JORGE MUZAM
Observo
pinturas de James Ensor, multitudes fantasmagóricas, máscaras payasas
encubriendo lo miserables que seremos siempre. Lo hipócritas. Lo traidores. Ni
siquiera es biología. Mera supervivencia. Simplemente es la gran mariconada
evolutiva, la continuidad de una tragicomedia que ni siquiera es graciosa, el
olvido premeditado de tantos dioses que se fueron de farra eterna.
Büchner
vivió tan poco, y Camus, y Stephen Crane, y Jaroslav Hásek. La creación puede
alcanzar su madurez tan rápido, y luego esfumarse como una gota de aspersor en
el jardín del infierno. Es difícil saber en qué etapa creativa me encuentro. No
sé si ya he dicho lo más importante, y el resto es solo jugar a los dados con
cierta astucia. Lo importante también se disuelve. La banalidad rellena las
horas. La levedad es una forma de sobrevivencia, un esmalte de insensibilidad
para no morir desangrado. 42 inviernos cargan mis hombros, cientos de álamos
fantasmales que oscilan de lado a lado, algo así como un desgastado bosque de
libro infantil, un bosque que se difumina en la lejanía, con un primer plano de
exagerados grises adultos, negra azulada medianía dickensiana de Great
Expectations, y al final, casi desapareciendo, un probable amarillo, una
partícula solar dormida sobre una alfombra de heno o el asombro inútil de una
luciérnaga insomne.
La memoria
es una cartelera de fantasmas, de deseos que nunca serán satisfechos, un
esqueleto triste de pura nostalgia.
Alguien llama...
Pintura: James Ensor
__
De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 2019
No comments:
Post a Comment