PABLO CEREZAL
There is nothing wrong with loving something
You can't hold in your hands
Nick
Cave
Otoño ya es
más que un presagio. Infantería de árboles despliega su ofensiva suicida de
colores de ayer como aviso para caminantes. Para qué caminar, ¿entonces? ¿Hacia
dónde te diriges si ya nadie te reclama ni te impone larga travesía hasta el
puesto de trabajo? Otoño ya en la singladura de los párpados que quieren caer
como telón de fondo de una comedia mal escrita. Munay ya está
con su madre, vertido en piel que yo busco entre las sábanas, acariciando, de
nuevo, años que se me escapan, 11 ya, pronto. Escarbo migajas por ver si me
acordona la garganta su latido animal, ese calor suyo que tiñe de luz unas
sábanas que hoy quedan mejor así: negro profundo, desafortunado bruno,
oscuridad de sueños que no eyaculan más que despertares a destiempo.
Nick cave
aúlla, escondido en los altavoces del salón, cantos tribales y yo busco y sólo
encuentro sinrazón. Emilio Losada me canta desde muy lejos y
siento el arpegio de su voz chulesca y malencarada tan cerca y tan rostro.
Noche de enviar mensajes en botellas y no recibir botellas que descorchar,
después de un día en que, tras caminares y deambulares sin rumbo, parca te
advierte del futuro. Ahora ni dermis hembra ni ron, Claudio con
un cuchillo entre los dientes (aúlla Emilio), ni piel de mi piel ni jauría ni
manada más allá de la de mis dedos en fiebre de teclado que se desea borracho.
El mueble bar lo desvalijaron los últimos invitados. Mal augurio que me suceda
esto a mí que, desde hace años, sólo permitiría entrar en esto que ya llamo
hogar a una decena de dedos descalzos que sepan que sabrán escribir mejor que
los míos. Latrocinio que no recuerdo, el del mueble bar que acometieron mis
amigos. Dejo predicar al australiano, cuando Losada ha decidido detener su
mexicanidad, y tallo preces como gaviotas denticiones a la mar que las pretende
masticar.
Decidimos
crearnos otra realidad cuando sabemos que la realidad habita distintas
latitudes. Violentar el intestino grueso del suburbano en el que nos deslizamos
intentando no humedecernos en la pupila inflamada de la postverdad. Pantallas
de y sin plasma. Atrocidad sin domesticar. Ahítos de vértigo y perdidos en la
lenta paradoja de esta realidad que ni entendemos ni queremos. Decidimos, por
eso, inventarnos otra que nos habite como nosotros habitamos los pasillos del
Metro.
Abro el
páncreas a un Caravaggio hurtado, me abismo en el palpitar de
la carne que supo acuchillar el lombardo y recuerdo la infancia sesgada de la
educación católica con que, para bien o para mal, me trepanaron. Recuerdo la
culpa palpitando entre los dedos del católico educando antes de utilizarlos
para soltarnos un sopapo. Pequeños diablos, nos decían, a quienes
contrariábamos su caminar con rodillas impolutas hacia un Gólgota dorado.
Porque Cristo nació en nuestro subconsciente, por más trapos
manchados de su pesar con que nos pretendan deslumbrar. Cristo nació de un
falso milagro cuando lo milagroso, realmente, es eyacular malas semillas en el
abismo de una mirada que logra que la realidad sea nada. Pero, ¿y Belcebú,
ese demonio que anida, desde tiempos inmemoriales, en el ser humano? ¿De dónde
nació si no de nosotros? Satán es anatema y sus pezuñas encabritan a las
hembras cuando arremolinan entre los dedos su perfil barbado. Yo le contemplo y
lo envidio cuando comprendo que sólo puedo asesinar con verbos y no quiero, que
no hay más cuello a rebanar que el que sueña mi lengua cuando no se sabe
expresar. Algo parecido, ese que llaman diablo mientras cientos de chiquillos
reciben en los pulgares de sus neuronas latigazos de centímetros que no miden
más que la capacidad de mermar lo que significa sentirse vivo.
Emilio ha
regresado a su silencio y yo entro en la cama, Cave de fondo hasta que acabe el
CD, buscando tu piel, hijo. Buscando piel. Buscándome la piel.
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De POSTALES
DESDE EL HAFA, blog del autor, 06/12/2024
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