Ni olvido ni perdono. El 16 de marzo de 2005, miércoles, estaba en un bar de la plaza del Castillo de Pamplona a primera hora de la tarde. El bar medio vacío si exceptuamos cuatro personajes que podían haber salido, hasta entonces, de una novela de P. C. Wodehouse, los lechuguinos del Club de los Zánganos, señoritos de provincia con pretensiones: Aldatz, el puterón, el marqués del Cuarterón, un gorilón que no pudo entrar en la Academia MIlitar de Zaragoza ni con enchufe y que del franquismo cuartelero sigue enarbolando bandera, Nacho Lerdo de Tajada, tan parásito social como esnobazo que lleva el Hola como una lupara, y Pepito Andada de la Maltosa, ya difunto. No había nadie más, nadie. Nada más entrar, noté ambiente espeso de reclamo, al margen de aire de aburrimiento. Y es que les habían dicho que salían en una novela mía, La nave de Baco, en cuya tripulación había formado cuando menos el padre del Andada de la Maltosa. Falso, donde sí había hablado de ellos era en un dietario, en Liquidación por derribo, y lo había hecho con afecto sincero.
“¿No os quejaréis de cómo aparecéis en mi último libro?” Qué dije. Oír eso y saltar de su silla el energúmeno del marqués del Cuarterón fue todo uno:
“¡Puto rojo, puto separatista, te voy a matar a hostias!”, berreó el patriota cuartelero. No me dejaron explicar nada.
Veo todavía el chasquear los dedos de Nacho Lerdo de Tajada llamando a su matón de guardia, porque estos sin matón no son nada.Y el matón vino. No lo vi llegar, el macarra se me echó encima -tío valiente– por detrás y me hizo una llave de lucha libre llamada Master Lock, muy usada por los chulos de burdel, los camellos y los matones de dicoteca. Y me arrojó de manera violenta a la calle sin poder defenderme. Luego se inventaron una versión de agresión y molestias por mi parte, y ajustaron los falsos testimonios por si se me ocurría denunciar aquell atropello. Resultado: un derrame sinovial en la rodilla izquierda y la clavícula dañada y mal soldada. De haber estado en Pamplona, habría presentado una denuncia, pero estaba de viaje. Me hizo daño.
El otro día vi a Lerdo de Tajada, con acolchado Barbour, sus Ray-Bans, sentadico en un banco, quietico, modoso, alelado, con un pie en el estribo, acompañado de un sudamericano que le hablaba como a un crío. No me alegré, pero no me entristecí ni sentí compasión alguna ¿Por qué motivo iba a hacerlo? Aquello fue una cobardía y una canallada. Cobardía por parte del matón que se me vino encima por la espalda y canallada por parte de los señoritos a quienes les pareció bien que me hirieran, y por parte de la camorra que se montó entre clientes habituales aquella misma tarde, por si se me ocurría denunciar los hechos en comisaría, como bien sabe Javier del Coso. No se trata de ser honesto, sino de ganar la partida de tute, de beber en paz, mucho, todo lo que se pueda y si encima hay perica de por medio, mejor que mejor. Qué harían estos sin poder fundar el espeso nosotros, los barbis, del bar de la tribu.
El odio es mala concubina dice un proverbio árabe. No me importa confesar que lo tengo; ya no, para qué. Ni puedo perdonar a quienes lo hicieron ni a quienes lo apludieron ni a quienes, no estando presentes, dan de los hechos una versión exculpatoria tanto para el matón como para los testigos y azuzadores, para cobrarse a cambio el barato de unos vinos gratis. Hay gente que vive y bebe de difamar, de desacreditar, del desprecio de casta y clase hecho rasgo de ingenio para amenizar tragos y sobremesas. Embusteros y matones, con título nobiliario (alguno), pero matones, por mucho que no se mojen las manos directamente, con aplaudir a quienes lo hacen basta, tramposos, gente taimada, repulsiva.
Iñaki Uriarte, de Bilbao, da otra versión falsa de lo sucedido –aplaudida por Antonio Muñoz Molina y otros–, confiesa haberse reído cuando se enteró de que me habían pegado y justifica plenamente la agresión a la vez que la minimiza. Algo asombroso que se comenta solo. Lo curioso es que lo da como algo sucedido en el año 2000 o en tal año escrito, lo que ya es de carcajada en un diarista. No logro explicarme cómo se puede comentar un hecho sucedido en el año 2005 como si hubiese ocurrido en el 2000, a no ser que sea con intención de fastidiar.
Pero bueno, magias o ilusionismos de la literatura azuzada por la mala intención al margen, el caso es que cuando cambia el tiempo, la clavícula me duele y me acuerdo, y como me acuerdo a fecha fija ni olvido ni perdono. Decir adiós es otra cosa, este lo es, una despedida, pero no voy a callar lo sucedido para que solo corra su versión de los hechos. Antes me importaba que no me creyeran, ahora nada.
Item más: de la canallada que hizo correr uno de Carmona, en Sevilla, a través de Juan Lamillar y Jacobo Cortines, y de Manuel Borrás Arana que los encubrió a todos, hablaré otro día.
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De LIQUIDACIÓN POR DERRIBO, 15/12/2015
tan bien escrito --con la dosis suficiente de rencor--que me involucra en un tema que me es absolutamente ajeno
ReplyDeleteEl rencor es tan mala o peor concubina que el odio y el "ni olvido ni perdono", divisa de matasiete o capitano Spavento. Eso que llamamos vida es otra cosa, aunque la mugre esté en ella.
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