JORGE MUZAM
Faulkner no
quería ser husmeado. Su vida privada debía cerrarse con un cerrojo inviolable
tras su muerte. Sus cartas, su familia, sus amigos, sus asuntos, nadie tenía
derecho a entrometerse. Ese era su deseo. La obra terminada debía bastar para
admiradores y curiosos. La obra autonomizada de su autor. Un universo distinto
y eternizable en la medida que el interés de los lectores lo dispusiera
así.
En cierta
ocasión le escribió al escritor Malcolm Cowley: «Estoy chapado a la antigua y
soy además un tanto lunático. No me gusta que mi vida y mis asuntos privados
puedan ser utilizados por todos aquellos que puedan pagar el precio que está
marcado en el libro, o porque tienen un amigo que lo compró y se lo va a
prestar. Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen
de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados;
ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo
que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi
propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi
vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas:
Compuso libros y murió».
Esta noche
recordé esa determinación al abrir las Cartas escogidas de
William Faulkner. Trabajo recopilatorio que realizó su también biógrafo Joseph
Blotner.
Jill
Faulkner Summers, hija y albacea del gran escritor norteamericano, facilitó el
camino para que el conjunto de huellas escritas de su padre fuesen
divulgados.
Es decir,
ni su hija, ni su biógrafo, ni sus admiradores, ni estudiosos, ni yo mismo, en
esta fría noche cordillerana de junio, hemos respetado la voluntad del
escritor.
Avanzo en
ese trajinar cotidiano que expresan las cartas. Nada es intencionalmente
literario y a la vez todo es literario. Paradoja irresoluble. Faulkner, hombre
práctico al que poco le importaba filosofar sobre trascendencias, tenía
perfecta conciencia de la calidad del universo literario que estaba
construyendo. Y la tenía porque iba entrelazando un tejido complejo con
meticulosidad de artesano. Por eso todo lo tangible, humano, posible e
imaginable le concernía. Eran los insumos para su fábrica creativa. Y esa
inmensa variedad de temas es lo que reflejan sus cartas.
Se acerca
la medianoche. El toque de queda pandémico nos ha sobrecargado de silencio. Lo
combato con Nulla in mundo pax sincera interpretado por Emma
Kirkby. Algunos perros lejanos parecen mordisquear la baja niebla con ladridos
monótonos.
Se suman
cartas con pisco añejo y maní tostado mientras sigue bajando la temperatura en
el valle de San Fabián de Alico.
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De
CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor
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