Mariano García
Intercaladas en su Voyage à Orient, estas dos historias conectan con el aspecto oculto y cabalístico de la personalidad de Nerval, que tenía en su familia antepasados masónicos que llegaban hasta el tío de quien describe la biblioteca al comienzo de Les Illuminés. La primera, sugerente, describe la historia de quien se convirtió en el mesías de los drusos, esa misteriosa religión cuya revelación se supone es la más reciente de todas y que intrigó tanto a Browning como a Borges. La segunda, larga y exuberante, apoyada más en las tradiciones medievales europeas que orientales sobre el linaje preadamita, trata del encuentro famoso entre Salomón (aquí Solimán ben Daud) y Baktis, la reina de Saba. Pero el protagonista es en realidad Adoniram, el constructor del famoso templo, arquitecto y venerable padre de los constructores (gremio, como se sabe, íntimamente ligado a la masonería), descendiente de la raza maldecida de Tubal-Caín y verdadero príncipe de los genios y destinado a ser el marido místico de Baktis, pero que resulta traicionado y asesinado tras la construcción del templo. Dos joyas refulgentes del desdichado Nerval, que evidentemente se encontraba más a gusto en el mundo de su fantasía ilimitada que en la cruda realidad.
“Estás caminando sobre la gran esmeralda que sirve de soporte y de eje a la montaña de Kaf; has llegado al reino de tus padres. Aquí reina sin trabas el linaje de Caín. Bajo estas fortalezas de granito, en el corazón de estas cavernas inaccesibles, hemos encontrado al fin la libertad. Es aquí donde desaparece la codiciosa tiranía de Adonay, es aquí donde podemos alimentarnos con los frutos del Árbol de la Ciencia sin perecer” (160)
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De MICROLECTURAS, 06/08/2015
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