MIGUEL CASTILLO DIDIER
Odiseo
Elytis nació en Creta en 1911: Su familia procedía de la isla de Mitilene, la
antigua Lesbos, tierra de Safo. El poeta dijo una vez que su vida fue
"insular". Las islas y el mar fueron su medio natural y ello se
reflejará decisivamente en su poesía. Y en efecto, aunque hubo de hacerse "ateniense
por adopción", siguió siempre afectiva y poéticamente ligado al Mar Egeo,
sus islas de indescriptibles bellezas y especialmente a Lesbos.
Estudió
derecho en la Universidad de Atenas, pero pronto deja la senda de las leyes
para seguir el camino de las letras. El abrirse de su alma juvenil al mundo de
la poesía coincide con el nacimiento de lo que en Grecia se llamará
"poesía moderna", término que abarca varias tendencias renovadoras
del quehacer poético que acogen más o menos abiertamente las nuevas tendencias
estéticas europeas. Los primeros poemas de Elytis aparecen en la revista de
vanguardia Nea Grámata en 1935 (Nuevas Letras). Seferis había
hecho su aparición en 1931 y Ritsos, en 1934. Nikitas Randos, al comienzo de la
década, había dado en cierto modo la partida al cambio, a la superación de la
tradición, cuya figura más ilustre era Kostís Palamás (1859-1943).
Entre los
poetas que comienzan a destacarse durante la década del 30, Elytis va a mostrar
rápidamente una especial originalidad. Y aunque en algún momento llegó a
señalárselo como uno de los introductores del surrealismo en Grecia, la mayoría
de los estudiosos de la poesía moderna helénica coincide en afirmar que Elytis
"parte desde el surrealismo" y aprovecha sus técnicas en los
comienzos de su obra, para forjarse enseguida un lenguaje poético propio.
El primer
libro propiamente tal de Elytis apareció en 1940: Orientaciones. Pero
en esa colección se contienen otras que habían sido publicadas en revistas
desde 1935: Primeros poemas, Espóradas. Jornal del verano y las
clepsidras de lo desconocido. El segundo volumen es Sol el
primero, 1943, que se integra con Variaciones sobre un rayo de
luz. Ecos de su experiencia como combatiente en la epopeya de Albania,
cuando entre octubre de 1940 y abril de 1941, la pequeña Grecia resistió con
heroísmo inverosímil el ataque gigante fascista, aparecen en el Canto
heroico y fúnebre para el Subteniente caído en Albania. El Axion
Estí, su obra más extensa y compleja sale a la luz en 1959. Vendrán
más tarde otras colecciones poéticas, por lo general reducidas en
extensión: Seis y un remordimiento para el cielo, El árbol-de-la-luz y
la decimocuarta belleza, María la Nube, La erre del amor, y otras.
La luz y
la diafanidad en la obra elytiana
Uno de los
elementos de la poesía de Elytis que más nítidamente se deja apreciar es la
presencia de la luz. Pareciera que la luz, la luz griega y la luz de la
creación se hubieran consubstanciado con esta poesía y se hubieran enseñoreado
hasta con los objetos que la pueblan. Por esto último, la diafanidad constituye
otro elemento perceptible en esta escritura, la búsqueda de la diafanidad. En
1975, expresaba el poeta: "la diafanidad es quizás el único elemento que
domina hoy mi poesía"1. Y añadía: "al decir diafanidad, entiendo
que tras un objeto concreto puede aparecer algo diferente, y tras esto, a su
vez, otra cosa; y así sucesivamente". Por esta compenetración con luz,
todo objeto puede volverse transparente y la transparencia que existe la
naturaleza puede ser trasladada e instalada en la poesía.
Mucho antes
de que lo hiciera el poeta, un estudioso había destacado este aspecto de la
poesía elytiana, entonces en sus comienzos. En efecto, en 1938, escribía Mitsos
Papanikolau: "los paisajes de Elytis poseen toda la diafanidad y la nueva
hermosura de los paisajes que las lluvias y las brisas han purificado y hasta
aquella de los primeros paisajes de la creación. Su naturaleza es joven y tan
encantadora, como si la enfrentaran por primera vez los ojos del niño o de
alguien dormido"2.
La fuente
de la luz y la diafanidad están, sin duda, en la naturaleza griega: en la
belleza y plenitud infinitas del mar griego; en la hermosura paradisíaca de sus
paisajes insulares; en la pureza inefable y si pudiéramos decir extraterrenal
del cielo helénico.
De ahí
proviene la voluntad de luminosidad y diafanidad del poeta, al servicio de la
cual ha puesto algunos de sus más característicos recursos expresivos.
