Tuesday, January 10, 2012

An Underdog Story


Por: Sebastián Antezana

El término underdog se utiliza en el mundo angloparlante para designar a un individuo que, se supone, trae las de perder en una competición. Underdog es el candidato menos favorito, es en quien uno pone menos confianza, el caballo cojo y viejo en un Derby repleto de purasangres. Es ese individuo por quien uno, si es medianamente sensible, no apostaría nunca su dinero.

El término, como se supone, no se reduce a las metáforas deportivas sino que puede utilizarse en una mucho más amplia selección. En realidad, en cualquier tipo de comparación. Así, creo que no sería incorrecto decir que, en muchos sentidos, comparada con, por ejemplo, los demás países de la región en varios ámbitos, Bolivia es casi siempre el underdog.

No hablemos de prosperidad económica, no hablemos de estabilidad política, no hablemos de calidad de salud, de fortaleza institucional ni de poderío deportivo. Hablemos, como generalmente se hace en este espacio, de manifestaciones artísticas, hablemos de literatura. Si se hace una evaluación de los aportes de los países del continente a las historia de la literatura, si se comparan por nacionalidad las obras y los autores que han contribuido a crear y fortalecer eso llamado literatura latinoamericana, seguramente el nombre de Bolivia, si lo hace, aparecerá con mucha menos asiduidad que el de los demás países. No es ninguna sorpresa, en una imaginaria competencia que compare los méritos literarios de cada país por su relevancia regional, seguramente Bolivia aparecería en el último o penúltimo lugar.

Por supuesto, hay varias razones que explican esta deprimente marginalidad: la debilidad general de las editoriales bolivianas, su falta de vinculación incluso entre ellas; la falta de una infraestructura adecuada de apoyo y promoción de las letras nacionales, la excesiva compartimentalización y aislamiento de las iniciativas privadas; la poca relevancia de los absolutamente trascendentales ejercicios de la escritura y, sobre todo, la lectura, en un país donde las necesidades básicas son, en gran medida, apenas cubiertas… La poca relevancia de la literatura boliviana en el ámbito internacional no se debe, sin embargo, a falta de calidad, a un déficit de proyectos estéticos interesante, a una poco practicado ejercicio intelectual. Nada de ello, es su falta de fortaleza institucional lo que ha hecho, entre otras cosas, que nuestra literatura nacional sea una desconocida incluso entre sus vecinos.

Por fortuna (inserte música de fondo esperanzadora aquí), la situación parece, aunque ligeramente, estar cambiando o estar empezando a mostrar un cariz distinto. No quiero sumarme aquí a cierta tendencia de la prensa escrita que destaca el actual grupo de escritores nacionales de relativamente continua presencia en los medios como un grupo especialmente destacado, de especial calidad o algo así. No creo que lo que esté pasando hoy en cuanto a literatura sea especialmente novedoso o radicalmente original y, que por eso, esté empezando a conseguir, aunque de manera aún tibia, cierta relevancia. Creo, sin embargo, que hay ciertos rasgos que, vistos en conjunto, permitirían suponer que una larga tradición de “underdoguismo” podría estar en proceso de renovación.

Veamos algunos ejemplos concretos de ello, revisemos algunos nombres. ¿El primero? Bien podría ser el de Claudio Ferrufino-Coqueugniot: que en los últimos años se ha encargado de representarnos dos veces con progresivo éxito en concursos literarios como el Premio Casa de las Américas. Primero, en 2002, al salir finalista con El señor don Rómulo y, después, en 2009, al ganar el premio con El exilio voluntario. Además, Ferrufino-Coqueugniot es el más reciente ganador del Premio Nacional de Novela, pero eso, por el momento, es harina de otro costal. ¿Otro nombre? Qué tal el de Edmundo Paz Soldán, que si bien no ha recibido un premio internacional en los últimos años –aunque ganó el Premio Juan Rulfo de cuento en 1997 por el relato “Dochera”– es sistemáticamente citado como el escritor boliviano de mayor alcance internacional. Para muestra de ello sólo hace falta un botón, aunque podríamos aquí presentar más: Paz Soldán es el único boliviano en ser continuamente publicado por grandes editoriales extranjeras –Alfaguara, hasta hace unos años, y Mondadori en la actualidad–, es seguramente el escritor nacional más traducido y el más asiduamente invitado a ferias del libro y eventos literarios en todo el mundo, y la semana pasada el diario El Economista de México acaba de nombrar a su más reciente novela, Norte, como la mejor publicación en lengua castellana de 2011.

¿Algunos nombres más? Si se hace una revisión de los autores que contribuyen hoy a que la literatura boliviana esté dejando de ser un producto oscurantista, sería imposible no nombrar a Giovanna Rivero. La montereña es otra de las escritoras que comienza a ser publicada con asiduidad en editoriales extranjeras y, además de ello, acaba de ser elegida por la 25 Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, como uno de los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina, distinción que remarca la calidad de su trabajo y su creciente gravitación en el espectro latinoamericano. ¿Otro más? Rodrigo Hasbún, continuamente calificado de “joven escritor” –¿halago, término despectivo, reduccionismo sin mayor sentido?– otro de los escritores bolivianos que comienza a publicar en España con buen recibimiento y que fue nombrado en 2010 por la revista inglesa Granta como uno de los jóvenes escritores más importantes que escriben en castellano en la actualidad. Y así podríamos dar varios nombres más.

Títulos, premios y distinciones, así, poco a poco pero ya con cierta sistematicidad, van colgándose en las solapas de nuestra literatura nacional. Esto no quiere decir, por supuesto, que las cosas han cambiado ya definitivamente. Esto no quiere decir, ni siquiera, que las cosas hayan cambiado ni quiere ser tampoco una petición forzada por la internacionalización. Quiere, simplemente, lanzar una pregunta: ¿será que la recepción de la literatura boliviana fuera de nuestras fronteras comienza realmente a cambiar? ¿Será posible empezar a dejar de lado una larga y a veces dolorosa tradición der ser underdogs para comenzar a vernos, incluso a nivel regional, de igual a igual con nuestros países vecinos, para que la literatura boliviana comience a ganar la reputación que se merece, que nosotros de sobra conocemos pero que, fuera de nuestras fronteras, se evapora con pasmosa celeridad? ¿Será posible, a fin de cuentas, que, ayudados por las comunicaciones 2.0, apoyados por iniciativas estatales y privadas, y afirmados por la certeza de que lo que hacemos puede ser perfectamente un producto de exportación, que la literatura boliviana comience a ganar un sitio no sólo de relevancia, sino de influencia? Por supuesto, sólo nos queda esperar que así sea.

De OxígenoBolivia.com, 8/1/2012

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