Tuesday, October 26, 2010

Bolivia: El tío Evo y el escribidor


Quiso el azar o el destino que el Premio Nobel de Literatura para Mario Vargas Llosa llegara en el preciso momento en que el gobierno de Evo Morales impone una Ley Mordaza bajo el camuflaje de una medida “antirracista”. Vale la pena, entonces, recordar los conceptos que este escritor de reconocido compromiso con la libertad y la democracia ha vertido sobre el “Jefazo”, en quien ha visto el germen de “un nuevo racismo”.
Dice el Nobel que “asoma en la región un nuevo racismo: indios contra blancos” y que “plantear el problema latinoamericano en términos raciales como hacen aquellos demagogos (Morales, Chávez y Humala) es una irresponsabilidad insensata”. Esto, señala, “equivale a querer reemplazar los estúpidos e interesados prejuicios de ciertos latinoamericanos que se creen blancos contra los indios, por otros, igualmente absurdos, de los indios contra los blancos”. Vargas Llosa define a América Latina como un continente mestizo y asegura que “aunque este mestizaje ha sido mucho más lento en los países andinos, desde luego, que en México o Paraguay, ha avanzado de todos modos al extremo de que hablar de indios puros o blancos puros es una falacia”.
Por si quedara alguna duda sobre la lucidez del Nobel en su apreciación sobre el presidente “plurinacional”, acotaremos que definió a Evo como “el emblemático criollo latinoamericano, vivo como una ardilla, trepador y latero, y con una vasta experiencia de manipulador de hombres y mujeres, adquirida en su larga trayectoria de dirigente cocalero y miembro de la aristocracia sindical”.
Viveza criolla, agregaremos nosotros, que disfraza su racismo inverso de “lucha contra la discriminación”, que contrabandea censura de prensa y judicialización del periodismo bajo el manto del antirracismo y que se ufana de sus trampas llamándolas “estrategias envolventes”. Menos mal que, según el mismo Vargas Llosa, “la corriente autoritaria de Cuba y Venezuela” -de la que Evo Morales es tributario- “está de salida”.

Fuente: Eju.tv

Imagen: Jean Dubuffet/Portrait d’Homme, Septembre 1974

PREMIO NOBEL DE LA PAZ


Pedro Shimose

Todo vasallo bien informado sabe que quería ser Jefazo y lo consiguió; quería una Asamblea Constituyente y la consiguió; quería una Constitución y la consiguió; quería liquidar la República y lo consiguió; quería dividir Bolivia en 36 ayllus y lo consiguió; quería un avión para él solito y lo consiguió; quería un Doctorado Honoris Causa y consiguió cinco; lo que no ha conseguido todavía es el Premio Nobel de la Paz.

Como no cree en los Reyes Magos porque son amigos del cardenal Terrazas, cada año le escribe a Papá Noel pidiéndole que ilumine a la Academia noruega (el Nobel de la Paz lo concede Noruega) para que le regalen el Premio Nobel de la Paz, ése que acaba de ganar el chino Xiabao. La noticia lo ha deprimido tanto que reunió en el Palacio Quemado a los ‘pollos de granja’ para compartir con ellos sus cuitas: “He llegado a la conclusión – dijo – de que el Premio Nobel de la Paz jamás va a ser para movimientos sociales o personalidades anticapitalistas y antiimperialistas. De eso estoy convencido”. Eso dicen que dijo. Ningún corresponsal de guerra osó formularle preguntas, por si acaso. Ni pío.

Por primera vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el Jefazo: el Nobel de la Paz no se lo darán, pero no por lo que él se imagina. A los académicos noruegos les importa un guapomó que el Nobel de la Paz recaiga en un capitalista o en un antiimperialista. En 1973 se lo dieron al capitalista estadounidense Kissinger, compartido con el antiimperialista vietnamita Le Duc Tho. El vietnamita lo rechazó.

Pero el Presidente plurinacional no rechazaría el Nobel de la Paz. Él quiere ese premio; sueña con el Premio Nobel de la Paz. Alguien le ha soplado al oído que si los negros Martin Luther King, Nelson Mandela y Barack Obama lo obtuvieron, ¿por qué no lo puede conseguir un ‘indio’ de Orinoca? Lo que el Presidente no comprende es que Luther King, Mandela y Obama no lo consiguieron por ser negros.

Para desgracia del aspirante plurinacional, los académicos noruegos saben que Evo es amigo del pacifista iraní Mahmud Ahmadinejad, que quiere borrar del mapa a Israel; saben que es amigo de Hugo Chávez, otro pacifista. Saben también que el aspirante plurinacional al Premio Nobel de la Paz acaba de pedir un crédito a los rusos para modernizar sus Fuerzas Armadas. Los académicos noruegos – que son académicos, pero no tontos – saben que el Estado Plurinacional no está en guerra. Y si no está en pie de guerra, ¿para qué quiere Evo modernizar la milicia plurinacional? Según la agencia de noticias EFE, Evo solicitó a Rusia un crédito de 250 millones de dólares para adquirir, entre otras cosas, ocho aviones Antonov e instalar, en Cochabamba, “un centro de reparaciones para este tipo de aviones, con cobertura a toda Latinoamérica, con un costo de cinco millones de dólares”. Con estos antecedentes, ¿cómo se puede aspirar al Premio Nobel de la Paz?

Pero eso no es nada. Lo que más impresionó a los académicos noruegos fue el video del partido de fútbol entre el equipo Sin Miedo, del alcalde paceño, y el del club Da Miedo, del presidente Evo. Juzgan que el rodillazo del Presidente a un rival lo descalifica para optar al Premio Nobel de la Paz. Creen, incluso, que lo descalifica ante la afición futbolera para un tercer mandato presidencial, con trampa o sin trampa, con réferi comprado o como sea.

Madrid, 15.10.2010.

Imagen: Harry Pye/No Justice Means No Peace, 2010

Thursday, October 21, 2010

SUEÑOS DE ALTURA/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

En un país con carreteras interrumpidas por los derrumbes, con autobuses guiados por las penurias de una pobreza que obliga a los conductores a jornadas imposibles, agotados, a velocidades temerarias y exigiéndole a máquinas explotadas, de frenos impredecibles, más de lo razonable; y con ríos salidos de madre o secos, de navegabilidad escasa y embarcaciones cansadas sin cubiertas para bailar en las noches; detenido en la nostalgia feroz de los trenes abandonados en estaciones de fantasmas o descarrilados y vueltos tiestos de arbustos y floraciones exóticas que imitan el silbato apagado; el avión se volvió un transporte imprescindible.
Para evitar que los medidores del progreso a gotas lean en lo anterior un sentimiento catástrofico del desarrollo y una negación del esfuerzo de las obras públicas, hay que decir que unos nuevos túneles, poco a poco, hacen cosquillas a las montañas; que las vías, tramo a tramo, amplian su ancho para evitar las proscesiones sin santo y sin banda de música que se forman detrás de un remolque; que los puertos, después que los administradores curaron sus culpas, si acaso las culpas todavía existen en el cinismo actual, gritando que el desastre fue motivado por los tres o cien obreros que recibieron pensiones, por primera vez en su vida y en la de sus padres y abuelos y tatarabuelos, de suma casi igual a la de un senador, o notario, o embajador, o ministro, o gerente, o suplente de algo o alguién, y hoy mejoran su eficiencia con gruas y bodegas y vigilancia; y que los buses tienen además del conductor un ayudante, una pantalla con películas, y un aire refrigerado que duerme a los pasajeros cuales langostas en restaurante japonés, !ah¡ y algunos tienen baño. Es importante el baño: antes nadie convencia a una tía con urgencias del cuerpo para que aguantara y había que detenerse en mitad de la noche para que a la orilla de la carretera, al borde de un barranco, con miedo a las alimañas, la urgida hiciera del cuerpo. El progreso.
Pero el avión respondió a las urgencias de estos tiempos en un país de geografía de vértigo. Hay que aprovecharlo mientras terminamos de dañar el aire y el calentamiento global transforma la especie humana y le damos una oportunidad a las lagartijas.
Cada día es más frecuente, a pesar del internet, la aglomeración en los aeropuertos de las ciudades. Quedan algunos apacibles, con la desolada tranquilidad de los adioses, en Corozal, en Manizales, en Capurganá. Persisten en todos las requisas de desnudamiento para decomisar un corta uñas.
Al fin cada quien se embarca. Observa en silencio la necia avivatada del pícaro: le corresponde una silla E en la fila 23 y sin embargo invade el porta maletas con sus corotos de la silla 9. Transcurre el bullicio de los teléfonos móviles desde los cuales todos envian instrucciones, ni una sola ternura. Aquí también debo reconocer a la ternura pero desde un teléfono fijo. Antes de embarcar una mujer se despide. Su habla es más regada, habla paisa. Le dice a alguien: te doy besos, muchos besos, hasta por donde no te da el sol mi cielo. Quedé congelado y con risa.
Subir al avión se demora. Yo quería contar de las mujeres que duermen. De su belleza que surge como erupción de volcán viejo y ellas no lo saben. Será otra vez.

