JESÚS ALLER
El crítico y
teórico del formalismo ruso Víktor Shklovsky describe a Isaak Bábel en el
comienzo de su carrera literaria, en 1915, como un joven de veintiún años, de
baja estatura, y cabeza grande, cargado de hombros y de voz queda y tranquila,
que era habitual en la redacción de Létopis (crónicas), la
revista que Máximo Gorki dirigía a la sazón en San Petersburgo. Bábel tenía un
carácter en el que se mezclaban jovialidad burlona y escéptica y capacidad de
vivirlo todo con intensidad. En este sentido, su amigo Iliá Ehrenburg recuerda
en sus memorias que “amaba apasionadamente la vida, participaba en ella a cada
minuto y estaba entregado al arte desde los años de su infancia.” En otro lugar
dice: “Fuera a donde fuera, en seguida se sentía como en casa y penetraba en la
vida ajena. Pasó un corto tiempo en Marsella, pero, cuando me hablaba de la
vida marsellesa, sus impresiones no eran las de un turista: hablaba de
gángsteres, de elecciones municipales, de huelga en el puerto, de una
envejecida mujer, parece que lavandera, que al recibir inesperadamente una gran
herencia se asfixió con gas.” Esta habilidad para impregnarse de la realidad,
unida a una sensibilidad de poeta y su dominio de los recursos literarios son
las marcas distintivas de un autor cuya obra, truncada por la represión
estalinista, incluye dos de las mejores colecciones de relatos cortos que se
publicaron en Rusia en el siglo XX: Caballería roja y Cuentos
de Odessa.
Isaak
Emmanuílovich Bábel nació en 1894 en Moldavanka, el barrio judío de Odessa, en
una familia de comerciantes con rabinos entre sus antepasados. Historia
de mi palomar (1926) y otros relatos breves que se suelen incluir hoy
día entre los Cuentos de Odessa (por ejemplo en la versión
castellana de Alianza editorial de 1972; trad. de José Fernández Sánchez)
proporcionan valiosa información sobre sus primeros años. Nos habla allí de la
muerte de su abuelo Shoil, asesinado durante el pogromo de 1905 que conmovió la
ciudad después del intento revolucionario de ese mismo año, y también de la
indeleble impresión que le produce ese día la imagen de su padre implorando de
rodillas a un oficial cosaco que intervenga contra la turba que asalta su
tienda. Conocemos además las dificultades de los muchachos judíos para acceder
a la instrucción, y cómo al fin pudo matricularse en la Escuela Comercial
Nicolás I de su ciudad. Sus estudios de francés le llevan a una honda
admiración por Flaubert y Maupassant, y con quince años comienza a escribir
relatos en ese idioma, aunque después reconoce que "los paysans y
las digresiones me salían sin gracia; sólo los diálogos se me daban." Es
la época en que hace novillos huyendo de las lecciones de música que la familia
le impone y vaga por el puerto, donde "las olas macizas del espolón me
alejaban más y más de nuestra casa con olor a cebolla y a suerte judía".
Los textos hebraicos le habían apartado de las diversiones de los chicos de su
edad y empieza entonces a hacer travesuras. No obstante, "el arte de nadar
resultó inadmisible. Me arrastraba al fondo la hidrofobia de todos mis
antepasados: rabís españoles y cambistas francfortianos."
En 1911, ante la
imposibilidad de acceder a la Universidad de Odessa por los problemas que antes
señalábamos, viaja a Kíev para estudiar en su Instituto de Comercio, pero en
1915 lo encontramos ya en San Petersburgo tratando de sobrevivir como escritor.
Sus creaciones son rechazadas hasta que se decide a acudir a Gorki. Años
después Bábel reconoce: "Lo debo todo a aquel encuentro y hoy pronuncio el
nombre de Alexéi Maxímovich con cariño y veneración. (...) El me enseñó cosas
de extraordinaria importancia, y después, cuando se aclaró que mis dos o tres
tolerables experimentos de adolescente habían sido una casualidad y que
escribía asombrosamente mal, Alexéi Maxímovich me envió a que me mezclara entre
el pueblo." Esto es exactamente lo que hace Bábel entre 1917 y 1924,
tiempo en que recorre Rusia como soldado, funcionario y periodista, viviendo en
el frente y en la retaguardia toda la violencia de aquellos años. Después habría
de admitir: "Sólo en 1923 aprendí a expresar mis pensamientos de forma
clara y sin explayarme mucho." La mayor parte de los relatos por los que
es conocido y que le valieron prestigio universal aparecen a partir de entonces
en el plazo de unos años.
