ENRIQUE PLANAS
Han pasado
33 años de su muerte, y su fama sigue extendiéndose. El mito de Jorge Luis Borges sobrevive a su polémica viuda
María Kodama, a sus conservadoras opiniones políticas, al abuso del adjetivo
“borgeano” o la repetición del tono mitológico y metafísico de sus cuentos por
legiones de autores, apodados “borgesitos” que escribían sobre laberintos,
tigres y espejos. Pero, sobre todo, ha sobrevivido a su estatua de sabio bibliotecario
ciego, con bastón y traje. Un oráculo para la segunda mitad del siglo XX.
Ese retrato
convencional oculta muchas veces al escritor nacido un 24 de agosto, hace 120
años. El autor de “Ficciones” o “El Aleph”, el artista ultraísta, el escritor
que renovó la forma de hacer literatura fantástica, el género policial y el
ensayista libre de cualquier actualidad periodística o política. ¿Ese
Borges tiene hoy herederos?
El
novelista Luis Hernán Castañeda se rebela ante el término “borgesito”, pues,
según él, oculta una hipocresía: “Borges está en todas partes y en ninguna.
También en uno mismo, solo hay que buscarlo. No hablo de la imitación de una
fórmula, sino de una presencia más o menos palpable de arquetipos que Borges,
sin haberlos creado, sí perfeccionó y destiló: la biblioteca, el laberinto”,
afirma. En ese sentido, uno de sus mayores herederos, de manera muy consciente,
podría ser un escritor como su paisano Ricardo Piglia, y también en los
seguidores de éste.
Para el
escritor y profesor universitario Jorge Valenzuela, tanto el “universo”
borgeano, como el estilo de Borges son conquistas de una inteligencia
fervorosamente escéptica. “Sus ficciones apelan a una enciclopedia muy
ambiciosa para ser comprendidas y han sido producidas a partir de otros libros.
En su obra confluyen la filosofía, la religión judía y las matemáticas, solo
para citar tres fuentes importantes. Por todo esto, considero improbable, si no
es por el camino de la ciencia ficción, que existan herederos de Borges”,
señala.
Coincidiendo
con él, la escritora Karina Pacheco señala que vivimos tiempos difíciles para
los autores de caracteres borgianos, asombrosamente enciclopédicos, y a la vez
metafísicos, oníricos, desbordantes de autenticidad y memoria. “Además de un
don natural, se requiere de mucho tiempo y silencios”, dice. Más que autores,
para ella podemos hablar de libros que trasuntan una herencia borgiana. “Sin
afán de ser nuevos Borges, comparten con aquel respiros profundos de la humanidad
y el universo”, afirma la autora cusqueña. En el caso de libros peruanos, ella
destaca “Un único desierto” de Enrique Prochazka, o el más reciente
“Fabulations” de José de Piérola, aún no traducido al castellano.
Radicada en
Buenos Aires, la autora Karen Luy de Aliaga, confesa cortazariana, admite haber
conectado con Borges tras descubrir “Otras inquisiciones” y releer “Ficciones”.
“La influencia de Borges es infinita, él era como de otro planeta. En cada
texto nos ha dejado pistas y claves de eterno descubrir”, advierte. Entre los
autores argentinos que experimentan e intervienen sus cuentos para generar
nuevas lecturas, ella destaca “El Aleph engordado” de Pablo Katchadjian, “Help
a él” de Rodolfo Fogwill o “Erik Grieg” de Martín Kohan. ¿Se trata de herederos?
La poeta y novelista prefiere citar al mismo Borges en “La flor de Coleridge”:
“Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen impersonalmente, lo
hacen porque confunden a ese escritor con la literatura”.
Para su
colega Ricardo Sumalavia, la obra de Borges sigue propiciando distintos niveles
de influencia. “El más chato, claro, es el que se ocupa de repetir (y mal) el
fraseo borgeano o el que se regodea buscando más senderos a ese jardín. Pero
hay quienes tratan de profundizar en sus ideas e intuiciones sobre el tiempo,
el espacio y la frágil identidad del sujeto”, afirma.
El escritor
Marco García Falcón apunta en ese sentido al señalar que la gran enseñanza de
Borges radica en que un escritor es, ante todo, un lector. “Por ello, un
heredero digno del maestro argentino aspirará a entregarnos una lectura del
mundo, una lectura hipotética y parcial, que nos saque de la “realidad” para
luego devolvernos a ella con una lucidez nueva. Borges nos hizo entender que la
literatura no puede ser un mero reflejo de la realidad, sino la construcción de
mundos posibles -alternativos- y una invitación a habitarlos. Nos inoculó la
idea de que todo puede ser un misterio, de que hay un orden secreto de las
cosas que no es posible capturar racionalmente, aunque sí vislumbrar a través
del arte. Creo que los verdaderos borgeanos son los que conservan ese legado”,
afirma.