Desde Cartagena de Indias (Colombia)

Imagen: Camión afgano

Monday, October 18, 2010

¡El Evo sí da pie con bola!


Cristina De Toro R.

El problema del criticado presidente Evo Morales no radica en su etnicidad, que dicho sea de paso no es la que él divulga a los cuatro vientos, puesto que no es un indígena Aymará. Por parte de madre, él tiene algunos ancestros de esa comunidad, pero por lo demás, es un mestizo, un criollo como somos casi todos los americanos. Ahora bien, que haya unos con rasgos indígenas más marcados que otros o, que algunos sean menos bien parecidos, es un asunto muy distinto. En fin, su origen no es, ni tiene por qué ser inconveniente, ni para él, ni para nadie.

El problema de Evo tampoco está en las barbaridades que dice, como por ejemplo: Que la calvicie y las "desviaciones de los hombres" se deben a la ingesta de alimentos modificados genéticamente. O también, que "los terremotos son consecuencia de las políticas neoliberales", como afirmó en Chile el pasado febrero, o cuando recién llegado de Suiza dijo en un discurso que acababa de venir de "Ginebra, España" y que los antepasados del pueblo boliviano "?lucharon históricamente contra todos los imperios: imperio inglés, imperio romano y ahora nos toca luchar contra el imperio norteamericano". Lo anterior, es simplemente un asunto de falta de conocimiento, de cabal ignorancia, pero eso no es culpa suya sino de quienes lo subieron a la presidencia a sabiendas de que ni siquiera título de bachiller poseía.

El problema del presidente de Bolivia está en Juan Evo Morales Ayma, el hombre. En ese ser que se disfraza de indígena y dice amar y proteger la "pacha mama" (tierra). En el acomplejado ex sindicalista cocalero, el comunista y peleador ex diputado nacional, cargo en el que cometió actos de vandalismo y sedición amparado en su fuero parlamentario. En el Evo prepotente, grosero y ambicioso que, desde aquel entonces ha sido apadrinado ideológica y económicamente por Hugo Chávez, el que dispuso de mucho dinero para financiar toda clase de actos de provocación contra el gobierno de Sánchez Lozada: paros, bloqueos de carreteras, movilización de campesinos, etc. También, para financiar su campaña a la presidencia.

Inconveniente es el Evo embustero que se ha prestado a portar el emblema indigenista, ese que representa el papel del humilde campesino defensor del medio ambiente, que no es más que un cuento inventado por estrategas políticos cubanos y venezolanos, para distraer a su país y a la comunidad internacional, tan amiga de esas folclóricas historias.

El problema está en Juan Evo Morales Ayma, el soberbio dictadorzuelo, el racista al revés (no quiere sino indígenas), ese que, aunque funge como rey no es quien gobierna pero, al igual que su patrón y patrocinador venezolano, quiere perpetuarse en el cargo.

El auténtico Evo es el que aparece en el campo de juego portando la camiseta número diez del equipo de fútbol de la presidencia. Ese que juega de la misma forma como gobierna. El que de juego limpio, acatamiento de leyes, respeto y tolerancia por el adversario, no conoce, ni en la cancha de fútbol, ni en el gobierno. Evo, el solapado que da golpes bajos a sus opositores, el tirano al que todos temen, el que amedrenta con detenciones a árbitros o jugadores, como hizo con Daniel Cartagena, el empleado de la alcaldía de La Paz y simpatizante del partido de oposición que fue víctima de sus insultos y de su agresión. Evo, el déspota, que luego de asestarle un rodillazo en sus genitales, lo hizo echar de la cancha.

Ese es Juan Evo Morales Ayma, el verdadero Evo. ¡El Evo que sí da pie con bola!

Medellín | Publicado el 14 de octubre de 2010

Imagen: Guillotina: caricatura del mismo diario colombiano

LA LITERATURA -NO- ES UN COVER ETERNO (apuntes para un parricidio anunciado)


Enrique Ferrari

I
Si uno mira las dos fotos del reportaje a Andrés Rivera en el número 368 de Ñ (16/10/10), podría anticipar un poco lo que va a encontrar en le texto. La primera es actual, quizá del día en que se hizo el reportaje; la otra ya es un clásico: Rivera parado en una escalera, junto a una ventana, sonriendo; hay entre ambas unos cuantos años. Pero no importa, quizá porque Rivera se ha transformado en una repetición. Y lo decimos con dolor.

II
Nos venía pasando con sus libros. Los comprábamos, los leíamos, encontrábamos, claro, algunas páginas que nos recordaban que estábamos frente a un gran escritor, el mejor escritor argentino vivo, pero el resultado final era más bien decepcionante: Rivera está publicando -uno tras otro, a un ritmo frenético- unos libros que son como versiones de un plagiario de Rivera. Se transformó en su propio Danger Four, una banda de covers, una máquina de producir remakes de sí mismo.
En la entrevista dice que va a publicar dos novelas más (Kadish y SO4H2) y después se va a dedicar a leer a los otros. Dice, también, que aprendió más de Borges en una única entrevista que le hizo que de la lectura de sus libros y su poesía (sic). Habla de proverbios marxistas, de ser un escritor con las medallas colgadas de la chaqueta, del comunismo de Borges. Supone cosas como que es difícil pensar en una nación dirigida por Barak Obama a un Hemingway o qué les enseñan los maestros a los chicos en la escuela sobre la Revolución de Mayo. Y cuenta que es adicto a la televisión y suele escuchar invitados a TN para comprobar que la clase política ya no es lo que era y no sabe, ni siquiera, dónde poner las comas y los puntos de su discurso.
Pero también dice otras cosas. Y en esas cosas que dice, quizá haya que buscar una continuidad con las fotos repetidas, con los libros idénticos.

III
Rivera habla también -con sentencias o preguntas que esconden sentencias- de la literatura y el mercado editorial nacional.
Dos veces durante la entrevista Rivera reconoce que no está leyendo literatura argentina contemporánea. Para, a renglón seguido, afirmar que los escritores argentinos no tenemos nada para discutir, nada para enfrentarnos, nada para polemizar, no hay en el universo de los escritores fracciones como Boedo y Florida. O que cuando él empezó a publicar existína las pequeñas editoriales (que al mes quebraban, dice) y que hoy, en cambio, la plaza editorial está ocupada por los sellos que provienen de España.
También se pregunta, nos pregunta, ¿quién habla hoy de Roberto Arlt?
Y a esta altura el cover de sí mismo -armado con el pesimismo ilustrado y la pregunta retórica con pretensiones filosas e incisivas- no sólo es aburrido sino que se pone reaccionario.


