Daniel Averanga Montiel (1)
Ingenua
es la gente de cierta clase social, que actúa como si estuviera en otro país y
se abraza en fechas como Navidad y Año Nuevo y se interesa más en Santa Claus que
en ciertos problemas de su ciudad; ingenuos son algunos analistas políticos, ex
presidentes “intelectuales” que no pudieron hacer nada cuando estaban en el
poder y ahora justifican su incompetencia a través de mamotretos literarios;
ingenuas son las estadísticas, tan perfeccionistas que afirman que hay poca
pobreza y que además nuestros padres de la patria son realmente padres
patrióticos (Oh, Fidel Surco, ¡qué tipo tan maduro, culto, responsable y
honesto! (?)). Ingenuos son aquéllos que siguen pensando en sí mismos, como el
pariente de una amiga, que me dijo hace poco, al estilo Beverly Hills 90210, que no armaría una familia si no cumplía primero
con sus sueños: 32 años y decía que no había conocido lo suficiente... me dio
mucha pena... bueno, si metiera en un saco a todos los ingenuos que conozco, la
mayoría sería gente adulta (a los adolescentes se les perdona por la edad, como
decía Twain), porque si me hablan de niños, éstos no son para nada ingenuos,
más al contrario: inocentes sí son, pero eso no es lo mismo, porque el hecho de
que los niños sean inocentes más que ingenuos es porque no son estúpidos, y todo
esto bien lo sabe y lo demuestra Jaime Nisttahuz en Barriomundo.
En
estos tiempos en los que todos quieren escribir “la novela”, Jaime nos enseña
que algo tan significativo no necesariamente debe exceder el número de páginas
porque sí: la precisión se agradece además, pues lo mejor, cuanto más breve,
mucho mejor.
Los
niños de Barriomundo son únicos en su
concepción tanto como en su despliegue escénico: su inocencia no garantiza
pensamientos “correctos” ni acciones “buenas” o “reflexivas”, y son únicos en
su propia madurez. Esto tiene su propia justificación: así como en la vida no
necesariamente hay finales felices ni personajes totalmente buenos, en Barriomundo la infancia se aparta de los
momentos Kodak y se interna en la pura realidad, resaltando, a través de
experiencias tan posibles como universales (la curiosidad sobre el sexo, sobre
los animales, sobre la crueldad y también sobre la muerte) la misma experiencia
de la infancia.
Y todo
eso, señoras y señores, no es más que inocencia: vivir, calcular la
magnificencia del dolor o del placer a través de la experimentación, y
disfrutar de los límites ribeteados.
Por el
contrario, la ingenuidad es, más que un estado inmaculado, un problema
mayúsculo, un pecado digno de aprendizaje empírico, y la ingenuidad adrede, ésa
ingenuidad de ciertos escritores, nacida al querer ser políticamente correctos
y esperar que todos le acepten a uno y digan sobre sus escritos: ¡Ay, qué lindo!,
es algo peor: una estupidez digna de best-sellers facilones; por ejemplo: si
metiera a los niños de Barriomundo al
mundo de los libros del grillo Benjamín,
esos libros tan “bonitos” y “correctos” escritos por la señora Mancilla, de
seguro le harían a ese pobre insecto lo mismo que el personaje de Diario Secreto del Claudio Ferrufino C.,
hace con bichos de la misma calaña.
Así, Barriomundo demuestra ser una novela
que, a pesar de haber sido escrita hace más de dos décadas, todavía tiene el
poder para sostenerse a sí misma mucho mejor que otras novelas tan publicitadas
y pomposamente presentadas, con perdón de muchos amigos autores que siguen
empujando sus escritos por el camino de la publicidad y de la polémica
innecesaria, como si sus obras no tuvieran la voluntad de representarse a sí
mismas.
Y ése
es el problema de algunos escritores en este país: le temen a qué dirán los
demás sobre sus escritos. Se sienten comprometidos con sus parientes, con su
gente, sobre lo que puedan escribir. No se dan cuenta que muchos autores han
dejado a un lado su condición moral, social o educativa, y se han puesto a
escribir historias, construir situaciones, como lo hace Jaime, quizá sin
dirección pedagógica, social o moral, pero con trascendencia policategorial por
antonomasia.
Puedo
describir a Barriomundo con un sinfín
de adjetivos provechosos; puedo definir a Jaime como un escritor estoico y sin
embargo esencialmente humano; puedo seguir resaltando los beneficios de leer a
un maestro de tal calibre y puedo decir que es amigo mío y que por eso valoro
su escritura (y la comento), puedo decir mucho y abarcar poco, como hacemos casi
todos cuando no tenemos más que paja en nuestras composiciones, pero no me
queda más que decirles a ustedes que dejen de perder el tiempo conmigo y consigan
los escritos de Jaime Nisttahuz de una buena vez.
[1] Daniel
Averanga es escritor, jurado en certámenes de ropa interior femenina y peleador
callejero alteño
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 24/02/2013
Foto: Jaime Nisttahuz
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