de todo aquello que tuviste y no has vivido.
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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 03/09/2024
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