IV
Hace unos años, desde Juguetes Rabiosos (anoten el nombre) le pedimos a Rivera que nos escribiera un artículo sobre Juan Carlos Onetti. El artículo en cuestión, Faulkner en el Río de la Plata, terminaba preguntando -suponiendo que casi nadie- quiénes se acordaban de Onetti y Faulkner, omitiendo que, justamente, en una revista literaria de distribución gratuita hecha por escritores de entre 25 y 35 años estabamos recordándolos.
En esta misma cuerda, es que Rivera ahora se pregunta -le pregunta al entrevistador de Ñ, nos pregunta- quién habla hoy de Roberto Arlt. Y ante la respuesta del periodista (Piglia, le dice) retruca: y cuando se muera Piglia, ¿quién va a hablar?
Entonces la pregunta sería, más bien, con quién dialoga Andrés Rivera desde el piso 12 de su departamento en el barrio de Belgrano.
Porque toda la llamada generación del 90 habla de Arlt. Porque Pablo Ramos, Fabián Casas, Ricardo Romero, Leonardo Oyola, Washinton Cucurto, Juan Terranova; todos hablan de Arlt y usan, con mayor o menor acierto, sus enseñanzas. Porque Juguetes Rabiosos revista para la que él escribió, le dedicó un número entero a Arlt, como también lo hizo Sudestada, uno de los emprendimientos culturales más interesantes del post-2001, en cuyas páginas Rivera es invitado habitual. ¿De qué cree Rivera que están hablando quienes armaron la pequeña editorial el 8vo Loco, esas editoriales que supone que ya no existen, cuando la nombraron así?
Nadie habla de Arlt, dice Rivera.
No existen grupos como Florida y Boedo, dice.
Y es dable preguntarse si con estas posiciones estáticas y prejuiciosas no colabora, sin querer o queriendo, a invisibilizar a las nuevas generaciones de escritores que no conoce pero que existen y están laburando ahora mismo sobre su obra.
Y es muy difícil no pensar en su amigo José Luís Mangieri, que descubrió y editó escritores jóvenes hasta sus últimos días; cuesta no pensar en Ricardo Piglia, quién en una nota para Ñ (abril de 20o8) -recién llegado de Estados Unidos después de varios años de no vivir en el país- decía: traté de buscar y he estado viendo algunas revistas culturales muy interesantes, más o menos under como Odradeck, Esperando a Godot, Juguetes Rabiosos, Sudestada. Entré en contacto con ellos y tuvimos varias conversaciones. Y Piglia, recordemos.
Entonces la pregunta no es si alguien habla de Arlt o si los escritores argentinos tenemos cosas para discutir, sino quiénes son los que Rivera hoy, como escritor consagrado, considera sus otros. O la pregunta puede ser cómo sabe, cómo puede saber un hombre de 82 años que, detrás de sus medallas, decidió dejar de leer literatura argentina contemporánea, qué debates se están dando en la misma; cómo puede conocer a quienes están escribiendo, leyendo y pensando hoy?
La pregunta, muy en su estilo, es si Rivera esperará -desde el piso 12 del departamento en la calle Echeverría- que TN se lo cuente.

Publicado en el blog del autor QUE DE LEJOS PARECEN MOSCAS, 17 de octubre 2010

Imagen 1: Kike Ferrari
Imagen 2: Andrés Rivera con Enrique Ferrari

Los escribidores del Comandante


Víctor M. Ortega

Con frecuencia suelo leer el trabajo de varios talentosos articulistas venezolanos quienes parecen tener como el objetivo principal de sus circunloquios, defender al gobierno revolucionario contra los “ataques” inmisericordes de otros articulistas que se le oponen, ataques escritos en los diferentes medios de comunicación impresos o digitalizados del país, y del extranjero, que son cientos. Lo interesante de estos artículos es que para contrarrestar ese aluvión de críticas la gran mayoría no se basan en lo que el gobierno bolivariano pudo haber hecho durante su permanencia en el poder. No se basan en lo que pudieran ser sus mayores éxitos, es decir, en todo lo que debió haber logrado en los once años en los cuales ha gobernado, con el caudal de recursos más inmenso que cualquier otro gobierno haya tenido en nuestra historia republicana. Como en conciencia a lo mejor no podrían por lo escaso o inexistente de los supuestos logros, se basan más bien en atacar a los opositores, no por sus argumentos en sí, sino por lo que representan como miembros estereotipados de la sociedad.
Nuestros admirados escribientes son algunos, otros no tanto, maestros en el arte de la sátira y de la falacia ad hominem, y en verdad utilizan magistralmente éstas y otras técnicas de su profesión de “controladores de daños” para buscar hacer revolcar los argumentos enemigos bajo el peso de sus posibles contradicciones, de sus fallas argumentativas o de sus cuestionables pasados históricos, que siempre abundan en peripecias éticas de dudosa moralidad. De este modo, si alguien defiende la posición de la Iglesia en contra del comunismo y a favor de la democracia, no olvidemos sus riquezas mal habidas, sus prácticas de protección a los sacerdotes homosexuales, el silencio de Pio XII ante los crímenes del nazismo, etc. De igual manera si fulano se queja del auge de la delincuencia estos últimos años, recordemos las matanzas del Caracazo, de El Amparo y tantas otras fechas negras de nuestro pasado “en democracia”. En fin, para tapar cualquier otro reclamo generalizado contra el Comandante, siempre habrá algo en el pasado de nuestro país o del imperio que se podrá sacar de la basura para tratar de revertir el peso de la inocultable prueba presentada.
Estos abogados del diablo de viejo cuño nunca rebatirán el argumento que se les presente a la mano, sobre el acontecer nacional. ¿Cómo hacerlo? Es una tarea imposible. La realidad no miente. Las cifras apabullan: 20.000 muertos al año producto de la delincuencia, las cárceles llenas de presos sin condena; miles de millones de toneladas de alimentos perdidos por la negligencia y la ambición de lucro de tantos funcionarios de diversos rangos; la educación primaria y secundaria en la carraplana, las epidemias tomando vuelo, los hospitales en emergencia continua; la crisis de la electricidad, la escasez de todo, desde comida hasta repuestos para vehículos. El acoso a las universidades autónomas, buscando inútilmente intervenirlas; el aún no desmentido supuesto apoyo a los grupos guerrilleros, los informes de diversos entes internacionales de defensa de los derechos humanos, la regaladera de dinero a otros países, etcétera, etcétera, etcétera.
Así que por lo que valga, mis respetos a estos ciudadanos. Deben ser todos unos patriotas, comprometidos con sus ideales. El gobierno nacional realmente debería pensar en condecorarlos, no sólo por la creatividad a la cual deben recurrir constantemente para diluir esos denodados “infundios” de la prensa internacional y la nacional vendida al Tío Sam, no sólo por tener que ocultar sus escrúpulos y su capacidad de raciocinio para analizar la realidad, no sólo todo por tener que vivir con la nariz tapada para no marearse con los malos olores de las cúpulas del poder, sino más que todo por tener ellos mismos que aguantar, estoicamente, a lo mejor por principios, a tanto “revolucionario” inepto e ignorante que nos desgobierna a todos.
victorortega46@cantv.net


El Universal 
Opinión
13-09-2010

Imagen: Edward Burra/Construction, circa 1950

Sunday, October 17, 2010

The Mundurucú: Tattooed Warriors of the Amazon Jungle


© 2006 Lars Krutak

The Mundurucú, once the mightiest headhunters in all of Amazonia, were perhaps the most heavily tattooed of all indigenous groups living in South America. Although they continue to live in the Brazilian jungle today, they no longer practice tattooing which became more or less extinct in the 1940s.
Traditionally, tattooing commenced at the age of six or seven and terminated some ten years later, after which time the completed markings signified full manhood for the boys and womanhood for the girls. Tattooing for both men and women consisted of fine, widely spaced parallel lines applied vertically on limbs and torso, each motif reminiscent of an abstract series of long bird plumes enveloping the body. Bands of lozenges crossed the upper part of the chest and parallel horizontal lines descended the torso towards the waist. Cross-hatchings were tattooed on other parts of the body and around each eye was tattooed a single-line ellipse; curved lines were drawn around the mouth. Lines converging towards the ears that spread across the cheeks gave the appearance of "bird wings" outstretched upon the face.
Mundurucú tattooists were male or female, and the tattooist almost always used tattooing combs made of palm thorns to insert the desired pigment. After the skin was punctured, the juice of the genipap fruit was rubbed into the wounds to make them indelible. Genipap was also used as a body paint to color and emphasize those areas enclosed by the tattoo lines.

Portrait of a Mundurucú man and woman, ca. 1820. Drawing by Hercules Florence.

Mundurucú headhunters with elaborate facial and body tattooing, ca. 1817. Color lithographs by Johann Spix and Carl Martius.

Mundurucú tattooing, ca. 1820. Drawings by Hercules Florence.

Mundurucú tattooing, ca. 1820. Drawings by Hercules Florence.

Mundurucú warrior in ceremonial attire, ca. 1828. Illustration by Hercules Florence.

Mundurucú headhunter with trophy head, ca. 1817. Illustration by Johann Spix and Carl Martius. 

Fully dressed Mundurucú trophy head in the collection of a Brazilian museum.