Uno de esos
recursos lo constituyen las imágenes. El mencionado estudioso Mitsos
Papanikolau también se detenía en las imágenes, al tratar de explicarse la
impresión que le dejaban los primeros poemas de Elytis. Escribía el crítico:
"Sus imágenes imágenes que se suceden una tras otra plenas de la más tierna nostalgia juvenil, plenas de frescura
estival, densas, cordiales, ricas en suaves cromatismos crean
el más límpido, el más puro lirismo"3. Más tarde, en 1960 Hilty destacaba que la
originalidad de las imágenes elytianas, plenas de luz, de color y de vivacidad,
poseen un centelleo intenso; y agregaba que "es justamente en ese
centelleo donde Elytis halla sus dones poéticos más personales"4.
Pero veamos
algunos poemas en que hallamos la manifestación de esta búsqueda de diafanidad
y luz. Al personaje de La Marina de las rocas figura
enigmática, estatua, mujer, creatura quizás petrificada y expuesta al perpetuo
beso de las olas se dirige el poeta con estas palabras:
Te decía
que midieras en el agua desnuda sus días luminosos
Que gozaras
de espaldas el alba de las cosas
O que vagaras
de nuevo por los llanos amarillos
Con un
trébol de luz en tu pecho
La
transparencia de los fondos que es muy real en los mares griegos y a ella se
refiere el poeta cuando sigue hablando a la Marina de los mares:
Y abrías
con estupor tus manos diciendo su nombre Ascendiendo con levedad hasta la
transparencia de los abismos Donde fulguraba tu propia estrella de mar.
La tierra
seca, áspera, de Beocia, la ve el poeta como intensamente
luminosa,"ataviada por la música de las hierbas". La saluda en uno de
sus más hermosos poemas como iluminada por el vendaval:
Oh tierra
de Beocia que te ilumina el viento
"Oh
piélago inmarchitable": con estas palabras invoca al mar, mientras que a
la isla de Santorini, la antigua Thera, la ve como "la reina de los
latidos y las alas del Egeo" Y "en la tarde/
y su
imperial aislamiento, la gaviota su azulada libertad entrega al
horizonte".
Incluso
en Siete séptinas nocturnas, a pesar del título de esta breve
y temprana colección poética, la luz es el elemento dominante:
El rocío
nace en las hojas Como en el infinito mar El claro sentimiento
En
estas Septinas, la luminosidad, la claridad, la transparencia,
la diafanidad, se asocian a objetos y realidades de ámbitos muy diversos:
Propicias
claridades de astros Trajeron el silencio... En lo hondo de mi alma Ancla una
flota de estrellas.
Como
recordaremos más adelante, el Axion Estí es la obra de más
profundo contenido nacional de Elytis. En ella, la luminosidad triunfa sobre
las sombras en el recuento lírico que se hace de "la pasión", los
sufrimientos del pueblo griego y del poeta; esto a pesar de que en la larga y
accidentada historia del helenismo, sin duda parece pesar más las vicisitudes y
momentos trágicos. Sólo en el sentido de que no es fácil de comprender en la
primera lectura debido al denso contenido y a las alusiones a la historia
griega tres veces milenaria, podría decirse que este magno poema no es tan
claro. Pero en verdad desde el primer "Himno" del Génesis (I
Parte), donde comienza el nacimiento del mundo en la conciencia del poeta, la
luz inunda versos y poemas. Precisamente, la luz se instala en el primer verso
del Génesis y en el primero de la Doxología o Laudes.
En el
principio la luz y la hora primera. Dignum est la luz y el primer voto.
Buscando en
su alma, el poeta trata de iluminar el cielo con la lámpara de las estrellas:
Con la
lámpara del astro a los cielos salí
Dónde
encontrar mi alma lágrimas de cuatro hojas!
Con la
lámpara del astro doy vueltas por los cielos
Dónde
encontrar mi alma lágrimas de cuatro hojas!
"Tengo
algo que decir diáfano e inasible": lo expresa el propio poeta al comenzar
su serie Villa Natacha, en el volumen "Los medios
hermanos" (1974). Y pareciera que el desarrollo de toda su poesía constituyera
un largo esfuerzo por cumplir el anhelo de decirnos ese algo.
A la
luminosidad se asocia frecuentemente el color en la poesía elytiana. Sin duda,
el color más reiterado es el blanco, el albo: aspros y lefkós; y
le sigue en frecuencia el azul, celeste y glauco: uranios, ghalazios,
kianós, glafkós. Este último y el blanco dominan en Edad del
glauco recuerdo.
Y un hálito
bullicioso levantó la blanca casa Los blancos sentimientos recién lavados sobre
El cielo que con una sonrisa iluminaba.
