Idioma
original: inglés
Título
original: Balkan Ghosts. A Journey Through History
Año
de publicación: 1.993
Valoración:
Está bien
No sé
si le ocurre a todo el mundo. Normalmente, cuando leo un libro, hay casi
siempre un punto –inconcreto y variable- en el que me he formado una idea de lo
que tengo entre manos y, a partir de ahí, mi valoración no suele variar mucho
de esa impresión inicial. Pero con‘Fantasmas balcánicos’ esta
teoría doméstica ha saltado por los aires. Ahora vemos por qué.
Empieza diciendo Kaplan que ‘la historia
del siglo XX se inició en los Balcanes, donde las gentes, aisladas por la
pobreza y las rivalidades étnicas, se vieron condenadas a odiar’.Prometedora
síntesis de lo que se supone que más adelante se irá desgranando.
En efecto, empezamos por examinar varias de las
repúblicas de la vieja Federación yugoslava, que hace algunos años se vieron
envueltas en situaciones críticas, cuando no en guerras abiertas: Croacia,
Serbia, Bosnia y Macedonia. Según los casos el análisis es más o menos
pormenorizado o superficial, como ocurre también con Albania, incluida en este
grupo por motivos suponemos que didácticos.
El relato está bien ensamblado, con la
información en sucesivas capas que van pasando de la anécdota o la vivencia subjetiva
a la referencia histórica, y de ahí al análisis político o a la reflexión sobre
determinado hito cultural. Todo ello con agilidad, evitando tomar demasiada
altura teórica, pero sin dejar tampoco que el rigor se eche a perder ante la
imagen impactante o el ritmo periodístico.
Las raíces de las guerras en Yugoslavia son
claramente el gancho del libro, y la cuestión se expone de forma sencilla,
interesante y eficaz, aunque es cierto que asoman ya algunos tics preocupantes,
como cierta fobia anticomunista, o alguna sombra de racismo (sobre la etnia
albanesa), pero de momento atina con el objetivo, y le daríamos hasta un ‘muy
recomendable’.
Pero pasamos a Rumania, y las cosas empiezan a
rolar de forma acelerada hacia terrenos muy diferentes: la inquina de Kaplan
hacia el comunismo se desborda por completo y se convierte en odio feroz,
obsesivo, excluyente. No sólo eso. Parece que la furia se extiende al país
entero, y todo destila oscuridad y animadversión.
Nos pinta el autor un país pobre, feo, supersticioso,
poblado por incultos y maleantes, individuos que, como diría Martín-Santos, son
‘tierra apenas removida’. Y parece deducirse que la aborrecida dictadura
comunista de Ceaucescu no fue sino la consecuencia necesaria de semejante
pobreza espiritual. Flipamos página a página contemplando cómo se puede verter
tanto veneno y, lo que aún es peor, hemos perdido el bagaje informativo de que
disfrutamos al principio. Pasamos a ‘decepcionante’.
Afortunadamente, Bobby se marcha a Bulgaria,
donde recobramos algunas de las sensaciones iniciales: se expone con acierto
una síntesis histórica que ayuda a entender la posición del país entre los
gigantes turco y ruso, y se nos muestra un pueblo acogedor, maltratado por su
posición geoestratégica –por supuesto, también por el comunismo-, pero intenso,
auténtico, brillante aleación de las culturas bizantina y eslava. Alivio.
Volvemos incluso a ‘recomendable’, intentando olvidar un poco
los anteriores horrores.
Y terminamos con Grecia. Como Kaplan conoció a su
mujer en Grecia, parece que los cielos se nos abren y la luz vuelve a penetrar
de nuevo. Hay una interesante reflexión sobre la peculiar situación de este
país, con alma balcánica y oriental, pero que mira siempre –y seduce- a
Occidente. Todo va bien hasta que el foco se dirige hacia el antiguo primer
ministro socialista Andreas Papandreu, y ahí llega ya el pandemónium. De nuevo
enseña el autor su hábito de inquisidor, el látigo ideológico se agita sin
disimulo contra las veleidades izquierdosas del personaje, y todo se echa a
perder.
Concluimos que Kaplan es un periodista que, como
viajero y analista, escribe sobre lugares donde se localizan conflictos o
situaciones críticas de distinta índole, y ahí exhibe su instinto y dotes de
reportero clásico. Pero, claro, no parece capaz de controlar sus muy furiosos
impulsos políticos, y termina arruinando un trabajo que, pese a todo, si
tomásemos algunas partes aisladas, no deja de tener su interés.
Sin embargo, un libro es una totalidad, y en este
caso, con su extrema irregularidad, sus limitadas luces y sus enormes sombras,
sólo podemos llegar a calificar con ese pálido ‘está bien’.
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De UN LIBRO AL DÍA, 07/11/2015
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