Ricardo Bajo
El escritor cruceño (nacido en Cuba) Alejandro Suárez Castro no tiene “padrinos” literarios, ni siquiera “cuates” en alguna editorial boliviana. Su novela El perro en el año del perro ganó un concurso y fue publicada por el fondo editorial de la Universidad Gabriel René Moreno en 2012. Suárez Castro no forma parte de ninguna rosca literaria pero ha parido una de las mejores novelas bolivianas que he leído en años.
Fresca, potente, vital, magnética, políticamente incorrecta, salvaje, descarada, jaranera y fascinante. Van a perdonar tanto adjetivo pero la lectura de El perro en el año del perro me ha dejado una extraña sensación de felicidad, de reconciliación con nuestras letras.
Gustavo es un personaje potente con una vida de mierda, con un futuro trazado (novia bien, trabajo bien, auto bien, condominio cerrado, hijos, hipotecas…) y con unas ganas irresistibles de hacer una gambeta a todos y todo (el fútbol no podía estar ausente). Las referencias cinéfilas, los tributos literarios (de Vargas Llosa a Kundera); el ritmo narrativo (asemejado a la fuerza del funk homenajeado); y la crítica despiadada a lo convencional y al propio país (desde las modelos de Manzoni a los hábitos collas) arman una obra que no deja títere con cabeza. A ratos nihilista, a ratos esperanzadora, a ratos rebelde, a ratos conformista. Inseguridades y orgasmos; tristezas reflexivas y ásperas como un buen acorde de “blues”. Y un final con restaurante de carretera y esperanza.
Gustavo es un cobarde cómodo, diseñador gráfico, con una corteja que habla con palabras en inglés; Gustavo coge clandestinamente con una holandesa hippie de paso por Santa Cruz; y es un fiel creyente en las respetables y masculinas instituciones locales: viernes de soltero, jueves de frater y domingos de fútbol.
El perro en el año del perro tiene frases geniales, diálogos trepidantes y fragmentos para no olvidar: “para que una relación fuese duradera, el deseo sexual tenía que mantenerse con los años y la única forma de lograrlo era asegurando la genética de mi novia. ¿Cómo? Examinando el físico de mi suegra. Más claro ni el agua”.
Suárez Castro describe una Santa Cruz juvenil y jaranera de manera brutal (“este pueblo está lleno de psicópatas reales”) y no tiene reparos a la hora de arremeter contra todo -desde el heavy metal a las gringas progresistas de paso por Bolivia, desde la juventud decadente enganchada al humo-cerveza-videojuegos a esas tradiciones bolivianas arraigadas como perder en el fútbol y en las guerras. “Ante la escasez de alegrías, convertimos los empates en victorias”.
El perro en el año del perro dibuja una sociedad decadente, que se autoengaña; pinta una familia disfuncional y ordinaria con unos personajes que huyen de sí mismos y del país, para luego quedarse porque Bolivia es nuestro mundo. Porque nos conformamos con poco, porque entregamos casi todo y porque simulamos siempre ser felices. Como Gustavo, como todos. Víctimas de un “bovarismo” sin freno (de ese estado de insatisfacción crónica producido por el contraste entre las ilusiones y las aspiraciones y la propia realidad que suele frustrarlas).
Vitalidad, humor, sexo, mucho sexo (sin complejos), vértigo, cruceñidad insolente que sale por los poros, atmósferas “bukowskianas” y un ritmo cinematográfico trepidante que atrapa al lector para hacerlo reír y gozar. Es el estreno de un narrador con sello propio (hablo de los resúmenes en cada inicio de capítulo); con una riqueza intertextual arrebatadora (cine, libros, rock, fútbol, filosofía popular…); con una habilidad inusual a la hora de construir personajes; y con unos diálogos trepidantes. Suárez es el secreto escondido de la literatura boliviana. Y amenaza con una novela policíaca. Esperaremos a ver qué pasa. Mientras tanto disfrutemos con El perro en el año del perro: un canto al goce de los placeres sencillos y cotidianos.
De Ramona Opinión, 20/01/2013
Foto: Portada de la novela de Alejandro Suárez
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