El color
verde suele asociarse en las imágenes elytianas a la frescura, la juventud, la
virginalidad. En La cinco-veces-bella en el jardín, podemos
contemplar a la hermosura joven cantada allí en un paisaje en que elevación,
frescor, alegría de aurora, verdor y armonía se funden estrechamente.
Oh cuán
hermosa eres.
En alto con
tu alboral regocijo
Plena del
verdor del oriente
Plena de
los pájaros primeramente oídos
Oh cuán
hermosa eres
Arrojando
la gota del día
Sobre el
inicio del canto de los árboles!
En Portokalenia, poema
de la colección Variaciones sobre un rayo de luz, incluida
en Sol el primero (los dos títulos parecen derramar
luminosidad), cielos y cristales de hielo, ángeles y jovencitas, se reúnen
junto al asombro de cigüeñas y pavorreales, que contemplan la metamorfosis de
una niñita en una mata de naranjo:
Así cuando
los sietes cielos resplandecieron glaucamente Así cuando los cristales de hielo
tocaron una fogata Así cuando fulguraron colas de golondrinas Desconcertáronse
los ángeles en lo alto y abajo las jovencitas Asombráronse en lo alto las
cigüeñas y abajo los pavorreales.
Indisolublemente
ligados a la luz en la poesía elytiana están el mar y la luz, como lo están en
la increíble hermosura de la naturaleza griega. Sol el primero, título
feliz, inspirado posiblemente en un verso de otro poeta de la luz y del mar,
Andreas Kalvos, constituye uno de los volúmenes más importantes de la obra de
Elytis (1943). De él surge la figura de Portokalenia, recién mencionada,
aquella muchachita a la que "tanto la embriagó el zumo del sol", que
aceptó ser una matita de naranjo. El primer poema de la colección es una
negación de la noche y un anhelo de aurora:
No conozco
ya la noche terrible anonimía de la muerte En lo hondo de mi alma ancla una
flota de estrellas Véspero centinela, brilla junto a la celeste Brisa de una
isla que me sueña
Para que
anuncie yo el alba desde sus elevados roqueríos.
Cuerpo
del Verano es
el segundo poema de este volumen y "constituye un ejemplo clásico"
del arte elytiano. Recordemos su final en el cual el verano es visible en la
figura de una playa, entre las algas y la espuma. Más allá de las inclementes
variaciones de un tiempo a veces cruel y rudo, la sonrisa ilumina el rostro del
tierno muchacho:
Sin embargo
tras todo eso sonríes despreocupadamente Y vuelves a encontrar tu obra inmortal
Como te reencuentra el sol en las arenas Como en tu salud desnuda el cielo.
Sol,
mármol, viñas, mar; cuatro "verdades" griegas ligadas a la luz se
entretejen al comenzar otro poema "clásico" de este volumen:
Bebiendo
sol corintio
Leyendo los
mármoles
Pasando a
tranco largo por viñas mares
Luego de
imágenes que aluden a otras "verdades" helénicas viento
limoneros, vuelve la luz no nombrada, pero que inunda
los últimos versos:
Hundo mi
mano en los follajes del viento Los limoneros siegan el polen del buen tiempo
Las aves verdes rasgan mis sueños Me voy con una mirada
Amplia
mirada donde el mundo vuelve a llegar a ser Bello desde el principio en las
dimensiones del corazón!
Exuberante,
impetuosa, quizás podríamos decir, se muestra la luminosidad en el poema
de El granado enloquecido. De Jornal del verano, en Orientaciones. La
metamorfosis de una niña en planta, en una mata de granado, origina el poema,
que, desgraciadamente, presenta dificultades casi insuperables para su traslado
a nuestro idioma. El personaje, el árbol es femenino en griego, mientras que en
castellano es masculino. La primera estrofa inicia ya una especie de apoteosis
y colores:
En estos
solares blanquísimos que sopla el viento sur Silbando en arcos abovedades,
decidme ¿Qué es el granado
/
enloquecido
Que palpita
de alborada con follajes recién nacidos Desplegando todos los colores en la
altura con un temblor
/ de
triunfo?
Luego del
paso del alba al día, el clima de intensa luz permanece y hasta se acentúa:
En el día
que por envidia se adorna con alas de siete clases Ciñendo el sol eterno con
mil prismas Enceguecedores, decidme ¿es el granado enloquecido...
En la Oda
a Santorini, de la misma colección, una sucesión impresionante de
imágenes nos transporta al tiempo en que surgió del mar esa isla volcánica.
