IGNACIO DE LLORENS
Vsévolod
Mijáilovich Eichenbaum Volin (Tichvin, Rusia, 1882 – París, 1945) fue
un destacado anarquista. Creador de los soviets en 1905, sufrió presidio en
Siberia, de donde consiguió escapar para continuar desde el exilio primero en
Francia y luego en Estados Unidos, la lucha contra el zarismo. Después de la
revolución de febrero de 1917 regresó a Rusia y se consagró a la lucha
libertaria en defensa de los soviets libres. Creó la organización Nabat con
la pretensión de unir los diversos sectores que componían el movimiento
anarquista ruso. Participó como encargado cultural del movimiento
majnovista. Detenido por los bolcheviques consiguió escapar al fusilamiento
al que le condenó Trotsky. Encarcelado en la prisión de Buitisky de
Moscú, formó parte del grupo de anarquistas que en 1921 cambiaron la cárcel por
el exilio gracias a las presiones de delegados obreros internacionales,
especialmente movilizados por Gastón Leval, representante de
la CNT.
De nuevo en
el exilio colaboró en la prensa libertaria, escribió folletos, poesía y lo que
fuera ser su gran obra, La revolución desconocida, que apareció
póstumamente (1947), el mejor libro sobre la revolución rusa.
La
excelente revista libertaria francesa Itineraire dedicó en
1996 un número a glosar su figura y obra. El presente artículo fue publicado en
esa ocasión.
La
etimología del término historiador es la de testigo. No
obstante, en pocas ocasiones el testigo puede remontar la propia contingencia
para unir sus vivencias a análisis y reflexiones sobre lo vivido. A su vez los
historiadores profesionales acostumbran a elaborar sus estudios apartados de la
inmediatez de los hechos, con lo cual se les suele escapar la voz de los
acontecimientos mismos.
El caso
de Volin y su obra La revolución desconocida es,
en este sentido, excepcional. Protagonista directo del proceso revolucionario
ruso desde 1905, como participante en el domingo sangriento y en la creación
del primer soviet, hasta 1921, en que es expulsado de Rusia a
perpetuidad, Volin reúne en su libro vivencias y análisis,
documentos y anécdotas personales, esbozos biográficos, relatos de
acontecimientos políticos, retratos psicológicos y debates ideológicos. Se
trata, pues, de una obra vasta y compleja.
El
testimonio de Volin, no obstante, no tiene una intención
autobiográfica. Al conocer otros datos de la vida del autor por otras fuentes,
podemos calcular cuantas y cuan interesantes cosas pudo haber contado sobre sí
mismo y, sin embargo, omitió. El testimonio personal queda como ilustrativo
particular de lo general narrado y como dador de credibilidad. Al historiador,
el que estuvo «ahí» y luego lo cuenta, según la acepción del término griego, no
le guía otro propósito que el de describir los hechos desde la visión de quien
los conoce por haberlos vivido, por hallarse inmerso directamente en ellos. El
subjetivismo queda matizado por el análisis y por los documentos.
Volin cede el protagonismo de la
narración a quienes fueron realmente los protagonistas: los obreros y
campesinos rusos, a los que, sin embargo, se les escamoteó ese protagonismo
para acabar sometiéndolos a un nuevo despotismo. La historia oficial, como se
ha dicho en muchas ocasiones, es la historia de los vencedores. Contra esos
anales capciosos del poder ofrece Volin, desde su destierro y
marginación, la historia de la revolución que pudo haber sido y no fue, la
revolución truncada y derrotada, la historia de la revolución desconocida.
Una
teoría del cambio social
El
postulado de la autoemancipación popular constituía desde tiempos de la Primera
Internacional, el núcleo de la estrategia política libertaria, Esta concepción
del protagonismo directo y autónomo de la población en el proceso
revolucionario era la base de la actuación antiautoritaria y, a su vez, la
condición sine qua non de la misma. Salvo en la efímera
experiencia de la Commune, no había podido expresarse como
estrategia consciente y activa hasta la revolución de febrero de 1917 en Rusia.
Todo el esfuerzo de Volin será mostrar cómo se dio un proceso
revolucionario de destrucción de la sociedad zarista y cómo, en cada momento,
la opción bolchevique venía a reconstruir un orden estatal, jerárquico sectario
y represivo en un contexto revolucionario de suyo horizontal, participativo y
libre.
