PABLO CEREZAL
Así
comienzan muchos de esos textos que tienen algo que decir, o al menos lo
pretenden: recuerdo el verano del... luego puedes añadir unas cifras que, dependiendo
del encanto tardío que puedan atesorar, logran que el texto que sigue sea leído
con mayor o menor vehemencia... o no se lea, como será el caso de este.
La cuestión
es que yo recuerdo el verano de un año que no logro recordar, y rememoro sus
temperaturas de archipiélago extinto y carcajada sin nombre. Recuerdo, y te
recuerdo paseando las calles de Berlín cuando Berlín sólo era una ciudad sin
nombre, un lugar en que agotar nuestros días de libertad laboral, una
cartografía en que perder las horas que nos regalaban los esclavistas
empresarios de turno. Teníamos vacaciones y las playas reventaban de arena y
salitre adulterados por el bronco roce de los bronceadores y la tertulia
extranjera. No quiero decir que en las playas patrias sólo bañaran el cuerpo
aguerridos germanos o indispuestos británicos, no, no es eso. Es que para mí,
la charla dominical de playita mediterránea siempre me ha resultado extraña,
extranjera, y aún sigo sin comprender ese aquí, al calorcito, el agüita está de
miedo, con la familia, a pasar el veranito, y demás comentarios con que aún
gustan de cumplimentar los noticiarios del verano tantos telediarios patrios...
en fin, será para que no se nos indigeste la paella atendiendo a los miles de
casos de cólera que sufre la población yemení, desorientada en ese tablero de
ajedrez en que han convertido, las potencias saudíes, yanquis y aledañas (aquí
se incluye nuestro potente estado, a la cabeza de la venta armamentística no
siempre muy legal), las calles que antaño habitaran y por las que hoy penan
cual fantasma de Canterville carente de ironía. Al menos, podemos afirmar,
¡siempre nos quedará Venezuela! Me enredo, cuando lo que quería decir es que en
el verano de no recuerdo ya el año decidimos poner tierra y mar de por medio
para llegarnos hasta un Berlín doliente de termómetros que no se atreven a
decir su nombre.
Sonaba Héroes
en mi garganta mientras pateábamos las calles de una ciudad que no existe y
ascendíamos el Gólgota de ese sudor que nos habíamos dejado en Madrid. Así
pretendíamos recuperarlo, cada noche, en la intimidad del cuarto de hotel,
ducha tibia, edredón confortante, músculos en vaivén, labios en desparpajo de
sabidurías impronunciables, licores y garganta y tu voz exclamando el último
chillido del amanecer, cuando mi titubeo de amor languidecía ya, exhausto,
entre tus jugos, antes de proponerme los acertijos del amanecer al albur de un
Postdamer Platz huérfano de punks y un Neuköln macerado en cilantro y salam
aleikum, desayuno urgente, paseo leve, y turcos que sirven kebab como un
sacrificio de espantos que mí me parecía sorprender aguardando, tras sus
mostachos de adobo, la cuchillada fresca de tus labios recién pintados. El
amor, antes del amanecer, ya digo, entre las sábanas de uso cierto y falso
verano de un hotelucho que hoy mi memoria juega a revestir de tules, salvia y
pirotecnias musculares.
Pero sonaba
Héroes, ya lo he dicho, en mi garganta y en mi mente, y la mayor fortuna de
aquellos días fue la de abandonar los lóbregos pasillos de los noticiarios
patrios, el anémico recorrido por la geografía peninsular que despierta la
sorpresa del televidente ante un "pues hombre hace caló pero el verano es
así" escupido contra la pantalla por un habitante de Córdoba, 43º grados a
la sombra, ni las lagartijas desean impresionar su estampa de fotografía
analógica contra los muros de esa Catedral que fuese Mezquita antes de perder
su historia en el Alzheimer de los tiempos modernos.
Sonaba
Bowie. Siempre lo hace. Pero más en Berlín, claro. Y, más que cualquier otro de
sus temas, ese Héroes que hablaba de amantes modernos, fronteras y vergüenzas
varias. Yo, de aquel verano de... sólo recuerdo Héroes... y tus dedos dictando
sobre mi piel malabarismos de croupier amigo del soborno.
Hoy, en
este verano de 2017, sólo puedo tener constancia de los comentarios que, sobre
la meteorología, a pie de playa, bañador estilizando lorzas y desorientando
lodazales de bronceador o crema protectora, escupen mis conciudadanos,
orgullosos de portar porte veraniego ante las cámaras de un equipo de
periodistas, reporteros, y de más entrecomillados profesionales del medio que
bien habrían hecho en emplear las ganancias de las arcas públicas en
desplazarse hasta el Yemen, por ejemplo, donde la mirada pánica de un padre
ante el disfraz de parca de ese hijo que recién le nació para recién morir
fusilado por el cólera y las cifras con que las apisonadoras mercantiles de la
industria armamentística hacen honor a nuestro extenso catálogo de dichos y
decires "haciendo el agosto".
Sí, luego,
también, hay héroes, como en la canción de Bowie... hoy, una mujer que huye de
su maltratador marido escabullendo de la justicia y sus desmanes su propia
presencia... y la de sus hijos. Muchos conciudadanos, revolucionarios de
taberna, facebook y otras redes sociales, le han ofrecido cobijo. Incluso el
Presidente del desgobierno lo ha hecho. Bravo por la solidaridad patria.
Conocemos el nombre de esta mujer, y el de su supuesto agresor. Desconocemos el
de los hijos al cargo (ya saben, defensa de la intimidad del menor y tal),
pero... me pregunto si no serán ellos los héroes perdidos cual Ulises en una
Odisea que, en su caso, nadie les obligó a emprender. Me pregunto si no serán
ellos más héroes, y por qué a ellos no les prestan igual atención que a la
sufrida madre. Tal vez sólo sea que un niño asesinado por el cólera es tan
importante como otro dilapidado por la cólera de la rápida opinión y la falsa
indignación del ciudadano que, a pie de playa, dictamina, lustroso de cañas y
tapas, sobre la meteorología. Tal vez su piel llegue un día, también, a
broncearse al sol de esta España mía esta España nuestra que tanto nos
ridiculiza y tanto nos denuesta. Sólo espero que tengan cuidado. Con el sol, la
piel, ya saben, se agrieta y envejece antes de tiempo... como con el cólera.
Tal vez, por eso, yo prefiera recordar un verano de ya no recuerdo en que
Berlín no proporcionaba más calor que el de tu piel matemáticamente hidratada.
Y Héroes,
siempre, en mi memoria y mi garganta... aunque ya no sepa, con tanta urgencia
que se pretende información, dilucidar quienes deberían ser nuestros héroes.
Tal vez, mejor, intentar conciliar el sueño pensando en los contratos
millonarios de algún nuevo héroe del balompié... vaya usté a saber... este
calor me mata... preferiría estar en Berlín, contigo.
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De POSTALES
DESDE EL HAFA (blog del autor), 28/07/2019
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