PABLO CEREZAL
Soy el trazo marcado a navaja contra la corteza de un árbol. Tiene forma de corazón. Desbarata el amor que se sueña intacto.
He abierto
senderos y me he perdido en caminos que no se hacen al andar. Tal vez al
llorarlos como a la última posibilidad de una vida que merezca todos los
tropiezos comprendidos al despertar.
Hay una
chichería en Cochabamba que atesora mi bilis de horas de más, minutos sin ti,
entre sus baldosas. Y un trasiego de dudas esparcidas como cayena molida sobre
antiguos mapas asiáticos.
Soy el sin
rumbo, ahora que nadie quiere marcarlo. Y abro la navaja. Y busco otro árbol.
Uno que no muera. No me basta saber que me sobrevivirá al menos cien años.
Mucho sur,
demasiado este, algún oeste sin vaqueros pero henchido de bisontes bifrontes, y
este norte que hoy vislumbro peinando cantábricos como tus dedos espumas, ayer,
al Atlántico. Los míos se enredan, todavía, en estúpida cartomancia que
acaricia el filo de esta navaja. Que no te escandalice la sangre. Los
hematomas, como los sueños, nacen hacia dentro. Los sueños, como los peces,
mueren hacia arriba, buscando la superficie: como una escala, una Venus de
hielo en primavera o la trayectoria errónea de una bala.
Hay una
cebichería en Arequipa que mantiene intactos, contra sus manteles de cuadros
mal recortados, mis ansias de pescado crudo. Y un mercado de sal en Jeju que
jóvenes desconocidos, con toda la vida por delante, recorren afilando pupilas
que no encuentran entre sus corredores la cartografía errónea de mis pasos.
Están el
altiplano y el Sahara. Como remiendos de ejecutados contra la contrariedad
enladrillada de mis zapatos. Un té al anochecer, entre Sabra y Chatila. Un
trago largo en Salvador de Bahía. Y entre mis dedos infantes esta navaja, como
jauría de mordiscos que sólo hacen presa en bosques que atesoran silbidos de
viento sin norte. En ocasiones me siento árbol de corteza escueta esperando el
traspiés de otra navaja. Una que haya recorrido Vallecas en busca de reyerta.
En la Cantinha
da Aida disimulan que me añoran cuando sólo esperan de regreso la
telequinética magia con que tus labios despertaban pirotecnias a la espuma del
primer trago de cerveza. Y tengo mucha sed, pero soy mis errores, que ahora
caminan con las manos para contemplar el mundo más bello incluso que cuando
soñado. Del revés sólo del revés se puede contemplar la realidad. Pero así es
imposible siquiera intentar propinarle un trago. Y tengo mucha sed.
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De
VISLUMBRES DE EL DORADO, blog del autor, 31/03/2024
Imagen: Pablo
Cerezal
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