JULIA ROIG
«No está
absorto en la contemplación de las olas. No está absorto porque sabe lo que
hace: quiere mirar una ola y la mira [...] no son «las olas» lo que pretende
mirar, sino una ola singular [...] la ve crecer, acercarse, cambiar de forma y
de color, envolverse en sí misma, romper, desvanecerse, refluir [...] no se
puede observar una ola sin tener en cuenta los aspectos complejos que concurren
a formarla y los otros igualmente complejos que provoca [...] su mirada se
detendrá en el movimiento del agua que bate la orilla hasta ser capaz de
registrar aspectos que no había captado antes [...] La cresta de la ola que
avanza se alza en un punto más que en los otros y desde allí empieza a
festonearse de blanco [...] para entender cómo es una ola hay que tener en
cuenta esos empujes en direcciones opuestas que en cierto modo se contrapesan y
en cierto modo se suman y producen una ruptura general de todos los empujes y
contraempujes en la habitual inundación de espuma [...] este modelo debe tener
en cuenta una ola larga que sobreviene en dirección perpendicular a las
rompientes y paralela a la costa, haciendo deslizar una cresta continua que
apenas aflora. Los brincos de las olas que avanzan alborotadas hacia la orilla
no turban el impulso uniforme de esta cresta compacta que las corta en ángulo
recto y no se sabe dónde va ni de dónde viene. Tal vez es un soplo de viento de
levante que mueve la superficie del mar transversalmente al impulso profundo de
las masas de agua del mar abierto, pero esta ola que nace del aire recoge al
pasar los impulsos oblicuos que nacen del agua y los desvía y endereza en su dirección
llevándolos consigo».
Italo
Calvino
«All I can do is be me, whoever
that is»
Bob Dylan
Me
comprometí a escribir el prólogo de esta novela cuando precisamente la
finalidad primera de un prólogo al uso atenta contra mi naturaleza y por ello
entiendo que eso es precisamente lo que se espera de mí, que no escriba un
prólogo al uso, que sea, como el bardo Dylan dijo, yo misma, quien quiera que
sea ésa.
Por
ejemplo, me gustaría decir que este artefacto poético al que te asomas, nace de
la libertad y el respeto de dos artistas, dos géiseres creativos e incansables
que no transigen, Pablo Cerezal y Diego Vasallo. Ambos maestros de la vita
contemplativa, cazadores furtivos del gesto, del detalle, por ello se mantienen
en eterno movimiento, sabiendo que siempre hay un margen que pasa
desapercibido, un surco nuevo o antiquísimo por recorrer o descubrir, porque el
ojo inquieto, ya sea hacia dentro o hacia fuera, busca. Este poema de fuego y
papel, nace del instinto impecable de dos flâneurs que se reconocieron una noche
de frío y humo, una de esas noches de faros y naves a la deriva en el asfalto
madrileño.
Un prólogo
es un estado de ánimo, dijo Kierkegaard, y de ser así me gustaría contagiarte
de él y llenarte de curiosidad y ganas de adentrarte en estas páginas, no por
ofrecer un tráiler literario que contenga las claves y los mejores momentos
sino por acercarte a todas esas escenas que quedaron fuera. Brindarte esta obra
llena de bruma de la playa de La Concha; calles empedradas salpicadas de
sirimiri en busca de un bar que refugie; el olor a café desde el primer
contacto; alguna distorsión de una prueba de sonido de una noche cualquiera, de
ese momento que busca más que la perfección, la belleza. Que sostengas entre
tus manos este Jaizkibel con vistas estratégicas a dos autores que creen en la
liturgia y la calma de hacer las cosas con la dedicación que implica el dejar
en cada una un poco de alma.
Aquí no hay
señuelos, aquí bombea la sangre creando a cada paso un lienzo inaudito,
cortazariano porque a lo rayuela muerde por donde lo abras, y orsonwelliano por
el juego de voces laberínticas a modo de espejos que nos brinda tan poética
como peligrosamente. Novelas río, canciones río, de eso sabe mucho el tándem
Cerezal-Vasallo. Cada novela de Pablo es un viaje recorriendo lo inesperado.
Cada disco de Diego es una odisea repleta de alquimia. Cada uno de sus cuadros
un testamento en blanco y negro del dolor aullando una historia. Y ambos han
recorrido mucho mundo, y ambos le tienen querencia al riesgo artístico, porque
sí, así suena la palabra libertad.
Aunque
resulte algo manido, necesito gritarlo una vez más: it’s not the song, it’s the
singer. Una canción es una experiencia, una novela es una experiencia, un
cuadro es una experiencia, el amor es una experiencia. Yo no puedo pervertir ni
un instante de la misma dando indicaciones, comparativas o aperitivos. No
quiero hacerlo. No tendría sentido. Por eso voy a imaginar cómo se sumergen tus
ojos en este maremoto de pensamientos, canciones, vivencias, lugares, placeres
y llantos, porque aquí hay dos bosques líricos, frondosos y únicos que se
recorren mutuamente, sin miedos ni guías y así sería hermoso adentrarse en este
libro. De la mano de dos prestidigitadores de verbo cirujano recorriendo y
dejándose recorrer la entraña sin artificio. Y da miedo, honestamente, entrar
en la mente de un creador total, ya sea un Da Vinci norteño o un Shepard
castizo. Da miedo porque cada vez es más difícil hallar voces que respondan a
su propia voracidad, a su caos, a su inconsciencia incluso. Puros outsiders de
la luz y la calle fácil, que diría Tom Waits.
Y me
reconcilia, a pesar de estos tiempos de velocidades insanas y bellezas
erróneas, me reconcilia abrazarme a una palabra maravillosa para la que apenas
hay lugar: inspiración. Encontrar aquello que nos golpea, que nos alimenta, que
nos transforma, y hacer algo con ello porque no puede ser de otra manera,
porque no se puede contener. Ese es el verdadero arte que algunos ansiamos
encontrar, el arte que nace del placer y del daño, de la belleza y la crueldad,
de la urgencia y la calma, pero sobre todo de la necesidad de mantenernos
ansiosos, hambrientos y vivos, reinventando mapas de hielo y arena para
perdernos en ellos.
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Prólogo a Diego Vasallo, trayectoria de una ola, de Pablo Cerezal. Parkour poético, 2024
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