Wednesday, April 18, 2012
JORGE EDWARDS, DE PARÍS AL PESO DE LA NOCHE
Jorge Edwards estuvo cinco años en el extranjero, si es que podemos considerar a París, esa "ciudad dos veces grande" como dijera César Vallejo, una ciudad extraña, perteneciente a otro mundo. Sobre todo, cuando sigue sellado el meridiano cultural de América Latina, el lugar a donde van a escribir o sueñan a escribir la mayoría de nuestros escritores.
Jorge Edwards estuvo cinco años en el Servicio Exterior del país. Vuelve con el cabello algo más raleado de lo que corresponde a sus treinta y siete años, naturalmente algo más grueso que el adolescente que sorprendiera con El Patio, en 1950, cuando su aire era de un Barrault de El Puritano; pero conserva su contenido humor, su amor por degustar los frutos del país (chicha y mariscos especialmente) de los cuales estuvo desterrado, tiene aún más seriedad y objetividad para enjuiciar nuestra realidad. Ha vuelto con El Peso de la Noche bajo el brazo, su obra que fuera laureada por Seix Barral, la afamada editorial española, traspasando así el ámbito provinciano en el cual editorialmente se suele encerrar nuestra novela. Pasea de nuevo por Santiago, su ciudad querida, asombrándose del deterioro en que todo se encuentra.
–¿Cómo se va a ser escritor seriamente en Chile? –nos dice–. Se vive al día, lleno de problemas económicos. La literatura es un oficio lateral, sin la dedicación exclusiva que necesita, especialmente la novela. Pero aún cuando uno ganara como Vargas Llosa diez mil dólares de derecho de autor, tampoco podría estar tranquilo y aislarse egoístamente a escribir viendo la situación de nuestro pueblo. El medio es en verdad asfixiante. Es explicable que nuestro subdesarrollo toque al desenvolvimiento de la literatura. Y agreguemos el aislamiento cultural, agravado todavía por situaciones como las que nos incomunican culturalmente con Cuba, nación latinoamericana. El novelista Andrés Pierre de Mandyargues me decía en París, pese a ser escritor de derecha, que él no se explicaba esta situación.
En fin, de algunas largas conversaciones con Jorge Edwards, que fuera amigo personal de Cortázar y Vargas Llosa, Carlos Fuentes y la mayoría de los escritores latinoamericanos en Europa, procedemos a extraer algunas preguntas y respuestas, sobre los temas de actualidad en la novela hispanoamericana, y sobre su propio trabajo literario. Presentamos párrafos marcados a nuestros lectores.
–La literatura latinoamericana puede ser la rusa de principios de siglo, en cuanto a influencia. Pero el tiempo...
–Por primera vez la literatura de América Latina se lee y, además, cuenta para algo en el panorama europeo. Antes hubo casos aislados de difusión en Europa, pero ahora es un conjunto de narradores y poetas el que empieza a ser conocido y discutido; Carpentier, Asturias, Rulfo, Guimaraes Rosa, Neruda, Borges, Octavio Paz, Cortázar, Carlos Fuentes. Y continuamente surgen nombres nuevos; los más recientes son los de Vargas Llosa y García Márquez. Se ha llegado a hablar de un auge de la literatura latinoamericana comparable al de la novela norteamericana en la década del treinta, cuando París y después el resto de Europa descubrieron a Faulkner y a Hemingway, y al de la novela rusa a principios de siglo. La comparación, por el momento, es quizás demasiado optimista; el proceso está en sus comienzos y es difícil predecir hasta dónde se desarrollará. Todo dependerá de la evolución de los propios escritores, ya que la mayoría de los nombrados, y muchos de los que podrían agregarse a la lista, se encuentran en plena actividad creadora. Nuestra crítica tiende a considerar como obra cerrada y acabada la de autores como Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez y otros. Ninguno de ellos, sin embargo, ha cumplido los cuarenta años. Es como juzgar a Joyce antes de haber publicado Ulises o a Proust antes de la Búsqueda. Hoy día se dan todos los estímulos a los escritores, menos el tiempo: y tiempo es el único ingrediente verdaderamente indispensable de cualquier literatura...
–¿Quiénes son y quiénes no son en esta ola?