OF MYTHS AND BIRDS
One of the distinguishing features of Mundurucú culture is its "male-centeredness" and the particular emphasis placed on the separation of the sexes. For the most part, males shunned contact with women and lived apart from their wives, sisters, and mothers in the traditional men's house called eksa. This structure was not just a residence and gathering place for men; it was where men ate, slept, and manufactured their hunting equipment. In addition, the structure housed three sacred flutes that were exclusively owned and played by men. These flutes called karökö were thought to embody ancestral and other spirits who protected, or exerted a benevolent influence over, the entire village.
In the mythological past, however, it was believed that women were once dominant over males and at one time they controlled the men's house, the flutes, and the division of labor. This fact alone bespeaks of the latent fear among Mundurucú men that women can become dominant again, and today males continue to deny women access to any of the structures of power, especially the men's house.
In the recent past, the men's house was the repository for all trophy heads collected in war and was the site where tattooing was conducted for men. As such, the men's house was the key symbol in which the creation of a male-centered Mundurucú universe was made possible, and as we will come to see this explicit creation was firmly embodied in the mythic, social, and biological ideals that contributed specifically to its formulation.
Mundurucú myths attribute the origins of tattooing to the creator god and culture hero Karusakaibo. Karusakaibo was a bearer of extraordinary supernatural power who was responsible for creating people and much of the animal world. He also endowed the Mundurucú with agricultural skills and other important manifestations of culture including headhunting and the men's house.
Like other male culture heroes, Karusakaibo pursued many of the same worldly objectives as his male descendents. He was a great hunter, self-sufficient, and independent. He lived by himself in the forest shunning contact with women and in this way, he set a mythic ideal for all men to follow.
But Karusakaibo also employed a physical act of transformation when he set out to model his living representatives; he tattooed all Mundurucú in his likeness after they emerged from the underworld to inhabit the earth. Just as children are born from their mother, the Mundurucú emerged from the womb of the earth. But in this case emergence was only made possible after Karusakaibo had pierced the womb with his foot allowing his progeny to spring forth from the darkness.
In many of his other acts of creation, Karusakaibo employed fragments of birds (feathers, bones) to work his magic. At other times he transformed himself or other mythical heroes into various bird species to facilitate and accomplish particular tasks. Thus, we find in Mundurucú mythological thought a notion of spiritual beings whose form and behavior inextricably mix with prototypical human and avian attributes in what some anthropologists term "a common context of intercommunicability" where humans are both ex-animals and animals are ex-humans. In this way, particular avian species can be associated with the idea that the manifest bodily form of each species is an envelope (a "clothing") that conceals an internal humanoid form that speaks of a state of being where self and avian other interpenetrate.
In Mundurucú ideology, for example, birds embody the same mythic ideals as the culture hero Karusakaibo. They live in a state of self-sufficiency through hunting and many species lead a solitary existence in the jungle. Birds lay eggs and this type of "external" reproductive cycle symbolized the ability to procreate without the act of sex. This perceived form of asexual reproduction is a powerful trait, because it is mythically linked to the origin myth where Karusakaibo creates (or gives rise to) the Mundurucú without any apparent sexual act of his own. These features, combined with the fact that birds are bipedal and the Mundurucú notion that a man's penis is symbolic of a bird with a short beak, suggests that "maleness" is in fact symbolized by birds. Therefore, it was the prerogative of all men to live (and look) like a bird, since this was considered to be nothing less than a pure and mythically potent male pursuit.
OF BIRDS AND MEN
It should come as no surprise, then, that many authorities have argued that the Mundurucú were perhaps the most expert featherworkers in South America within the historic period. Obviously, the Mundurucú's reverence and intimate knowledge of many avian species facilitated their craftsmanship in this art form.
At feasts, the Mundurucú used scepters, hats, caps, and several varieties of garlands made of feathers, as well as feather mantles which they drew over their shoulders, and aprons of emu feathers which they tied around their waist. Feathers, as outcroppings of the body and especially the head, where thought to possess divine potency. They conveyed their inherent power to the warrior who wore them particularly because the Mundurucú associated several species of birds with the eponymous spirits of their clans.
Similarly, among the Precolumbian headhunting Paracas and Chimú peoples of Peru, various species of birds were also utilized for their feathers to make garments and headdresses. Feathers were the "power centers" of the bird and were especially charged with supernatural energy. They were analogous to human hairs which, with their capacity for constant growth and renewal, were universally believed to be a point of concentration of the human spirit or soul. For the Paracas people, unbound hair symbolized a state of susceptibility to malevolent spiritual forces, since we know from archaeological evidence that they attempted to protect these delicate parts of the body by braiding or covering their head hairs with turbans or elaborate headpieces. Interestingly only trophy heads and shamans were depicted in Paracas art with unbound hair perhaps signifying a state of immunity from spirit attack or an oneness with the spirits.
In his review of feather ornaments and their use among several historic headhunting and scalping societies of South America, the ethnographer Rafael Karsten provides this perspective:
Feathers and plumes, according to the Indian idea, not only afford an efficacious
protection against evil spirits, but are powerful means whereby men can conjure
and exorcise them. For this reason feather ornaments are, above all, used on occasions when the Indians enter into relation with the spiritual world, and these occasions... are numerous enough. Again, the magical power ascribed to feathers depends on a very natural consideration: the feathers are the hair of the bird, and they have the same magical power as the human hair.
The Indian belief endows even animals with a spirit of soul, which seems to be essentially the same kind as the human spirit. This theory is applied to birds also... but whatever the spirit may be which animates the bird, the efficacy ascribed to the feathers is a fact beyond dispute. Since the spirit of the bird is collected in its feathers, as the human spirit is concentrated in the hair of the head, it follows that feathers and plumes are particularly charged with supernatural power.
For the Mundurucú, however, the efficacy of feathers was most clearly brought out in relation to their role in consecrating the human trophy head captured in war. Feathers were considered to be the "crowning glory of a trophy head" and without them, the skull would not release its magical powers.
THE MUNDURUCÚ HEADHUNT AND TROPHY HEADS
Military expeditions were launched in the dry season and usually ended with the coming of the rainy season. Each headhunting warrior was accompanied by his wife or sister who assisted him in carrying the necessary equipment including food, hammock, and weapons. Women also tended to the wounded and according to some reports were distinguished by their ability to "cleverly catch the arrows of the enemy in flight." Attacks were waged at dawn and flaming arrows were sent aloft to set fire to the enemy's huts. The incendiary panic that ensued, combined with the visage of waves of fully tattooed warriors brandishing their headhunting gear, no doubt played a major role in the psychological dimension of Mundurucú warfare. At feasts, the Mundurucú used scepters, hats, caps, and several varieties of garlands made of feathers, as well as feather mantles which they drew over their shoulders, and aprons of emu feathers which they tied around their waist. Feathers, as outcroppings of the body and especially the head, where thought to possess divine potency.
Enemy warriors who fell on the field of battle were decapitated if time permitted. Occasionally, the head of an enemy woman was taken, but usually they were taken prisoner instead. Children captured in war were adopted and fully incorporated into Mundurucú society. A clan name was bestowed upon the child and he or she received the elaborate facial and body tattooing that distinguished the Mundurucú from other tribes living in central Brazil.
Trophy heads seized by Mundurucú warriors were not shrunken like those of the Jívaro of Ecuador, rather they were desiccated, dressed (brain removed), and colored with genipap or urucú (red) vegetable dye. The wife or sister of the successful warrior sometimes assisted in the preliminary preparation of the heads, but not always.
Karsten describes the specifics of Mundurucú trophy preparation as follows:
The head of the slain was severed from the trunk with a knife made of broad bamboo; the brain, the muscles, the eyes, and the tongue were taken out; the skull was repeatedly soaked in vegetable oil mixed with urucú [or genipap], and exposed for several days over the smoke of the fire or in the sun until it was quite dry. An artificial brain of dyed cotton was subsequently put in, the orbits of the eyes were filled with rosin, and the whole head was covered with a hood of feathers. Adorned in this manner the horrid trophy became the permanent companion of the victor, who carried it by a string at his cincture wherever he went.
Unlike the tattooed Iban of Borneo who prized trophy heads for their power to fertilize the agricultural fields, the Mundurucú believed that the efficacy of the trophy head lay in its ability to please the "spirit mothers" of the game animals, thereby promoting the fertility of animals, increasing the yield of the hunt, and making game more tractable to the male hunter. According to the anthropologist Robert Murphy, "each species of game is said to have a spirit "mother" who exercises protection over the animals and insures their increase. There is also a spirit mother of the game and a principal intermediary between man and nature." Therefore, it was customary for the headtaker to trek out into the forest with the hunting parties to insure a successful kill. Although the owner of the trophy would not hunt himself, his companions would feed off the charm of the head and in a short period of time dispatch all the game needed by the village.
Obviously, it was of paramount importance to empower the talismanic trophy as soon as possible. Thus, and shortly after the return of a successful war party, the trophy head was inaugurated into ceremonial use through a series of complex rituals that involved several Mundurucú villages. This process not only validated the prowess of the successful headhunter publicly, it also solidified bonds of association among scattered clansmen and women.
The taker of the trophy head was given an honored title and during an extended ritual period of nearly three years, he was considered to be in a sacralized state and could not engage in ordinary discourse. He was only approachable through considerable protocol.
The hallmark ceremony that consecrated the trophy was called "Decorating the Ears." At its climax, feather pendants were prepared from five species of birds and were suspended from the ears of the trophy head. Each type of feather could only be attached by the clan who could claim that species of bird as an eponymous clan spirit. As a rule, the feather pendants could not be longer than the human hair that remained on the trophy head. And for this reason long-haired victims were especially prized. In this way, feathers and trophy hair were clearly seen as complimentary to one another; each conveyed spiritual strength to the individual who could manipulate and harness them for the well-being of the tribe.
THE POWER OF BODY OBJECTS
Feathers, trophy heads, and tattoos conveyed to the Mundurucú warrior the spiritual strength of animals, slain enemies, and culture heroes to which every male individual was mythically enmeshed. The spoils of the chase were not only used as forms of personal decoration; they were also harnessed through magical means with that power being conferred to the community through the headhunter and his sacral trophy. Mundurucú body objects - tattoos, feathers, and trophies - were thus conduits through which meaning poured, because they projected themselves and their owners beyond the everyday limits of time and space, as well as the human, spiritual, and ancestral worlds of the Mundurucú of Amazonia.
SOURCES
Karsten, Rafael
1926 Civilization of the South American Indians: With Special Reference to Magic and Religion. London: Kegan Paul.

