Han cortado algunos árboles en el huerto. Maquis y acacias que no dejaban entrar el sol hasta la ventana donde mi abuela ve pasar sus últimos años.
El sol pareció animarla y salió al patio a dar instrucciones a los trabajadores. Me pidió incluso cambiar de sitio algunas flores. Ya satisfecha de su labor y de la luminosidad recobrada, ha vuelto a sus lecturas y teleseries.
Comienza la tarde y me encierro en la biblioteca de mi abuelo, frente a un computador con exceso de archivos y rodeado de varios miles de libros viejos. Cada día dejo un montón sobre el escritorio que apenas alcanzo a hojear. Carezco del entusiasmo de otras épocas donde lo único que quería era que el día tuviese 48 horas para alcanzar a conocer todo lo escrito por el hombre. Como ven, desde entonces y quizá mucho antes ya era un iluso. Pocas novelas importantes he terminado en mi vida.
Hoy complemento mis lecturas en papel con las virtuales. Gran parte de los libros que siempre quise leer y que busqué con tanto ahínco los tengo ahora en mis archivos digitales. Lo mejor de la literatura japonesa, norteamericana, latinoamericana. Perec, Gombrowicz, Houellebecq, Ribeyro, Richard Ford, Oé y miles más. Es una colección inútil al fin y al cabo, porque aunque sólo me dedicara a leer no alcanzaría a cubrir ni el 1%. Pero qué colección no es inútil (antes de los diez años coleccionaba recortes de estrenos de películas, luego junté cajas de fósforos, chapas de cerveza, cadáveres de insectos, monedas antiguas, mujeres desnudas, piedras vulgares, estampillas, calendarios de bolsillo, historietas y libros y más libros, todo lo cual lo perdí en el camino)
Los días vuelan a ras de piso. Las nubes parecen estar en huelga. Aún queda uva en los parrones y uno que otro higo seco.
Ya empiezo a acostumbrarme a la sensación del nido vacío. El odio y el desdén con que me han atacado mis seres queridos, partiendo por mi ex mujer, parecen suficientes para enjuiciarme en Nuremberg. A ojos de ellos soy culpable de todos los males de la historia humana. La injusta complejidad moderna y yo nunca nos entendimos. Qué quieren que haga. Yo no construí este sistema que nos quiere mantener postrados como basura esclava, basura ciega, basura sin voluntad. No lo acepto y no lo aceptaré nunca.
Que escriba, que tenga talento, que sea uno de los mejores narradores modernos, ¡puaj! No les importa en lo más mínimo. Yo no ayudé a crear toda esa mierda aspiracional. No va conmigo. Soy un salvaje y me cago en todas sus ostentaciones sin sentido y en sus putos dioses y códigos. No me culpen de toda esa basura moderna para recubrir sus propias culpas. Ni la montaña fue a Mahoma ni Mahoma fue a la montaña. Así fueron las cosas. Lo más divertido es que para intentar herirme me cambiaron por un hombrecito insignificante con vocación de perro faldero, un quiltrito adulador al que tienen que mantenerlo, una mierdecita que me impreca escondiéndose detrás de las faldas, un mediocre en el amplio sentido de la palabra.
Sé lo que valgo y sigo adelante. No hay nada en el mundo que pueda detenerme, nada que pueda influenciarme o redireccionarme. Soy sólo yo, soy libre, soy el odiado y amado Muzam, un toro salvaje enfocado en el precipicio, un verdadero hombre.
Me queda poca vida. No pretendo llegar a viejo. Debo ser muy selectivo con mi escaso tiempo. Aun debo terminar cinco novelas, leer todo Philip Roth, Steinbeck, Richard Ford, Kenzaburo, Pound, Xinjgian, ver el cine de Bergman y follar una japonesa.
En las noches, tras acostarme, suelo cabalgar por Mongolia, bajo cielos violeta, cazando reyes y kanes, burlón como siempre, con legiones persiguiéndome, hasta cruzar nadando el Amu Daria para reencontrarme con mi amada japonesa. A veces le reviento el culo a un magnate turista o le hago olas a la alfombra de un primer ministro visitante. Y bebo vino, cómo no, bebo vino para saciar la sed y el hambre y la rabia y también para seguir soñando. El inconsciente se adelanta, se reacomoda y me escamotea el despertar. Desde ahora erraré por el mundo. Un ronin. Un hijo de puta. Un arrogante. El peor y el mejor de todos.
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De CUADERNOS DE LA IRA, 10/12/2013
Imagen: Katsushika Hokusai/El sueño de la mujer del pescador
Jorge: ¡Esto es muy bueno!
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