—El
Aleph no es Internet—
Publicado por primera vez en la Revista “Sur” en 1945, y recogido en el libro homónimo en 1949 editado por Losada, con el tiempo “El Aleph” se ha convertido en objeto de culto, un cuento paradigmático en la vasta biblioteca borgiana, al sintetizar las principales preocupaciones literarias del argentino: la ironía, el juego con el lenguaje y la erudición. Un culto que se fortalece en nuestros tiempos, cuando algunos consideran que Internet, Google y las redes sociales vendrían a encarnar aquella “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor” como Borges describía la ventana luminosa desde donde su personaje, el poeta Carlos Argentino Daneri, podía atisbar todo el conocimiento bajo una escalera.
Publicado por primera vez en la Revista “Sur” en 1945, y recogido en el libro homónimo en 1949 editado por Losada, con el tiempo “El Aleph” se ha convertido en objeto de culto, un cuento paradigmático en la vasta biblioteca borgiana, al sintetizar las principales preocupaciones literarias del argentino: la ironía, el juego con el lenguaje y la erudición. Un culto que se fortalece en nuestros tiempos, cuando algunos consideran que Internet, Google y las redes sociales vendrían a encarnar aquella “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor” como Borges describía la ventana luminosa desde donde su personaje, el poeta Carlos Argentino Daneri, podía atisbar todo el conocimiento bajo una escalera.
Sin
embargo, para los autores consultados, nada más errado que comparar la epifanía
borgiana con nuestras actuales pantallas. Para Jorge Valenzuela, el Aleph es el
principio de todo y, como todo principio, se extiende al infinito. “Contiene
todos los tiempos y por ende todos los espacios. Es la representación del
universo en su simultaneidad desde un lugar que puede ser cualquier lugar.
Frente a este prodigio, Internet es apenas una red de información, muchas veces
poco confiable y envilecida por el dinero, la chismografía barata y el horror”,
afirma.
En efecto,
para Karina Pacheco, a pesar de que la actual tecnología parece abarcarlo todo,
están bastante lejos de ofrecer o representar ese universo infinito que
vislumbrado por Borges desde un minúsculo sótano. “Incluso presumiendo que aquel
fuera un falso Aleph, como plantea el mismo cuento, revelaba asuntos bastante
más inquietantes y radicales que un paseo por la redes”, señala.
Por su
parte, García Falcón advierte que, si bien la virtualidad nos da la sensación
de que la biblioteca borgiana existe y que, además, es portátil y democrática,
se trata solo de una sensación. “Los circuitos de datos están predeterminados,
cada vez que usamos una red social nos vigilan y nos censan, circulamos con
aparente libertad por laberintos diseñados por las grandes corporaciones. Si el
aleph borgeano existe ahora entre nosotros, este no se encuentra en el enorme
cúmulo de información que nos ofrece la interconectividad, sino en la
posibilidad de ver por encima de lo evidente en medio de esa maraña
engañadora”, afirma.
Ese mismo
carácter ilusorio es advertido por Ricardo Sumalavia: “Internet, google, las
redes sociales, no hacen más que seguir alimentando dicha ilusión que nos hace
sentir héroes cuando en realidad solo nos empuja a traicionarnos a nosotros
mismos”, dice.
Luis Hernán
Castañeda nos recuerda que, allá por el año 2000, otro gran escritor del Río de
la Plata, el uruguayo Mario Levrero, descubría Internet y se emocionaba con sus
posibilidades de información y conexión, pero temía que ese gran potencial
fuera concentrado por los poderes económicos. “Es lo que ha ocurrido: antes
existía una plétora de buscadores, AltaVista, Lycos, Infoseek, etc., mientras
que hoy domina una sola corporación, Google. El mundo digital ilusionó a muchos
con la promesa de un Aleph múltiple, cifra del universo, pero acabó como un
mezquino espejo de lo que somos. Afortunadamente, las metáforas de Borges
enseñan a soñar con más”, explica.
Finalmente,
consultamos con el filósofo argentino Darío Sztanjnszrajber, voz autorizada en
la reflexión sobre el Aleph de Borges. “Hablamos de la figura de lo
irrepresentable. “El Aleph” es el sueño de poder capturar lo infinito”. La
tecnología ofrecernos la máxima capacidad de información, sin embargo El Aleph
no plantea una cuestión cuantitativa sino cualitativa. No busca visualizar por
extensión todo lo que hay, sino de capturarlo intuitivamente en un segundo. Es
como ver a Dios de frente. Algo imposible para cualquier artefacto
tecnológico”, explica.
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De EL
COMERCIO, 24/08/2019
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