Murphy, Robert
1958 Mundurucú Religion. Berkeley: University of California Press.

Spix, Johann Baptist von and Karl Friedrich Phil. von Martius
1824 Travels in Brazil1817-1820 (H.E. Lloyd, trans.), 2 vols. London. 

Steinen, Karl von den
1899 "Indianerskizzen von Hercules Florence." Globus 75: 5-9, 30-35.

Viveiros de Castro, Eduardo
2004 "Exchanging Perspectives: The Transformation of Objects into Subjects in Amerindian Ontologies." Common Knowledge 10(3): 463-484.

La escritura letrada de Vargas Llosa


Luis Martín-Cabrera *

No creo que el Premio Nobel de Literatura o los premios literarios en general tengan ninguna legitimidad. No me interesa por tanto discutir si el premio Nobel de Literatura a Vargas Llosa es justo o injusto. Lo que me interesa explorar es el modo en el que amplios sectores de izquierda parecen asumir explícita o implícitamente que Vargas Llosa es un intelectual orgánico de la internacional neoliberal conservadora, un esbirro del imperio y, al mismo tiempo, el autor de algunas novelas de indudable valor literario. Algunos son incluso más específicos y añaden que sus mejores novelas son aquellas que publica en su primera época, antes de su ruptura con la revolución cubana y de abandonarse a un tipo de escritura eminentemente comercial y oportunista. Esta concepción de la obra de Vargas Llosa asume sin discutirlo nunca que el estilo, la calidad literaria o la literatura en general están al margen de la realidad, au dessus de la mêlé. Pero la literatura, como cualquier otro discurso, está no sólo inserta en la realidad, sino que es un modo de construir, conocer y atravesar esa realidad. Por eso, no hay estilo inocuo ni estética literaria que no esté siempre ya determinada por todas las tensiones del poder: el fondo y la forma son inseparables y están abocados a producir efectos ideológicos. En América Latina, nadie como Ángel Rama entendió las estrechas conexiones de la literatura con las estructuras de poder, dominación y explotación que constituyen la historia de la región desde la colonia a la formación de los estados modernos. Rama teoriza las relaciones entre escritura y poder a partir de la figura del letrado, una singular versión del intelectual orgánico gramsciano. Para el critico uruguayo, la escritura desempeña un papel fundamental en América Latina, porque desde la conquista en adelante, son sólo una minoría los intelectuales que tienen el privilegio de acceder a la escritura y lo hacen siempre en contraposición a las culturas orales precolombinas y sus particulares formas de entender el lenguaje y la historia. A partir de la independencia y con mayor ímpetu todavía con la llegada de la modernidad, el letrado latinoamericano se transforma en una suerte de mediador entre el Estado y las clases subalternas. El letrado es, por tanto, traductor y representante de las clases subalternas en su proceso de integración a los procesos de modernidad en América Latina. Esta particular singladura está en el corazón, por ejemplo, de toda la literatura indigenista del continente. El escritor indigenista está entre el Estado y las masas de indígenas tratando de imaginarles un lugar en el corazón de la patria tras siglos de invisibilidad, explotación y opresión. Esta importante y ambivalente posición de representantes de "los sin voz" que ocupan los escritores letrados en América Latina es crucial para entender la producción literaria y cultural.

En este sentido, cabe decir que Mario Vargas Llosa es un escritor letrado por definición y, no sólo eso, es un escritor letrado que siempre o casi siempre ha escrito a favor del poder de las clases dominantes, primero en América Latina y más tarde a nivel global. Esta adscripción al poder constituido se puede leer en novelas a priori tan alejadas de la política como “La tía Julia y el escribidor” (1977). La novela, escrita en clave autobiográfica, cuenta la historia de "Varguitas" un joven escritor latinoamericano que se inicia en la literatura y en el amor con una turgente tía suya, a pesar y contra los valores burgueses de su familia. Pero la novela es también la historia de Pedro Camacho, un “escribidor” boliviano de guiones de radionovela que inicia a “Varguitas” en la escritura. Al cabo de escribir tantos folletines, Camacho acaba volviéndose loco y produciendo un discurso delirante, donde el folletín, la realidad y la ficción se vuelven inoperativos. Por tanto, lo que está en juego no es sólo la iniciación del joven escritor, sino la autoridad del letrado sobre la cultura popular oral, lo que la novela produce es la distinción entre el escritor letrado con capital simbólico y el escribiente popular sin capital cultural ni legitimidad, el otro abyecto.

Esta obsesión por ejercer y reclamar la autoridad del escritor letrado sobre las clases subalternas aparece en infinidad de novelas de Vargas Llosa y llega a su clímax con la publicación de “El Hablador” (1987), novela que vuelve a mezclar dos planos narrativos y dos voces, la del hablador y la del escritor letrado. El “hablador” es una figura clave en las culturas indígenas de la amazonía, porque es el encargado de preservar y actualizar la historia de la comunidad, una suerte de archivo oral andante. A medida que avanza la novela la contraposición entre oralidad y escritura se acentúa y se vuelve más violenta, hasta que descubrimos que, en realidad, el “hablador” es, Saúl Zuratas, un compañero de facultad del escritor/narrador. Zuratas, apodado “Mascarita” por una mancha oscura que le cubre la mitad de la cara y por su cabello endiablado y pelirrojo era famoso por su fealdad, era hijo de un judío y una criolla. Así de crudo y poco sofisticado: Zuratas se interesa en las culturas indígenas porque es feo. De hecho, la novela no es más una burda re actualización de la dicotomía civilización y barbarie que inaugura el Facundo del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento. Los indios, para Vargas Llosa, representan simplemente la barbarie y el atraso. Tal y como expresara con singular brutalidad en un artículo publicado en la revista norteamericana Harper’s: “Questions of Conquest: What Columbus Wrought and What He Did Not”, el precio que debe pagar Perú por el desarrollo y la modernidad es la extinción de sus culturas indígenas, porque éstas no son más que un lastre antimoderno e irracional.

Vargas Llosa, que seguramente es un lector ferviente de “Kafka y sus precursores”, sabe como Borges que todo escritor se inventa su propia genealogía literaria. Por eso, además de desplazar continuamente la oralidad, la cultura popular y el indigenismo, el escritor hispano-peruano, como lo llama El País , también está obsesionado por ejercer su autoridad y desplazar a otros escritores, sobre todo a aquéllos que han puesto su escritura a favor de la revolución y de los excluidos (los otros letrados). “La guerra del fin del mundo” (1981) es ejemplar en este sentido, porque se trata de una reescritura de la novela “Os Sertoes” (1902), del escritor brasileño, Euclides da Cunha. Las dos novelas cuentan la historia de Antonio Consejero, una especie de líder religioso-político de Canudos que forma una comunidad que suprime, entre otras cosas, el dinero y el sistema métrico decimal. Los rebeldes de Canudos, los más desposeídos y olvidados del Brasil, se resisten a la dominación del Estado liberal hasta que el ejército les aniquila. Sin embargo, mientras que Euclides da Cunha se esfuerza en intentar comprender Canudos como una forma de "contra racionalidad" y resistencia al Estado liberal, Vargas Llosa construye a los rebeldes como obstinados místicos milenaristas y transforma a da Cunha en un periodista ciego. Apoyar la revolución produce ceguera política.