La
revolución, en la interpretación del libertario alemán Gustav Landauer,
es el momento de la utopía entre dos topías.1 Entre la
topía del ancien Regime zarista y la nueva topía del orden
totalitario soviético se sitúa el momento revolucionario libertario. La
revolución, sea cual sea, es siempre obra del pueblo no de un partido, de una
vanguardia iluminada.2
La
filósofa Hannah Arendt, en su investigación sobre el fenómeno de la
revolución precisa que: «Sólo estamos autorizados para hablar de revolución
cuando está presente este Pathos de la novedad y cuando ésta
aparece asociada a la idea de libertad.3 Es obvio que en
el caso de la revolución rusa se dan estas características, entre otras, que
determinan y definen el hecho revolucionario, pero pocos son los textos donde
de una manera más nítida se muestre ese Pathos revolucionario
que en la obra de Volin. Como antes había hecho Kropotkin al
estudiar la revolución francesa y luego harán Daniel Guerin,
también sobre la gran revolución, da preeminencia al factor popular, a la
corriente social que emerge en el momento revolucionario y se proyecta en la
elaboración de formas de relación, gestión y convivencia social distintas,
todas ellas transidas y orientadas por la idea de libertad, cuya fidelidad
permite establecer el criterio revolucionario. Cuando el pueblo irrumpe en la
historia para hacerse con las riendas de su propio destino es cuando nos
hallamos en presencia de un hecho fehacientemente revolucionario. La
institucionalización de un nuevo poder estatal en lugar de unas organizaciones
sociales fieles a ese momento de utopía revolucionaria es lo que acaba matando
a la revolución. Esta es la lección que brillantemente expone Volin,
la concepción libertaria del cambio social.
Desde esta
perspectiva La revolución desconocida muestra los momentos en
los que el pueblo asumió directamente las tareas de organizar la sociedad. Para
ello nos describe el autor con lujo de detalles los esfuerzos de los campesinos
y obreros rusos para auto organizar cooperativas, sindicatos, comunas, soviets…
Ahí estaban los cauces en los que se proyectaba la sociedad libertaria. Frente
a ellos sitúa Volin con precisión las iniciativas de los
bolcheviques para someter y maniatar esas organizaciones populares bajo las
instituciones del nuevo Estado que acabará con ellas.
Si la
verdadera revolución fue truncada se debió, en opinión de Volin, a
la «insuficiencia en la destrucción» del régimen zarista y de los valores y
atavismos dominantes. Con el andar del tiempo se vio que lo peor fue la
pervivencia de la «idea política». Después de la revolución el pueblo volvió a
confiar en un partido, en unos dirigentes, aceptó la existencia de unos nuevos
amos. No obstante, cuando resultó evidente la traición de los valores
revolucionarios perpetrada por los nuevos zares, ya no fue posible cambiar el
curso de los acontecimientos. La política absolutista y represiva acabó con la
revolución. La enseñanza de la revolución rusa resulta, pues, obvia: «Para que
el pueblo esté en condiciones de pasar del trabajo esclavo al trabajo libre
–escribe Volin–, debe, desde el comienzo de la revolución, conducirla por sí
mismo, con toda libertad e independencia. Sólo así podrá, concreta e
inmediatamente tomar en sus manos la tarea que ahora le demanda la historia: la
edificación de una sociedad basada en el trabajo emancipado».4
La
revolución y los movimientos sociales
El régimen
salido de la revolución queda caracterizado por Volin como
«capitalismo de estado». De hecho, cuando escribe La revolución
desconocida, a finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta, no
se había abierto camino todavía el término totalitarismo. Luego se irá viendo
que el totalitarismo tenía dos rostros: el nazi-fascista y el comunista. Volin había
apuntado ya esta identidad básica entre ambos regímenes en su folleto Le
fascisme rouge (1934).
El régimen
bolchevique podía ser aludido como capitalismo debido a que el sistema de
explotación se traspasaba del empresario particular al Estado, que se acabó
convirtiendo en patrón único: «un capitalismo de Estado más abominable aún que
el capitalismo privado».5 No se trata de un Estado
obrero, sino de un Estado patrón. Volin se refiere, asimismo,
a los nuevos privilegiados del régimen, los miembros y funcionarios del
partido, los burócratas, lo que años después Milovan Djilas denominará
sin ambages la nueva clase dirigente y posteriormente se conocerá como la nomenclatura.
Para que
todo este proceso de creación de un nuevo Estado pudiera darse fue necesario
evitar que la revolución siguiera su curso insurgente y autónomo, hubo que
acabar con las organizaciones populares revolucionarias. Contra el nuevo poder
surgieron resistencias múltiples y diversas. Volin describe y
analiza los dos movimientos más importantes: la rebelión de Kronstadt y
la makhnovitchina.
