JORDI GRACIA
Ni del
éxito ni del fracaso se redime nunca nadie porque no hay consuelo para la
invisibilidad del escritor ni hay tampoco verdad en el éxito: ambas son
constipaciones incontrolables de los organismos vivos, y la literatura lo
es. Sánchez-Ostiz es un desconsolado habitual en
sus diarios, y de su rabia nace buena parte de una salmodia adictiva y
venenosa. A menudo deriva hacia la intemperancia y el insulto con nombres y
apellidos y, entre rebeldías políticas e indómitas, pesa sobre todo el
abatimiento privado por no figurar en otra escena literaria que la de sus
propias melancolías.
Hay algo
enfermizo en el autorretrato que desprenden sus potentes y dolientes cuadernos
de escritura, o en sus más festivos libros de viajes. Pero soy de los que no se
los salta, a pesar de la tenacidad asfixiante del síndrome del escritor
silenciado. Sus neurosis son la munición y la gasolina misma que echa a andar
sus libros, que han ido publicándose sin pausa, hace años ya que en editoriales
de poca circulación, porque su literatura es enemiga natural del éxito
mediático. No hay otra causa más enigmática ni conspiranoica que esa, y nada
tiene que ver con su calidad pero sí con la policromía colérica de sus
reflexiones. Sus últimas batallas novelescas han ido destinadas a la
reconstrucción de un pasado de mentiras con vencedores franquistas y vilezas
perpetuadas hasta el presente. Las evoca varias veces en el cuaderno Rumbo a no sé dónde, con el que desde Pamiela mantienen viva
la voz de uno de los escritores más desapacibles de las letras españolas.
Contra
tantas murrias como le abaten, ha tenido la buena fortuna de caer en gracia a
nuevos editores, Limbo Errante, dispuestos a resucitar no ya su voz sino su
obra más radical y pendenciera, Las pirañas (1993). Le pasó factura personal al
escritor porque con ella se revisó a sí mismo pasando revista a los modos
cochambrosos y corruptos de una ciudad, Pamplona, un entorno de poder y una
sociedad retratada desde dentro en sus trapicheos. Las pirañas fue
un experimento de radicalidad moral y literaria que descubrió a un escritor
nuevo y valioso, ajeno a la “novela novelesca”, como la llama él, y entregado a
la tauromaquia de su invocado Michel Leiris.
Lo ha
seguido haciendo en sus diarios, y también en la novedad de un último
poemario, Fingimientos y desarraigos. Vale como versificación de murrias
que podrían ser fragmentos de sus diarios, excepto un poema, el mejor, que
contiene su “biografía civil, privada, / doméstica incluso, biografía a
secas”, sin la acritud depresiva, sin el rencor patente, sin las afiliaciones
emocionales que pueblan tantas páginas de diarios obsesivos. Tiendo a creer que
el autor se arrepentirá de muchas de ellas, aunque sin ellas la mitad de su
valor desaparecería y el escritor sería otro, desleal consigo mismo. Es verdad
lo que escribe en el prólogo a la edición revisada de Las pirañas, 25
años después, y sigue creyendo que “hay que jugársela” sin pensar en las
consecuencias sociales ni los efectos personales de la aventura.
_____
De EL PAÍS,
06/08/2018
Imagen: El
escritor Miguel Sánchez-Ostiz, visto por Sciammarella
No comments:
Post a Comment