Pero no sólo son da Cunha o García Márquez, ningún escritor inquieta y preocupa tanto a Vargas Llosa como José María Arguedas. Arguedas era quechuahablante y su literatura, al contrario que la de Vargas Llosa, se movió siempre en una tensión entre dos mundos, dos lenguas y dos historias; “El Zorro de arriba y el zorro de abajo”, como tituló su última novela. Arguedas, como José Carlos Mariátegui aunque de manera diferente, no vio en las culturas indígenas una rémora, sino la posibilidad misma del comunismo incaico, de una sociedad y una modernidad asentadas sobre el comunitarismo y no sobre el genocidio cultural y físico de los indígenas. Si, como Borges imaginó en “La biblioteca de Babel”, todo libro tiene su contralibro, sin duda el contralibro de la “Ciudad y los Perros” (1962)  es “Los ríos profundos” (1956). Mientras que “La ciudad y los perros” es el relato iniciático de la burguesía limeña, “Los ríos profundos” es el relato iniciático de un sujeto cuzqueño radicalmente mestizo y utópicamente bicultural; mientras que “La Ciudad y los perros” está escrita en el español de la clase media limeña, “Los ríos profundos”  está escrita un español liberado de sus trabas por la sintaxis del quechua; mientras el protagonista de “La ciudad y los perros”  se debate entre sus amores y su solidaridad con “el esclavo”, Ernesto, el protagonista de “Los ríos profundos” , se identifica con la rebelión de las indias chicheras contra la opresión neocolonial; mientras que Arguedas se pegó dos tiros para firmar su última novela, desesperado por las contradicciones de la modernidad andina, Vargas Llosa gana el premio Nobel de Literatura.

A Vargas Llosa le preocupa tanto Arguedas que escribió un panfleto infame, “La utopía arcaica”, cuya única función es desplazar a Arguedas del canon literario peruano para ponerse él. Los ejemplos podrían multiplicarse, podemos pensar muchas cosas de Vargas Llosa, pero no podemos decir, si somos lectores serios y rigurosos, que su literatura se hizo al margen de las voluntades de los poderosos; podemos pensar que es buena literatura, pero no podemos ignorar que su literatura se construyó sobre el desprecio más absoluto a las clases populares latinoamericanas.

* Profesor asistente del Departamento de Literatura de la Universidad de California, San Diego (EEUU).

Por Agencias - Agencia - 17/10/2010

Imagen 1: Mario Vargas Llosa
Imagen 2: José María Arguedas

Aumento del conocimiento geográfico de Asia (finales del s.XIX)


La medición trigonométrica de la India probablemente fue la más importante empresa geográfica que tuvo lugar durante el siglo XIX. Tuvo su origen en una serie de estudios independientes que empezaron en 1767, pero que no se plasmó en un único proyecto nacional hasta 1883. La exhaustiva medición topográfica empezó en 1800 y duró 70 años. En ella participaron equipos de agrimensores (topógrafos) que midieron cada palmo del subcontinente con cadenas métricas, triangulaciones y teodolitos. La medición se empezó en Madrás, en la costa este, extendiéndose en abanico hacia el norte y el sur, llegando, finalmente, hasta el Himalaya. La operación fue dirigida por George Everest y su sucesor, Thomas Montgomerie. No obstante, para los británicos que exploraban la India los más misteriosos y prometedores lugares eran los que se encontraban al norte del Himalaya. Sin embargo, no se organizó ni una sola expedición para explorar el corazón del Asia central, aunque, durante siglos, valerosos personajes se habían adentrado en las desconocidas regiones interiores, a veces disfrazados de comerciantes musulmanes, siendo algunos de ellos asesinados por las tribus indígenas o por recelosos gobernantes. Muchos de ellos eran oficiales del ejército que realizaban misiones de espionaje para su país, en la carrera que habían emprendido Gran Bretaña y Rusia para hacerse con el control de Asia central y de las tierras colindantes. Los rusos también enviaron osados exploradores como C.P.P. Semenov, que fue a las montañas Tien Shan, o el conde Nikolái Przhevasky. Por su parte, la Real Sociedad Geográfica británica rindió homenaje a muchos de sus exploradores, algunos tan importantes como Henry Haversham Godwin-Austen, en cuyo honor se nombró la segunda montaña más alta del mundo conocida también como K2; George Hayward, por la labor realizada en la cordillera de Karakoram; y Ney Elias, por su trabajo en China y Turkestán. Pero quizá los exploradores más intrépidos fueron los pundits, los medidores hindúes especialmente adiestrados por Montgomerie para dar exactamente dos mil pasos por milla. Estos expertos medidores se adentraron en el Tíbet disfrazados de peregrinos budistas y, equipados con equipos de medición escondidos en las fundas de los libros de rezos, trazaron secretamente los mapas de los alrededores de Lhasa, arriesgando sus vidas. Puso fin a esta etapa la gran expedición de Francis Younghusband, que marchó sobre Lhasa entre 1903 y 1904 al no conseguir resolver el conflicto por vía diplomática, y que finalmente desembocó en una batalla en la que murieron muchos tibetanos. El ambicioso explorador Sven Hedin y el húngaro Aurel Stein realizaron memorables expediciones a Asia central, llevándose consigo muchas de las obras de arte que encontraron.
Ultimos viajeros de Asia:
Hacia finales del siglo XIX, una oleada de exploraciones penetró en las hasta entonces regiones desconocidas del Asia Central, regiones que fueron atravesadas por Marco Polo y que desde entonces no habían vuelto a ser vistas por ningún europeo.
Sir Francis Edward Younghusband (Murree, India 1863-Lytchett Minster , Dorsetshire 1942):
Soldado y diplomático, fue además uno de los más insignes exploradores británicos. En 1886 había viajado por Manchuria desde Pekín a Kashmir, atravesando la cordillera Karakorum por el paso durante mucho tiempo olvidado de Muztagh. Regresó a través del Turkestán chino a la India. En 1903-04 dirigió una expedición británica hasta la ciudad prohibida de Lhasa, en Tibet, que dio como resultado el Tratado Anglotibetano de 7 de septiembre de 1904. Profesor en Cambridge (1905-06) y residente británico en Cachemira (1906-09), fue ennoblecido en 1913 y presidió la Royal Geographical Society en 1919. Entre sus numerosas obras figuran The Heart of a Continent (1898), Kashmir (1909), India and Tibet: Within (1912), The Epic of Everest (1927), Down India (1930), Everest: The Challenge (1936) y The Sum of Things (1939).
Sir Aurel Stein:
Fue contemporáneo de Younghusband. Su época más conocida como explorador empezó en 1900, cuando tras escalar el Himalaya exploró el desierto de Takla Makan y reveló una gran riqueza de tesoros arqueológicos budistas. En su segunda expedición realizó importantes descubrimientos, incluidos varios documentos griegos , que aportaron muchos detalles para un mejor conocimiento de la invasión de Asia por Alejandro Magno. Sir Aurel investigó también la validez de las narraciones de Marco Polo, y se convenció de la exactitud de su obra y de que se podía aceptar por completo. Tras atravesar el desierto de Gobi, efectuó un hallazgo arqueológico de primera categoría en una estación en la Gran Muralla de China, con la inclusión de pinturas y manuscritos perfectamente conservados, que ejercieron gran influencia histórica. Entre otras cosas, los manuscritos probaron que en China ya se había descubierto la imprenta en el siglo IX. Realizó nuevos e importantes descubrimientos en el norte de India y Persia, y aunque se consideraba más bien un arqueólogo, tenía mucho de explorador.
Percy Sykes:
También británico. Su campo principal de actividad estaba en Persia y Asia Central, donde prestó sus servicios como diplomático durante 20 años, en los que realizó seis importantes viajes en regiones aún desconocidas. Al igual que los de Stein, sus viajes arrojaron mucha luz sobre los de Marco Polo y Alejandro Magno, algunas de cuyas reliquias descubrió. A partir de entonces son innumerables las expediciones que han cruzado Asia en casi todas las direcciones posibles.

