“La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”. Esto lo dijo José Guadalupe Posada, el célebre pintor, ilustrador y caricaturista mexicano. Entre su legado más importante, se cuentan las numerosas ilustraciones que realizó de calaveras en distintas actitudes. Con estos dibujos y grabados fundó un imaginario mexicano que perdura hasta hoy y que está muy atado a su cultura. El Día de los Difuntos, que se celebra el 2 de noviembre, está vivencialmente unido a estas imágenes realizadas por Guadalupe Posada.
MUERTE Y VIDA. En un artículo que pertenece a El laberinto de la soledad titulado “Todos Santos, Día de Muertos” Octavio Paz también representa de una manera propia esta celebración. Desde la idea de la fiesta y la convivencia con la muerte del mexicano, el premio Nobel realiza un esbozo de cómo se vive esta celebración en su país. “Somos un pueblo ritual”, explica. Es desde esta aseveración que Paz desarrolla una reflexión que habla del mexicano, la fiesta y del Día de Difuntos. “El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados”. Para Paz, la fiesta es una explosión donde muerte y vida (“júbilo y lamento, canto y aullido”) se enmarañan en las conmemoraciones de su país. “No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo”.
RELACIONES PARADÓJICAS. La muerte es más que la proyección de la vida y siempre instaura una relación violenta. “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida”, afirma el autor de El laberinto de la soledad. “El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos. La presión de nuestra vitalidad, constreñida a expresarse en formas que la traicionan, explica el carácter mortal, agresivo o suicida, de nuestras explosiones. Cuando estallamos, además, tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae”. Así, la relación de la muerte con la vida es paradójica. Esta última nos venga de lo que vivimos, nos desnuda de las cargas banales y, pensemos en los grabados de Guadalupe Posada, nos muestra como el saco de huesos que somos, como las calaveras vestidas y pertenecientes a la fiesta. “En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos artificiales, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?”.
MOVIMIENTO PENDULAR. En este sentido, para Paz el mexicano (idea que se puede ampliar fácilmente a lo latinoamericano y, por qué no, a lo universal) se mueve pendularmente entre dos polos. “Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte”. Diego Rivera, el monumental muralista mexicano, afirmaba en torno a este tema y en relación a la obra de Guadalupe Posada: “La muerte parrandera que baila en los fandangos y nos acompaña a llorar el hueso en los cementerios, comiendo mole o bebiendo pulque junto a las tumbas de nuestros difuntos. La muerte que es, en todo caso, un excelente tema para producir masas contrastadas de blanco y negro, volúmenes recientemente acusados y expresar movimientos bien definidos de largos cilindroides formando bellos ángulos en la composición, magistral utilización de los huesos mondos. Todos son calaveras, desde los gatos y garbanceras, hasta Don Porfirio y Zapata, pasando por todos los rancheros, artesanos y catrines, sin olvidar a los obreros, campesinos y hasta los gachupines”. Es este espacio el que retrata Guadalupe Posada y sobre el que medita Paz. El contacto con la muerte, su presencia menos abstracta y más carnal, su cercanía constante.
MUERTE Y VIDA. En un artículo que pertenece a El laberinto de la soledad titulado “Todos Santos, Día de Muertos” Octavio Paz también representa de una manera propia esta celebración. Desde la idea de la fiesta y la convivencia con la muerte del mexicano, el premio Nobel realiza un esbozo de cómo se vive esta celebración en su país. “Somos un pueblo ritual”, explica. Es desde esta aseveración que Paz desarrolla una reflexión que habla del mexicano, la fiesta y del Día de Difuntos. “El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados”. Para Paz, la fiesta es una explosión donde muerte y vida (“júbilo y lamento, canto y aullido”) se enmarañan en las conmemoraciones de su país. “No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo”.
RELACIONES PARADÓJICAS. La muerte es más que la proyección de la vida y siempre instaura una relación violenta. “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida”, afirma el autor de El laberinto de la soledad. “El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos. La presión de nuestra vitalidad, constreñida a expresarse en formas que la traicionan, explica el carácter mortal, agresivo o suicida, de nuestras explosiones. Cuando estallamos, además, tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae”. Así, la relación de la muerte con la vida es paradójica. Esta última nos venga de lo que vivimos, nos desnuda de las cargas banales y, pensemos en los grabados de Guadalupe Posada, nos muestra como el saco de huesos que somos, como las calaveras vestidas y pertenecientes a la fiesta. “En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos artificiales, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?”.
MOVIMIENTO PENDULAR. En este sentido, para Paz el mexicano (idea que se puede ampliar fácilmente a lo latinoamericano y, por qué no, a lo universal) se mueve pendularmente entre dos polos. “Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte”. Diego Rivera, el monumental muralista mexicano, afirmaba en torno a este tema y en relación a la obra de Guadalupe Posada: “La muerte parrandera que baila en los fandangos y nos acompaña a llorar el hueso en los cementerios, comiendo mole o bebiendo pulque junto a las tumbas de nuestros difuntos. La muerte que es, en todo caso, un excelente tema para producir masas contrastadas de blanco y negro, volúmenes recientemente acusados y expresar movimientos bien definidos de largos cilindroides formando bellos ángulos en la composición, magistral utilización de los huesos mondos. Todos son calaveras, desde los gatos y garbanceras, hasta Don Porfirio y Zapata, pasando por todos los rancheros, artesanos y catrines, sin olvidar a los obreros, campesinos y hasta los gachupines”. Es este espacio el que retrata Guadalupe Posada y sobre el que medita Paz. El contacto con la muerte, su presencia menos abstracta y más carnal, su cercanía constante.
1950 es el año en que se publicó El laberinto de la soledad, libro de ensayos de Octavio Paz.
Dice Octavio Paz sobre muerte y vida:
“Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. El mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte”.
“Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. El mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte”.
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 28/10/2012
Imagen: José Guadalupe Posada/Calavera revolucionaria, 1913
Imagen: José Guadalupe Posada/Calavera revolucionaria, 1913
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