Tras un sinfín de
correcciones, los cuentos que constituyen Caballería roja se
publican en forma de libro en 1926. Se trata de treinta y seis fragmentos no
muy extensos en los que con aliento poético se narran experiencias del autor en
el año 1920 en los campos de batalla de la guerra polaco-soviética, conflicto
que a veces se considera un episodio de la Guerra Civil Rusa. Allí, Bábel, con
el nombre de Kíril Vasílievich Liútov, que velaba su origen judío, participó
como reportero en numerosos combates, englobado en unidades cosacas del I
Ejército de Caballería de Semión Budionni. Caballería roja contiene
descripciones de extrema dureza en las que aflora todo el horror de la guerra y
que nos recuerdan el Tarás Bulba de Gógol, pero lo que marca
la obra sobre todo es cómo su autor consigue, haciendo uso de sus soberanas
virtudes artísticas, transmutar estas vivencias en una aproximación literaria
al problema universal de la violencia y la fascinación que ésta produce en
nosotros.
En el narrador de
los sangrientos episodios que se desgranan en Caballería roja reconocemos
al propio Bábel, el que en cierta ocasión se presentaba a sí mismo como un
hombre con “lentes en la nariz y otoño en el alma". Es un erudito poco
dotado para el ejercicio físico, un joven versado en antiguas escrituras el que
antes de enfrentarse al enemigo ha de hacer frente a los cosacos que ven en él
más que nada un blanco risible para sus puyas. La integración del intelectual
en el "grupo salvaje" exige una violencia ritual y ésta es la que se
nos muestra en el relato titulado Mi primer ganso.
Liútov, despreciado por los cosacos a cuya sección ha sido asignado, da muerte
brutalmente a un ganso que era el animal preferido de la patrona que los
albergaba, y obliga a ésta a que se lo ase. El efecto en los soldados que comen
a lo lejos es milagroso: "Hermano -se dirigió a mí de pronto Surovkov, el
mayor de los cosacos-, siéntate con nosotros a catar esto, mientras se te dora
el ganso." Sin embargo, en las palabras que cierran el fragmento, reconoce
que de noche, "mi corazón, en carne viva por el asesinato, crujía y
sangraba." La violencia que surge como un requisito para la admisión en un
grupo deja paso después a la que enseñorea el campo de batalla, al atroz
espectáculo de la muerte triunfante por la mano del hombre.
Es conocido que
la publicación de Caballería roja generó reacciones adversas,
entre ellas la del propio Budionni, que se refirió al libro como una colección
de "chismorreos de viejas", y habló de "calumnias
irresponsables", "degeneración literaria" y "odio de clase".
Estos improperios se relacionan con un primer mérito de la obra, que es su
alejamiento, a través de una aproximación objetiva a la realidad, de lo que
hubiera podido ser un trabajo de propaganda. El joven talmudista que vaga entre
el horror y ve "cadáveres monstruosos sobre los túmulos milenarios"
no reconoce una explicación simple y maniquea de lo que observa. Cree que es
necesario luchar por el progreso que supone el poder soviético, pero la
crueldad de los cosacos le sobrecoge y no renuncia a contárnoslo todo. Su
esperanza, que tiñe de ironía las páginas más terribles, descansa sobre todo en
dos pilares: los valores humanos que se adivinan en algunos protagonistas de la
tragedia y la presencia constante de una naturaleza que se convierte en el
elemento alquímico capaz de transmutar el sufrimiento en serena contemplación:
"El sol naranja rueda por el cielo como una cabeza cortada, una luz
delicada se enciende en los desfiladeros de las nubes, los estandartes del
ocaso ondean sobre nuestras cabezas." La prosa del libro, un trabajo de
orfebrería pródigo en adjetivos y metáforas arrebatadas, derrama poesía como un
bálsamo que mitiga el dolor.
El enemigo polaco
siempre acechante, aldeas destruidas, judíos miserables en el límite de la
extenuación, iglesias y sinagogas como mudos testimonios de otro tiempo,
temerarios y brutales cosacos, y una naturaleza que ejerce aquí de silencioso
decorado para lo terrible, son los elementos entre los que un joven erudito que
ama ante todo el fluir de las palabras que reflejan el mundo se afana por
encontrar un alivio en estas mismas palabras para el espanto y la desolación.
