LUCIANO SÁLICHE
Hay vidas
que pasan por la arena lisa de este mundo y meten el dedo, profundo, bien
adentro, dejando una huella difícil de borrar. Raúl Barón Biza tuvo
una presencia ineludible que, poco a poco, ese mismo mundo plano prefirió
alisar y olvidar. Pensaron que era lo mejor.
¿Quién
fue? Christian Ferrer, en su libro biográfico titulado Barón
Biza, el inmoralista, escribe: "Fue muchas cosas: escritor,
playboy, millonario, izquierdista, pornógrafo, exiliado, empresario, financista
de revoluciones, político, concesionario municipal, habitué de prisiones,
editor de periódicos, huelguista de hambre, suicida, enamorado e infame. A
pesar de tanto ajetreo, la suya parece haber sido una vida sin dirección."
Raúl
Barón Biza era
el menor, el más caprichoso y rebelde de los hijos que tuvieron Wilfrid
Barón y Catalina Biza. Nació un 4 de noviembre de 1899 en
una familia terrateniente, de las más ricas de Córdoba, pero a él no le
interesaba demasiado seguir con la tradición, o sí, pero quiería hacer otra
cosa, darla vuelta o usarla de trampolín para subvertir eso que le fue dado.
Mientras se dedicaba a los negocios, se introdujo en la literatura: Del
ensueño, Alma y carne de mujer y Risas,
lágrimas y sedas fueron sus tres primeros libros, publicados entre
1917 y 1924. Era un dandy apuesto, un seductor egocéntrico, un hombre que salía
con muchas mujeres sin formalizar con ninguna, que hacía fiestas exóticas
—allí, borracho, se sacaba fotos tras las rejas, burlándose de la ley—, que
tomaba cocaína, que fumaba opio, que la pasaba extremadamente bien. Hasta que
se enamora.
Estaba en
Venecia cuando conoció a la actriz suiza Myriam Stefford.
Inmediatamente se casaron y volvieron juntos a la Argentina. Aficionados a la
aviación, recorrieron varias provincias surcando los aires en un monomotor. En
1931, un 26 de agosto, cuando no habían cumplido ni siquiera un año de casados,
Stefford —una de las primeras mujeres piloto de Argentina— se estrelló contra
el suelo en Marayes, San Juan.
Si bien el
sensacionalismo de la época se precipitó en deslizar la idea de que Barón Biza
había provocado el accidente, éste le pidió al ingeniero Fausto Newton que
diseñara un obelisco de hormigón de 82 metros de altura. Debajo, la bóveda.
Allí descansan los restos de su primera esposa, y una frase, altiva y
entusiasta, la celebra: "Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la
mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas."
Cuando se
metió en política, a diferencia de la burguesía agraria que era su clase, apoyó
a Hipólito Yrigoyen. Luego, años más tarde fue financista de la
campaña de Amadeo Sabattini como Gobernador de Córdoba. Era
radical y entendía que se trataba de un partido de masas, revolucionario, algo
nunca visto en Argentina. Lo apoyó fervientemente —pese al conservadurismo de
su clase y su familia— pero cometió un error: se enamoró de su hija, Clotilde,
de apenas 16 años, veinte años menos que él. Esa era la edad que tenía cuando
la sacó del internado en el que estaba y huyeron a Uruguay a casarse. No podía
hacerlo en el país porque él ya se había casado, entonces allí permanecieron un
tiempo.
Al volver,
su relación con Don Amadeo terminó, también con toda la familia, que no
aceptaba este romance. La tensión mayor apareció cuando, en una de sus peleas
recurrentes con su esposa, él la siguió hasta la casa de sus padres. Tenía un
revólver en la mano y con la culata golpeó y golpeó esa puerta hasta que le
abrieron. No era Clotilde, sino Alberto "Tucho" Sabattini,
su hermano, quien también tenía un revolver en la mano. Se batieron a duelo,
varios disparos. Terminaron presos y Barón Biza, además, con un souvenir permanente:
un balazo de su cuñado lo dejó rengo para siempre. "Esa relación era muy
conflictiva, la primera demanda de divorcio la presentaron a los seis meses de
casados", le dice Candelaria de la Sota a Infobae
Cultura.
Ella es la
autora de El escritor maldito, una biografía de Raúl Barón
Biza. Llegó a su historia cuando se enteró de que su abuelo materno, Arturo
Zanichelli, político radical (primero del UCRI, después del MID),
Gobernador de Córdoba entre 1958 y 1969, solía recibir visitas de este
matrimonio. "Mi familia me contó que Raúl y Clotilde eran capaces de tocar
el timbre a las cinco de la mañana con medialunas y decirles que acababan de
bajar del tren, que habían viajado para tomar mates con él. Eran unos
personajes. De hecho, mi mamá tenía la misma edad que la hija de Barón Biza,
incluso hay fotos juntas."
"Barón
Biza quedó como un personaje tabú del que nadie quiere hablar. La tragedia
final, el ataque contra Clotilde, el suicidio y todo lo que pasa después… es
como que Barón Biza es algo karmático", sostiene De la Sota.
Había
cierta ambigüedad en los ideales de Barón Biza. Después de apoyar a Yrigoyen,
lo hizo también con quien lo derrocó en 1930, el general José Félix Uriburu,
aunque terminó por combatirlo, lo que lo terminó dejando exiliado en Uruguay,
primero, y luego preso tras convocar una huelga. Lo explica bien en su
libro Por qué me hice revolucionario que se publicó en
1932 en Montevideo y, tras varias censuras, apareció en Argentina un año
después. Pero estando en la cárcel —como un Gramsci individualista, como un
Marqués de Sade criollo— escribió su gran obra, la más agresiva: El
derecho de matar.
