Friday, December 18, 2015

Manual universal de nacionalismos

Alfredo Grieco y Bavio

En tiempos avaros para el estudio y la lectura, la muerte del autor conocido por un solo libro impacta más que la de otros cuyos títulos vacilamos antes de citar. En el caso del historiador británico Benedict Anderson, que murió en su sueño la noche del sábado en un hotel de Yakarta, ese libro es además un manual. Los dos centenares de páginas de Comunidades imaginarias: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (1983), sin agotadoras bibliografía ni notas al pie, fueron publicadas en la última década de la Guerra Fría, y pronto traducidas (al español, por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, que sabe planificar sus títulos y sus traductores). Con la caída del Muro, la guerra de Yugoslavia en Europa, el fin de la URSS, los procesos que todavía continuaban en África y Asia de formaciones estatales post coloniales, con el fin de las dictaduras en América Latina, Corea, Taiwán, Filipinas y parte del sudeste asiático, el tema y su planteo resultaban particularmente oportunos. Pronto se volvió llave maestra para entender los programas fundacionales de nuevas naciones y las refundaciones, con énfasis nacionalista, de gobiernos que buscaban el voto popular en nuevas democracias que antes había sufrido a Washington o a Moscú.

Un plan simple
No se puede reprochar a una obra didáctica el ser limpiamente pedagógica, ni a una declarada simplificación el simplificar sin excusas ni desaliento. Anderson fue todavía más allá, y acaso eso explique la preferencia de tantos enseñantes por su libro de texto. Comunidades imaginarias permitía, fotocopiados algunos capítulos, tanto interpretar con trazos gruesos pero firmes la revolución rioplatense de mayo de 1810 en una clase de historia del colegio secundario argentino, como, leído todo el libro, proponer investigaciones de largo aliento, en cualquier país latinoamericano (o del Tercer Mundo o del ex segundo mundo) sobre los abundantes programas nacionalistas escalonados en sus historias nacionales. La abundancia o riqueza de materiales se debía al gran número de esos programas, y si eran tantos es porque eran muchos los fracasos.

Decir antes que hacer
En consonancia con un giro lingüístico vivido desde los '60 en la Historia y en las Ciencias Sociales, con una nueva atención, desviada de la historia política y militar, que se prestaba a las instituciones, imaginarias o no, y a la circulación social de las ideas y de las construcciones discursivas, Anderson, casi sin aviso, no sólo había focalizado según estas nuevas perspectivas el repertorio de respuestas a un problema, sino que había restringido drásticamente, de antemano, su tema. 
En el siglo XIX, en Europa, con el fondo de la desgarradora Guerra franco-prusiana, el historiador Ernest Renan podía preguntarse (y responderse), en un muy breve volumen también programático, Qué es una nación. El tema de Anderson es más escueto: le interesa saber qué constituye un proyecto nacional (la comunidad imaginada de su título), qué elementos no han de faltar en nuestra lista si queremos caracterizar adecuadamente uno: el Uruguay de Battle o del Frente Amplio, la Turquía de Atatürk o de Erdogan, la Argentina de Rosas y/o de Yrigoyen y/o de Perón, el Brasil de Vargas o de Fernando Henrique Cardoso o de Lula, el México de Porfirio Díaz o de Cárdenas, la China continental de Mao o la insular de Chang Kai-shek, la Indonesia de Sukarno o de Suharto. Como surge de esta sola lista ejemplificativa, la democracia no es condición ni necesaria ni suficiente para configurar programas nacionales de relativa estabilidad y eficacia. 

China ataca Kamchatka
El conjunto de requisitos para que el proyecto nacionalista pueda definir una nación, son conceptuales y simbólicos, y ese programa puede identificarse como tal, más o menos cristalizado,  con prescindencia de las comunidades reales que pocas veces detienen sus imaginaciones y con independencia del buen éxito de ese programa para encarnarse en una constitución política sustentable en el concierto internacional. La yuxtaposición geográfica de eso proyectos puede dar un mapa con países como los del juego del TEG o provincias como las de El Estanciero. La nación es una comunidad política imaginada como limitada y soberana: las naciones no son la toma de conciencia de un pueblo con una historia en un territorio. Al contrario, el nacionalismo crea o imagina a las naciones: antes, estas no existían. Las imagina como limitadas: el nacionalismo no tiende al Estado mundial. Para eso, crea su territorio, imagina sus límites y fronteras. Conflictos nacionalistas surgen del choque de imaginaciones físicamente incompatibles: el Chile decimonónico imaginaba que era chileno el mar boliviano, y se lo quitó en la Guerra del Pacífico. Se imagina como soberana: en ese territorio, la comunidad tiene y ejerce el monopolio del poder sin interferencia mayor de naciones connotadamente extranjeras.

No más caras, no máscaras
Acaso lo más importante, la comunidad imagina cómo es. No lo puede constatar: siempre es más extensa la nación que una aldea donde todos se conocen cara a cara. Cuál es su lengua, su raza, su religión (o puede imaginarse como laica y ciega a diferencias étnicas), cuál es su canon artístico y literario que ha de patrimonializarse en sus bibliotecas y museos, cuáles son sus símbolos patrios y sus héroes y villanos, qué historia y qué documentos han de archivarse, cuál es el mapa que define. No ha de pensarse que se trata de sacralizar u organizar lo dado: ya Renan decía que para que haya naciones es fundamental el olvido. Para el Paraguay, el guaraní es desde siempre una lengua nacional; Bolivia tuvo que esperar al gobierno de Evo para que la comunidad imaginada hiciera suya al quechua o al aymara, que recién desde 2009 son tan bolivianas como el español de los conquistadores. Hay que decir que Anderson -otro motivo de su éxito- simpatiza con las naciones que imaginan las comunidades: si no son caras, tampoco son falsas máscaras. Porque estas comunidades se imaginan, justamente, como comunidades, con la igualdad de un mundo donde nadie es más que nadie, pero aún, y sobre todo, con una fraternidad que nos permite extender el brazo a hermanos y hermanas desconocidos, y aun morir y matar por ellos. Benedict Anderson, hermano de Perry, un historiador más célebre, fue toda su vida un "indonesista", tal vez el mayor del siglo XX, y como tal informa su muerte el Yakarta Times. El periódico de la capital de Indonesia fue informado por Wahyu Yudistira, hijo adoptivo –indonesio- del historiador, y que estaba con él en el hotel. Publicó muchos libros, pero estudiantes e investigadores lo recuerdan por Comunidades imaginadas. La desaparición del autor del libro de texto con el que tantos estudiamos algo alguna vez marca un desplazamiento, un cambio de época. Comunidades imaginadas no es por cierto un libro insustituible, pero no había sido, hasta ahora, sustituido. «
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De TIEMPO ARGENTINO, 18/12/2015 

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