Mientras Seferis vio a Santorini como símbolo del hundimiento fatal de todas
las cosas, del deshacerse de las piedras y de las vidas, tomando como base el
hecho cierto de haber desaparecido partes de la isla, Elytis, en cambio,
prefiere fijar su atención en la sugerencia de la tierra del seno al mar, en el
nacimiento de entre las aguas luminosas de una isla virginal, en los purísimos
tiempos remotos.
Nos hemos
encontrado desnudos sobre la piedra pómez mirando las islas surgentes mirando
las islas rojas que se hunden en su sueño, en nuestro sueño.
Esta es la
voz del poeta de Jonia, del cantor de las piedras quebradas, de los mármoles
desechos, de los viajes no terminados y de las islas hundidas.
Brotaste de
las entrañas del trueno Estremeciéndote en las nubes contritas Roca amarga,
sufrida, orgullosa Buscaste el sol como primer testigo Para enfrentaros juntos
al temerario fulgor Para desplegaros en el piélago.
Esta es, en
cambio, la voz del poeta del Egeo y sus maravillas de transparencia y luz y sus
islas paradisíacas. Santorini (presente en varios poemas elytianos y hasta en
las canciones infantiles de La erre del amor, 1972) es
recordada en el momento increíble de su surgimiento.
Despertada-por-el-mar,
altiva Erguiste un pecho de roca
Salpicada
por la inspiración del viento sudeste,
Para que
allí grabara sus entrañas el dolor
Para que
esculpiera allí sus entrañas la esperanza
Con fuego
con lava humos
Con
palabras que proselitizan el infinito.
La isla que
el mar dio a luz, da a luz, a su vez, a la voz del día. Claridad es el signo de
este nacimiento.
Diste a luz
la voz del día
En alto
erguiste
En verde y
rosa divagación
Las
campanas que tañe el montañero espíritu
Glorificando
a los pájaros en la luz del medio-agosto
Euforia de
vida, exaltación de existencia, plenitud, de alegría de nacimiento, presiden el
marítimo alumbramiento:
Experimentaste
la dicha del nacimiento
Saltaste
primera en el mundo
Nacida-en-la
púrpura, surgente
Enviaste
hasta los lejanos horizontes
El augurio
que creció en las vigilias del ponto
Para
acariciar los cabellos del quinto amanecer.
Reina de
los latidos y de las alas del Egeo", "hija de un arrebato
cumbre-reño", la isla encuentra su destino y la misión que le exige el
poeta. Belleza, luz, vendavales, música de la creación se amalgaman en ella:
Hasta
resplandecer en la proclama del vendaval
La nueva y
eterna belleza
Cuando se
eleva el sol de las tres horas
Íntegramente
glauco tocando el armonio de la creación.
La luz es,
pues, elemento esencial en la poesía de Elytis, componente de su misterio. Para
el poeta, esto forma parte de la raíz helénica de su arte: "Los europeos y
los occidentales hallan siempre el misterio en la oscuridad, en la noche,
mientras nosotros los griegos lo hallamos en la luz, que es para nosotros algo
absoluto.. .Un misterio que nosotros los griegos podemos concebir
integralmente y ofrecerlo. Quizá sea mejor concebible aquí y que la poesía
pueda ofrecerlo al mundo entero: el misterio de la luz".5
Notas
1.- Elytis, O. Entrevista de I. Ivask, p.
201.
2.- Papanikolau, M., "El poeta Odiseo
Elytis", Neoheliniká Grámmata, N° 72, 16-IV, 1938,
repoducido en Odiseo Elytis Selección 1935-1977, p. 162.
3.- Papanikolau, M., op. cit., en
vol. cit., p. 162.
4.- Hilty, M.R., "Un lirico griego
contemporáneo", en Neue Zürcher Zeitung, 17-VII, 1960,
rep. en griego en vol con. Cit., p. 167.
5.- Entrevista de I. Isvak, en vol. cit., p.
201. Como lo hace notar Kimon en su "Introducción" al volumen
Odisseus Elytis The Sovereign Sun Selected Poems, acaso sólo
en Kazantzakis, en la Odisea, podemos encontrar la luz como
elemento básico de un mundo poético. Nosotros añadiríamos a Andreas Kalvos y
sus veinte Odas, plenas de luminosidad. Sobre el tema de la
luz en la Odisea de Kazantzakis, ver Monory M.,
"Kasantzakis et les images de feu", Rev. Etudes
Helléniques, vol. II, Aix-en-Provenzel 1970; y Castillo Didier, M.,
"El tiempo, la muerte y la palabra en la Odisea de
Kazantzakis", apartado de Byzantion Nea Hellás, vol.
III-IV, Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos Universidad de Chile,
Santiago, 1972-1973.
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De Revista
SciELO, 10/2011