PABLO MENDIETA PAZ
La música
no es solo sonido, también es silencio, un silencio singular, quieto,
exclusivo, que de pronto, así como el crepúsculo cae lento y acaba en noche
cerrada, es atrapado por una brisa que progresa en vientos huracanados que
soplan al norte, hacia las cumbres fecundas. Y es entonces que todo se
transforma en magia de músicas que se fusionan, que se enlazan como evocadores
abrazos de silencio y sonido. Marcos Tabera los percibe, los recoge, los hace
suyos con temperamento y emoción estética y los envuelve en la gente sublevada,
aquella de semblantes ásperos, agrietados; gente cansada de cadenas que se
equilibra en ritmo ternario y trepidante entre la encrucijada urbana y los
herbazales que reposan mustios a los pies de los nevados eternos. Como si esto fuera
poco, en el escenario de calles alquitranadas de la incierta y gran ciudad, el
vendedor de sueños, el hacedor de nada, muy solo en la multitud -metáfora
hallada- pregona remotas ilusiones sin reparar en cómo resuenan los tacos de
los zapatos gastados, pares de piernas sin bitácora que van y vienen por la
Plaza San Francisco; que suben y bajan los peldaños en edificios de rotos
barandales por donde se desploman, con voz de agonía infinita, los sueños al
vacío. Y regresan a los vecindarios sin saber de nadie, sin escuchar a nadie,
como partes fragmentadas de un todo: la propia existencia.
Ahí están
ellas, existencias marchitas recostadas al margen de las aguas ocultas como en
invisibles barreras de juncos. De aguas eternas que, a sorbos, son bebidas por aves
de rapiña mientras el lenguaje perfecto de la ejecución realza la belleza de la
inspiración de dos tiempos que ensombrece la condición de arroyo semivacío.
Solo un delgado hilo de agua corre por ahí. Poco a poco, va tornando en
diamante cristalino que esta vez irá al corazón de la callada música que Marcos
llena de acordes. Y sigue, y se remonta a un firmamento poblado de notas que
van descolgándose desde la lejanía, desde una Louisiana de avenidas de asfalto
y humo, de puentes y pretiles apretados, de postes de luces de neón, del blues
nostálgico de puro lirismo, sin relato, expresivo de los meandros del Misisipi
-adorno de líneas sinuosas y repetidas-. Compases en inequívoco patrón de
estructura fluyen como desahogo espontáneo de la sensibilidad que alienta a
Marcos a hermanar ese blues con el colosal ventisquero, con el quirquincho que
da vida al charango. Todo ese torrente desemboca en plácido arte de forma
simétrica, de vida en el pulso de la aurora que enrojece la puna, que agiganta
el bravo sol. Marcos Tabera abraza ensoñaciones y domina aquel silencio, ahora
todo colmado de sonidos y nostalgias temperadas de su propio mundo, de su alma
de artista.
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Prólogo al
álbum
Imagen: Marcos Tabera
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