Thursday, October 21, 2010

SUEÑOS DE ALTURA/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

En un país con carreteras interrumpidas por los derrumbes, con autobuses guiados por las penurias de una pobreza que obliga a los conductores a jornadas imposibles, agotados, a velocidades temerarias y exigiéndole a máquinas explotadas, de frenos impredecibles, más de lo razonable; y con ríos salidos de madre o secos, de navegabilidad escasa y embarcaciones cansadas sin cubiertas para bailar en las noches; detenido en la nostalgia feroz de los trenes abandonados en estaciones de fantasmas o descarrilados y vueltos tiestos de arbustos y floraciones exóticas que imitan el silbato apagado; el avión se volvió un transporte imprescindible.
Para evitar que los medidores del progreso a gotas lean en lo anterior un sentimiento catástrofico del desarrollo y una negación del esfuerzo de las obras públicas, hay que decir que unos nuevos túneles, poco a poco, hacen cosquillas a las montañas; que las vías, tramo a tramo, amplian su ancho para evitar las proscesiones sin santo y sin banda de música que se forman detrás de un remolque; que los puertos, después que los administradores curaron sus culpas, si acaso las culpas todavía existen en el cinismo actual, gritando que el desastre fue motivado por los tres o cien obreros que recibieron pensiones, por primera vez en su vida y en la de sus padres y abuelos y tatarabuelos, de suma casi igual a la de un senador, o notario, o embajador, o ministro, o gerente, o suplente de algo o alguién, y hoy mejoran su eficiencia con gruas y bodegas y vigilancia; y que los buses tienen además del conductor un ayudante, una pantalla con películas, y un aire refrigerado que duerme a los pasajeros cuales langostas en restaurante japonés, !ah¡ y algunos tienen baño. Es importante el baño: antes nadie convencia a una tía con urgencias del cuerpo para que aguantara y había que detenerse en mitad de la noche para que a la orilla de la carretera, al borde de un barranco, con miedo a las alimañas, la urgida hiciera del cuerpo. El progreso.
Pero el avión respondió a las urgencias de estos tiempos en un país de geografía de vértigo. Hay que aprovecharlo mientras terminamos de dañar el aire y el calentamiento global transforma la especie humana y le damos una oportunidad a las lagartijas.
Cada día es más frecuente, a pesar del internet, la aglomeración en los aeropuertos de las ciudades. Quedan algunos apacibles, con la desolada tranquilidad de los adioses, en Corozal, en Manizales, en Capurganá. Persisten en todos las requisas de desnudamiento para decomisar un corta uñas.
Al fin cada quien se embarca. Observa en silencio la necia avivatada del pícaro: le corresponde una silla E en la fila 23 y sin embargo invade el porta maletas con sus corotos de la silla 9. Transcurre el bullicio de los teléfonos móviles desde los cuales todos envian instrucciones, ni una sola ternura. Aquí también debo reconocer a la ternura pero desde un teléfono fijo. Antes de embarcar una mujer se despide. Su habla es más regada, habla paisa. Le dice a alguien: te doy besos, muchos besos, hasta por donde no te da el sol mi cielo. Quedé congelado y con risa.
Subir al avión se demora. Yo quería contar de las mujeres que duermen. De su belleza que surge como erupción de volcán viejo y ellas no lo saben. Será otra vez.

Desde Cartagena de Indias (Colombia)

Imagen: Camión afgano

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