Thursday, August 19, 2010
El difunto fútbol húngaro
Péter Zilahy (Traducción de José Miguel González)
(Ferenc Puskás, 1927–2006)
Todo el que entiende de fútbol (así a ojo, unos dos mil millones de personas), sabe que el fútbol húngaro ha muerto. No acaba de morirse en este instante –su estado se ha ido deteriorando poco a poco, hasta el punto de no reconocerse a sí mismo en el hospital– pero el día de hoy lo han declarado difunto también desde el punto de vista médico. Los que pudieron verlo, no lo olvidan. Mi madre –que nunca fue una gran aficionada al fútbol– me contaba cuando era niño que Puskás y compañía, fueron una vez al campo después de estar en el bar, colocaron un botellín de cerveza en la línea de gol y Puskás, en una oscuridad densa como boca de lobo, la acertó de lleno desde el punto de penalti en diez ocasiones de diez intentos. No es una gran historia, pero como dije, mi madre ni siquiera era aficionada, y ahora no se trata de eso. Lo que importa mucho más es que todos tienen una historia del siglo pasado sobre Puskás. Las madres españolas tienen su historia sobre Puskás, y las abuelas alemanas también. Por ejemplo, todo el que entiende de fútbol (a ojo de buen cubero unos diez millones de húngaros) sabe que la RFA le debe su nacimiento. Entre otras cosas – hay que decirlo– por que el fútbol es un juego de equipo.
Cuando yo tenía diez años, Puskás regresó a Hungría, todos se alegraron, no sólo Kádár (1) y los suyos. Tenía entonces 54 años, no sé si le dice a alguien algo este número. Le perdonaron todo a bombo y platillo, y él no pidió más que una rebanada de pan con manteca. El país le perdonó que no fuéramos campeones del mundo, y eso que él era el mejor del mundo. Hoy ya es difícil determinar qué cosas le perdonaron, el caso es que lo hicieron. Muchos pueden estar agradecidos a Pancho Puskás, España entre otros, donde el camarada comandante llevó tres Copas de Europa (después de fichar, desertar, salir huyendo; es cuestión del punto de vista). En la final de copa contra el Frankfurt marcó cuatro goles, contra el Benfica sólo tres (y perdieron).
Tenía tripa cervecera, se movía como un pato por el campo; “eso lo hace cualquiera”, me interrumpe el de al lado, después Puskás se hace con la pelota y el estadio entero ruge –llevan esperando un cuarto de siglo algo así– Pancho volvió de un pasado en blanco y negro, de 1956, cuando todo el mundo veía el mismo partido. El partido que no podía ganarse. Fuimos los magiares mágicos.
Cuando, en los años ochenta, estuve en Inglaterra, me ofrecían cerveza gratis en cualquier lugar adonde fuera, sólo tenía que decir: Puskás. Era la contraseña. Significaba: soy húngaro. El hijo heroico de un país lejano, colonial. Un inglés medio conocía dos cosas de Hungría: Puskás y el 56, aunque respecto a esto último dudaba de si Bucarest era la capital de Checoslovaquia o de Yugoslavia. Y a pesar de eso conocían al dedillo el equipo de los magiares mágicos; después yo también les invitaba a cerveza. A fin de cuentas, el fútbol es un juego de equipo.
Para los profesionales, en el fútbol –como en casi todo– la victoria es lo importante. Mis amigos futbolistas me miran como a un tonto cuando digo que el juego lo es todo. Punto de vista de aficionado. Aunque a veces, ellos mismos piensan que (entre otras cosas) el profesionalismo ha echado a perder el fútbol actual, donde compran y venden jugadores y partidos a cambio de millones, y donde en cualquier momento tiene que suceder algo, si no el espectador cambia de canal. Pero el juego solo tiene que ver con un instante, que todos recuerdan. En 1954 nosotros éramos la mayor potencia en el mundo, y, sin embargo, perdimos el partido. Dos años más tarde fuimos la potencia más pequeña en el mundo y ganamos. Todo se trata de un movimiento. En 1956 todo el mundo lo pudo ver, aun no creyeran a sus propios ojos; el estadio al completo rugió, podríamos decir. En vano los árbitros pitaron fuera de juego, la gloria no nos la puede arrebatar nadie. En aquel momento el país fue un equipo, lo que en la historia de Hungría es tan raro como una final de campeonato del mundo. Para eso, claro, fue necesario un enemigo, y el punto de vista del aficionado. Y lanzarse contra los tanques, lo que no es completamente reglamentario. No contaban con eso. En aquel momento, el equipo húngaro dribló a la Unión Soviética. Muchos sólo por eso saben que existe nuestro país. Muchos sólo por Puskás saben que hay húngaros en la Tierra. Muchos menos saben que Hungría es el país de los magiares, y casi nadie sabe quien fue Ferenc Purczeld (2), pero ¿quien no conoce a los magiares mágicos? En cualquier lugar del mundo pueden soltar de carrerilla: Puskás, Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Maradona … los demás no me salen a la primera. Yo sólo recuerdo que el fútbol húngaro era el más grande.
Hay que enterrarlo.
Ferenc Puskás fue seleccionado para el equipo nacional ya a los 18 años, y hasta la edad de cuarenta, siguió jugando al fútbol. Fue el capitán del equipo húngaro campeón en la Olimpiada. Era zurdo, lo que por así decir, se ajustaba al régimen. Le llamaban Pancho, era bajito, yo habría pegado al que me llamara Pancho, pero él pudo ser el Pancho de todo el mundo; lo que no es poco. De obrero del Kispest a goleador del Real Madrid, fue cuatro veces máximo goleador de la liga española. En el campeonato nacional húngaro y en el español jugó más de quinientos partidos, marcó más de quinientos goles.
El día de hoy (y en lo sucesivo) Hungría se levanta de luto (entre otras cosas por el fútbol…). Recordarán sus bellos movimientos, su carácter difícil y los innumerables minutos felices que causó al mundo. En directo, en la repetición, en la leyenda. Dicen que volvió en sí de madrugada, a velocidad del rayo, de manera que ni las máquinas pudieron detectarlo; siempre supo salir más rápido que nadie. Flexionó la pierna izquierda, la enfermera justo se había girado y no pudo verlo, el cuero vuela sobre las cabezas dibujando un arco, cruza por el agujero del centro de la bandera (3) y agujerea la red del estadio de Berna. En el último momento suelta una risa socarrona ante sus caras, ¿que este partido no lo podemos ganar? La inmortalidad vale al menos un empate.
Hoy celebran un día de luto en muchas partes, me imagino que también en los bares ingleses donde estuve hace tiempo. Recordarán a Ferenc Puskás, el zurdo legendario con el que toda una época se fue a la tumba, cuando el fútbol era aún un juego y no un negocio; y de ese juego él fue el mejor jugador.
NOTAS:
1 János Kádár, dirigente comunista húngaro, presidente del país desde 1956 hasta 1988.
2 Apellido original de Puskás.
3 Referencia a la bandera húngara símbolo de la revolución de 1956. Quitaron el escudo comunista y en su lugar quedó un agujero.
Fuente: Tres—más 1 Ab Ovo • Budapest, 2007. El escrito de Péter Zilahy se publicó por primera vez en el Frankfurter Allgemeine Zeitung el 17 de noviembre.
Imagen: Ferenc Puskás
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