DANIEL MOCHER
No tendré
la osadía de afirmar que es el mejor de los dietarios de Miguel Sánchez-Ostiz,
pero es el que yo prefiero, entre los que he leído, hasta la fecha. Publicado a
mediados del 2022 por la editorial Renacimiento, comprende las anotaciones
correspondientes al año 2016. En sus páginas, no es que el autor se desentienda
totalmente de la cosa pública, uno de sus temas más recurrentes, pero toma, en
cierta medida, algo de distancia terapéutica de la noticia biliosa, de la
actualidad airada y desabrida, del análisis político enconado, rebelde y
contestatario que predominaba en otras entregas y en sus columnas de opinión en
prensa. De carácter más íntimo, prestando mayor atención a lo importante, a la
esencia fundamental de sus propias entretelas, este diario vira con mano
maestra hacia temas axiales como lo son la enfermedad, la vejez (“ese horror al
que das cuanto puedes la espalda”) y la muerte. Sánchez-Ostiz paladea como
nadie el recio licor de los sueños desportillados y las ilusiones en merma
creciente, cata y describe al detalle, sin autocomplacencias (“Franqueza con
uno mismo, difícil franqueza esa”), la pérdida del vigor, el cansancio, el
miedo y el fracaso. Con una honestidad fuera de lo común, con una sabia y
desengañada mirada lúcida, de excepcional estilo inconfundible, pasa
Sánchez-Ostiz en estas páginas a través de un año lleno de mucho más que mera
literatura, la vida cierta de un año más que otro año de vida, un sincero cajón
de sastre en el que todo cabe, con las inevitables reflexiones sobre el ingrato
oficio del escritor que vive fuerapuertas, aldeano y otoñal (“Escribir como
quien desbasta un tronco muerto a golpes de gubia”), el cepo agridulce de las
redes sociales, los visitas a Biarritz, Pamplona, Bayona, San Juan de Luz, el
refugio de los seres queridos, el recuerdo de los viajes míticos. Hay sus
caminatas por los senderos baztaneses y las más difíciles trochas interiores
ostizianas, ambas rutas intercomunicadas, indisolubles, descritas con
delicadeza de acuarelista y en ocasiones también con furia soliloqueada o con
la lírica exactitud del haiku más certero. Además transitan por este diario sus
viejas compañías, las innatas obsesiones: el tiempo perdido, la vida echada en
balde, la carga de los errores irreparables, sus “gatillazos del alma”, la
niebla, las traiciones, como le cortejan distantes, fugaces, simbólicas, las
garzas que pasan y no regresan, y si regresan nunca es lo mismo, son otras,
hemos cambiado y ya se sabe. “La vida ya fue, dijo Tabucchi” o “De la vida me
acuerdo, pero dónde está”, que dejó escrito Gil de Biedma. Podría parecer que
la negrura domina el tono general de la obra pero a poco que uno mire bien, que
relea con atención este dietario sobresaliente, esta vanitas abierta en canal,
podrá apreciar una rara alegría, como aquella de José Hierro, que nace del
dolor, una humilde, honda e insobornable celebración del vivir a pesar de todo,
desde el sosiego que aportan los años de experiencia, las puertas asumidas del
invierno y el cobijo interior bien amueblado. Revolotean alrededor los
pajarracos sombríos de la depresión y la derrota pero como dice el autor, si no
recuerdo mal, en otro de sus dietarios: si finalmente desarzonados, resistir
todavía, plantar cara arrodillados. O algo así. Esta es una obra mayor dentro
del género diarístico en español y puede que también una de las cumbres en la
ingente producción de Miguel Sánchez-Ostiz. No digan después que no fueron
avisados. Ahora o nunca.
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De REVISTA
PURGANTE, 29/02/2024
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