Aufchnitzer y Harrer en el Tibet (1939-1945):
Los eminentes alpinistas Peter Aufchnitzer, de Alemania, y el austríaco Heinrich Harrer protagonizaron una accidentada aventura en nuestro siglo. Ambos eran miembros de una expedición al Himalaya; al sorprenderles el estallido de la segunda guerra mundial, se vieron internados en un campo de concentración británico de prisioneros de guerra. Tras intentar varas veces la huida, al final lo consiguieron y atravesaron el Himalaya hasta el Tibet neutral, donde tenían libertad de movimientos. Aprendieron la lengua he hicieron viajes a lo largo del valle de Brahmaputra superior y hasta los desolados yermos de Changtang. Superando enormes dificultades llegaron a Lhasa, donde pobres y andrajosos se entregaron a la misericordia de una noble familia tibetana. Al igual que le ocurrió a Marco Polo, fueron muy bien recibidos, y ellos a su vez ofrecieron sus habilidades científicas occidentales, por las que fueron recompensados, pasando a ocupar cargos importantes en la corte tibetana. Sin embargo, este ascenso sólo incrementó sus actividades exploratorias. El libro de Harrer Seven years in Tibet sirve como testamento de una manera de vivir que ha permanecido invariable desde la Edad Media y que al cabo de poco tiempo iba a ser aplastada con la invasión china.

Imagen 1: Lhasa
Imagen 2: Fortaleza He Zhang Cheng en el desierto Takla Makan

Monday, October 11, 2010

Con la ley en la mano


Manuel Vargas
 
Y con el testamento bajo el brazo, tendría que aumentarle entre paréntesis. Esta filípica se me ocurrió después de que me llamó una amiga diciendo:
-¿Y los escritores no vamos a decir nada sobre esta famosa ley contra el racismo y la discriminación? Acabo de leer la novela de Adolfo Cárdenas (perdón Adolfo, por señalarte con el dedo) y por todo lo que ahí se dice, indio esto, indio lo otro, tendría que estar en la cárcel.
Eso me dijo. Y no estamos hablando de una novelucha cualquiera, y así sea cualquiera, según mi modesto entender, tiene derecho a existir, como los hijos fallados y locos o deformes. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Nosotros no somos “nadies”, pero resulta que siempre ha habido desquiciados que se creen con el deber y la capacidad de decir esto sí, esto no tiene derecho a existir. Así que, escritores bolivianos, a poner sus novelitas en remojo, que vienen los críticos del nuevo Estado que quieren repetir las infamias y estupideces que creíamos superadas en el pasado siglo. Sí, cuando se intentaba construir sociedades mejores, pero a la mala y a la fuerza.
-Peo, me dirá más de una persona juiciosa, ¿no te estás adelantando mucho? ¿Por qué se creen tan importantes los escritores?, ¿acaso los leen siquiera? Si aquí nadie lee.
-Pero van a comenzar a leer.
-Ya, digamos. ¿Pero acaso tú vas a ponerte a insultar y a decir barbaridades para llamar la atención o qué? No sean susceptibles. Los humoristas ya han dicho sus cosas y qué han sacado. Son unos susceptibles, están haciéndole el juego a la derecha.
Sí, son capaces de decirme eso. Pero yo les quiero recordar una cosa. El año 1980-81 ya me persiguieron, me insultaron y me hicieron un juicio por publicar un cuento, un obviamente malísimo cuento que dañaba el honor de la mujer cruceña. Dizque el Manuel Vargas decía ciertas barbaridades sin cuento. Y no era yo, era mi personaje, un borrachito mal hablado que repetía lugares comunes que todos conocemos. Pero la turba, la masa y quienes la manejan, qué iban a diferenciar esas finuras. Cierre del periódico que me cobijó. Y juicio y persecución. Y exilio. Y Arce Gómez diciendo en la tele: “Se ha insultado también a mi madre, porque mi madre es cruceña”.
Y qué desgracia. Nuestro actual Presidente dijo algo parecido y con toda la emoción y la bronca del caso: “La ley no se cambia. ¡Mi madre y mi padre han sido discriminados racialmente!”
Las malas pasadas que me juega la memoria. Pero no se puede dejar de señalar estas correspondencias. Y de denunciar que estamos yendo para atrás en materia de derechos y libertades. ¿Acaso hace un mes la Ministra de Educación no quería hacer retirar un cuadro del Museo Nacional de Arte? ¿Hasta cuándo podremos todavía abrir el pico? ¿Hasta dónde aguantaremos? Cuando nos toque, señores y señoras, no van a haber “reglamentos” o píldoras doradas y finuras que diferenciar. Pero esta vez no será por la prepotencia de algún Comité o la Unión Juvenil de esos años, sino -por algo estamos en un nuevo tiempo- con la ley en la mano.
Un añadido más. Por si acaso, quienes nos dedicamos a escribir cuentos y a la creación en general, lo hacemos porque tenemos una profunda bronca contra la sociedad que nos ha tocado vivir. Lo hacemos por rebeldía, siempre seremos los eternos descontentos. Somos un mal ejemplo, somos los aguafiestas, los que decimos no, porque es la única manera de ser humanos en este mundo de nuevos empoderados y satisfechos.         

Publicado en La Prensa(La Paz), octubre 2010

Imagen: Quema de libros. Imagen de la ‘Nuremberg Chronicle’, de Hartmann Schedel, 1493
   

Saturday, October 2, 2010

COMUNICADO (EN LOS 30 AÑOS DEL MOVIMIENTO DEL 68)


por Subcomandante Insurgente Marcos  
Ejército Zapatista de Liberación Nacional 
México

A la Digna Generación de 1968
Hermanos y Hermanas: Les escribo a nombre de los hombres, mujeres, niños y ancianos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional para saludarlos en esta fecha que recuerda los 30 años de la matanza de Tlatelolco, pero también los 30 años de un movimiento que luchó por la democracia, la libertad, y la justicia para todos los mexicanos. 
68 no es sólo el 2 de octubre y la dolorosa Plaza de las Tres Culturas. 68 no es sólo aquel Tlatelolco, aquel edificio Chihuahua contemplando, olímpicamente atónito y apenado, la matanza de niños, hombres, mujeres y ancianos desarmados e inermes ante las tanquetas, los fusiles, las ametralladoras, la estupidez hecha gobierno.
68 no es sólo la plaza resumiendo y resumando la sangre de tres culturas bajo la muerte decretada por un sistema políticoque hoy se mantiene y se reproduce sobre matanzas semejantes.
68 es también y sobre todo, la Marcha del Silencio, el Poli, la UNAM y cientos de estudiantes de instituciones de educación superior viendo para abajo, el Topilejo de la autonomía popular, las asambleas, las pintas en los muros, las brigadas, losmítines relámpago, la calle subvertida y vistiendo la dignidad con ropajes nuevos. La calle como territorio de la otra política, la de abajo, la nueva, la luchadora, la rebelde. La calle hablando, discutiendo, haciendo a un lado automóviles y semáforos, pidiendo, reclamando, exigiendo un lugar en la historia. 
68 es una ventana para ver y aprender de la abierta confrontación entre varias formas de hacer política, entre distintasmaneras de ser humanos. 
El movimiento de 1968 marcó la historia de este país de manera definitiva. Entonces se enfrentaron dos países: el construido sobre la base del autoritarismo, la intolerancia, la represión y la explotación más brutales; y el que se quería y quiere construir sobre la democracia, la inclusión, la libertad y la justicia.
Allá arriba en el México de los poderosos, de los que deciden con la fuerza y por la fuerza el rumbo que más convenga a sus propios intereses, de los que hacen del monólogo, el garrote y la mentira la forma de gobierno, de los que no escuchan más que la voz que les devuelve el falso espejo que el Poder construye para quienes lo sirven e idolatran, de los que ofrecen la mano tendida y el diálogo directo mientras golpean, persiguen, encarcelan, violan, asesinan y mienten a quienes no les rinden obediencia ciega, sumisión, cabezas gachas.
El México del PRI y de los militares. El México de la violencia y la mentira. El México de los que inventan confabulaciones desestabilizadoras, conspiraciones extranjeras, bienestar para la familia, rescates bancarios, voluntades de diálogo, ayuda a damnificados, caminos y puentes.
El México de los que simulan gobernar para todos. 
El México de los que administran la catástrofe para beneficio de unos cuantos. 
El México de los criminales que ordenan y que jalan el gatillo en Tlatelolco, en Acteal, en Chavajeval, en Unión Progreso, en Aguas Blancas, en El Charco. 
El México de los de arriba. El México que agoniza. Abajo el México de 68 
El México de los que viven y mueren la rebeldía y la lucha por la justicia de la única forma posible, es decir, de vida entera. 
El México de los que siguieron, y siguen, exigiendo, luchando, organizando, resistiendo. 
El México de los que no vieron pasar los años con amargura, los que se levantaron, volvieron a caer. Los que volvieron,vuelven siempre, a levantarse. 
El México de los que no limitaron la rebeldía y la exigencia de justicia a meros asuntos de calendario, a enfermedades pasajeras que la edad cura. 
El México de los que no definieron “rebeldía” sólo como una noción que no iba más allá del largo del pelo de los hombres e inversamente proporcional al largo de la falda de las mujeres. 
El México de los que no se contentaron sólo con buscar en el cuadrante de su radio la respuesta que está en el viento, que no vieron la rebeldía nada más como una incómoda moda de decir “no”, que no definieron la lucha por la justicia sólo como el éxito musical que se tararea continuamente. 
El México de los que no se dejaron que el paso del tiempo igualara cordura con claudicación. 
El México de los que no cortaron su dignidad ni alargaron la desmemoria. 
El México de los que no hicieron del 68 pasado vergonzante, mera travesura juvenil, escalera al mal gobierno.
El México de los que no fueron, ni son, ni serán líderes, pero que en la casa, en el trabajo, en el camión, en el taxi, en el caballo, en la máquina, en el aula, en la fábrica, en la iglesia, en el pesero, en la silla de ruedas, en el autobús, en el arado, en la peluquería, en el salón de belleza, en el tractor, en el avión, en el taller, en el puesto ambulante, en la motocicleta, en el mercado, en el hospital, en la curul, en el estadio deportivo, en el consultorio, en el escenario, en el laboratorio, en el cabaret, 
en el asilo, en el escritorio en la oficina, en los estudios de cine, radio y televisión, en los talleres de artes plásticas, en el metro, en el clóset, en las sillas de redacción, en el mostrador, en la bicicleta, en cualquiera de los colores con que se pinta lo cotidiano y silencioso, levantan una mano, una imagen, un sonido, una boleta, un voto, un puño, un pensamiento, una voz para hacer frente a las mentiras gubernamentales y decir: No, ya no. Ya basta. No les creo. Queremos algo mejor. Merecemos algo mejor.