"La
pornografía en los libros está en proporción a la degeneración del cerebro del
lector",
anticipa la primera página de este libro publicado en 1933 que, luego de la
frase inicial, que funciona como un cartel de advertencia, se lanza en una
narración repleta de sexo, drogas, satanismo, muerte, sangre y necrofilia.
En la portada, el dibujo de una calavera con una guadaña ensangrentada. Cuando
lo terminó, tuvo una visión: decidió enviárselo al Vaticano. Revistió la tapa
con plata y alpaca, y le agregó una carta: "Para que tus porteros lo dejen
pasar, para poder atraer tu atención, para que él sea una nota relevante de
brillo en el salón entristecido de tu biblioteca oscura; he revestido de plata
su portada". Lo recibió Pio XI, el papa de entreguerras, no muy agradecido
seguramente.
Hay un
documental de algunos años atrás que emitió la TV Pública donde
hacen una analogía más que acertada. "A comparación de Barón Biza,
escritores como Bukowski o Henry Miller pueden
hasta sonarnos infantiles", dice la voz en off del locutor.
Después
de El derecho de matar, conoció a Clotilde y contrajo
matrimonio. Esa relación fue realmente tensa y problemática y dejó tres hijos
(Carlos, María Cristina y Jorge) y un desenlace trágico que ocurrió el 16 de
agosto de 1964 cuando, por fin, se separarían legalmente. Un departamento en
Capital, sobre la calle Esmeralda, papeles sobre la mesa, varios abogados y la
certeza de terminar con un romance negro.
Uno de los
vasos de whisky que Raúl Barón Biza tenía en su mano tenía otro contenido:
ácido sulfúrico que, con violencia y rapidez, arrojó al rostro de Clotilde
Sabattini.
Ese
episodio es el comienzo de la novela que escribió el hijo de ambos, Jorge
Barón Biza, titulada El desierto y su semilla, que por
estos momentos está cumpliendo veinte años. Allí dice también que el objetivo
de su padre era quemarle los ojos, para que él fuera lo último que ella viera.
Clotilde —que en la novela es Eligia— pone sus manos ante la agresión de Raúl
—que en la novela es Arón— y evita quedar ciega, aunque su rostro sufre el
impacto del compuesto químico y se desfigura. Corren hacia el Otamendi e
intentan sanar a Clotilde quien luego, durante años, estará junto a su hijo
Jorge recorriendo Europa, tratándose con los mejores cirujanos plásticos del
mundo.
Esa misma
noche, ya de madrugada, Raúl Barón Biza vuelve al departamento de la calle
Esmeralda y, rodeado de sus libros, pone un revólver en su cabeza, un 38 largo,
y aprieta el gatillo. Tenía 64 años.
En El
desierto y su semilla, una de las definiciones que da su hijo de él es
la de "anarcoindividualista stirneano". Max Stirner —por
él: stirneano— fue uno de los llamados jóvenes hegelianos o hegelianos de
izquierda. Filósofo y educador alemán, poseía una lectura del mundo similar a
la de Karl Marx, con quien compartía dicho grupo, pero llevada
hacia un extremo del solipsismo y del egoísmo, hacia el anarquismo del yo.
"No estáis atados si rechazáis estar atados; sois vuestro propio Altísimo.
No respetéis ningún deberás, sed vuestro propio Dios", escribió
Stirner en la primera mitad del siglo XIX. Casi cien años después, y de este
lado del Océano Atlántico, Barón Biza tomaría su filosofía como forma de vida.
En la
década del cuarenta, sólo un libro, Punto Final, al igual
que en la del cincuenta, La gran mentira. El último, Todo
estaba sucio, apareció a finales de 1963. Según su hijo
Jorge, "un torrente de resentimiento absoluto". Para muchos es
la mejor y más pulida muestra de su literatura.
Unos años
después, la implosión del ácido y su suicidio, hecho que continuó ennegreciendo
la historia familiar como un dominó: en 1978 Clotilde Sabattini se
arroja del balcón del mismo departamento donde ocurrió la agresión; en
1988 María Cristina Barón Biza, hija de ambos, se suicida con una
sobredosis de barbitúricos; y en 2001 es el turno de Jorge que, tres años
después de contar todo en su novela, se tira del piso doce de su departamento
en Córdoba.
"Yo
creo que Barón Biza era muchas cosas a la vez —le dice Candelaria de la
Sota a Infobae Cultura— porque, además de ser alguien que
tuvo la oportunidad de vivir una vida llena de excentricidades y lujos, era
un refractario de su clase. Lo que le preocupaba era mostrarse distinto.
Una de sus obsesiones era mostrar las miserias de su clase. Y más allá de
misógino, más allá de violento, de ególatra, de provocador, ser refractario era
lo que más placer le daba, y el rol en el que sentía más cómodo."
En una de
las últimas páginas de El desierto y su semilla, Jorge Barón
Biza escribió de él: "Ha ido mucho más allá que los borrachines, ha
construido un espacio en el que es imposible reconocer un límite (…) Conoció el
odio; le gustó más que los ideales, y ya no se separó de él".
"Tanta
fábula extraordinaria —dice Ferrer en Barón Biza, el inmoralista—
eclipsó la obra literaria y resaltó la circunstancia: la vida del autor. Su
fracaso es su triunfo, pues un misterio rodea su obra hasta el día de
hoy". Y también: "Quedan de él el recuerdo de un acto imperdonable,
páginas amarillentas de viejos diarios, y el olvido, cuando no el
oprobio".
Oprobio,
deshonra, vergüenza, dolor, morbo y una pizca, aunque no tan pequeña, de
fascinación. Eso causa hablar de Raúl Barón Biza, la mancha humana de la
literatura argentina.
_____
De INFOBAE,
11/02/2018
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