El periodismo, “el mejor oficio del mundo”, tiene un maestro en el arte de la hipérbole. “La regla fundamental de la escritura de Gabriel García Márquez es la exageración. El copia la exageración de la realidad”. Eso dice Sergio Ramírez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), durante la presentación de Gabo periodista, una antología de los mejores textos periodísticos del gran cronista colombiano del siglo XX, seleccionada y comentada por Jon Lee Anderson, Martín Caparrós, Alma Guillermoprieto, Antonio Muñoz Molina, Juan Cruz, Juan Villoro, Alex Grijelmo y Héctor Abad Faciolince, entre otros escritores y cronistas del singular grupo de amigos o “compinches polígrafos” del Premio Nobel de Literatura.
Publicado conjuntamente por Fondo de Cultura Económica, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el libro de más de 500 páginas incluye además reflexiones sobre su obra e influencia como periodista, una entrevista a Mercedes Barcha ―la esposa del escritor― realizada por Héctor Feliciano; una investigación cronológica de su labor periodística, fotografías poco conocidas de distintas etapas de la vida del autor de Cien años de soledad y un emotivo epílogo de Jaime Abello Banfi, director de la FNPI.
“El periodismo ha sido su vida tanto como la literatura ―escribe Feliciano en las primeras páginas de Gabo periodista―. El periodismo no agota y seca las cualidades literarias del escritor colombiano, sino que, todo lo contrario, lo potencia y lo acompaña forjándose. A menudo, parecería que las semillas de lo que se ha llamado ‘realismo mágico’ o de las concepciones largas y laberínticas del tiempo en sus novelas se encuentran ya en sus crónicas. Separar el periodismo de su literatura sería comparable a hacerlo con el de Martí, el de Darío o el de Azorín”.
Abello Banfi también rechaza la escisión entre literatura y periodismo. “Gabo nunca quiso separar la experiencia de novelista de ficción y la periodística”, subraya el director de la FNPI y confiesa que se quedó con las ganas de hacer un segundo volumen.
“Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda”. Así empieza el primer escrito periodístico de García Márquez, publicado en El Universal de Cartagena el 21 de mayo de 1948. Abad Faciolince eligió este artículo y uno más del “período cartagenero” porque “son mucho más poéticos que otra cosa”, “un oasis de libertad donde él simplemente hacía lo que se le daba la gana”. El triunfo completo de Gabo ―opina Abad Faciolince― es que “siempre lo leemos, sin saber bien por qué, hasta la última letra”.
Villoro optó por un puñado de “textos costeños” ―publicados en periódicos de Barranquilla y Cartagena de 1948 a 1953― que ponen en juego “las posibilidades imaginativas de lo real”. Un ejemplo es el artículo “Era una vaca cualquiera”, en el que “descubre la maravilla de que un martes sin gracia se convierta en un domingo repentino por obra de una vaca”.
Jon Lee Anderson, en cambio, prefirió las peripecias del cronista colombiano enviado a Ginebra como corresponsal de El espectador, en 1955, para cubrir la reunión cumbre de jefes de Estado. “Gabo salpica sus textos con pequeñas anécdotas que destacan lo absolutamente ridículo de la cumbre: un pavo real errante se aparece ante la puerta del augusto palacio en donde tiene lugar el encuentro y detiene momentáneamente el acto; más tarde, el pavo real aparece en medio del tráfico”, repasa el cronista norteamericano.
La famosa columna “¿Una entrevista? No, gracias”, publicada en El espectador el 12 de julio de 1981, fue una de las elegidas por Grijelmo. Ramírez celebra la crónica que el colombiano escribió sobre la toma del Palacio Nacional en Managua ―ejecutada el 22 de agosto de 1978 por un comando guerrillero del Frente Sandinista― sin haber estado nunca en Nicaragua porque “copia la exageración de la realidad”.
“El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión”, se lee en “Seamos machos: hablemos del miedo al avión”, publicada en El País de España en octubre de 1980, columna elegida por Caparrós. “El final es perfecto, y cumple con la condición de dejar en el lector la sensación ―que cualquier milpalabrista sabe falsa― de que podría decir mucho más si no fuera porque se está quedando sin espacio, porque ha llegado al tope de sus mil palabras”.
Partidario enfático del artículo “25.000 mil millones de kilómetros cuadrados sin una sola flor” ―sobre la desolación de la Luna y los planetas más alejados del sistema solar―, Muñoz Molina plantea que mientras otros escritores predican, reflexionan, hacen de críticos literarios o de gurús políticos cuando colaboran en periódicos, Gabo “no parecería tener otro propósito que el de contar una buena historia, la mejor historia posible cada semana”. Feliciano le pregunta a la mujer de Gabo ―que suele repetir que “los periodistas le buscan siempre demasiadas patas al gato”― cuál es el libro que prefiere de García Márquez: “Cien años de soledad (...) me lo he leído tres veces. Es una maravilla”, afirma.
¿Y cómo anda la memoria de Gabo? Por más paradójico que suene, de eso no se habla. Consuelo Sáizar, la presidenta del Conaculta, subió a su cuenta de Twitter una foto del momento en que le entregaron la antología de sus textos periodísticos. “Está en casa, tranquilo y jubilado, pasándolo muy bien y en buenas condiciones para tener 85 años”, cuenta Abello Banfi. Al recibir el ejemplar del libro ―que se publicará en la Argentina y en otros países de América latina durante 2013 y 2014―, García Márquez agradeció y brindó con champaña. “Esto es para que dure”, auguró el narrador cuya chispa iluminó el lenguaje.
De La Ventana (Casa de las Américas)-Tomado de Página/12, 29/11/2012
Recuerdo haber leído La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, escrito por García Márquez. Lo leí en la secundaria. Miguel Littin era un reputado cineasta exiliado, con prohibición de volver al país. Pero volvió con pasaporte falso, como un hombre de negocios uruguayo, filmó documentales, se reunió con la insurgencia, e incluso entró hasta el mismo palacio de gobierno.
ReplyDeleteNo sé cuanto de eso era verdad. Hoy creo ser mucho más cauto, y sé que la exageración (que es una forma de manipulación) está en todas las veredas. De cualquier forma, el libro es entretenido, y se lee como una buena historia de espionaje. O algo así.
Salludos cordiales
Lo es, Jorge. También con los años he ganado cautela, aunque un texto bien escrito, incluso con pasión de mitómano, siempre me atrae. El ejemplo de Karl May es emblemático.
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