El perdurable atractivo de los relatos de Caballería roja mide
en realidad la habilidad de su autor para lograr una obra de arte cabal en la
que este objetivo se cumple plenamente. Un diario escrito sobre el
terreno, Diario de 1920, del que existe una versión castellana
publicada conjuntamente con Caballería roja (Galaxia
Gutenberg, 1999; trad. de Ricardo San Vicente y Margarita Estapé), muestra las
anotaciones de Bábel en una escueta crónica que nos sumerge sin contemplaciones
y con un ritmo frenético en la locura de la guerra.
Los Cuentos
de Odessa suelen publicarse hoy día incluyendo los fragmentos
autobiográficos que señalábamos antes, pero en su redacción original de 1931
presentaban sobre todo retratos de los hampones judíos que reinaban en la
ciudad en los años anteriores a la revolución, hombres de una pieza como Benia
Krik y Froim Grach, envueltos en un aura de leyenda, crueles y generosos. Bábel
nos narra sus hazañas, sus amores y guerras, y cómo su dominio se eclipsa con
la llegada del poder soviético. El relato titulado Carlos-Yánkel describe
en clave de humor las peripecias que rodean los primeros días de Yánkel, un
niño judío al que su padre, un comunista ausente de la ciudad, había ordenado
que se pusiera el nombre de Carlos “en honor al maestro Carlos Marx”. Cuando el
padre llegó de improvisó, "desempañó al niño y comprobó su desdicha".
Todo se resuelve en descacharrantes escenas cuando se enjuicia al anciano
Naftulá Guérchik, responsable de haber circuncidado al bebé. Éste se defiende
argumentando que hace treinta años hizo lo propio con el fiscal y señalándole
acusador, añade: "Hoy vemos que usted se hizo un hombre muy importante con
el poder soviético, y que Naftulá no cortó, además de esa pequeñez, nada que
después le habría hecho falta..." Se encuentra en este libro toda la
ironía y la prosa excelsa del mejor Bábel, y conocemos en él un periodo
decisivo de la historia de la hermosa metrópoli del mar Negro, rusa y meridional,
cosmopolita y judía.
En los años
treinta, Bábel publica menos y viaja con frecuencia, en varias ocasiones a
París donde su esposa se había instalado en 1925. Las críticas arrecian sobre
él mientras tanto, acusado de formalista y de baja productividad, y en su
intervención en el congreso de escritores soviéticos de 1934 reconoce que se
está convirtiendo en maestro de un género literario nuevo, el género del
silencio. Tras la sospechosa muerte de Gorki en 1936, Bábel no ocultaba su
preocupación, y sin tardar mucho, en 1939 desaparece en el caserón de la
Lubianka, imputándosele complicidad con el "terrorismo trotskista " y
espionaje para Occidente. En enero de 1940 fue fusilado en la prisión de
Butirka en Moscú, aunque después se hizo circular la noticia de que había
muerto en 1941 en un campo de trabajo en Siberia. Todos sus archivos y
manuscritos fueron confiscados sin que se haya vuelto a saber de ellos. Su obra
completa, de la que existe una traducción inglesa reciente (Norton, 2006; trad.
de Peter Constantine), incluye, aparte de los libros que hemos señalado,
algunos relatos más, un diario, crónicas periodísticas, fragmentos incompletos,
su correspondencia, guiones cinematográficos y un par de piezas teatrales. En
enero de 1954, poco después del fallecimiento de Stalin, fue exonerado de todos
los cargos.
Enclenque y
erudito, educado en la tradición judaica y en lo mejor de la literatura
occidental, Isaak Bábel hubo de afrontar y sufrir en carne propia las
convulsiones que en la Rusia de comienzos del siglo XX pugnaban por alumbrar un
mundo nuevo. Comprometido desde joven en el oficio de escribir y sometido a la
violencia de la guerra, todo el legado cultural que portaba hubo de ser
utilizado en la construcción de una obra que fuera su respuesta literaria a los
hechos de los que había sido testigo y también, al mismo tiempo, una indagación
personal de su sentido y un intento de exorcismo. Surge de esta forma el más
conocido de sus libros, Caballería roja, hermoso y cruel testimonio
del paso de un poeta por el campo de batalla. Esta colección de relatos, junto
con los Cuentos de Odessa, que nos dejan entrever, aureolada de
leyenda, la vida de los judíos en la vieja ciudad, tienen la virtud esencial de
afanarse siempre en busca de esa suprema armonía de las palabras que redime y
alimenta la esperanza.
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De REBELIÓN, 19/12/2007
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