El trato
dispensado por los bolcheviques a sus opositores fue el mismo en todos los
casos: la represión arbitraria y brutal se tratase de oficiales blancos,
funcionarios zaristas, campesinos insurrectos o marinos revolucionarios. Los
movimientos sociales revolucionarios contra el poder bolchevique fueron
aniquilados sin concesiones, pero además se silenció su recuerdo. Las voces de
los anarquistas que denunciaron los hechos (E. Goldman, A.
Berkman, R. Rocker, los anarquistas rusos…) no salieron,
apenas, del contexto anarquista internacional. De este modo, treinta años
después de la revolución, cuando se publicó la obra de Volin, en
1947, dos años después de la muerte de su autor, los hechos narrados seguían
siendo desconocidos.
Desconocidos
y tergiversados. En efecto, cada quien intentará salvar del naufragio
revolucionario sus propios muebles. Trotsky, copartícipe con Lenin de
todas las medidas dictatoriales que llevaron a la aniquilación de los valores
revolucionarios y a la instauración de la política de terror sistemático,
protestará enérgicamente contra Stalin cuando éste le aparte
del poder y le obligue a exiliarse. Desde entonces marxistas no ortodoxos
imputarán al camarada Stalin todos los males de la URSS. Volin,
también en esto, se muestra clarividente y tajante. Stalin no
hizo más que poner el pie en la huella dejada por Lenin y Trotsky:
«el stalinismo fue la consecuencia natural del fracaso de la verdadera
Revolución, y no inversamente; y tal fracaso fue el fin natural de la ruta
falsa en que el bolchevismo la empeñó. Dicho de otro modo: la degeneración de
la revolución extraviada y perdida trajo a Stalin, no Stalin quien hizo
degenerar a la revolución.6
La
revolución española, un epílogo
Volin tuvo ocasión de asistir a otro
proceso revolucionario veinte años después de la revolución rusa. Cuando los
militares fascistas se levantaron contra la segunda República española y se dio
origen a la revolución y la guerra civil, se tuvo ocasión de poner en práctica
las concepciones libertarias, A diferencia de Rusia, en España el movimiento
anarquista era el mayoritario, tras cerca de ochenta años de propaganda y
luchas ininterrumpidas. Volin fue designado director del
periódico L’Espagne antifasciste, órgano de expresión de la CNT-FAl
en los medios internacionales. Desde un comienzo Volin fue
aconsejando a los compañeros españoles que no repitieran los errores de los
revolucionarios rusos, que demolieran la idea política. Mientras en Rusia no se
puedo acabar completamente con el Estado y éste acabó con la revolución, en
España –exponía Volin–, donde se acabó inicialmente con el Estado
por la fuerza de las masas libertarias, no debía permitirse que éste renaciera
para que no sucediera lo mismo que en Rusia.
Al ir
pasando las hojas de los números de L’Espagne antifasciste no
podemos menos que imaginarnos a Volin en la penosa tarea de
intentar aconsejar a los anarquistas españoles que no hicieran ninguna
concesión al Estado; pero, sin embargo, constatando día a día cómo sus
observaciones eran desoídas o no llegaban, y cómo una vez más la revolución no
acababa de romper el orden estatal, cuya reconstrucción llevaría fatalmente al
aniquilamiento de la misma. La teoría del cambio social anarquista que tan
nítidamente pudo constatar y fundamentar Volin en el proceso
revolucionario ruso halló su confirmación en la revolución española, un epílogo
a la revolución desconocida.
NOTAS
1. Véase Gustav Landauer, La
revolución. Ed. Proyección, Buenos Aires, 1961.
2. El delegado de la CNT española
al congreso de la III Internacional celebrado en Moscú, en 1920, intervino en
una de las sesiones para salir al paso a la idea expuesta por Trotsky y Lenin
según la cual el partido bolchevique había hecho la revolución. Pestaña les
replicó: «Un partido no hace una revolución; un partido no va más allá de
organizar un golpe de Estado, y un golpe de Estado no es una revolución». Ángel
Pestaña, Informe de mi estancia en la URSS. Ed. Zero,
Madrid, 1968, pp. 29 y 30.
3. Hannah Arendt. Sobre
la revolución. Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1967, p.
41.
4. Volin, La
revolución desconocida, Ed. Campo abierto, Madrid, 1977, vol. I, p.
131.
5. Ibíd. Vol. II, p. 25.
6. Ibíd. Vol. II, p. 59.
Publicado
en Polémica, n.º 64, junio 1997
_____
De POLÉMICA,
noviembre 2013
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