Monday, October 11, 2010
Con la ley en la mano
Manuel Vargas
Y con el testamento bajo el brazo, tendría que aumentarle entre paréntesis. Esta filípica se me ocurrió después de que me llamó una amiga diciendo:
-¿Y los escritores no vamos a decir nada sobre esta famosa ley contra el racismo y la discriminación? Acabo de leer la novela de Adolfo Cárdenas (perdón Adolfo, por señalarte con el dedo) y por todo lo que ahí se dice, indio esto, indio lo otro, tendría que estar en la cárcel.
Eso me dijo. Y no estamos hablando de una novelucha cualquiera, y así sea cualquiera, según mi modesto entender, tiene derecho a existir, como los hijos fallados y locos o deformes. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Nosotros no somos “nadies”, pero resulta que siempre ha habido desquiciados que se creen con el deber y la capacidad de decir esto sí, esto no tiene derecho a existir. Así que, escritores bolivianos, a poner sus novelitas en remojo, que vienen los críticos del nuevo Estado que quieren repetir las infamias y estupideces que creíamos superadas en el pasado siglo. Sí, cuando se intentaba construir sociedades mejores, pero a la mala y a la fuerza.
-Peo, me dirá más de una persona juiciosa, ¿no te estás adelantando mucho? ¿Por qué se creen tan importantes los escritores?, ¿acaso los leen siquiera? Si aquí nadie lee.
-Pero van a comenzar a leer.
-Ya, digamos. ¿Pero acaso tú vas a ponerte a insultar y a decir barbaridades para llamar la atención o qué? No sean susceptibles. Los humoristas ya han dicho sus cosas y qué han sacado. Son unos susceptibles, están haciéndole el juego a la derecha.
Sí, son capaces de decirme eso. Pero yo les quiero recordar una cosa. El año 1980-81 ya me persiguieron, me insultaron y me hicieron un juicio por publicar un cuento, un obviamente malísimo cuento que dañaba el honor de la mujer cruceña. Dizque el Manuel Vargas decía ciertas barbaridades sin cuento. Y no era yo, era mi personaje, un borrachito mal hablado que repetía lugares comunes que todos conocemos. Pero la turba, la masa y quienes la manejan, qué iban a diferenciar esas finuras. Cierre del periódico que me cobijó. Y juicio y persecución. Y exilio. Y Arce Gómez diciendo en la tele: “Se ha insultado también a mi madre, porque mi madre es cruceña”.
Y qué desgracia. Nuestro actual Presidente dijo algo parecido y con toda la emoción y la bronca del caso: “La ley no se cambia. ¡Mi madre y mi padre han sido discriminados racialmente!”
Las malas pasadas que me juega la memoria. Pero no se puede dejar de señalar estas correspondencias. Y de denunciar que estamos yendo para atrás en materia de derechos y libertades. ¿Acaso hace un mes la Ministra de Educación no quería hacer retirar un cuadro del Museo Nacional de Arte? ¿Hasta cuándo podremos todavía abrir el pico? ¿Hasta dónde aguantaremos? Cuando nos toque, señores y señoras, no van a haber “reglamentos” o píldoras doradas y finuras que diferenciar. Pero esta vez no será por la prepotencia de algún Comité o la Unión Juvenil de esos años, sino -por algo estamos en un nuevo tiempo- con la ley en la mano.
Un añadido más. Por si acaso, quienes nos dedicamos a escribir cuentos y a la creación en general, lo hacemos porque tenemos una profunda bronca contra la sociedad que nos ha tocado vivir. Lo hacemos por rebeldía, siempre seremos los eternos descontentos. Somos un mal ejemplo, somos los aguafiestas, los que decimos no, porque es la única manera de ser humanos en este mundo de nuevos empoderados y satisfechos.
Publicado en La Prensa(La Paz), octubre 2010
Imagen: Quema de libros. Imagen de la ‘Nuremberg Chronicle’, de Hartmann Schedel, 1493
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