El México de los que en sindicatos, en centros de educación, en los partidos políticos de oposición, en las organizaciones sociales, en las organizaciones no gubernamentales, en las colonias populares, en los ejidos y comunidades, en la clandestinidad, en las calles y en los campos y en las montañas, en todas partes, continuaron, siguieron, resistieron. 
El México de los que aprendieron que la esperanza se construye también con dolores y caídas.
El México de los que dijeron NO a la falsa comodidad de la rendición, de los que con el pelo corto, largo o sin cabellos hicieron crecer su dignidad, de las que acuñaron la memoria sin importar si la falda cubría o no las rodillas.
El México de los que vivieron y murieron 68 y empezaron a parir otro mañana, otro país, otra memoria, otra política, otro ser humano. 
El México de los que no construyen escaleras, de los que ven a los lados y encuentran al otro para hacerse y hacerlo “camarada”, “compañera”, “compañero”, “hermano”, “hermana”, “pareja”, “compita”, “valedor”, “amigo”, “amiga”, “manito”, “manita”, “colega” o como quiera que se le llame a ese largo y accidentado camino colectivo que es la lucha por todo para todos.
El México de los de abajo. El México que vivirá. 
El México de 1968. 
El México de los todos que se repiten y renuevan en su lucha –distintos, diferentes, otros– por la democracia, la libertad y la justicia sin importar edades, sexos, colores, culturas, provincias y localismos, lenguas y credos. 
El México de los que lucharon y luchan por ser mejores de la única forma en la que es posible ser mejores, es decir, con todos. 
A ellos y ellas. A los que siguen. A los que resisten. A los que continúan. A los que, aún muertos, sobrevivieron 68 y hoy vemos de este lado, junto nuestro aunque distintos y diferentes. A ellos y ellas. A los que siempre saludamos nosotros los zapatistas. 
1968. 1998. 
Tiempo de exigir que se conozca toda la verdad, que no queden impunes los crímenes de ayer y de hoy. 
1968. 1998. 
Entonces y ahora la mentira de arriba vino para esconder la realidad. 
Entonces y ahora la verdad de abajo viene para mostrar la realidad. 
1968. 1998. 
La realidad de la sangre manchando las plazas. 
La realidad del autoritarismo llevado al crimen. 
1968. 1998. 
La realidad de los muertos y los vivos recordando y cultivando la memoria. 
La realidad de la lucha que sigue. 
La realidad del mañana que se anuncia, que vendrá...
Vale. Salud y no hay que olvidarlo: 30 años después... la lucha continúa. 

Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General 
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. 
México, octubre de 1998.

Imagen 1: Jaguar, en una gráfica radical
Imagen 2: Glifo de Tlatelolco

DE LA GUERRA Y DEL CORAZÓN/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

En medio de la curiosidad que producen las muertes y las tragedias, de ese morbo inmóvil que impulsa a ver por ver sin ningún sentido de solidaridad o auxilio al prójimo, ni tampoco captura memoriosa de aquello que desaparecerá por siempre, muchos periódicos impusieron a sus lectores y no lectores – simples paseantes de la calle – la insoportable deformación que produce la muerte en lo que fue la vida.
El pesado cuerpo del señor Briceño, o Jojoy, cubierto por la sombra de la sangre y sobre una bandeja de laton de cocina de restaurante, bien podía recordar alguna escena de la novela El otoño del patriarca. Algo conmovía, o repugnaba, o maltrataba el pudor, a pesar de la humanidad que fue.
En toda la masa de información de los medios cuyo contenido repetía aspectos sabidos del conflicto y retratos de superficie de los guerreros de un lado y del otro, y conjeturas políticas sobre el futuro, un aspecto llamó la atención de los ciudadanos. ¿Por qué tantas cámaras, de fotografía y de televisión, en la entrada de la morgue, la sala de medicina legal que en las indicaciones del edificio aparece como anfiteatro?
Las respuesta son múltiples. Desde el siniestro comercio de grasa de muertos que surte los locales en las calles aledañas a la morgue con sus ofertas de rezos, limpiezas de la saladera, ubicación de enemigos, baños para atraer la fortuna, sahumerios para retener el amor; hasta los recogedores de una hebra de cabello, un pedazo de uña, con los cuales venden relicarios de los santos del infierno – que también los hay -. Por supuesto hay que nombrar a los esperadores de milagros. Estuvieron atentos a la resurrección de Jojoy y el consiguiente discurso en la mitad del desolado parque.
Sin embargo el silencio irreversible de la muerte se impone. Y de la inexplicable ola de reporteros y carreras sin dirección, entre los adoloridos buscadores de cadáveres de familiares, se destacaron discretas presencias. Es una lástima que los escandalosos hábitos del espectáculo hayan malogrado la perspicacia del periodismo colombiano y sus admirables antecedentes.
De esos hechos que enseñan más de Colombia y son capaces de despertar preguntas distintas, la redacción de Bogotá de El Tiempo, sin nombrar al sensible periodista, relató algunas.
La de la mujer de 62 años que se enteró de las noticias por la radio. Esta señora convidó a sus familiares a ir hasta el anfiteatro. Sin ser pariente de Jojoy su motivo indiscutible. Se trata de un hecho histórico, dijo. La mujer quería ver la historia. No hacía falta considerar a que llamaba un hecho histórico. Con su edad ella carga tiempo para haber conocido hechos que son parte de la historia: el premio Nobel de García Márquez, los ciclistas ganadores, los boxeadores campeones, los médicos descubridores, los poetas galardonados, los humildes de la resistencia, es decir la historia que nos dignifica y nos estímula; y la de los Sangre Negra y Escobar y Gacha y los ladrones de lo público y de los políticos indignos y los violadores de niños y mujeres y jóvenes, es decir la post data a la historia universal de la infamia.
O la de la mujer que lloró. Las lágrimas y su enigma.

Publicado en Cartagena de Indias (Colombia), septiembre 2010

Imagen: Goya/Desastres de la guerra