Sunday, August 4, 2019

Chuquiago, de Miguel Sánchez-Ostiz


PABLO MENDIETA PAZ

Chuquiago reciente trabajo del laureado escritor español Miguel Sánchez-Ostiz, es un incesante amanecer y atardecer de una ciudad como La Paz, bulliciosa, solitaria, bronca, original. 

Las puertas abiertas de esa recóndita atmósfera se confunden, por medio de una descomunal voz literaria y destreza formal, con una escenografía de espíritu vitalista, también de luces apagadas, pero feliz, como si toda la carga de la memoria de la ciudad, como si la ambientación muy diversa de lugares, supusiera para el autor oriundo de Pamplona, Navarra -aquella exótica ciudad minúscula y clerical, apretada de iglesias y cuarteles como él la retrata- una evocación de derecho personalísimo, privativo, ancho, y no al paso. 

No exenta de ardor y convicción, la obra obsequia un vigoroso y honesto testimonio de La Paz, la Chuquiago profusa de imágenes, aromas, sucesión de espacios y hasta atracciones de feria, las que, por el pulso del micromundo de cuanto rincón y personajes narrados, parecería, o es, para el autor, un cúmulo candente de experiencias vitales, si no ya mágicamente vividas.

Tal apropiación de remembranzas de toda laya, esteticistas, exóticas, descarnadas, llegan incluso a modelar el espejo de la propia vida de Sánchez-Ostiz, marginando aquella frase de que "La retentiva es el sello de la capacidad” -como celebraba Baltasar Gracián-, superándola por una fenomenología que logra captar la esencia pura. 

Se percibe entonces que el autor, plenamente arraigado o que bien "echa  o cría raíces” en la Chuquiago de tan diversas constelaciones, se distancia por intervalos exactos, como matemáticos, de ella, para arrimarse, cuando no hay yuxtaposición, a una minuciosa descripción en detalle, o en trazos largos, de ilustres personalidades paceñas, distintas en perfil y colorido, cuya sustancia forja en definitiva, aun en la heterogeneidad, el enlazamiento de rasgos afines a la colectividad de la urbe.


Los lugares

Cual fuere el contexto en que se maquina la urdimbre del relato, qué entrañable resulta aprehender, asimilar en su más pura naturaleza -muchas  veces desconocida, hay que admitir-, "La plaza de San Francisco o el Gran Teatro de La Paz”, "El Averno y el callejón Caracoles”, "El Olympic”, "El Cementerio de los Elefantes”,  "Por la ruta de las ratas”, "la Calle Sebastián Segurola y los choros”,  "El jardín de los desaparecidos…”, geometría emblemática que el autor, viendo pasar ciudades distintas, finalmente las resuelve en una sola, vistosa y audaz, que él distingue, geográficamente, con el título particular de  "ciudad fragmentaria, rompecabezas, fresco inacabable”, juego de palabras del que parece, o procura nutrirse en instantes, años, en vidas estelares, intensas y contagiosas.

La prosa impoluta y trabajada, cegadora en letra y erudición viva, atrapa al lector que halla en Chuquiago tanto de encendida gloria como de atmósfera fosca, umbrosa, que, como imaginario ilusionista, Miguel Sánchez-Ostiz las hace clarear, en arte alquímico, indisolubles, naturales, de colorido púrpura, como si pusiera luz bastante en la ciudad para que cada día llegue al final con sus 24 horas repletas de sueño, de fascinación; y todo habitante de ella, con el corazón perfectamente adherido al pecho, se reconozca, en la redonda crónica, el ser que es.

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De LETRA 7 (PÁGINA SIETE/La Paz), 10/09/2017


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