–La crítica europea suele tener una imagen preconcebida y simplificada de la realidad latinoamericana; esto contribuye a menudo a deformar el juicio literario. Se busca el exotismo y el primitivismo. No se admite fácilmente que nuestros autores puedan describir un mundo más o menos semejante al de Europa: por ejemplo se condena a Borges o a Cortázar por el pecado de intelectualismo, por incurrir en juegos intelectuales, por no ser escritores "americanos", como si la inteligencia fuera patrimonio exclusivo del viejo continente. Hay en esto un resabio de colonialismo cultural; un eco, también, de la tendencia rousseauniana a buscar en América al "hombre natural". Pero esta actitud no está generalizada. El prefacio de Las palabras y las cosas, una de las obras teóricas que ejerce mayor influencia y provoca mayores polémicas en Francia en este momento, comienza con la siguiente frase de su autor, Michel Foucault: "Este libro tiene su lugar de nacimiento en un texto de Borges". Y el último film de Antonioni, Blow Up, se inspira en las correrías del protagonista del relato de Cortázar "Las babas del diablo", fotógrafo franco-chileno por añadidura, que ocupaba sus horas parisinas en traducir a un jurisconsulto de las orillas del Mapocho... No faltará alguien para sostener que esto sólo se debe al incremento de los medios modernos de comunicación pero si se mira el fenómeno con cierta perspectiva y con espíritu amplio, se ve que nuestra literatura (y me refiero a la literatura de toda América Latina, ya que no creo que valgan, frente a la gran corriente unificadora que es el idioma, los particularismos nacionales) empieza a encontrar un lenguaje propio y, por lo mismo, válido en el verdadero sentido de esta palabra.
–Ahora, hablemos de sus próximas publicaciones.
–Entregué hace poco a la editorial Seix Barral un nuevo libro, Las máscaras, que aparecerá en Barcelona a comienzos del año próximo. Son ocho relatos escritos en París en los últimos tres años. Por su técnica y también por su atmósfera son muy diferentes a mis obras anteriores. Deliberadamente he utilizado algunos temas de mi primer libro, El patio, pero les he dado otro desarrollo e incluso otro sentido, de modo que resultan difíciles de reconocer. La variedad y la posible riqueza de un texto literario tienen, a mi juicio, mucho más relación con el lenguaje que con la anécdota. Algunos de estos relatos se encuentran a medio camino entre el cuento y la novela corta. Me refiero únicamente a su extensión; no conozco otro criterio seguro para delimitar estos géneros. El cuento no es más que una obra de ficción breve; puede cerrarlo un final sorpresivo o una vuelta de tuerca perfectamente previsible. Por mi parte, pienso con Flaubert que el ingenio es la cortesana de la literatura y que la sorpresa es un recurso mediocre; prefiero la reiteración que en vez de cerrar el relato lo abre hacia zonas más profundas y lo ilumina retrospectivamente con una luz diversa.
–¿Continúa utilizando temas santiaguinos en sus relatos?
–Santiago sigue siendo el escenario central, pero ahora aparecen inesperadamente otros lugares. Lugares que tampoco son París y que no derivan en forma necesaria de mi experiencia personal. Aún no puedo escribir sobre París; los sitios en que transcurre una novela o un cuento los escoge la memoria involuntaria y todo intento de forzarla provoca un inmediato retroceso. Pero he adquirido, me parece, cierta libertad de movimiento; en Las máscaras hay lugares del África Central que no he visto más que en el cine y una playa cuya existencia sólo conocí en La Iliada, una playa invadida por guerreros aqueos...
–¿Qué puede decirnos de la diplomacia chilena y los escritores chilenos?
–La presencia de los escritores en la diplomacia es una tradición francesa que fue adoptada, junto con tantas otras, por el siglo XIX latinoamericano. Blest Gana seguidor de Balzac, Ministro de Chile en París, acogido a jubilación en Francia y escribiendo allá un libro tan chileno, pese al idioma plagado de galicismo, como El loco Estero, es un paradigma de nuestro siglo XIX. La tecnocracia de inspiración anglosajona ha destruido hoy día casi por completo esa tradición, para bien o para mal de nuestra diplomacia y de nuestra literatura, no lo sé... Lo que sé es que la diplomacia ha devorado muchas vocaciones literarias. El propio Blest Gana, que viajó a Francia con el primer borrador de Durante la Reconquista, no pudo escribir una sola línea en toda su larga misión diplomática. El nos ha dejado testimonio de que al día siguiente de cesar en el cargo desató la cinta que amarraba ese manuscrito y reanudó la tarea. El Gobierno que le pidió la renuncia le había hecho un buen servicio.
Publicado en Plan, Santiago, Nº15 (07.1967), p. 2.
SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile
Imagen: El peso de la noche, Editorial Universitaria
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