Saturday, August 10, 2019

Anna Ajmátova, poeta de la desesperación


DANIEL GONZÁLEZ GÓMEZ-ACEBO

Esta mujer de mirada lánguida y sonrisa tímida, capaz de mirar de frente y serenamente su vida, se llamaba Anna Andréievna Gorenko (1889–1966), aunque pasó a la posteridad como Anna Ajmátova. Retratada por la pintora rusa Zinaida Serebriakova en 1922, cuando la poeta tenía 33 años, Ajmátova escondía tras de sí una apasionada forma de vivir y escribir, y bajo su embrujo irían cayendo amantes como Amadeo Modigliani, Dmitri Shostakóvich, Boris Pasternak, Aleksandr Blok y tantos otros.

Celebrada y reconocida desde la publicación de sus primeros libros, sobreviviente de circunstancias terribles, silenciada por las autoridades de su país, reivindicada más tarde, llegará a decir en un poema: "estoy cansada de resucitar, y morir, y vivir". Fue retratada por Amadeo Modigliani en su juventud, y visitada por Isaiah Berlin en 1946, con quien, según palabras de la poetisa, conseguiría "agitar el siglo XX". Hoy sigue siendo, para una larga mayoría de lectores, una ilustre desconocida.

Matar la memoria
Dio la casualidad que los primeros textos que cayeron a mis manos de ella hayan sido Requiem Poema sin héroe, dos textos desgarradores y profundamente autobiográficos que describen a una mujer hecha jirones por los avatares de la política de Stalin en su país y por una trayectoria vital plagada de amores apasionados, tragedias, abandonos y soledad, que, a la sazón, acabarían siendo los grandes temas de su obra, junto a, sin duda, el país que la vio nacer y morir: Rusia.

La poeta que escribió que tendría que “matar la memoria” y “volver de piedra el corazón” soportó, en sus 76 años, dos revoluciones, dos guerras mundiales, una guerra civil, las más terribles purgas de Stalin, el ostracismo, las muertes, condenas y exilios de todos sus seres queridos. Y lo que más estremece, Ajmatova sufrió las heridas del alma de su único hijo. 

Lev nunca le perdonó el abandono sufrido en la infancia (fue criado por la abuela paterna, tras el fusilamiento de su padre, el poeta Nikolái Gumiliov), y, más tarde, acusó a Ajmátova de haber sido indiferente a sus años de reclusión en cárceles y campos de trabajo. En eso, Lev Gumiliov, el hijo de “la musa del llanto”, tal como llamó a Ajmátova la otra grande de la lírica rusa, Marina Tsvetáieva, fue terriblemente injusto con su progenitora.

La escritura de Ajmátova
"Los poemas vienen a todas horas, como siempre, los alejo de mí, hasta que escucho un verso que suena a verdad", confesaría Anna Ajmátova en uno de sus diarios. La escritura de Ajmatova es la huella de toda una época, una forma de resistencia, una manera de permanecer en el mundo, de construir una concepción de la memoria. Para ella, ser poeta era una manera de vivir y de reconciliarse con el mundo, ya que la escritura se convirtió en la única manera para ser y permanecer –no era una opción, ni siquiera una decisión–, era una necesidad de representación.

Leer "poesía de la memoria" o hablar de ella de esta manera es una puerta para muchos autores que han sido parte de sociedades represivas, y es también una manera de recordar una tradición o una historia de la que todos somos parte y necesitamos recordar. Nosotros, que no vivimos en la Rusia del siglo XX ni tuvimos un esposo que murió asesinado, ni sufrimos el secuestro de nuestro único hijo, como Ajmátova, de alguna manera entendemos sus palabras e intentamos –aunque no significa que podamos– comprender su locura.

La escritura de Ajmátova estalla en una multiplicidad de sensaciones, de emociones, traspasa el corazón. Tanta calidad y tanta libertad no fueron bien recibidos en el régimen de Stalin y, por eso, todo su furor cayó sobre ella. Exceptuando sus primeras obras, la gran mayoría de los escritos de Ajmátova fueron proscritos y prohibidos. Todo el peso del terror stalinista recayó sobre sus bienes más preciados: sus parejas, su hijo y su obra. Y, sin embargo, todo el pueblo ruso se sabía de memoria sus obras y las recitaba de forma sagrada.

"Tú eres una obsesiva parte de mí", escribiría Amadeo Modigliani en una carta a su amante, en 1911. Ajmátova, quien sería su musa en múltiples ocasiones, fue retratada en dibujos, pinturas y esculturas por el creador italiano. 

¿De dónde venía tanta veneración?

Pues claramente de su inigualable escritura y su indudable magnetismo. Les dejaré algunos ejemplos de sus poesías, que son de una desgarradora belleza. Juzguen ustedes mismos:

Cuando escuches el trueno me recordarás 
Cuando escuches el trueno me recordarás
y tal vez pienses que amaba la tormenta...

El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí
y el corazón, como entonces, estará en el fuego.

Esto sucederá un día en Moscú
cuando abandone la ciudad para siempre
y me precipite hacia el puerto deseado
dejando entre ustedes apenas mi sombra.

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Hay en la intimidad un límite sagrado... 
Hay en la intimidad un límite sagrado
Que trasponer no puede aun la pasión más loca
Siquiera si el amor el corazón desgarra
Y en medio del silencio se funden nuestras bocas.

La amistad nada puede, nada pueden los años
De vuelos elevados, de llameante dicha,
Cuando es el alma libre y no la vence
La dulce languidez del goce y la lascivia.

Pretenden alcanzarlo mentes enajenadas,
Y a quienes lo trasponen los colma la tristeza.
¿Comprendes tú ahora por qué mi corazón
No late a ritmo debajo de tu diestra?

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La tierra natal
No la llevamos en oscuros amuletos,
Ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
No perturba nuestro amargo sueño,
Ni nos parece el paraíso prometido.

En nuestra alma no la convertimos
En objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
Ni siquiera la recordamos.

Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
Esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.

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Para muchos
Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,
El reflejo de todos vuestros rostros,
Es inútil el batir del ala inútil:
Estaré con vosotros hasta el mismo final.

Y por eso me amáis ávidamente,
Con todos mis pecados y flaquezas,
Y por eso me entregasteis sin mirar

Al mejor de todos vuestros hijos,
Y por eso no me preguntasteis
Por ese hijo ni una sola vez,
Y llenásteis con el humo de alabanzas
Mi casa ya vacía para siempre.
Y dicen que más estrechamente ya no es posible unirse
Y que más irreversiblemente ya no se puede amar...

Como la sombra quiere separarse del cuerpo,
Como la carne quiere separarse del alma,
Así deseo yo que me olvidéis vosotros.

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Del blog elinfiernodetunombre.blogspot.com, 26/06/2014


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