José Crespo Arteaga
Con la bonanza económica perdiéndose en el horizonte, asoman los negros nubarrones del déficit. La caída generalizada de los precios del petróleo y de los minerales empieza a cobrar factura en la frágil economía boliviana, desde siempre dependiente de las exportaciones de materias primas. La minería tambalea, los centros mineros empiezan a trabajar con números rojos y ya se anuncian “reestructuraciones” (despidos o jubilaciones forzosas). La tan cacareada industrialización del país nunca ha pasado de un lanzamiento de cohete, efectuada desde la muralla china antes que de los terraplenes pétreos de Tiwanacu. Y es cierto, se está construyendo, por una millonada cercana al millardo, una gigante factoría de úrea en mitad de la jungla, lejísimos de los pozos de petróleo y más lejos todavía de los mercados inexistentes. Brasil y otros destinos potenciales ya tienen fábricas similares. Cuando la ch’allada maquinaria empiece a escupir los primeros sacos de fertilizante, los cocaleros serán los primeros en darse cuenta de que la úrea no se come. Porque aunque abonaran una y otra vez todos sus huertos de coca ilegal no sabrían qué hacer con el resto. Así se tira la plata, como en la “internacionalización” del aeropuerto de Chimoré, que ya se utiliza –según varias denuncias- para exportar la droga recién refinada hacia Venezuela antes que unas miserables cajas de banano o latas de palmito.
Las pocas industrias creadas por el Estado no son rentables, sirven más para efectos propagandísticos (Papelbol, Cartonbol, y demás ...bol que se les ocurra). Encima, las que nacionaliza las echa a perder, como Enatex, otrora la más grande textilera del país, hoy prácticamente en quiebra por falta de mercados y por las deudas del “hermano” Maduro que no quiere pagar ni por sus calzoncillos de algodón. Las laptops ensambladas en El Alto se las compra el mismo gobierno para repartirlas por los colegios y poco más, no se las ha visto circulando en el ámbito doméstico, mucho menos volando allende las fronteras para competir con las asiáticas. Pero hablan de dignidad tecnológica. Para el litio instalaron un laboratorio perdido en el salar de Uyuni tal si fuera una estación de la Antártida y quisieron hacer creer que arrancó la industrialización del “metal del futuro”. Hablaron del hierro industrializado que no pasó de unas remociones de tierra roja y vibrantes anuncios de futuros negocios. Negociados, querrían decir. En suma, el “salto tecnológico” no pasa de ser una vulgar y lujosa alharaca. Pareciera más bien que hemos retornado a la Edad de Piedra, sobre todo institucionalmente.
Es un ejercicio loco y agotador pensar en todo el dinero que se esfumó en toda esta década afortunada. Sin apenas dejar rastro, el régimen encabezado por Evo Morales, se farreó la inmensa renta gasífera que el país cosechó luego de décadas de vacas flacas. Ni siquiera tuvo que esforzarse por encontrar los pozos, simplemente le bastó abrir el grifo que otros gobiernos instalaron. ¿A dónde fueron a parar los más de 120.000 millones de dólares que el país obtuvo? Ni los aviones y coches blindados, cumbres, satélite de comunicaciones, Dakares, olimpiadas plurinacionales, verbenas folclóricas y otros montajes del circo justifican tal despilfarro. Que repartieron bonos a los más pobres y a los estudiantes de primaria. Que cooptaron a los sindicatos obsequiándoles vagonetas flamantes y sedes sindicales. Que regaron el país de coliseos cerrados que sirven más para bodas y farras multitudinarias. Que alfombraron las canchitas barriales para ponerles cerco y candado. Que muestran carreteras de ensueño en la tele, por unos pocos kilómetros recién inaugurados; viajar por Bolivia sigue siendo una odisea. Que se construyen palacetes para la Unasur, para el museo personal de Su Excelencia, para la nueva Casa del Pueblo. Habrase destinado el dinero a tan delirantes proyectos megalómanos que supuestamente nos ponen en la senda de los países industrializados pero no hacen más que retratarnos como uno absurdamente infantil, acomplejado y paranoico.
Hace un mes que contamos con gas domiciliario en nuestro barrio. A mí no me beneficia directamente porque vivo de inquilino pero me alegra por los familiares y los vecinos. Es increíble que luego de casi medio siglo de exportarlo al norte argentino, recién lo tengamos para nosotros mismos. Toda mi vida solo he conocido las garrafas y las consiguientes épocas de escasez donde uno tenía que hacer filas muchas veces. Tanto hablan los adláteres y demás voceros del régimen de los increíbles beneficios que nos ha traído el feliz reinado de S.E. y demás dones de su rara generosidad con dinero que no es suyo. Entre tanta insensatez que caracteriza a los gobernantes, por fin hallo algo real, útil y palpable. Habrían empezado por ahí al principio y tal vez no sería tan crítico con ellos. Pero comparado con el gas que se hizo gas; esto (los pocos miles de afortunados que tienen gas domiciliario) es apenas una molécula, una migaja. Y de yapa, parece que hay que agradecérselo, cuando en un país normal es obligación de todo gobernante. Y allí no presumen de estadistas.
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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 09/05/2015
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